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El trágico destino de las mujeres y madres de Ucrania | Opinión

Las mujeres, las madres y abuelas de Ucrania, nos ablandan el corazón en esas largas colas a pie, en autos, en trenes, en sótanos, en las entradas a otros países, mientras lloran a esposos e hijos, todos los varones que en Ucrania se quedan a pelear por la libertad.

Un aspecto de la libertad es poder quedarse en la patria en que uno nació. La envidia por el territorio de los demás ya está expresada en la Biblia, desde el robo de las propiedades del vecino, como hizo Acab con la viña de Nabot, hasta la era del exilio en Babilonia. Porque el destierro babilónico de los judíos ha sido un patrón simbólico del sufrimiento de todos los desgajados de sus tierras en la historia de la humanidad.

Cuando escribo esto, por cada minuto que pasa un niño abandona Ucrania. Ellos y sus madres me han conmovido todas las fibras de la exiliada que añora su niñez y juventud en tierra propia. Así se sentirán los que temen que jamás podrán volver a su país, su casa, su familia.

Porque a muchas mujeres les fallecerán sus esposos, como lo perdí yo, cuando mi hija Mónica tenía solo 5 años, y éramos exiliados en Puerto Rico. Me quedé sin un trabajo, sin carrera terminada, sin familia cercana, sin pasado, ni futuro. Ese dolor no se sabe si no se siente. Y muchas madres quedaron sin hijos en Cuba con la operación Pedro Pan, o tuvieron que dejarlos en la isla cuando ya tenían una edad militar. Cada desterrado tiene una historia propia, irrepetible, inenarrable, imposible de imaginar.

¿Por qué Putin cree que Ucrania le pertenece y que puede quedar impune de su horrible agresión un pogromo de una nación entera? Pertenece al grupo de los seres despreciables, odiados históricamente. Como Hitler, y como Stalin, que permitió en los años 1932-1933 en Ucrania, el Holodomor, o la Gran Hambruna, período en el que, según la estimación del historiador Timothy Snyder de la Universidad de Yale, unos 3.3 millones de personas o más murieron de inanición.

Hay que anotar que ha habido muchos puntos de contacto entre los dos países durante el siglo XX, ya que la comúnmente referida como Ucrania Soviética fue una de las 15 repúblicas constituyentes de la antigua Unión Soviética, desde su formación en 1922 hasta su disolución en 1991. Algunos líderes en la Unión de Repúblicas Soviéticas, o URSS, fueron ucranianos, como Leonid Brézhnev, de una familia de obreros rusos, que fue elegido como Primer Secretario del Politburó en 1964. Y como consecuencia y dependiendo de la región del este o el oeste del país ha habido mayores o menores lealtades a Rusia.

Tengo una amiga ucraniana, compañera de la Universidad de Pensilvania, en Filadelfia, ciudad donde había una comunidad ucraniana que mantenía las tradiciones de su país con sus propias escuelas, iglesias, y clubes. De joven, sus apellidos eran Fylypowycc y Shashkevych, descendiente de Markiian Shashkevych, de alta raigambre literaria en su país, iniciador del romanticismo en Lviv. De casada y profesional, ella ha sido conocida como la Doctora Daria Montero-Paulson, profesora de John Jay College, en Nueva York.

Daria me llama por teléfono y me cuenta que llora todos los días, al ver el horror de la guerra en su país. Aunque no recuerda haber vivido allí, porque cuando terminó la Segunda Guerra Mundial, sus padres huyeron con ella de 6 meses, desde Lviv, la ciudad donde nació, y donde su mamá era maestra. Se fueron huyendo a través de los bosques a Alemania Occidental, donde de niña aprendió varios idiomas.

Finalmente, se reunieron con miembros de la familia en Filadelfia, cuando ella tendría unos 10 años. Pero siempre le recordaron su herencia, su historia, su lengua, su religión católica, del rito bizantino. Ahora le ruega a Dios a diario que ayude a su magnífico presidente Volodymyr Zelensky a ganar la guerra contra Putin “y los dejen vivir en paz”.

Mi hija tampoco recuerda vivir en Cuba, las imágenes del comienzo del exilio las ha borrado. El sufrimiento fue muy terrible. Pero sabe que su tradición es cubanoamericana. Pienso en cada uno de esos niños y cómo este trauma resonará para siempre en sus cerebros, ahora tan jóvenes, tan endebles.

Pero es en esto que tenemos que admirar un aspecto de la fuerza de la mujer, cuyo feminismo comienza en su destino natural de llevar en su vientre el futuro de su especie, y luego protegerlo con todo el vigor de su ser. Y también hay valor en las mujeres guerreras en Ucrania, modelos de una resistencia vital a perder el territorio que las ata con amor ancestral.

Sin embargo, esperemos que la guerra cese y los exiliados puedan retornar y reconstruir su país como siempre esperábamos hacer los cubanos. Porque no nos engañemos, esta guerra nos está afectando a todo el Occidente democrático, nos está cambiando la perspectiva global.

Olga Connor es una escritora cubana. Correo: olconnor@bellsouth.net.