Ted Cruz siempre ha tenido un plan maestro. Ahora podría llegar hasta la Casa Blanca.

A lo largo de su corta y polarizada carrera en la política electoral, Ted Cruz, senador por Texas, ha sido llamado de muchas maneras, sobre todo por los liberales: “sucio canadiense” (Jon Stewart), “criatura de los infiernos” (Cher) o “el canadiense más peligroso de América” (El Huffington Post).

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En marzo, el senador Ted Cruz anunció su candidatura a la presidencia en la Liberty University, en Lynchburg, Virginia. (Foto: Mark Wilson/Getty Images)

Sin embargo, fue uno de sus pares conservadores quien le puso un apodo difícil de superar. En 2013, cuando Cruz protestó contra la política de drones, adoptando una estrategia de filibusterismo que afectó la nominación de John Brennan como nuevo director de la CIA, John McCain le comentó al reportero Jon Ward (ahora corresponsal político de Yahoo News) que su nuevo colega era un “pájaro loco”.

El apodo hizo mella. Fue estampado en camisetas y apareció en innumerables titulares. Hasta el propio Cruz exhibe con orgullo una gorra negra de béisbol con una foto del Pato Lucas y la frase “pájaro loco” en su oficina del Senado.

Al apodarlo de esa manera, McCain hizo que Cruz pareciera una persona frívola y chiflada. De hecho, así es como la mayor parte de la prensa y la opinión pública ha caracterizado a este texano, sobre todo desde que apareció en Washington hace tres años y comenzó a provocar a sus colegas republicanos y a apropiarse del proceso legislativo, por lo que fue catalogado de demagogo ultraderechista, irresponsable y capaz de comportarse de manera contraproducente e irracional. El obstruccionismo ostentoso de Cruz sufre de “contradicciones lógicas básicas” y “simplemente carece de sentido”, escribió Molly Bola de The Atlantic en 2013. Los “líderes fanáticos” como Cruz “olvidan que la clave del liderazgo es obtener resultados que permitan ganar ventaja”, añadió la revista Inc.

Muchos críticos se mostraron escépticos cuando, en un discurso pronunciado el 23 de marzo, en la Liberty University, una universidad evangélica de Virginia, Cruz se convirtió en el primer republicano en anunciar que entraría en la carrera presidencial para las elecciones del 2016. En aquel momento, Nate Cohn de The New York Times comentó: “La pregunta más profunda que podemos hacernos acerca de la candidatura del señor Cruz es si tiene una ínfima posibilidad de ganar o ninguna en absoluto”.

“Hasta Dan Pfeiffer, ex asesor del presidente Obama, reconoció que Cruz está llevando a cabo ‘la mejor campaña de la oposición’”.

Pero, de repente, parece que Cruz realmente está llevando a cabo lo que Dan Pfeiffer, ex asesor del presidente Obama, reconoce como “la mejor campaña de la oposición”. Hasta la fecha ha recaudado más dinero que cualquier republicano, aparte de Jeb Bush y ha obtenido más fondos fuera del comité de acción política (PAC por sus siglas en inglés) que los que obtuvo cualquier otro periodo republicano. También dispone de más dinero en efectivo que cualquiera de sus rivales del Partido Republicano. Fue el primer candidato en reclutar moderadores en los 171 condados de Iowa, Nuevo Hampshire, Carolina del Sur y Nevada. Es el único candidato que durante meses ha estado llamando y enviando delegados a los cinco territorios extra continentales de los Estados Unidos: Puerto Rico, la Mancomunidad de las Islas Marianas del Norte, Samoa Americana, Guam y las Islas Vírgenes. El fin es asegurarse delegados que puedan ejercer influencias decisivas para su campaña (más adelante explicaremos más detalles al respecto). De hecho, está preparándose mucho más que cualquier otro republicano para las primarias SEC, una nueva votación que tendrá lugar el primero de marzo en del sudeste de los Estados Unidos. Ya ha reclutado a más de 100 directores de campaña en todo el país y 1.500 voluntarios solo en Georgia. Y desde el inicio se ha abstenido de criticar abiertamente al favorito Donald Trump. Eligió una estrategia más sutil: posicionarse como el heredero de Trump, en caso de que el rimbombante magnate del sector inmobiliario fracase o dimita, algo que Cruz predijo públicamente.

Mientras tanto, gracias a que supo cómo actuar en debates importantes y a una racha de buena suerte -el gobernador de Wisconsin, Scott Walker, abandonó la campaña, y el senador de Kentucky, Rand Paul, fracasó en su intento de encender a los independentistas-, Cruz está mano a mano con Marco Rubio. También está luchando por el tercer lugar en las encuestas nacionales y supera a Ben Carson, por lo que ocupa el segundo lugar en Iowa, donde una nueva encuesta de la Universidad Quinnipiac muestra que Cruz ha duplicado sus votantes durante las últimas cuatro semanas. Ahora los observadores creen que tiene una oportunidad muy clara de consolidar el voto conservador. Como resultado, el criterio convencional ha cambiado. Muchas personas han comenzado a pensar que, después de todo, quizá Ted Cruz no sea un pájaro loco, sobre todo si se trata de organizar una campaña presidencial. De hecho, parece que sabe exactamente qué está haciendo.

“Todos los políticos planifican, complotan o generan intrigas. Es parte de su trabajo. Pero no todos los políticos son buenos a la hora de hacerlo. Ted Cruz lo es”.

De hecho, ahí está la clave: Ted Cruz siempre ha sido el autor intelectual de la jugada, no un pájaro loco.

Por más que te parezca mal, todos los políticos planifican, complotan o generan intrigas. Es parte de su trabajo. Pero no todos los políticos son buenos a la hora de hacerlo.

Ted Cruz lo es. Desde su adolescencia, ha invertido la mayor parte de su tiempo, energía y ambición ilimitada en desarrollar su pensamiento estratégico, es decir, el arte de hacer un plan y seguirlo. Perfeccionó sus habilidades como orador en los debates que tenían lugar en la Universidad de Princeton. De hecho, las ha mejorado hasta llegar a convertirse en uno de los abogados de apelación más eficaces del país. Confió en ellas durante su primera campaña en Texas, en la que tenía pocas posibilidades. Y ahora las está desplegando en el ámbito nacional, transformándose en un polémico senador y candidato presidencial. A excepción de Frank Underwood, la estrella de la serie de ficción House of Cards de Netflix, en la política estadounidense no existe una figura más astuta y calculadora que Cruz. Hasta ahora casi todas sus estrategias han dado sus frutos.

“Ted tiene un gran talento para el pensamiento estratégico”, comentó Charles Cooper, co-socio de la firma D.C., donde Cruz ejerció como abogado por primera vez. “Él sabe que lo que dices y haces hoy puede sentar las bases para lo que quieras lograr mañana, ya sea dentro de un año o más adelante. Se trata de una capacidad de visión fundamental tanto en la abogacía como en la política”.

Si repasamos la vida de Cruz, el “maestro de la estrategia”, podemos ver cómo ha trazado su camino hasta convertirse en un posible presidente. También podemos dilucidar cuál podría ser su próximo movimiento.

Incluso es posible entrever cómo podría ser derrotado.

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Ted Cruz cuando era bebé, junto a su padre, en un anuncio de campaña electoral.

Rafael Edward Cruz tenía 17 años cuando ingresó a la Universidad de Princeton. En ese momento había dejado atrás su apodo familiar “Felito” y había apostado por uno que sonase más estadounidense “Ted”. Ya había leído a Adam Smith, al libre economista Milton Friedman y al héroe libertario Ludwig von Mises. Ya había pasado cientos de horas estudiando la Constitución, los Documentos Federalistas y otros documentos de la fundación del Free Enterprise Institute de Houston, donde su padre lo había apuntado a clases, cuatro años antes. Ya era un republicano conservador.

“Todos nos volvemos más conservadores a medida que envejecemos. ¿Por qué esperar a envejecer si puedes ser conservador ahora?”, dijo Cruz, según recuerda uno de sus compañeros de estudios.

Nacido en Canadá, de madre norteamericana y padre cubano, Cruz estaba tan entusiasmado con esta idea que cuando empezó la universidad ya había investigado si podría llegar a ser presidente.

“Todos nos volvemos más conservadores a medida que envejecemos”, dijo Cruz cuando iba a la universidad. “¿Por qué esperar a envejecer si puedes ser conservador ahora?”.

“Él sabía lo que quería”, le contó al Washington Post Michael Lubetzky, un amigo de Cruz de su época en Princeton. “Hablamos muchas veces sobre la cláusula que rige a los “ciudadanos por nacimiento”, en la Constitución. Ted dijo que cuando era chico había investigado si podía llegar a ser presidente”.

Cruz trató de lanzar su carrera política en Princeton. A lo largo de cuatro años hizo campaña para el consejo estudiantil, para presidente de clase y de la mesa de debate, entre otros puestos. Casi siempre perdía. Según los compañeros de Cruz, el problema era sencillo y no se resolvía simplemente aplicando un enfoque estratégico: muchos lo encontraban antipático. Entre las palabras que usaban para describir a Ted Cruz hace décadas encontramos: “abrasivo”, “intenso”, “estridente”, “excéntrico”, “arrogante” e incluso “espeluznante”.

En cierto sentido, la democracia es un concurso de popularidad. Sin embargo, mientras que la mayoría de los políticos despliegan su simpatía para captar la atención de los votantes, Cruz ha demostrado desde muy joven una profunda reticencia a ocultar las cualidades que sus contrincantes tienden a camuflar para sumar votos: el narcisismo, la intriga y la avaricia descarada por el poder. Basta con pensar en cómo Cruz está coqueteando con Trump (y, en menor grado, con Carson) y en el hecho de que admitiera que la única razón que lo guía es la posibilidad de captar electores si estos candidatos se quedan a mitad del camino. Es como si él hubiera decidido que su habilidad para manipular a la competencia es una gran ventaja, mucho más importante que ser agradable.

Cruz logró su mayor éxito en Princeton como miembro de la Whig-Cliosophic Society, el centro escolar destinado a los debates. Se incorporó en su primer año, pasó casi cada fin de semana en acción, junto a su equipo, y se convirtió rápidamente en el polemista colegiado número uno de la nación.

Ted Cruz era conocido por su habilidad para destilar un argumento y reducirlo hasta su versión más simple. A menudo lo que decía quedaba en un segundo plano ante lo llamativa que era su manera de hablar. Solía acosar a sus oponentes y seducir a los estudiantes que fungían como jueces, a quienes cautivaba con una serie de trucos tácticos. Practicaba sus artimañas en largos debates que se extendían hasta entrada la madrugada, en los que sus compañeros se veían obligados a participar bajo la insistencia de Cruz. “¿Si estuviéramos luchando contra nosotros mismos, qué haríamos para ganar?” preguntaría Cruz. “¿Qué podríamos haber hecho para conseguir más puntos?”.

Sin embargo, lo que realmente distinguía a Cruz era su don para la estrategia.

“Es como jugar al ajedrez con él”, dijo Sacha Zimmerman, una polemista de Columbia que conocía a Cruz del mundo de los debates. “Es como una máquina. Se percata de todas las opciones, el plan B y C. ‘Si sucede esto, entonces pasará aquello’”.

Zimmerman comentó que Cruz, en lugar de responder a los argumentos de sus oponentes, lograba “reformular todo el debate”.

“Cruz pensaba en todas las posibilidades de antemano y encontraba la vía para lograr que funcionaran, sin importar cuál era el tema del debate”, explicó. “La mayoría de nosotros no lo hacíamos. Nos presentamos y descubríamos que tendríamos que hablar sobre las ‘ideas detrás de la noción de libertad’ o lo que fuera, y en nuestros 10 minutos de preparación organizábamos lo que queríamos decir. En cambio, Cruz ya tenía su enfoque muy bien trazado, y había evaluado cada argumento alternativo. Eso suponía una enorme ventaja para él”.

Cruz, flanqueado por Carly Fiorina y Chris Christie, el gobernador de Nueva Jersey, durante el debate presidencial del mes pasado en Boulder, Colorado. (Foto: Justin Sullivan/Getty Images)

Para ver a Cruz ejecutando sus maniobras, mira el debate en CNBC del mes pasado en Boulder, Colorado. En un momento, el moderador, Carl Quintanilla, le preguntó a Cruz si su oposición al reciente acuerdo sobre el presupuesto bipartidista es un ejemplo de que él “no es el tipo de político resolutivo que los votantes estadounidenses quieren”. Cruz no solo se negó a contestar sino que transformó la pregunta dócil de Quintanilla en la prueba irrefutable de que vivimos una época en la que los principales medios de comunicación tienen prejuicios contra los republicanos.

“Hasta ahora, las preguntas que se han planteado en este debate solo ilustran por qué el pueblo estadounidense no confía en los medios de comunicación”, vociferó Cruz. “Nos tienden emboscadas. Puedes darte cuenta de ello por el tipo de preguntas: ‘Donald Trump, ¿es usted un villano de cómic?’, ‘Ben Carson, ¿sabes algo de matemáticas?’, ‘John Kasich, ¿insultarías a dos de las personas aquí presentes?’, ‘Marco Rubio, ¿por qué no renuncias?’, ‘Jeb Bush, ¿por qué se derrumbó su puntaje? Pero, ¿qué tal si hablamos de las cuestiones que a las personas les preocupan de verdad?”.

La audiencia se encendió. Según Frank Luntz, quien ha participado en grupos focales de debates presidenciales durante más de 15 años, la respuesta de Cruz recibió una puntuación de 98 sobre 100, la mejor calificación obtenida hasta ahora.

Sin embargo, si lo miras por segunda vez, lo que llama la atención del pivote de Cruz es cuán premeditado suena. En este discurso se evidencia que Cruz es capaz de responder con notable precisión: recitó de un tirón las preguntas incómodas que les habían hecho a sus rivales. Quedó claro que Cruz llegó a Boulder con la idea de pasar la primera parte del debate y para ello guardó en su mente cada una de esas preguntas “prejuiciosas” para usarlas a su favor en sus argumentos. Cuando Quintanilla se abalanzó contra él, Cruz ya estaba listo para contraatacar.

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Cruz continuó desplegando su estrategia mientras estudiaba en la Escuela de Derecho Harvard. Su firma de autor, o más bien, sus firmas de autor, lo delataban. Cuando escribió para la revista Harvard Latino Law Review, una revista de la que fue cofundador, Cruz firmó sus artículos como “Rafael E. Cruz”. En otros medios, como en la conservadora Harvard Journal of Law and Public Policy, el pie de firma que elegía era “R. Ted Cruz”. Algunas conversaciones con estudiantes de Derecho que fueron compañeros de Cruz, sobre todo con aquellos que trabajaron junto a él en la prestigiosa Harvard Law Review, sugieren que Cruz no era el miembro más responsable. Prefería ser el asistente de investigación de varios profesores influyentes, que luego podrían hacerle cartas de recomendación, antes que dedicarse a atender asuntos menos urgentes.

“Cuando escribió para la Harvard Latino Law Review, Cruz firmó sus artículos como ‘Rafael E. Cruz’”. “Para otros sitios, optaba por firmar como ‘R. Ted Cruz’”.

El objetivo principal de Cruz en Cambridge estaba claro: quería ganar una pasantía con William Rehnquist, el presidente de la Corte Suprema. “Desde el primer día”, recordó su compañero de estudio, “esa era su meta a corto plazo”. Todo el mundo sabía que Rehnquist, un devoto jugador de tenis, prefería contratar empleados que compartieran su pasión. Pero Cruz nunca ha tenido una raqueta en sus manos.

Cuando Rehnquist se reunió con Cruz para una entrevista de trabajo, le preguntó: “¿Estaría dispuesto a jugar al tenis conmigo y mis empleados?”.

“Debo confesar que no soy muy bueno”, afirmó Cruz en aquel momento.

Pero lo que Cruz no menciona, aunque varios compañeros de clase lo recuerdan, es que en aquella época él era “muy extrovertido” y había escrito en su solicitud de pasantía que sabía jugar al de tenis.

De todas formas, Cruz consiguió el trabajo. Para prepararse, pasó los siguientes meses practicando tenis casi a tiempo completo con un entrenador personal. Pero las lecciones no le sirvieron de mucho: a Cruz lo bombardearon en los primeros partidos dobles que jugó contra Rehnquist, cuyo equipo ganó 6-0, 6-0 y 6-0.

En 1998, Cruz se trasladó a una firma en Washington que por aquel entonces se conocía como Cooper & Carvin. Él fue el primer asociado en ser contratado. “Ted tenía un currículum de oro”, recordó Mike Carvin, quien es considerado como “el mejor defensor del ala dura de la derecha”. Carvin es el abogado que se presentó contra el ‘Obamacare’ ante el Tribunal Supremo, a principios de este año, en la instancia denominada King vs. Burwell. “Pensamos que sería un candidato excelente para trabajar en el sector privado”. Las artimañas de Cruz daban sus frutos una vez más.

Desde el principio, Cruz se aficionó a las leyes que quería practicar durante la década siguiente: los litigios de apelación. De hecho, se trata de un elemento clave para comprender a Cruz. Como escribió el año pasado en The New Yorker el periodista jurídico Jeffrey Toobin: “Los abogados litigantes, civiles o penales a menudo toman los casos cuando es posible llegar a arreglos. Muchos de sus casos terminan con pactos o acuerdos con la fiscalía. Sin embargo, los abogados litigantes como Cruz aparecen después de la tregua, en las apelaciones. Su trabajo consiste en lograr un buen caso y sacar el máximo partido posible”.

Para Toobin, los conocimientos jurídicos de Cruz explican “el tipo de político en el que se ha convertido, uno que llegó a Washington no para conseguir un acuerdo sino para marcar la diferencia”.

Es cierto. Pero entre los abogados litigantes y los abogados litigantes de apelación existe otra diferencia fundamental, una clave que arroja luz sobre la figura de a Cruz. Los abogados litigantes discuten sobre hechos: ¿el semáforo era verde o rojo? Mientras que los litigantes de apelación discuten sobre la propia ley, lo que dice, lo que significa y cómo se aplica en el caso que les ocupa. Para ser un buen abogado de apelación -Cruz “es el mejor abogado de apelaciones del Estado de Texas y uno de los mejores de la nación”, según James Ho, su sucesor como procurador general en Texas-, hay que conocer muy bien las reglas. Aunque también hay que saber cómo usarlas a tu favor.

“Como abogado general de la Procuraduría de Justicia, Cruz defendió nueve casos ante la Corte Suprema de Estados Unidos, más que cualquier abogado practicante en Texas y que cualquier miembro actual del Congreso”.

En Cooper & Carvin, el talento de Cruz en el ámbito del derecho de apelación salió a la luz cuando participó en un caso que involucró a dos congresistas estadounidenses: Boehner vs. McDermott. Una pareja de Florida había utilizado un escáner de la policía para espiar al representante John Boehner, de Ohio, mientras hablaba de la falta de ética de Newt Gingrich, miembro de la Cámara de Representantes, y los problemas en los que se había metido. La conversación formó parte de una conferencia telefónica entre Boehner y el mismo Gingrich, junto a otros líderes republicanos. La pareja le dio el audio de la llamada al representante demócrata, John McDermott, presidente de la comisión investigadora del caso Gingrich, y este, a su vez, se la facilitó a varios periódicos. Boehner interpuso una demanda. Inicialmente, un tribunal de distrito dictaminó que McDermott no había violado la ley, argumentando que a pesar de que alguien había grabado la llamada de forma ilegal, McDermott, como intermediario, estaba protegido por la cláusula de la libertad de expresión de la Primera Enmienda porque la conversación de la cinta era un asunto de interés público.

Boehner apeló. Fue entonces cuando Cruz, quien en aquel momento tenía 28 años, entró en acción. En tanto “arquitecto clave de nuestra estrategia legal”, según palabras de Carvin, Cruz reformuló todo el debate, instando a sus jefes a preguntarse, en primer lugar, si una cinta que terminó en manos de un periódico podía ser considerada una declaración. Esta vez, el tribunal se puso del lado de Boehner. De acuerdo con el fallo, McDermott hizo “una copia de la cinta” para dársela a la prensa. Eso significaba que, al tratarse de un acto, no estaba protegido por la Primera Enmienda.

Cruz era muy eficaz en Cooper & Carvin pero sus superiores avizoraron que estaba preparando su próximo movimiento. “Estaba claro”, dijo Cooper. “Se mostraba muy motivado con todo lo que se relacionaba con la política pública. Estaba muy interesado en la política en sí. Pero lo que nos resultaba curioso en Ted no era su interés sino su talento potencial como político”.

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Hace más de una década, antes de postularse, Cruz se unió a la campaña presidencial de George W. Bush como asesor de política interna. Cuando las elecciones se pervirtieron debido a los errores en las papeletas correspondientes a los votos de Florida, Cruz, quien se ha descrito a sí mismo como “el único abogado constitucionalista practicante” de la campaña, se encargó de facilitar la comunicación y mantener la coherencia entre los siete equipos jurídicos de Bush. De nuevo, Cruz se encontró en una posición estratégica clave y volvió a sobresalir. “Fue muy rápido y retorcido”, recordó Carvin, quien fue reclutado por su antiguo empleado y terminó representando a Bush ante la Corte Suprema de Florida. “Ted siempre estaba analizando los diferentes desafíos de forma muy sofisticada e inteligente”.

Sin embargo, la inteligencia de Cruz tiene sus límites. Su pensamiento estratégico puede haberle sido útil a Bush en la corte, pero lo cierto es que Cruz no se permitía una pausa y eso fue conflictivo. Según un reportaje publicado en GQ, Cruz comenzó a enviar “correos electrónicos de trabajo con mensajes triviales en medio de la noche” muy a menudo. Sus colegas empezaron a sospechar que “los escribía con antelación y programaba su dispositivo para que los enviara mientras dormía” para dar la impresión de que trabajaba sin cesar. También mandaba, de forma regular, mensajes en los que explicaba sus últimos logros. Alguien las comparó con “las tarjetas que la gente envía por Navidad a sus familias”, y señaló “que las de Ted versaban solo sobre él y eran más frecuentes”. Después de las elecciones, muchos de sus colegas de campaña fueron recompensados con puestos de trabajo en la Casa Blanca, y Cruz esperaba lo mismo. Pero una vez más, sus artimañas habían puesto a demasiadas personas en su contra. Así que fue exiliado al Departamento de Justicia y más tarde a la Comisión Federal de Comercio.

El entonces abogado general de la Procuraduría de Justicia de Texas Ted Cruz y el Procurador General de Texas Greg Abbott en la puerta del la Corte Federal en Austin, Texas, 2006. Acuden para argumentar un caso relacionado con la redistribución de los distritos del Congreso. (Foto: Harry Cabluck/AP)

Sin embargo, al poco tiempo Cruz tuvo la oportunidad de volver a poner a prueba sus habilidades estratégicas. En Texas, el recién elegido Procurador General, Greg Abbott, decidió poner en marcha una operación de la Procuraduría de Justicia, la operación más agresiva del país. Y encontró en Cruz, a quien había nombrado procurador general en 2002, al lugarteniente perfecto. La pareja recorrió el país buscando los litigios vigentes entre los estados y Washington, para insertar a Texas en los procedimientos siempre que fuera posible. Al hacer esto, Cruz y Abbott estaban siguiendo una tradición consagrada en el tiempo. Las Procuradurías de Justicia suelen buscar casos que les permitan avanzar en sus intereses electorales. La única diferencia fue que Cruz y Abbott estaban siendo más audaces que sus predecesores.

Cruz había encontrado su vocación. Como abogado general de la Procuraduría de Justicia, defendió nueve casos ante la Corte Suprema de Estados Unidos, más que cualquier abogado practicante en Texas y que cualquier miembro actual del Congreso. Ganó cinco y perdió cuatro. Sin embargo, sus pérdidas fueron menores y sus victorias trascendentales. El sucesor de Cruz, James Ho, quien se refiere al senador como su “mentor”, explicó dos ejemplos concretos que desvelan el genio estratégico de Cruz.

El primero fue un caso que Cruz ha tomado como pieza central del discurso de su campaña desde que se presentó al Senado en 2011: Medellín vs. Texas. Los hechos nunca estuvieron en duda. José Medellín, un ciudadano mexicano, fue condenado a muerte por la violación y el asesinato de dos adolescentes en Houston. El hombre confesó el crimen inmediatamente después de haber sido detenido. Sin embargo, como las autoridades estadounidenses no le informaron a Medellín y a otros 50 ciudadanos mexicanos que estaban en una situación similar que tenían derecho a solicitar asistencia jurídica al gobierno mexicano, el brazo de la ley de las Naciones Unidas pidió que se reabrieran esos casos. La administración de Bush estuvo de acuerdo.

Medellín parecía un caso imposible de ganar. “Desde el punto de vista estratégico, en el otro lado estaban, literalmente, el presidente de Estados Unidos, la Corte Internacional de Justicia y numerosos países extranjeros”, comentó Ho. “Era un obstáculo muy difícil de superar”.

Pero Cruz, como siempre, tenía un plan. Él, una vez más, reformuló todo el debate. “Tanto desde el punto de vista de la ley como de la política, creo que la lucha fundamental es la meta-batalla que implica reelaborar la narrativa”, explicó Cruz. “En el caso Medellín, la narrativa de la otra parte era muy sencilla y comprensible. ‘¿Puede el estado de Texas pasar por alto las obligaciones de los tratados estadounidenses, las leyes internacionales, al presidente de los Estados Unidos e incluso al mundo?’. Si al llegar a su casa el juez Kennedy le explicaba a su nieto ‘este caso versa sobre si un estado puede ignorar las obligaciones de los tratados estadounidenses’, entonces hubiéramos estado perdidos. Así que invertí mucho tiempo en pensar una narrativa diferente para explicar el caso”.

Finalmente, Cruz lo comprendió. Medellín vs. Texas dejaría de ser una lucha entre Texas y Estados Unidos, sería una batalla entre la Casa Blanca y el Congreso. Ante el tribunal, Cruz argumentó que si el presidente Bush quería ordenarle a Texas que reabriera el caso, necesitaría la autorización del Congreso. Sin ella Bush estaría violando la separación de poderes. Para sorpresa de muchos, seis jueces estuvieron de acuerdo con Cruz, incluyendo uno liberal, John Paul Stevens. Cruz ganó el caso.

Cruz se dirige a la prensa fuera de la Corte Suprema, después de haber defendido la redistribución de distritos de Texas en 2006. (Foto: Kevin Clark/The Washington Post/Getty Images)

La segunda de las actuaciones destacadas de Cruz en el Tribunal Supremo no fue tan vistosa como la del caso Medellín. Sin embargo, según Ho, Cruz ayudó a diseñar la estrategia ganadora. Cuando un texano en situación de calle solicitó que se retirara el monumento de los 10 Mandamientos del Capitolio de Texas, en Van Orden vs. Perry, Cruz preparó un alegato en el que recurrió a un conjunto argumentos conservadores habituales para defender que el monumento en cuestión no violaba la separación entre Iglesia y Estado. Pero uno de sus argumentos era particularmente novedoso: los monumentos como el de Texas son plurales por naturaleza porque no tienen el fin de reconocer una cosa a costa de deslegitimar otra.

“Simplemente, este no es un escenario en el que el Estado debe tomar partido”, escribió Cruz. “Los diferentes monumentos conmemorativos destinados a los veteranos de guerra no transmiten rechazo hacia los pacifistas; el monumento ‘Tributo a los Niños’ no busca ofender a los texanos mayores; los monumentos de los vaqueros a caballo no envían un mensaje contra el transporte motorizado, y el monumento a los ‘Bomberos Voluntarios’ no desprestigia a aquellos que han hecho de este trabajo su profesión”.

Una vez más, el Tribunal se puso del lado de Cruz. De hecho, sus argumentos, llevados al tribunal por Abbott, fueron tan convincentes que incluso hicieron dudar a Stephen Breyer, un juez liberal que de forma simultánea había llegado a una conclusión opuesta en un caso prácticamente idéntico sobre otro monumento a los 10 Mandamientos.

“Ted tiene una combinación poderosa. Es capaz de luchar por su visión de la Constitución y por sus principios, y lo hace usando la retórica y un estilo argumentativo que convence a la gente que normalmente no está de acuerdo con él”, dijo Ho.

Quizá sea así. De hecho, lo cierto es que Cruz mantiene opiniones fuertes y sinceras sobre las intenciones originales de los Padres Fundadores y el poder económico del libre mercado pero, a la vez, para él es muy importante ganar las conversaciones, debates, casos o las elecciones.

Por ejemplo, después de salir de la Procuraduría de Justicia de Texas, en 2008, Cruz se unió la sede en Houston de la firma internacional de abogados Morgan Lewis, donde ganó 1.2 millones de dólares en 2009 y 1,7 millones en 2010, en tanto socio. Muy pocos de los casos que llevó en Morgan Lewis estaban relacionados con sus principios. Algunos incluso parecían contradecir la preocupación que ha expresado frecuentemente por todos los americanos que luchan por salir adelante en un mundo globalizado donde la economía simplemente es demasiado grande como para quebrar. Fue consejero de Pfizer, la empresa fabricante de medicamentos, en una demanda presentada por un grupo de hospitales públicos y centros de salud comunitarios. Representó a una compañía de préstamos estudiantiles para impugnar a un estudiante endeudado que se había declarado en bancarrota. Fue el abogado de una compañía de seguros que intentaba no pagarle las facturas legales al demandante. Y en noviembre de 2010, cuando el fabricante de neumáticos chinos Shandong Linglong apeló el veredicto del jurado en el que se establecía una indemnización de 26 millones de dólares a favor de un hombre de negocios de Florida, que alegó que la compañía había estado utilizando planos robados para duplicar sus diseños, Cruz se puso del lado de la empresa china desestimando al empresario estadounidense.

“Tanto en el servicio público como en la práctica privada, tuve la suerte de ganar múltiples litigios en casos en los que los demás consideraban que no había posibilidades”, explicó Cruz más adelante. “Creo que la manera de hacerlo es concentrarse en cómo ganar el caso desde una perspectiva pragmática”.

Eso es Cruz, en pocas palabras: tiene principios a la hora de definir adónde quiere ir, pero es pragmático cuando se trata de cómo llegar. ¿Cómo reformulará el debate? ¿Cómo usará las reglas a su favor? Al final de la jornada, Cruz seguirá siendo ese inquieto joven de 19 años que se queda despierto hasta tarde en su habitación intentando calcular qué podría “haber hecho para conseguir más puntos”. Probablemente siempre lo será.

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Como candidato al Senado estadounidense, Cruz debate con David Dewhurst, el Vicegobernador de Texas, en 2012. (Foto: LM Otero/AP)

Quizá el momento más revelador de la campaña al Senado estadounidense de Cruz ha sido un mensaje de texto.

En abril de 2012, dos días antes de que Cruz y el resto de los candidatos republicanos a las primarias debatieran en Dallas, Cruz le envió un SMS a uno de sus rivales, Craig James, el ex analista de ESPN. En ese momento, el Vicegobernador David Dewhurst era el favorito y seguía liderando las encuestas, pero Cruz, candidato del Tea Party, ganaba posiciones rápidamente. Consciente de que durante el debate cada candidato tendría la oportunidad de hacerle una pregunta a uno de sus oponentes, comenzó a trazar un plan.

“Craig, espero que estés bien”, escribió desde su móvil. “Nos vemos el viernes. Por si sirve de algo, como podrás hacerme una pregunta, quizás sea interesante enfocarla hacia el hecho de que Dew se haya saltado 31 debates (o algo así). Es solo una idea…Ted”.

Por desgracia, el plan de Cruz para conspirar contra el candidato favorito fue contraproducente. Le acusaron de intentar “manipular el sistema” pues James filtró su “pregunta preestablecida” a la prensa. “Estoy en campaña presidencial porque quiero luchar por las cosas correctas, y esto simplemente no lo es”, dijo James en un comunicado. “Dejaré que la prensa y el público decidan si este tipo de política es aceptable en pleno 2012, en Texas. Espero que no”.

El mensaje de texto fue un pequeño detalle. No afectó su carrera y nadie fuera de Texas se enteró del incidente. Pero demuestra que ningún detalle estratégico es demasiado pequeño como para que Cruz no se obsesione con él, aunque los riesgos sean mayores que los beneficios potenciales. Él siempre está dispuesto a cruzar la raya.

Para tener una idea de cómo Cruz planea ganar las primarias presidenciales del Partido Republicano en 2016, resulta útil echarle un vistazo a su campaña anterior. Cuando Cruz entró en campaña en 2012 para el Senado de Texas, era prácticamente un desconocido. “Tenía un 2% en las encuestas y el margen de error era del 3%”, aunque Cruz prefiere recordar las cifras de hoy.

Las primarias republicanas a menudo son batallas que versan sobre cuál es el candidato más conservador, especialmente en Texas. Pero Dewhurst y Cruz son derechistas incondicionales y estaban de acuerdo en los temas neurálgicos. Así que Cruz volvió a reformular todo el debate, como explicó Erica Grieder en el Texas Monthly. El problema con Dewhurst, le repitió Cruz al público una y otra vez, no es que no sea suficientemente puro sino que es demasiado “tímido”, se siente muy cómodo con el sistema como para actuar según sus convicciones y desafiar a lo que Cruz llama el “cártel de Washington”. El senador Cruz, por el contrario, se presentaba como un “luchador”.

Durante meses, Cruz siguió machacando este argumento, y cuando el 28 de junio de 2012 el Tribunal Supremo ratificó los aspectos clave de la Ley de Protección al Paciente y Cuidado de Salud Asequible, finalmente obtuvo la oportunidad que esperaba. Ambos candidatos se habían opuesto al ‘Obamacare’ y se habían comprometido a luchar por su derogación si eran elegidos pero solo Cruz, según sus palabras, estaba dispuesto a dar la vida en la batalla. “El ‘Obamacare’ subraya la diferencia fundamental que existe entre David Dewhurst y yo. El Vicegobernador es un negociador, un conciliador”, declaró Cruz. Cuando algunas semanas más tarde contaron las papeletas, Cruz había derrotado Dewhurst por más de 150.000 votos.

Ahora Cruz está intentando poner en práctica el mismo truco en el escenario nacional.

La mayoría de los senadores suelen pensar que el Senado es como un colegio, un lugar gentil. Pero desde el primer día Cruz se negó a jugar según esas reglas, tal vez porque se dio cuenta de que en un momento de creciente rechazo hacia Washington, podría avanzar más en su carrera si rompía las normas.

Cruz saliendo de la sala del Senado, después de hablar durante más de 21 horas en contra de la Ley de Protección al Paciente y Cuidado de Salud Asequible, el 25 de septiembre de 2013. (Foto: Jim Lo Scalzo/EPA)

Como era de esperar, los líderes del Partido Republicano se irritaron por el comportamiento de Cruz, por sus 21 horas de pseudo-filibusterismo sobre el ‘Obamacare’ y por su insistencia en que sus compañeros republicanos eran “plastas” que pertenecen a una especie de “rendición partidista”. Estaban particularmente furiosos y desconcertados cuando Cruz se convirtió en el protagonista del cierre del gobierno federal en 2013. “Fue muy evidente para todos los que se encontraban en la sala que Cruz no tenía una estrategia”, dijo uno de sus compañeros, un senador republicano. “Él no tenía una estrategia y no podía saber cómo terminaría el juego”.

Sin embargo, Cruz tenía una estrategia, al igual que en Texas, cuando cursaba la universidad de derecho o estaba en los debates. De hecho, su estrategia tenía cuatro partes. Así la describió en 2013:

En primer lugar, los republicanos contarían con el apoyo popular en la causa. Después, la Cámara controlada por los republicanos podría aprobar una ley de financiación de todas las propuestas del gobierno federal, excepto el ‘Obamacare’. En tercer lugar, los republicanos del Senado, que estaba controlado por los demócratas, podrían unirse para apoyar el proyecto de ley de la Cámara. “Y luego el paso cuatro era encargarse de que los demócratas se pusieran del lado de los republicanos y escucharan al pueblo estadounidense”.

“Cruz se presenta como el único “conservador coherente” en un campo de “campañas conservadoras”, de “personas que hablan bien” cuando es necesario pero que “no tienen la experiencia necesaria”.

“El plan falló en el paso tres”, agregó Cruz. “Desafortunadamente, no pudimos interpelar a los republicanos en el Senado”. De hecho, no es casual que la tarea de unificar una asamblea partidista a menudo requiera legisladores que cultiven relaciones personales con sus colegas, una habilidad que Cruz no tiene.

Cruz tenía una última estrategia para su campaña a la presidencia, pero solo salta a la vista cuando lo miramos en retrospectiva. Cruz es lo suficientemente listo como para darse cuenta de que el presidente Obama no iba a estar de acuerdo con sabotear su propia política interna. Y es lo suficientemente despierto como para saber que aunque en algún momento pudo haber aparentado ser un político autodestructivo y polarizado, posicionarse como el enemigo más acérrimo del ‘Obamacare’ y demostrar que era el luchador tenaz que había prometido en Texas le daría beneficios en la campaña de 2016.

Al final, Carson se está tambaleando. Las encuestas dan a Paul el 2.5%. Y Walker ha regresado a Wisconsin. Desde el principio, el equipo de Cruz ha dividido las primarias de 2016 en cuatro ejes: un eje para el Estado, otro para el Tea Party, un tercero para los evangélicos y un cuarto para el Partido Libertario, tal y como el senador le confesó a Politico en una entrevista reciente, “se esperaba que los jugadores fueran formidables en esos ejes, pero no tienen la fuerza necesaria”.

La mayoría de los candidatos presidenciales no permiten que los miembros de su personal hablen sobre la estrategia de la campaña, pero a Cruz le encanta hablar sobre sí mismo.

“Yo diría que lo más alentador es que tres de esos ejes se están derrumbando y se consolidan en uno solo… El eje evangélico, el eje del Tea Party y el del Partido Libertario están confluyendo en un solo eje conservador, y estamos viendo que esos ejes se encuentran detrás de nuestra campaña”, explicó el senador.

Para la primavera, Cruz espera que la contienda se debata entre dos hombres: un candidato conservador contra un candidato de la clase dirigente. Con la clase dirigente republicana apoyando a Rubio, Cruz se mantiene fiel a su estilo y ya ha comenzado a reformular la carrera presidencial. Tiene que “elegir el terreno”, como dijo el antiguo estratega militar chino Sun Tzu, y como el propio Cruz suele repetir, “en el que se librará la batalla”.

Esta es la razón por la que Cruz se perfila como el único “conservador coherente” en un campo de “campañas conservadoras”, porque hay “personas que hablan bien” cuando es necesario pero que “tienen la experiencia necesaria”. Como prueba de ello, a menudo se jacta de cuánto lo odian el resto de los republicanos. Por eso, un día después del último debate del Partido Republicano en Milwaukee, Cruz atacó a Rubio por apoyar una reforma migratoria integral. “Hablar no cuesta nada”, le echó en cara el texano. “Uno sabe cuando alguien habla desde la experiencia. Como dicen las Escrituras: por sus frutos los conoceréis”.

Si Cruz puede transformar las primarias republicanas de 2016 en una guerra sobre quién ha estado más dispuesto a luchar contra Washington en nombre del ala dura del conservadurismo, va a ganar una y otra vez.

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Cruz también se ha asegurado de comprender mejor que sus oponentes las reglas del proceso de nominación de este año, como lo haría un buen abogado de apelación. Al notar que la Convención Nacional Republicana ha acelerado el calendario de las primarias para el 2016 -casi dos tercios de los delegados republicanos serán asignados el 22 de marzo-, Cruz pasó el mes de agosto recorriendo el Sur y fortaleciendo su campaña regional, en vez de dedicarse exclusivamente a hacer campaña en Iowa o Nuevo Hampshire como los demás. Con un respaldo clave y seguro en Iowa, donde también está subiendo en las encuestas, Cruz está a la cabeza de las encuestas en el sudeste de los Estados Unidos, para las elecciones SEC que tendrán lugar el primero de marzo. También ha logrado un mayor apoyo entre los conservadores de lo que predecían la mayoría de los expertos.

“En los años electorales anteriores, un candidato podía trasladarse a Iowa o Nuevo Hampshire, vivir allí durante un año a la espera de encontrar la oportunidad de sorprender a los votantes”, explicó recientemente Cruz. “No creo que eso sea posible en este momento”.

El equipo de Cruz se percató muy pronto de que el artículo 40 (b) de la Convención Nacional Republicana, reescrita en 2012, estipula que un candidato no puede ser nominado sin antes ganar una mayoría de delegados en ocho estados o territorios separados. El trabajo en el campo es crucial. Es probable que ninguno de los candidatos republicanos obtenga más del 50% de los votos en la concurrida Iowa o en Nuevo Hampshire, Carolina del Sur y Nevada, lo que significa que ninguno de esos estados contará para cumplir los requisitos del artículo 40 (b). Sin embargo, la competencia por los delegados es más fácil en Puerto Rico, Guam, Samoa Americana, las Islas Marianas del Norte y las Islas Vírgenes que en el continente, a pesar de que, a efectos de ganar la nominación, cada territorio cuenta tanto como un estado. Por eso, Cruz ha llamado al gobernador de Guam, ha enviado un emisario a Samoa Americana y ha hecho que su padre, Rafael, viaje a las Islas Vírgenes y así sucesivamente. Mientras más delegados atraiga en el extranjero, más probabilidades tendrá de alcanzar el número mágico que exige la Convención Nacional Republicana, independientemente de lo que ocurra en los otros estados.

Cruz habla con su padre, Rafael, a principios de este mes en Iowa. (Foto: Mark Kauzlarich/Reuters)

Por supuesto, todavía queda por ver si Cruz, que rechaza los enfoques conciliadores y nunca ha intentado atraer a los votantes moderados, tiene la agilidad necesaria para pasar del estrecho contexto electoral de las primarias a las elecciones generales. Muchos lo dudan. Pero no deberían dudar que Cruz tiene un plan.

Como de costumbre, el propio Cruz lo ha dejado entrever. Se refiere a su estrategia como un “conservadurismo de oportunidades”: un mensaje cuidadosamente pensado para contrarrestar la impresión de que “el Partido Republicano es el partido de ‘los ricos’ y los demócratas son el partido del resto”. Lo ha hecho “conceptualizando y articulando cada política nacional desde una perspectiva unilateral centrada en promover el ascenso social”.

“No se limiten a rechazar los nuevos impuestos”, aconsejó Cruz a sus colegas republicanos en 2013. “Es fundamental reformar el código tributario para que cada estadounidense puede presentar sus impuestos en un documento del tamaño de una postal. Es necesario eliminar el bienestar corporativo y la complejidad que enriquece solo a los contables y abogados”.

“No se limiten a criticar a los líderes sindicales”, continuó. “Expliquen cómo el hecho de cerrar las tiendas puede afectar los salarios y hacer más difícil la vida de los trabajadores poco cualificados que necesitan conseguir un empleo. No hablen de la educación en general, aboguen por la igualdad de oportunidades para empoderar a los padres y lograr que los niños salgan adelante. No se limiten a hablar de la solvencia a largo plazo de la Seguridad Social, promuevan el ahorro personal para que los estadounidenses con bajos ingresos acumulen riqueza y la transmitan a las generaciones futuras”.

Sin embargo, aunque el mensaje de Cruz para las elecciones generales es inteligente y fue cautelosamente pensado, y una buena estrategia es vital para llegar a la presidencia, el problema sigue siendo el mismo: las personas no votan por alguien que no les gusta y a mucha gente no le gusta Ted Cruz.

“Cruz ha llamado al gobernador de Guam, ha enviado un emisario a Samoa Americana y ha hecho que su padre, Rafael, viaje a las Islas Vírgenes para atraer delegados del otro lado del océano”.

Cuando en el debate del Partido Republicano en Boulder le pidieron que confesara su mayor debilidad, el senador la reconoció. “Si quieres a alguien con quien salir a tomar una cerveza, no soy esa persona”, dijo. “Pero si quieres a alguien que te lleve a casa, yo puedo hacerlo, puedo llevarte a tu casa”.

Se supone que ese fue un momento de sinceridad. Sin embargo, Cruz tenía otra vez una carta oculta. La única razón por la que no soy simpático es porque soy muy responsable, le dijo a los espectadores. En realidad mi mayor debilidad es mi mayor fortaleza.

Al final, esa falta de pudor, esa incapacidad para disfrazar su oportunismo, puede llegar a ser la ruina de Cruz. A lo largo de su carrera, rara vez, por no decir nunca, se ha quedado sin estrategias. Sin embargo, no es lo suficientemente inteligente como para diseñar una estrategia que le permita agradarle al público, porque intentar agradarle a la gente, al estilo de Ted Cruz, solo hace que les resulte cada vez más antipático.

Charles C. W. Cooke, un conservador de The National Review, supo expresarlo mejor a principios del año. “A pesar de su evidente talento, el estilo retórico de Cruz me causa retorcijones”, escribió Cooke. “Siempre hay un toque de condescendencia en el aire, una pequeña bocanada de altanería que a uno le da la desagradable impresión de que Ted Cruz cree que sus oyentes son un poco tontos. Me recuerda aquel consejo que dice: una cosa es ser el hombre más inteligente en la habitación, y otra muy distinta es comportarse como si lo supieras”.

Esta fue la razón por la que Cruz perdió sus últimas elecciones. Fue en el año 1991, en la Universidad de Yale. Se votaba por el nuevo presidente de la Asociación Americana de Debate Parlamentario.

Todos sabían que Cruz se presentaba. Y todos asumían que iba a ganar. Pero unos meses antes, durante el Campeonato Mundial Universitario de Debate en Toronto, un grupo de estudiantes que no podía soportar la idea de tener a Cruz como presidente se reunieron en una habitación de hotel para planear una estrategia de oposición. El plan era presentar otro candidato. Finalmente, después de beber varias cervezas, eligieron a Ted Niblock de la Universidad Johns Hopkins. Rápidamente se extendió el rumor: Si no quieres que Cruz gane, vota por Niblock. Él promete que, como presidente, tratará de no hacer nada, y logrará mucho menos.

En Yale, Cruz hizo un discurso perfecto. Luego Niblock subió al podio. “Al mundo no le importa quién será el presidente de la Asociación Americana de Debate Parlamentario”, dijo. Y eso fue todo: toda su plataforma nihilista en una sola frase que encerraba el antídoto a las artimañas y la ambición de Cruz.

Cuando se contaron los votos, Niblock había ganado la presidencia. Cruz había perdido.

“Mi único atributo”, reconoce Niblock, “es que no era Ted Cruz”.

Cruz en la Cumbre del Sol en Orlando, Florida, a principios de este mes. (Foto: Joe Raedle/Getty Images)

Andrew Romano
Corresponsal de la Costa Oeste