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Tu siesta no vale que los ciclistas se batan a muerte bajo la lluvia

NICE, FRANCE - AUGUST 29: Primoz Roglic of Slovenia and Team Jumbo - Visma / Tony Martin of Germany and Team Jumbo - Visma / Fabio Aru of Italy and UAE Team Emirates / Stefan Kung of Switzerland and Team Groupama - FDJ / Mathieu Burgaudeau of France and Team Total Direct Energie / Peloton / Rain / during the 107th Tour de France 2020, Stage 1 a 156km stage from Nice Moyen Pays to Nice / #TDF2020 / @LeTour / on August 29, 2020 in Nice, France. (Photo by Tim de Waele/Getty Images)
Photo by Tim de Waele/Getty Images

Primera etapa del Tour de Francia 2020. Un Tour de Francia que, además, se ha hecho esperar. La organización ha preparado un circuito de lo más atractivo en las inmediaciones de Niza que incluye la subida dos veces de un puerto de tercera categoría. Uno de esos puertos de ciudad de costa, con su vegetación, su carretera estrecha, sus curvas suicidas. La idea no es mala para una clásica o para una tercera o cuarta etapa, con los corredores ya más ubicados en competición. Puede, incluso, que no sea mala para empezar la competición de cero, pero hay dos cosas con las que nadie cuenta: primero, la lluvia, que jarrea sobre los ciclistas; segundo, un líquido resbaladizo -algunos dicen jabón, otros gel hidroalcohólico- que se mezcla en la carretera con el agua y hace que aquello parezca patinaje sobre hielo... cuesta abajo y a 70 kilómetros por hora.

Los ciclistas, obviamente, se caen. Algunos, como Pavel Sivakov, pierden contacto con el grupo de primeras. Otros, como Philippe Gilbert, Rafa Valls o John Degenkolb, acaban directamente en el hospital. En cuanto alguien intenta acelerar el ritmo, la cámara enfoca una nueva caída. Nairo Quintana se va al suelo de costado, esquiva al resto del grupo y se pone de nuevo en marcha. Los sprinters se quedan descolgados entre montoneras. Quedan 60 kilómetros para meta y los chicos del Jumbo-Visma, auténticos patrones de la carrera con permiso del Ineos (antiguo Sky), se ponen al frente y piden calma. Hay que parar. Nos jugamos toda la temporada en tres semanas, no sabemos ni si serán tres semanas (el virus acecha) y a este paso, la mitad va a acabar en el coche de equipo.

El resto acepta. Es de suponer que acepta a regañadientes porque para muchos esta etapa está marcada en su calendario desde hace tiempo y la oportunidad de jugarse el triunfo en un descenso heroico, épico, de los de recordar para siempre, no va a presentarse muchos más días. El aficionado ve a Tony Martin extender los brazos en señal de “calma, paremos todos, no tiene sentido” y se indigna. Las redes sociales se llenan de insultos, acusaciones, promesas de apagar la tele y no encenderla hasta que empiece la liga... y, así, Astana, como si su director deportivo estuviera mirando Twitter mientras conduce, decide poner a su equipo a mover el árbol. Fiesta en el salón de estar. A los cinco minutos, fila de a uno, se cae Miguel Ángel López, el líder del equipo. Las demás escuadras se mofan. Ya no hay más guerra, solo esperar al sprint final y la victoria de Alexander Kristoff.

Los ciclistas descansan pero los aficionados no. Los aficionados siguen disgustados. Han perdido dos horas de su vida. Se les ha generado una expectativa -etapa trampa- y esa expectativa ha quedado en nada -etapa tostón-. Un aficionado al baloncesto entendería que el partido de su equipo favorito se suspendiera si hubiera goteras en el pabellón. Un aficionado al fútbol entiende que es imposible jugar a nada si la pelota no rueda. Nadie concibe que al caer las primeras gotas de lluvia, la pista central de Wimbledon no se cierre de inmediato, un auténtico zafarrancho de lonas verdes y moradas.

Sin embargo, se apunta en redes sociales, los ciclistas no pueden permitirse esos privilegios. “Es su trabajo, si no les gusta, que se hagan astronautas”, dice alguien enfáticamente. ¡Hemos perdido una siesta!, parecen decir muchos más, antes de conocer los pormenores del jabón y la carretera imposible. “Su trabajo”. Hace pocos días, Fabio Jakobsen saltó por los aires haciendo su trabajo y aún se recupera lentamente tras salir del coma. A las dos semanas, fue Remco Evenepoel el que voló por encima de un puente y salvó la vida de auténtico milagro. Uno quería ganar un sprint a Dylan Groenewegen, y el otro quería ganar Il Lombardía. A un ciclista no hay que darle lecciones de valentía y riesgo. El ciclista profesional lleva cayéndose bajo la lluvia desde que era benjamín. Sabe lo que hay. A veces, habrá perdido carreras yéndose al suelo y otras veces las habrá ganado arriesgando de más donde los demás frenaban. Ese es su trabajo.

Patinar sobre jabón rezando para que el primer día no acaben las tres semanas de Tour no lo es. Las caídas son parte de la competición, pero no son parte del “espectáculo”. Una rotura de clavícula o una pelvis fracturada no pueden entretener a nadie. En cualquier otro deporte, insisto, no habría hecho falta acuerdo tácito alguno. En cualquier otro deporte, ante la constatación de que no se puede competir, el organizador suspendería el evento. En ciclismo, no. No sé por qué, pero no. En ciclismo, los organizadores callan y dejan hacer, como dejan hacer los directores deportivos y al final es Tony Martin el que se lleva todas las tortas.

Esa concepción del ciclista no ya como un “esforzado de la ruta” sino directamente como un gladiador que debe aceptar la lucha a muerte para divertimento del pueblo me chirría. Me gusta sentir, al final de una carrera, que el que ganó era el mejor y no el único que quedó de pie. Mi idea del trabajo, del esfuerzo, del compromiso es otro. La sospecha constante me irrita: por supuesto que los ciclistas no se toman al cien por cien cada etapa a lo largo del año. Tampoco lo hacen los futbolistas, ni los baloncestistas, ni los tenistas... cuidan sus fuerzas y su cuerpo porque es lo que les da de comer. Si sus cálculos estropean tu siesta, entiendo la desgracia, pero igual eres tú el que se ha equivocado de deporte. El espectáculo es otra cosa: el espectáculo es Alaphilippe demarrando en el Col d´Eze y llevándose a Marc Hirschi a rueda. El resto, me temo, es morbo.

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