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La táctica de Trump: sembrar desconfianza en cualquier cosa que se atraviese en su camino

El entonces presidente Barack Obama habla en el bachillerato Scranton en Scranton, Pensilvania, el 30 de noviembre de 2011. (Doug Mills/The New York Times)
El entonces presidente Barack Obama habla en el bachillerato Scranton en Scranton, Pensilvania, el 30 de noviembre de 2011. (Doug Mills/The New York Times)
Relámpagos en el fondo mientras el presidente estadounidense, Donald Trump, portando un paraguas, sale del Air Force One en la Base Andrews en Maryland, el viernes 28 de agosto de 2020, después de un mitin de campaña en Londonderry, Nueva Hampshire. (Doug Mills/The New York Times)
Relámpagos en el fondo mientras el presidente estadounidense, Donald Trump, portando un paraguas, sale del Air Force One en la Base Andrews en Maryland, el viernes 28 de agosto de 2020, después de un mitin de campaña en Londonderry, Nueva Hampshire. (Doug Mills/The New York Times)

Donald Trump se inclinó hacia adelante en su silla en la sala de audiencias del Capitolio, aventó a un lado la hoja con sus comentarios preparados por considerarlos demasiado “aburridos” y dijo a los legisladores en un día de octubre de 1993 que conceder licencias de juego a las reservaciones de los pueblos nativos de Estados Unidos en Nueva York, Nueva Jersey y Connecticut —una amenaza para los casinos de Trump— sería una gran equivocación.

Había elementos criminales que operaban en las reservaciones, advirtió de manera ominosa y sin evidencia.

“Será el mayor escándalo de todos los tiempos, el más grande desde Al Capone”, dijo Trump.

Además, fue un paso más allá y sembró duda sobre los mismos pueblos nativos estadounidenses.

“Si echa una mirada a algunas de las reservaciones que ha aprobado, que usted, señor, en su gran sabiduría ha aprobado, le diré en este momento: no me parece que sean indios”, le dijo Trump al representante George Miller, demócrata de California, que ahora está retirado.

Durante décadas, Trump ha sembrado desconfianza en casi todo lo que toca. Desde los pueblos nativos estadounidenses y la competencia en los negocios en Nueva York hasta el lugar de nacimiento del expresidente Barack Obama, las agencias de inteligencia de Estados Unidos y la investigación del fiscal especial, a la que él llamó el Engaño Ruso, el objetivo de Trump ha sido socavar la oposición, basarse en las teorías de conspiración para eliminar cualquier evidencia que pueda desacreditarlo y, por sobre todas las cosas, dejar a las personas sin saber qué creer.

A lo largo de la semana pasada, Trump compartió mensajes de otras personas que aseguran que la verdadera cifra de muertos por el coronavirus en Estados Unidos es de solo alrededor de 9000 personas y no de 185.000; habló de manera críptica sobre un avión lleno de “criminales” en uniformes negros que volaron a Washington para crear caos en la Convención Nacional Republicana, y afirmó sin ninguna evidencia que su oponente demócrata, el exvicepresidente Joe Biden, toma “algún tipo de” droga “para mejorar su desempeño”.

Las personas que conocen al presidente desde hace años dicen que uno de sus ataques más sostenidos, sobre la integridad de la elección de 2020, sigue al dedillo las tácticas neoyorquinas de Trump.

El presidente ha mencionado sin evidencia que “millones y millones de boletas” han sido enviadas a personas fallecidas, así como a perros y gatos. Ha sugerido la posibilidad de posponer la elección debido a la pandemia de coronavirus, una idea que su propio partido no tardó en suprimir. Además, en la inauguración de la convención republicana en Charlotte, Carolina del Norte, aseveró que los votos por correo “van a ser uno de los fraudes más grandes”.

Los críticos de Trump señalan que como presidente nunca había tenido más poder para moldear la opinión pública y torcer los resultados a su voluntad. Los primeros indicadores revelan que ha creado duda significativa sobre la elección de 2020: de acuerdo con una encuesta reciente de la NBC y The Wall Street Journal, alrededor del 45 por ciento de los votantes no creen que los resultados de la elección puedan ser contados de manera precisa, un incremento en comparación con el 36 por ciento antes de la elección de 2016.

“Cuando esgrimes una teoría de conspiración, no se puede probar que estás equivocado. La evidencia no cuenta contra ti”, dijo Jennifer Mercieca, historiadora de retórica política estadounidense, profesora de la Universidad de Texas A&M y autora de “Demagogue for President: The Rhetorical Genius of Donald Trump”.

Jennifer Palmieri, la directora de comunicación de la campaña presidencial de 2016 de Hillary Clinton, dijo que ella aprendió de la peor manera cómo es combatir la desinformación de Trump.

“Es extraordinariamente difícil de combatir”, señaló, y agregó que, cuando en 2015 se burló del estatus del senador John McCain como héroe de guerra sin ninguna consecuencia, le quedó claro que él estaba dispuesto a decir y hacer cualquier cosa.

Al ser cuestionado sobre el comportamiento de Trump a través de las décadas, Judd Deere, un vocero de la Casa Blanca, no respondió de manera directa.

“El pueblo estadounidense sabe que nunca tiene que preguntarse qué piensa el presidente o qué opina sobre un tema en particular, lo cual es una de las muchas razones de por qué decidió elegirlo en lugar de a los mismos políticos reciclados que solo usan los temas de conversación evaluados en encuestas”, dijo Deere.

Aunque el presidente en gran medida se ha salido con la suya al usar sus tácticas, en cierto momento pagó un alto precio por su campaña contra los casinos de los pueblos nativos estadounidenses. En 2000, Trump y algunos de sus asociados —incluido Roger Stone, su asesor político más antiguo— pagaron la multa más grande en la historia del estado como parte de un arreglo para que no difundieran que Trump había pagado de manera subrepticia los anuncios en periódicos que se oponían a un casino de personas nativas estadounidenses al norte de la ciudad de Nueva York. Trump y Stone no admitieron ningún acto indebido en el arreglo, y Stone ha dicho que la información en los anuncios estaba basada en hechos.

David Grandeau, el exjefe de la Comisión Estatal Temporal para Cabildeo de Nueva York, recordó que Trump “no quería estar bajo juramento”, así que rápidamente aceptó lo que había hecho cuando se vio presionado.

Para principios de 2011, Trump había cambiado su mira a un objetivo político importante: Obama, quien Trump sentía que no había sido atacado con la suficiente eficacia por McCain, el candidato presidencial republicano de 2008.

La idea de cuestionar el país de nacimiento de Obama, una teoría de conspiración originalmente relegada a las facciones radicales del partido, pronto se volvió central para la breve seudocampaña de Trump en 2011. Esa táctica atrajo a un segmento de votantes a quienes no les agradaba Obama y que estaban abiertos a un político que operara por fuera de las prácticas de buena fe. Trump rápidamente subió en las primeras encuestas de las elecciones primarias.

Uno de los métodos favoritos de Trump para sembrar duda es decir en un tono sombrío que “algo está pasando”, una frase que recientemente utilizó en un intento más de cuestionar la agudeza mental de Biden.

La otra técnica del presidente es decir que él “escucha algo”, aunque en raras ocasiones dice de quién, o que “muchas personas” están diciendo algo.

“Lo escuché hoy, que no cumple con los requisitos”, dijo Trump al cuestionar la elegibilidad de la senadora Kamala Harris, candidata demócrata a la vicepresidencia e hija de inmigrantes, para aspirar a un cargo público.

Fue una falsedad desde el principio: Harris, quien nació en California, es elegible a un cargo público.

Trump usó una fórmula similar cuando mostró estar en sintonía con un pequeño pero creciente segmento de la base republicana al alabar a los simpatizantes de QAnon, un movimiento conspiratorio en línea de amplio rango que ha afirmado que el presidente está en una cruzada para salvar al mundo de los pedófilos satánicos organizados por el Partido Demócrata y algunas celebridades de Hollywood.

“He escuchado que son personas que aman a nuestro país”, dijo Trump durante una conferencia de prensa reciente en la Casa Blanca, al referirse a los seguidores de QAnon. “Así que no sé realmente nada sobre eso aparte de que supuestamente les agrado”.

George Arzt, un consultor político de Nueva York y exsecretario de prensa del mayor Edward I. Koch, quien en una ocasión fue amenazado con una demanda de Trump en la disputa por un desarrollo, dijo que sembrar desconfianza ha funcionado desde hace tiempo para el objetivo número uno del presidente.

“Era una persona a quien no le interesaba nada más que ganar” sin importar cómo lograra la victoria, afirmó.

This article originally appeared in The New York Times.

© 2020 The New York Times Company