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Lo que dice de ti tu recetario

Pastel de piña y zanahoria glaseado con suero de mantequilla en Nueva York, el 2 de junio de 2020. Fotógrafo de alimentos: Simon Andrews. (Ryan Liebe/The New York Times)
Pastel de piña y zanahoria glaseado con suero de mantequilla en Nueva York, el 2 de junio de 2020. Fotógrafo de alimentos: Simon Andrews. (Ryan Liebe/The New York Times)
La cuarentena le ha brindado a una excolumnista de The New York Times el tiempo para ocuparse de las recetas recortadas y desteñidas de toda una vida. (Cat O'neil/The New York Times)
La cuarentena le ha brindado a una excolumnista de The New York Times el tiempo para ocuparse de las recetas recortadas y desteñidas de toda una vida. (Cat O'neil/The New York Times)

Ya está. Este es el momento perfecto. ¿Qué mejor distracción mientras sigo esquivando a un virus letal, llorando a los que no lo lograron, preocupándome por el ánimo de mi país y encontrando un poco de alivio cómico en los vínculos que de manera obsesiva les envío a mis familiares y amigos?

Sí, es el momento de aprovechar las ventajas de este arresto domiciliario virtual y depurar mi caja de recetas: ficheros muy variados y tan viejos como caóticos. Ahí los tengo, sobre una repisa de la cocina, en carpetas gordas con hojas medio sueltas de las que se desbordan recortes amarillentos de periódicos, impresiones de computadora, fotocopias borrosas y recetas escritas a mano en tarjetas de 3 por 5 pulgadas, recordatorios tangibles de una época más alegre.

Qué desastre. Durante años he querido poner en orden mis recetas; mi ordenado esposo me ha exhortado a clasificarlas y mi igualmente ordenada hijastra me ha alentado a digitalizarlas y se ha ofrecido a ayudarme (sé que en verdad lo haría).

Pero esta tarea es mía y la haré. Creo…

Confesión: Ya antes lo he intentado muchas veces. Comienzo y me detengo. Esto es lo que siempre sucede:

Las recetas están sueltas u organizadas en hojas resguardadas con plástico en álbumes de fotografías viejos. Doy vuelta a una página y leo una receta de “Spritz” (galletas de mantequilla que se hacen en una prensa de galletas) a punto de desintegrarse. Debajo de los ingredientes, en la parte inferior de la hoja, había escrito “Sra. Spirt” en uno de los pocos espacios que habían quedado libres.

¡Señora Spirt! Rosina Spirt era la madre de mi buena amiga Beverly y siempre tenía un gran frasco de galletas lleno de esos manjares. Beverly y yo las comíamos de refrigerio cuando llegábamos de la escuela mientras soñábamos con nuestro futuro. Ella sería médica (y lo es). Yo sería periodista (y lo soy). Un día, la señora Spirt me dio su receta y durante años horneé esas galletas, hasta que el trabajo y otras responsabilidades me obligaron a dejar de hacerlo. Ahora, en vez de hornearlas, reviso su receta.

¡Ah! Y estas son las indicaciones para el pastel de piña y zanahoria de un antiguo ejemplar de la revista dominical de The New York Times. En aquellos días, teníamos que guardar todo en papel. Google no existía. Confieso que no he hecho ese pastel de zanahoria en décadas. He estado demasiado ocupada. Pero quizá lo vuelva a hacer.

Aún tengo la receta del “estofado” de mi mamá: una combinación de fideos, queso, hongos, cebollas, aceitunas y algunas otras cosas. “Mamá, 1961”.

En la década de 1950 y a principios de los años 60, los estofados eran lo máximo: baratos y fáciles de hacer, si bien un poco pastosos. A mi hermano le encantaba ese guisado, aunque mamá no lo hacía tan seguido. Intentaba cocinar alimentos saludables, o lo que en ese entonces creíamos que era saludable: res horneada, pollo rostizado, asado londinense. Hacía una salsa estupenda para el espagueti (no pasta, gracias) que le dio su arrendadora italoestadounidense cuando estaba recién casada. Mamá nunca escribió la receta y, aunque sé que lleva filete de aguja y tomates italianos pelados, nunca he podido replicarla. Una gran pérdida, pero de alguna manera eso aviva mis recuerdos de esas cenas especiales con espagueti.

Ver estas páginas me recuerda que mi idea de la cocina evolucionó con el tiempo y refleja los gustos cambiantes de este país. Menos o nada de mantequilla, más aceite de oliva. Menos carne, más pescado, ensaladas frescas y vegetales al dente. Sopa de pescado del lago del Oeste, una receta compartida por Mark Bittman del Times baja en grasa y alta en ingredientes saludables. Recetas de Oprah Winfrey, como papas “fritas” horneadas (pasadas por clara de huevo, con sal y al horno). Ensaladas, pastel de pavo y no de carne, pocas grasas, poco colesterol y poca azúcar.

Marian Burros del Times realizaba un “análisis nutricional” de muchas de sus recetas, y yo las estudiaba como una alumna que se prepara para el examen de admisión a la Facultad de Derecho. En vez de galletas o pasteles, hacía manzanas al horno sin azúcar. Asaba vegetales de otoño espolvoreados con sal y rociados con aceite de oliva. Cocinaba salmón hervido. Para una sopa fría de verano, tomaba un manojo de acedera, que crece como maleza en mi jardín de Fire Island.

Mi futuro esposo y yo pasamos nuestro primer verano juntos en Fire Island, donde cocinaba con los ingredientes más frescos que podía cultivar o encontrar. Ensaladas. Acelgas salteadas y col china. Sopa fría de arándanos azules y tarta de arándanos azules, ambas con bayas silvestres.

Mi amiga Sarah y yo solíamos desafiar a las garrapatas de venado y a la hiedra venenosa para recolectar esos arándanos azules de Fire Island; esos arbustos de frutos ácidos y vinosos ya no existen porque fueron eliminados para poder construir nuevas casas. Los arándanos azules cultivados no son lo mismo, así que ya no hago ni esa tarta ni esa sopa. Pero todavía conservo esas recetas que me recuerdan una etapa especial de mi vida.

Y ese es el punto, claro.

No he depurado, digitalizado ni puesto en orden mi carpeta de recetas, ni lo haré nunca, debido a que cada una de las listas de ingredientes escritas a mano y cada recorte de periódico desprendiéndose son parte de mi historia. Veo una receta y los recuerdos se amontonan, como le pasó también a una amiga que, cuando trató de hacer una limpia de objetos innecesarios, no quiso deshacerse ni siquiera de uno solo de todos sus ramequines. No es que estuviera obsesionada con los ramequines; estaba obsesionada con los recuerdos que asociaba a cada uno de ellos.

Este implacable virus, aunque me proporciona el tiempo obligado para, finalmente, poner orden en mi colección de recetas, también ha reafirmado mi determinación de no hacerlo. Mis recetas cuentan historias. Si las depurara, las editara y las ordenara, también lo haría con mis recuerdos. De ninguna manera. Me gustan tal y como están.

Receta: Pastel de piña y zanahoria glaseado con suero de mantequilla

De Jean Hewitt

Rinde para 48 rebanadas

Tiempo total de preparación: una hora

Para el pastel:

2 tazas / 255 gramos de harina

1 cucharadita de bicarbonato

1/2 cucharadita de sal

1 1/2 tazas / 300 gramos de azúcar

2 cucharaditas de canela

3 huevos

3/4 de taza / 175 mililitros de suero de mantequilla

1/2 taza / 120 mililitros de aceite

2 cucharaditas de vainilla

1 lata (225 gramos) de piña en trocitos

2 tazas / 250 gramos de zanahorias crudas finamente ralladas (no debe haber nada líquido)

1 taza / 120 gramos de nueces picadas grueso

1 taza / 85 gramos de hojuelas de coco sin azúcar

Para el glaseado de suero de mantequilla:

2/3 de taza / 135 gramos de azúcar

1/4 de cucharadita de bicarbonato

1/3 de taza / 80 mililitros de suero de mantequilla

1/3 de taza / 75 gramos de mantequilla

2 cucharadas de jarabe de maíz ligero

1/2 cucharadita de vainilla

1. Calienta el horno a 180 grados Celsius.

2. Cierne la harina, el bicarbonato, la sal, el azúcar y la canela en un tazón. Bate los huevos con el suero de mantequilla, el aceite y la vainilla, y añade la mezcla a los ingredientes secos de una sola vez. Mezcla hasta suavizar.

3. Incorpora la piña, la zanahoria rallada, las nueces y el coco, y vierte a un molde para hornear de 23 por 33 centímetros, engrasado y enharinado. Hornea durante 45 minutos o hasta que el centro recupere su forma original cuando lo tocas con suavidad.

4. Aproximadamente quince minutos antes de que esté listo el pastel, elabora el glaseado. Mezcla todos los ingredientes, excepto la vainilla, en una olla pequeña. Ponlos a calentar a fuego medio, removiendo, y déjalos hervir durante cinco minutos solamente.

5. Retira del fuego e incorpora la vainilla, removiendo.

6. Saca el pastel del horno, dale pinchazos con un tenedor y, lentamente, vierte encima el glaseado de suero de mantequilla. Deja enfriar en el molde y corta en rebanadas.

© 2020 The New York Times Company