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Se suscita en Irán una toma de conciencia del #MeToo

Solmaz Azhadri, reportera de arte y cultura iraní, en su casa de San Diego, el 2 de septiembre de 2020. (Sandy Huffaker/The New York Times)
Solmaz Azhadri, reportera de arte y cultura iraní, en su casa de San Diego, el 2 de septiembre de 2020. (Sandy Huffaker/The New York Times)
Sara Omatali, una periodista iraní que ahora radica en Estados Unidos, en su casa de Derwood, Maryland, el 2 de septiembre de 2020. (Gabriella Demczuk/The New York Times)
Sara Omatali, una periodista iraní que ahora radica en Estados Unidos, en su casa de Derwood, Maryland, el 2 de septiembre de 2020. (Gabriella Demczuk/The New York Times)

A tres años de que surgió el movimiento #MeToo a nivel global, no es muy probable que se hagan públicas las denuncias de las mujeres que afirman que han sido víctimas de violencia sexual en la República Islámica de Irán.

El movimiento dentro de Irán cobró impulso a fines de agosto luego de las denuncias presentadas en las redes sociales iraníes contra más de cien hombres, entre los cuales se encuentran un destacado exdirectivo de una importante empresa de comercio electrónico, un prominente profesor de sociología y el propietario de una conocida librería.

Pero hasta ahora, la persona más famosa que ha enfrentado esas acusaciones es un artista aclamado internacionalmente de casi 80 años de edad vinculado a la élite gobernante. En entrevistas con The New York Times, trece mujeres, acusaron al artista, Aydin Aghdashloo, de conducta sexual indebida durante un periodo de 30 años. La mayoría son exalumnas y algunas son periodistas que han sido reporteras de arte y cultura.

La disposición por parte de las mujeres que afirman haber sido víctimas de agresión sexual para compartir sus historias de manera más abierta es un cambio revolucionario en la sociedad conservadora de Irán, donde culturalmente está prohibido hablar de sexo, el sexo extramarital es ilegal y la carga probatoria para las víctimas de delitos sexuales es muy pesada. Casi siempre se culpa a la mujer cuando esta es violada.

Aghdashloo no quiso ser entrevistado, pero negó enfáticamente un comportamiento indebido y, según su abogado, ya ha emprendido acciones judiciales contra una de las mujeres que lo acusa. En un comunicado escrito proporcionado al Times, Aghdashloo se describió como un artista independiente que construyó una carrera gracias a sus logros creativos.

“Las acusaciones de agresión sexual en mi contra están llenas de muchas imprecisiones, equívocos y fabricaciones”, escribió. “Para que quede claro, siempre he querido tratar a la gente con respeto y dignidad, y nunca he maltratado ni agredido a ninguna persona ni tampoco me he aprovechado de nadie”.

Sin embargo, escribió: “No soy un hombre perfecto”, y dijo que, si su comportamiento ha ofendido o molestado a alguien, “Ofrezco mis más sinceras disculpas”.

La manera en que las autoridades han tratado a los perpetradores y a las víctimas de una conducta sexual indebida se ha convertido en una prueba de la solidez del movimiento #MeToo en Irán, un país de más de 80 millones de habitantes.

En comparación con el impacto en Estados Unidos tras las acusaciones contra Harvey Weinstein, el magnate de Hollywood encarcelado, apenas están comenzando a verse las repercusiones en Irán. Pero existen señales de que la estructura de poder controlada por los hombres en Irán ha comenzado a responder a denuncias como las que se hicieron contra Aghdashloo.

El 12 de octubre, el jefe de la policía de Terán informó que Keyvan Emamverdi, el propietario de la librería, había confesado haber violado a 300 mujeres, luego de que 30 de ellas tomaron la valiente decisión de presentar denuncias judiciales. La policía señaló que lo acusarían de “corrupción en la tierra”, un delito capital.

La empresa de comercio electrónico Digikala abrió una investigación contra su exgerente y se disculpó ante las empleadas. El gremio de sociología de Irán expulsó al profesor acusado y solicitó una política de cero tolerancia en las universidades. Una pintura de Aghdashloo fue retirada de la portada de una famosa colección literaria, y al menos tres mujeres han dicho que están pensando presentar cargos judiciales en su contra.

“Este es un punto de inflexión para la violencia sexual; el tabú más grande para las mujeres iraníes ha sido el sexo, el maltrato y la agresión sexuales”, afirmó Elnaaz Mohammadi, miembro de 33 años de Dideban Azar, o Vigilancia contra el Maltrato, un grupo de educación y defensoría en Terán.

El Times entrevistó a algunas exalumnas de Aghdashloo después de que Sara Omatali, una periodista iraní que ahora vive en Estados Unidos, el 22 de agosto publicara en Twitter que el artista la había agredido sexualmente en 2006 cuando fue a entrevistarlo.

Omatali escribió que había salido desnudo a recibirla con una bata sobre el hombro, la besó a la fuerza y le pegó su cuerpo al de ella. Su relato resultó ser el catalizador de otros casos más.

En entrevistas telefónicas, 45 personas —que incluían exalumnas, una asistente de enseñanza de mucho tiempo, propietarias de galerías, actrices, una intermediaria de arte de Terán y periodistas dedicadas a las secciones de arte y cultura de Irán— afirmaron que en los círculos de arte de Irán se había sabido del comportamiento de Aghdashloo hacia las alumnas jóvenes.

Trece mujeres aseguraron haber sido víctimas de él, incluso una que en ese momento tenía 13 años. Muchas afirmaron que no se conocían entre ellas. En cada uno de estos trece casos, durante las entrevistas por separado, algún familiar, amigo o colega recordó que le habían contado al respecto.

Diecinueve lo consideraron el “Harvey Weinstein de Irán” que promovía o destruía la carrera de las mujeres dependiendo de su receptividad a sus insinuaciones.

Una exalumna señaló que le había ofrecido una de sus pinturas —con valor de 100.000 dólares, lo que cuesta un pequeño apartamento en Terán— si se acostaba con él. Otra comentó que cuando ella lo rechazó, Aghdashloo tomó represalias y les dijo a las galerías que no aceptaran su obra, con lo que se tambaleó su carrera.

“La mala reputación de Aghdashloo era un secreto a voces en el mundo del arte, pero nadie hacía nada al respecto”, afirmó Solmaz Azhdari, de 32 años, quien estudió pintura con él. Nos comentó que, en 2007, en una clase de dibujo lo había visto metiendo las manos entre las piernas de una joven estudiante cuando ella se agachó a recoger un lápiz que se le había caído.

Para relatar sus historias, algunas solicitaron que solo las identificaran por su primer nombre, lo que es un reflejo de la susceptibilidad de la persona en una sociedad conservadora y su temor a Aghdashloo.

‘Me aterraba lo que pudiera hacerme a mí o a mi carrera’.

Maryam, una fotógrafa de arte de 49 años, comentó que en 2010 había visitado a Aghdashloo en su estudio ubicado en el sótano a fin de recoger dos pinturas para la galería donde trabajaba.

Señaló que Aghdashloo insistió en que viera sus pinturas de mujeres desnudas, luego la besó a la fuerza y le arrancó la ropa. Maryam dijo que cuando gritó, le tapó la boca con las manos; ella lo empujó y huyó gritando “¡No tienes vergüenza!”

Maryam mencionó que renunció a su trabajo y su madre le aconsejó que divulgara lo sucedido y se comunicara con la policía.

“Me aterraba lo que pudiera hacerme a mí o a mi carrera si le decía a alguien o si presentaba cargos”, señaló.

Sus exalumnas aseguraron que en sus clases de arte les pedía a las mujeres que se sentaran en sus piernas cuando evaluaba sus trabajos, se les pegaba cuando les enseñaba, les acariciaba el cuerpo, hacía comentarios obscenos y compartía detalles explícitos de su fascinación por las adolescentes.

Mehrnaz, de 54 años, afirmó que la hacía sentarse en sus piernas y le acariciaba los muslos. Atty, de 30 años, mencionó que la había encerrado en su oficina y besado a la fuerza. Otra dijo que le preguntó el color de su ropa interior mientras la acariciaba.

Afarin, una maestra de Terán, aseguró que, hace 30 años, a la edad de 13 años, Aghdashloo la había acosado en repetidas ocasiones, pegaba sus genitales a su cuerpo y le acariciaba los muslos al enseñarle técnicas de pintura. Afarin estaba demasiado aterrada como para decirles a sus padres, y todavía evita pasar por la calle donde Aghdashloo daba clases.

“Es un alivio que finalmente desenmascaren a un hombre que ha acosado a tantas niñas y mujeres”, comentó.

Sus partidarios han realizado mítines para defenderlo, entre ellos, exestudiantes que publicaron una carta en Instagram. Su primera esposa, la actriz de Hollywood Shoreh Aghdashloo, afirmó que “sencillamente no es capaz de cometer esos actos tan aberrantes”. Una exalumna, Mitra Zad, aseguró que de él no había visto “más que cosas buenas”.

Un personaje imponente que combina el arte y la política

Al parecer, la influencia de Aydin Aghdashloo en el mundo del arte de Irán aumentó después de la revolución. A menudo presumía de sus contactos con los funcionarios del gobierno y de la religión y decía que era invulnerable gracias a ellos, comentaron sus exestudiantes y la asistente de enseñanza, afirmación que él negó en su comunicado al Times.

“Siempre he trabajado como artista independiente y, después de la revolución, no me he ganado la vida gracias a reconocimientos y contactos con el Estado, sino a través de mi arte”, escribió Aghdashloo.

Entre sus estudiantes han estado la hija del imam de la oración del viernes de Terán y los nietos de un clérigo fundador de la revolución. Ha trabajado como consultor, instructor, escritor y valuador de arte para Astan Quds Razavi, un consorcio religioso y económico controlado por el líder supremo de Irán, el ayatolá Alí Jamení, a quien Estados Unidos le ha impuesto sanciones. El exdirector de Astan es el presidente del Tribunal Supremo de Irán.

La hija de Aghdashloo se casó con un integrante de la familia propietaria de Part Sazan, un consorcio que tiene vínculos con empresas gubernamentales en las industrias del petróleo, el gas y los automotores. Muchas mujeres aseguraron que la relación con esa empresa, la cual tiene como director general y miembro del consejo directivo a un participante sénior de la organización paramilitar Basij de la Guardia Revolucionaria, ha reforzado aún más su aureola de impunidad.

En 2018, empezaron a surgir denuncias anónimas contra Aghdashloo cuando un periodista de investigación iraní, Afshin Parvaresh, publicó en Instagram que había entrevistado a 21 mujeres, entre ellas una menor de edad, que afirmaron que Aghdashloo las había acosado sexualmente. Parvaresh comentó que había recibido algunas amenazas violentas. El abogado de Aghdashloo negó que su cliente fuera el responsable.

Algunos activistas de los derechos de las mujeres iraníes afirman que existen retos importantes detrás de los casos de #MeToo. Si la parte acusadora no presenta las difíciles pruebas de violación, después puede ser acusada de adulterio.

“Una mujer que es víctima puede convertirse rápidamente en delincuente si no logra probar que fue violada”, señaló Shadi Sadr, una prominente abogada y defensora de los derechos humanos iraní afincada en Londres. “Cuando declara que hubo sexo, también está testificando en su contra”.

This article originally appeared in The New York Times.

© 2020 The New York Times Company