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Nueva teoría contra el coronavirus: ¿podría un cubrebocas ser una 'vacuna' rudimentaria?

People are seen with mouth covers on July 25, 2020 in Mexico City, Mexico. Mexico's City Mayor Claudia Sheinbaum said yesterday that the epidemic traffic light will remain at the orange alert level due to a growing demand for hospital beds and fears that there could be a resurgence of coronavirus cases and turn back to the red alert. The city remains at the second-highest risk level due to the increase in the number of hospitalized patients during the last week.     (Photo by Guillermo Gutiérrez/NurPhoto via Getty Images)
Foto: Guillermo Gutiérrez/NurPhoto via Getty Images

Mientras el mundo espera la llegada de una vacuna segura y efectiva contra el coronavirus, un equipo de investigadores ha presentado una nueva teoría provocadora: los cubrebocas podrían ayudar a inmunizar de manera rudimentaria a algunas personas contra el virus.

La idea no comprobada, descrita en un artículo publicado el 8 de septiembre en la revista New England Journal of Medicine, está inspirada en el antiguo concepto de la variolización, la exposición deliberada a un patógeno para generar una respuesta inmune protectora. Intentada por primera vez en la lucha contra la viruela, la práctica riesgosa terminó cayendo en desuso con el tiempo, pero estableció las bases para el auge de las vacunas modernas.

Las exposiciones con cubrebocas no son sustitutas de una verdadera vacuna. Sin embargo, datos extraídos de animales infectados con el coronavirus, así como conocimientos extraídos de otras enfermedades, sugieren que los cubrebocas, al disminuir la cantidad de virus que se encuentra en las vías respiratorias de una persona, podrían hacer menos probable que el portador se enferme. Y si un pequeño número de patógenos logra colarse, los investigadores argumentan que podrían incitar al cuerpo a producir células inmunitarias que pueden “recordar” al virus y permanecer activas para combatirlo de nuevo.

“Puedes tener el virus, pero ser asintomático”, afirmó Monica Gandhi, especialista en enfermedades infecciosas en la Universidad de California en San Francisco y una de las autoras del artículo. “Entonces, si puedes incrementar las tasas de infecciones asintomáticas con los cubrebocas, quizás eso pudiera convertirse en una forma de variolización de la población”.

Eso no significa que las personas deban ponerse un cubrebocas para inocularse de manera intencional con el virus. “Esto no es en absoluto una recomendación”, dijo Gandhi. “Tampoco lo son las ‘fiestas de la varicela’”, añadió, refiriéndose a las reuniones sociales donde se mezclaban personas sanas y enfermas.

La teoría no puede ser comprobada directamente sin ensayos clínicos que comparen los resultados de las personas con cubrebocas en presencia del coronavirus con aquellas que no utilicen cubrebocas. Y esa es una configuración experimental nada ética. Aunque la teoría intrigó a expertos externos, estos se mostraron reacios a aceptarla sin tener más datos. Además, aconsejaron tener una interpretación cuidadosa.

“Parece ser una teoría que asume muchas cosas”, dijo Saskia Popescu, epidemióloga de enfermedades infecciosas radicada en Arizona que no estuvo involucrada en el artículo. “No tenemos muchos elementos para apoyarla”.

Asumida de manera incorrecta, la idea podría causar que las personas con cubrebocas caigan en una falsa sensación de complacencia, lo que las pondría en un mayor riesgo, o quizás podría incluso impulsar la noción incorrecta de que las coberturas faciales son inservibles contra el coronavirus, ya que no logran que el portador sea inmune a la infección.

“Todavía queremos que las personas sigan todas las otras estrategias de prevención”, afirmó Popescu. Eso incluye seguir evitando multitudes, cumplir con el distanciamiento físico y lavarse las manos. Esas estrategias se superponen en cuanto a sus efectos, pero no pueden reemplazarse entre sí.

La teoría de la variolización del coronavirus depende de dos hipótesis que son difíciles de comprobar: que dosis menores del virus se traducen en una enfermedad menos grave y que las infecciones leves o asintomáticas pueden estimular la protección a largo plazo contra episodios posteriores de la enfermedad. Aunque otros patógenos proporcionan cierto precedente para las dos conjeturas, la evidencia referente al coronavirus sigue siendo escasa, en parte porque los científicos solo han tenido la oportunidad de estudiar el virus durante pocos meses.

Algunos experimentos en hámsteres han insinuado una conexión entre la dosis y la enfermedad. Hace unos meses, un equipo de investigadores en China reveló que hámsteres alojados detrás de una barrera hecha con mascarillas quirúrgicas tuvieron menos probabilidades de infectarse con el coronavirus. Aquellos que contrajeron el virus experimentaron una enfermedad más leve que otros animales que no tuvieron protección de mascarillas.

Unas cuantas observaciones en humanos parece apoyar también esta tendencia. En entornos concurridos donde las máscaras son de uso generalizado, las tasas de infección parecen desplomarse. Y aunque los revestimientos faciales no pueden bloquear todas las partículas de virus que se aproximan, sí parecen estar vinculados con manifestaciones menos graves de la enfermedad. Los investigadores han descubierto brotes mayormente silenciosos y asintomáticos en lugares que van desde cruceros hasta plantas de procesamiento de alimentos, todos llenos en su mayoría de personas con cubrebocas.

Los datos que vinculan la dosis con los síntomas han sido recopilados para otros microbios que atacan las vías respiratorias humanas, incluyendo al virus de la influenza y bacterias que causan la tuberculosis.

Pero a pesar de ser una investigación de décadas, los mecanismos de la transmisión aérea siguen siendo mayormente “una caja negra”, afirmó Jyothi Rengarajan, experta en vacunas y enfermedades infecciosas de la Universidad Emory, quien no estuvo involucrada en el artículo.

Esto se debe en parte a que es difícil precisar la dosis infecciosa necesaria para enfermar a una persona, dijo Rengarajan. Incluso si los investigadores llegaran a establecer una dosis promedio, el resultado sería diferente en cada persona, ya que factores como la genética, el estado inmunitario de una persona y la “arquitectura” de sus conductos nasales pueden influir en la cantidad de virus que invade el tracto respiratorio.

Confirmar la segunda parte de la teoría de la variolización —que las mascarillas permiten la entrada de la cantidad justa de virus para preparar el sistema inmunitario— podría ser incluso más complicado. Aunque varios estudios recientes han señalado la posibilidad de que los casos leves de COVID-19 pueden provocar una respuesta inmunitaria fuerte al coronavirus, la protección a largo plazo no puede ser comprobada hasta que los investigadores recopilen datos de las infecciones por meses o años después de que estos se hayan resuelto.

En general, la teoría “tiene algunos méritos”, aseguró Angela Rasmussen, viróloga de la Universidad de Columbia que no estuvo involucrada en el artículo. “Sin embargo, sigo siendo bastante escéptica”.

Es importante recordar, afirmó, que las vacunas son por definición menos peligrosas que las infecciones reales, y es la razón por la que prácticas como la variolización (algunas veces llamada variolación o inoculación) terminaron siendo obsoletas. Antes de que se descubrieran las vacunas, los médicos frotaban extractos de las costras o pus de la viruela dentro de una incisión en la piel de personas sanas. Las infecciones resultantes eran por lo general menos graves que los casos de viruela contraídos de forma normal, pero “definitivamente hubo personas que contrajeron viruela y murieron por la variolización”, aseguró Rasmussen. Además, la inoculación, a diferencia de las vacunas, puede hacer que las personas sean contagiosas para los demás.

Gandhi reconoció estas limitaciones y señaló que la teoría no debe ser interpretada como otra cosa más que eso, una teoría. Sin embargo, dijo, “¿Por qué no aumentar las posibilidades de no enfermar y de tener algo de inmunidad mientras esperamos por la vacuna?”.

This article originally appeared in The New York Times.

© 2020 The New York Times Company

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