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Estos trabajadores dan a sus malos y abusivos jefes una probada de su propia medicina

Yun Ji-young, abogada de derechos humanos, segunda de izquierda a derecha, y Park Jum-kyu, de Gabjil 119, un grupo civil que ofrece asesoramiento legal a las víctimas del
Yun Ji-young, abogada de derechos humanos, segunda de izquierda a derecha, y Park Jum-kyu, de Gabjil 119, un grupo civil que ofrece asesoramiento legal a las víctimas del "gapjil", en el centro, durante una reunión con colegas en Seúl, Corea del Sur. (Chang W. Lee/The New York Times).

SEÚL — Un jefe le ordena a un trabajador que alimente y limpie el excremento de su perro. Una heredera de una aerolínea hace que un avión de pasajeros en carreteo regrese a la puerta de embarque para retirar a una sobrecargo que la molestó. La nieta de 10 años de un magnate de la prensa lanza insultos a su chofer, amenazando con despedirlo por ser malcriado.

Ese tipo de comportamiento se ha vuelto tan común en Corea del Sur que el país ya tiene un término para ello: “gapjil”.

La palabra es un término compuesto que combina las palabras “gap”, la gente con poder, y “eul”, quienes trabajan para ellos y son objeto de sus abusos. En la sociedad surcoreana, profundamente jerarquizada, en la que la posición social se determina por la profesión, el cargo y la riqueza, casi nadie ha escapado a este tipo de abuso.

Sin embargo, en fechas más recientes, el “gapjil” ha provocado una reacción negativa. En sitios web, pancartas en la calle e incluso calcomanías en los baños públicos, los organismos gubernamentales, la policía, los grupos cívicos y las empresas ofrecen “líneas de asistencia telefónica contra el ‘gapjil’” que animan a los ciudadanos a denunciar a los funcionarios y jefes que abusan de su autoridad.

Utilizar un lenguaje intimidatorio, ofrecer sobornos, aprovecharse de los subcontratistas y no pagar a los trabajadores a tiempo son ejemplos de “gapjil”. En los campus universitarios, los estudiantes cuelgan pancartas con las que acusan a los “profesores ‘gapjil’” de acoso sexual.

Tolerancia al abuso

Las campañas parecen funcionar. Políticos, altos funcionarios del gobierno y peces gordos de las empresas han visto arruinada su reputación tras los escándalos de “gapjil”. La sociedad se ha llenado de orgullo —y de una buena dosis de “schadenfreude”, o satisfacción por el sufrimiento ajeno— al ver cómo los ricos y poderosos caen en desgracia por comportarse, francamente, como cretinos.

El “gapjil” se convirtió en un tema electoral durante la campaña presidencial. La esposa de Lee Jae-myung, uno de los principales candidatos, se vio obligada a disculparse tras ser acusada de tratar a los funcionarios del gobierno como si fueran sus sirvientes personales, haciéndoles recoger pedidos de comida para llevar y hacer sus compras navideñas mientras Lee era gobernador provincial. Lee perdió las elecciones por un estrecho margen.

“Los surcoreanos viven con una enorme tolerancia al abuso, pero cuando no pueden soportarlo más y estallan, lo llaman ‘gapjil’”, comentó Park Chang-jin, una exsobrecargo de Korean Air que protesta contra el “gapjil” como lideresa del pequeño Partido de la Justicia, de oposición.

Park Chang-jin, una exsobrecargo de Korean Air que protesta contra los comportamientos abusivos en el trabajo, participa en una manifestación por un trabajador temporal que murió en un accidente laboral en Corea del Sur. (Chang W. Lee/The New York Times).
Park Chang-jin, una exsobrecargo de Korean Air que protesta contra los comportamientos abusivos en el trabajo, participa en una manifestación por un trabajador temporal que murió en un accidente laboral en Corea del Sur. (Chang W. Lee/The New York Times).

Park conoce ese sentimiento.

En 2014, Cho Hyun-ah, la hija del expresidente de Korean Air, Cho Yang-ho, obligó a un avión de pasajeros en carreteo en el Aeropuerto Internacional John F. Kennedy de Nueva York a volver a la puerta de embarque, porque no le gustó cómo le sirvieron las nueces de macadamia en primera clase. Park y otra sobrecargo fueron obligadas a arrodillarse ante Cho, que dejó que el avión partiera solo después de que Park fue expulsada del avión.

La familia de Korean Air volvió a ser el epítome del “gapjil” en 2018, cuando salieron a la luz archivos de audio y video que mostraban a otra hija, Cho Hyun-min, y a su madre, Lee Myung-hee, gritando insultos a los trabajadores. El presidente tuvo que ofrecer disculpas y retirar a sus dos hijas de los puestos directivos que ocupaban en la empresa.

Hubo un tiempo en el que los surcoreanos eran más propensos a tolerar ese tipo de comportamientos, sobre todo cuando se trataba de las familias superricas que dirigen los conglomerados empresariales del país, conocidos como “chaebol”, señaló Park Jum-kyu, miembro de Gabjil 119, un grupo cívico que ofrece asesoramiento legal a las víctimas. (El grupo utiliza una ortografía alternativa de la palabra).

“Pero ahora la gente exige normas más estrictas sobre cuál comportamiento es aceptable y cuál no”, aseguró Park. “Ahora, cuando alguien le dice a una figura de autoridad: ‘¿Me estás haciendo “gapjil”?’, la acusación es contundente”.

Corea del Sur tiene una de las semanas laborales más largas entre las naciones más ricas del mundo y el gapjil se cita a menudo como una de las razones detrás de las miserables condiciones de trabajo del país. El fenómeno adopta muchas formas, como los horarios excesivos sin horas extras remuneradas y el acoso de los supervisores.

“Odiaba cuando parecía que no tenían nada mejor que hacer más que rondar por la oficina haciendo comentarios sobre la ropa de las trabajadoras, diciendo que no podíamos casarnos por nuestra forma de vestir”, opinó Hong Chae-yeong, refiriéndose a los gerentes masculinos de mayor edad en su antiguo trabajo corporativo. Hong, de 30 años, dijo que ese comportamiento fue una de las razones por las que había renunciado.

Las élites corporativas y gubernamentales han sido infames por un tipo de “gapjil” conocido como “protocolo imperial”, que incluye hacer que una fila de subordinados sostengan paraguas o tomar ascensores mientras la gente común se ve obligada a subir y bajar por las escaleras. En 2017, Kim Moo-sung, un dirigente político, se convirtió en símbolo de ese tipo de actitud soberbia cuando lanzó una maleta rodante a un asistente en el aeropuerto. Más tarde se convirtió en objeto de burla pública.

Algunos remontan los orígenes del “gapjil” a los dictadores militares de Corea del Sur, que impusieron una cultura de mando y cumplimiento que sigue siendo omnipresente. Es a la vez “la gramática básica” y “un malestar profundamente arraigado” de la sociedad surcoreana que refleja la “jerarquización a la que su gente es adicta”, escribió Kang Jun-man, un estudioso de los medios de comunicación, en su libro sobre el “gapjil”.

“Las personas que sufren ‘gapjil’ en el trabajo más tarde lo cometen cuando están en una posición de autoridad, como cuando hablan por teléfono con un empleado de los centros de atención telefónica”, comentó Cho Eun-mi, de 37 años, que dejó una fábrica de artículos de papelería en abril por el lenguaje abusivo que utilizaba su jefe.

Nueva ley no es suficiente

A pesar del movimiento anti-“gapjil”, es posible que Corea del Sur tenga un largo camino que recorrer para que su entorno laboral sea más justo y su sociedad más igualitaria. En 2019, entró en vigor una ley contra el acoso laboral, pero solo deriva en medidas disciplinarias o una sanción económica de hasta 8000 dólares contra los infractores. En una encuesta realizada el año pasado por Gabjil 119, casi el 29 por ciento de los trabajadores denunciaron abusos en el lugar de trabajo.

“El ‘gapjil’ se sigue tratando como algo que debe resolverse dentro de la empresa”, aseguró Yun Ji-young, quien aboga por los derechos humanos y ayuda a las víctimas de “gapjil”. “Hay una enorme animosidad contra las personas que llevan el problema al exterior”.

Sin embargo, sin una mayor rendición de cuentas, Park de Gabjil 119 teme que poco cambie para los trabajadores surcoreanos atormentados por sus jefes abusivos. “Hemos acabado con la dictadura militar y hemos destituido a un presidente”, explicó. “Pero todavía tenemos que cambiar nuestra cultura laboral”.

© 2022 The New York Times Company

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