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Tito Cossa: "La palabra ha perdido importancia"

La casualidad de los números a veces es tan arrolladora que abandona por un rato su condición de azar para volverse contundente y elocuente. Roberto Tito Cossa nació el 30 de noviembre de 1934. Ese mismo día, pero cuatro años antes, Leónidas Barletta fundó el Teatro del Pueblo, considerado el primer teatro independiente y por ende piedra original de lo que sería ese movimiento clave del siglo XX y XXI para el teatro argentino, revolucionándolo por completo.

Muchos años después, ese día emblemático quedó fijado por la Legislatura como el Día del Teatro Independiente. Tito Cossa sigue a cargo, junto con un grupo de autores nacionales agrupados en la Fundación Somigliana (en honor al dramaturgo Carlos Somigliana), de llevar adelante ese teatro, cuidarlo, curar su programación y defenderlo de los avatares de todo tipo que vivió en estos 90 años y que lo encontró siempre buscando un espacio propio. De la primera sala, perdida en el Bajo porteño, aterrizó en el Viejo San Martín y finalmente, en 1943, en el sótano de Diagonal Norte, que alojó al Teatro del Pueblo por decenas de años, hasta 2016, cuando tuvieron que abandonar esa sala tan importante y buscar nuevos horizontes. Con la ayuda de gran parte de la comunidad teatral y el apoyo de Mecenazgo, Proteatro y el Fondo Metropolitano del Ministerio de Cultura de la Ciudad, entre los organismos estatales, encontraron una sala en Lavalle 3636, en esas cuadras de Almagro que desbordan de teatros, la acondicionaron y la pusieron a punto, y el pasado 30 de noviembre lograron abrir para festejar la concreción del sueño de la sala propia. La programación comenzará en febrero con el sello de siempre: la autoría nacional.

Tito Cossa es una eminencia. Un personaje fundamental de nuestra cultura. Autor de obras emblemáticas de teatro como Nuestro fin de semana, La nona y El avión negro, y de guiones como Tute cabrero y la versión fílmica de La nona; periodista de Clarín, La Opinión y El Cronista Comercial; presidente de Argentores (y actual coordinador de la comisión de cultura de la institución); uno de los creadores de Teatro Abierto; presidente de la Fundación Somigliana, encargada de llevar adelante el Teatro del Pueblo, y protagonista indiscutido de célebres debates estéticos y culturales fundamentales del siglo XX.

Defensor acérrimo de la figura del autor, Cossa sigue reflexionando acerca de los tiempos actuales en los que el rol del dramaturgo muchas veces se amalgama con el del director, situación impensada cuando Cossa comenzó a escribir. "Nací en una generación de dramaturgos apegados a la literatura; la obra era un hecho literario. La puesta en escena les correspondía a otros. El único que dirigía sus obras era Carlos Gorostiza y se lo criticaba mucho. Hoy, la mayor parte de los dramaturgos dirigen sus obras. Otros tiempos", rebate prestando especial atención a las palabras este joven de 85 años que sigue yendo a Argentores de lunes a jueves a desempeñar su tarea.

Pipa en mano, siempre, como una amiga inseparable, y con una amabilidad y calidez notables, Cossa dialogó con LA NACION revista a pocas semanas del estreno de Solo queda rezar, la flamante obra que escribió junto con su hijo Mariano, que dirigirá Andrés Bazzalo y protagonizarán Luis Longhi y Carlos Weberen en el nuevo hogar del Teatro del Pueblo.

-En 1994, en una entrevista telefónica que le hizo usted a Arthur Miller, le preguntó si el rol del autor estaba en decadencia. La respuesta de él entonces fue "un autor nunca pasará a segundo plano mientras su propósito persistente consista en ser testigo de su tiempo". ¿Cree que opinaría lo mismo hoy?

-Miller me dio una respuesta moral, ética. En realidad, debí decirle: en la década del 40 estaban vivos y escribían O'Neill, Brecht, Beckett, Ionesco, usted mismo. Hoy no hay autores de esa universalidad.

-¿Por qué piensa que sucedió ese cambio tan tajante entre aquellos años en los que los autores renovaban la escena teatral y hoy?

-Es evidente que el rol del autor ha cambiado. Hay motivos estéticos y de lucha por el prestigio. La palabra ha perdido importancia y lo que brilla hoy es el espectáculo. Jaime Kogan, el gran director desaparecido, solía decir: "Vos sos el autor de la obra, pero yo soy el autor del espectáculo". Hoy el prestigio del autor ha sido reemplazado por el del director. Para el actor este cambio favoreció su propio arte. En la actual corriente hegemónica, el actor no se siente obligado a reproducir el personaje escrito por el autor como un traje a medida. A veces, aporta su propio histrionismo creativo.

-Cuenta en su libro Escribo para estrenar que Muerte de un viajante de Arthur Miller lo marcó fuertemente para la escritura de Nuestro fin de semana y Tute cabrero, dos de sus obras más emblemáticas, ¿se acuerda otras obras o autores que causaron ese impacto?

-Ninguna con la fuerte influencia que tuvo para mí la obra de Miller. La vi cuando tenía 15 años y me dio vuelta la cabeza. Pero también pienso que cuando escribí Gris de ausencia era Armando Discépolo el que me soplaba en la nuca.

-¿Cómo llega la dramaturgia a su vida?

-Por mi incapacidad de ser actor, que era lo que me gustaba. Como no me animé a subirme al escenario me hice autor. Le tenía miedo al escenario. Y me arrepiento, hubiera querido ser actor. El teatro en realidad es el actor, todos los demás somos voyeurs de una ceremonia maravillosa que es del que está arriba.

-¿Va al teatro? ¿Cómo ve la escena actual?

-Últimamente, voy muy poco al teatro. Los años pesan. El teatro de Buenos Aires es un hecho formidable. Presumo que ni los porteños, ni nosotros, los protagonistas, tenemos idea clara de lo que significa el movimiento de teatros independientes. Hay 170 salas registradas donde diariamente se realiza un hecho teatral. Se calcula que existe otro centenar de salas provisorias, esperando su habilitación. Como siempre, conviven todas las estéticas, aunque hoy me parece que prevalece el humor, la parodia. A pesar de que voy poco, cada vez que veo un espectáculo me asombra algún actor o alguna actriz.

-¿Qué es el teatro independiente? ¿Es el mismo el de aquel entonces que el de ahora?

-Reconozco en el teatro independiente tres etapas. Desde el Teatro del Pueblo, que fue su base de origen, hasta la década del 50 fue un fenómeno más político que estético. La designación de teatro independiente en su origen fue "teatro independiente de los empresarios y del Estado". [Leónidas] Barletta crea el Teatro del Pueblo a tres meses del golpe fascista contra Irigoyen. Se propuso crear desde ese pequeño espacio un foco de resistencia. Hizo teatro, convocó a los poetas, estimuló a escribir a Roberto Arlt, a González Tuñón, a Nicolas Olivari y a Álvaro Yunque, entre otros. Abrió un corredor en el que exhibían sus obras los jóvenes pintores que hoy están en el podio de la pintura. En lo finales de los 40, en tiempos del primer peronismo, empiezan a crearse los teatros independientes que le dan fuerza al movimiento. Mantienen los principios que impuso Barletta: una ética desmesurada. Ningún integrante podía cobrar un peso por su trabajo, el teatro era una militancia política. Un actor o una actriz que fuera a trabajar en una sala comercial era condenado al ostracismo. Ya en los 60 comienza otro tiempo. Se forman las cooperativas y los actores y actrices se reparten las escasas ganancias de la taquilla.

-¿Qué lugar ocupa en este panorama el Teatro del Pueblo que está reabriendo sus puertas, ahora con sala propia luego de casi 90 años de avatares?

-El Teatro del Pueblo es el primer teatro independiente de Argentina y América Latina, el origen de este fenómeno que califiqué de formidable. Es un emblema.

-Además de presidir la Fundación Somigliana, en honor a Carlos Somigliana, a la sala principal del Teatro del Pueblo le han puesto su nombre. ¿Quién fue Carlos Somigliana para nuestra dramaturgia?

-Somigliana fue uno de los autores que surgió a mediados de la década del 60, un momento de suma importancia para la dramaturgia de Buenos Aires. Pero con una característica muy personal, en tiempos en que se imponían una corriente realista, Somigliana apareció con Amarillo, un texto (shakesperiano) que hoy tiene notable actualidad. Fue uno de los impulsores de Teatro Abierto donde estrenó una breve joya titulada El nuevo mundo. Además, aparte del teatro, trabajó junto al fiscal Strassera en el juicio a los comandantes genocidas.

-Gracias al periodismo, usted dice que obtuvo las herramientas para escribir teatro: el sentido de la información y la necesidad de síntesis. ¿Son las claves para la dramaturgia?

-No lo sé, me doy cuenta de que a mí me sirvió. Por ejemplo, en qué momento de la obra la actriz tiene que decirle "papá" al otro personaje para que el público se entere cuál es el vínculo de los dos personajes. Eso es el teatro. Ahí está la clave, ahí se evidencia si es un autor o no lo es; si se trata de un literato que narra él o es un autor que narra a través de los personajes, porque es desde ellos que tiene que salir la información. Esa es la ley del teatro realista, del teatro que cuenta una historia, esa es su condición. Dos personajes que acaban de ver un accidente y entran a escena no pueden decir "¿viste el accidente?" si lo vieron juntos. Entonces, hay que inventar un tercer personaje para que ellos le cuenten, es la manera de que se dé naturalmente porque si no se nota.

-¿Cómo surgen sus obras? ¿Por imágenes disparadoras, generadoras o temas que le interesan abordar?

-Generalmente, con una situación entre dos personajes que disparan la historia. A veces, cuando la termino, esa situación fue eliminada. Un caso que recuerdo es el de Los compadritos, que nació cuando leí que los sobrevivientes del submarino alemán Graf Spee, de la Segunda Guerra Mundial, se reunían en la Argentina para recordar su aventura.

-¿Hay un momento ideal del día para el dramaturgo?

-Como escritor soy espasmódico. No tengo hora fija y escribo cuando tengo ganas.

-¿Es posible enseñar a escribir obras de teatro?

-Desde ya. La dramaturgia tradicional está muy atada a reglas del oficio. El buen maestro debe enseñarlas. Un taller de dramaturgia tiene ser un estímulo para que el alumno escriba.

-Ha dicho en su libro Escribo para estrenar que tuvo una infancia feliz, "con buena comida casera, cama caliente y mucho afecto familiar. Sin sobresaltos, pero con gran austeridad porque no existía ni el consumismo, ni la difusión del confort ni la tecnología". Pienso esos dichos en este presente y parece otra vida, ¿cuánto influyó para Roberto Cossa autor este cambio de paradigma?

-En mis tiempos los cambios eran pausados. Me crie con heladera a hielo, luego apareció la eléctrica y así todo. Pero desde que se inventó internet siento que avanzamos dos siglos. El tren partió y yo me quedé en la estación. Tiempo atrás me podía imaginar un futuro posible. Hoy no tengo idea.

-Abriendo este tema, en febrero estrena Solo queda rezar, su nueva obra, en la que trata temas como la tecnología, la perfección, el miedo a lo desconocido...

-Cualquier información del argumento revelaría gran parte de la obra. Puedo contar que se trata del encuentro de dos personajes muy distintos y que la escribí con mi hijo Mariano, muy buen dramaturgo de un oficio impecable, una feliz circunstancia que nos permitió profundizar la relación padre-hijo. Él, además, hace la música como aporte a la puesta. La dirige Andrés Bazzalo. Yo vendré al estreno. Es una obra muy difícil. Tiene un texto muy preciso, no da para improvisar.