Tigran Petrosian, el campeón mundial de ajedrez de estilo único que es considerado un héroe nacional en Armenia

TIgran Petrosian sonríe mientras Bobby Fischer piensa antes de una partida del Mundial de ajedrez; el armenio y el estadounidense fueron dos cracks del juego-ciencia.
TIgran Petrosian sonríe mientras Bobby Fischer piensa antes de una partida del Mundial de ajedrez; el armenio y el estadounidense fueron dos cracks del juego-ciencia.

Hace sesenta años, Tigran Petrosian vencía a Mikhail Botvinnik y se coronaba campeón mundial de ajedrez. Hablar de Petrosian, que nació en 1929 y falleció en 1984, es hablar de un campeón singularísimo, cultor de un estilo de juego único, que marcó un camino para muchos ajedrecistas que vinieron después.

En Armenia es considerado un héroe nacional, un orgullo para ese país tan castigado por los avatares de la historia. Petrosian era sobresaliente tanto en el juego posicional como en la defensa. El concepto de “profilaxis” alcanzó una nueva categoría a partir de él. Por momentos parecía invencible. Llamaba la atención su creatividad en los aspectos del juego mencionados, porque en esa parte es mucho más difícil ser creativo que en el ataque.

Los focos de los espectadores apuntan a las brillanteces del juego ofensivo, pero casi nunca a la eficacia defensiva, en la que Petrosian era un artista. Popularizó el sacrificio posicional de calidad a largo plazo, un aspecto técnico en el que la superioridad de su comprensión le daba ventaja sobre sus adversarios. En las aperturas inventó varios sistemas; por ejemplo, la variante Petrosian en la defensa India de Dama, que se basa en una modesta jugada de peón-torre-dama pero que permite desarrollar con soltura las piezas blancas y dominar el centro.

Fischer saluda a Petrosian en la entrega de premios del match final de Buenos Aires 1971; junto a ellos, Miguel Quinteros, Carlos Gómez y Francisco Manrique, entonces ministro de Bienestar Social.
Fischer saluda a Petrosian en la entrega de premios del match final de Buenos Aires 1971; junto a ellos, Miguel Quinteros, Carlos Gómez y Francisco Manrique, entonces ministro de Bienestar Social.

Garry Kasparov hizo de esa variante un arma letal. Sus contemporáneos hablaban con admiración de Petrosian. Botvinnik reconoció que no conseguía prever sus jugadas. Bobby Fischer, que consiguió vencerlo en el match de Buenos Aires en 1971, dijo que Petrosian preveía el peligro veinte jugadas antes de que se presentara y actuaba en consecuencia.

Su clarividencia para entender las más variadas posiciones se hizo patente también en las partidas rápidas. Fue el mejor jugador de blitz del mundo durante los años setentas. En esa época apenas había torneos de juego veloz, de modo que los maestros competían en esa modalidad por diversión, de manera informal, a la vista del público. En ese escenario, Petrosian hacía extrovertido su carácter. Era tal su superioridad que se permitía intercambiar gestos y miradas con el público mientras despachaba al adversario de turno. Ante movidas de sus rivales hacía gestos de desaprobación o de sorpresa. En cambio, acompañaba sus propias jugadas asintiendo con la cabeza o intercambiando sonrisas cómplices con los mirones.

Otra escena de Fischer vs. Petrosian en 1971; el estadounidense ya abrió la partida y el armenio piensa su respueta.
Otra escena de Fischer vs. Petrosian en 1971; el estadounidense ya abrió la partida y el armenio piensa su respueta.

Admitió con amargura que perdió el título de campeón contra Boris Spassky el día en que cumplió los 40 años. A partir de entonces su nivel de juego bajó un poco, pero siempre era un adversario dificilísimo para todo jugador de élite. Tanto que nuevos genios emergentes, como Anatoly Karpov y Kasparov, no se libraron de perder partidas a manos de este titán del ajedrez.

El final llegó antes que lo pensado. Dijo el gran maestro serbio, y habitual contendiente, Svetozar Gligoric: “La naturaleza fue injusta con Petrosian. Había diseñado su conducta para tener una larga vida, y su filosofía personal y su instinto conservador lo corroboraban”. Pero, por desgracia, un subrepticio cáncer le arrebató la vida al armenio a los 55 años.