A Sundance le gustó su documental sobre terrorismo, a los críticos musulmanes no

Meg Smaker, cineasta de “Jihad Rehab”, en Oakland, California, el 29 de agosto de 2022. (Tai Power Seeff/The New York Times)
Meg Smaker, cineasta de “Jihad Rehab”, en Oakland, California, el 29 de agosto de 2022. (Tai Power Seeff/The New York Times)

Meg Smaker se sintió entusiasmada el pasado noviembre. Tras dieciséis meses de rodaje dentro de un centro de rehabilitación saudí para acusados de terrorismo, se enteró de que su documental “Jihad Rehab” había recibido una invitación al Festival de Cine de Sundance 2022, uno de los escaparates más prestigiosos del mundo.

Su documental trata de cuatro exprisioneros de Guantánamo enviados a un centro de rehabilitación en Arabia Saudita que se abrieron con ella sobre sus vidas, con conversaciones sobre la atracción juvenil por Al Qaeda y los talibanes, de las torturas sufridas y de sus arrepentimientos.

Los críticos de la película advirtieron que los conservadores podrían enfurecerse con esos retratos humanos, pero las críticas tras la proyección en el festival fueron favorables.

“La ausencia de absolutos es lo más enriquecedor”, declaró The Guardian, y añadió: “Esta es una película para gente inteligente que busca que se cuestionen sus ideas preconcebidas”. Variety escribió que la película “parece un milagro y un acto de desafío interrogativo”.

Sin embargo, los ataques vendrían de la izquierda, no la derecha. Cineastas árabes y musulmanes y sus partidarios blancos acusaron a Smaker de islamofobia y propaganda estadounidense. Algunos sugirieron que su raza la descalificaba, pues se trataba de una mujer blanca que pretendía contar la historia de hombres árabes.

Los responsables de Sundance dieron marcha atrás y se disculparon.

Meg Smaker, cineasta de “Jihad Rehab”, en Oakland, California, el 29 de agosto de 2022. (Tai Power Seeff/The New York Times)
Meg Smaker, cineasta de “Jihad Rehab”, en Oakland, California, el 29 de agosto de 2022. (Tai Power Seeff/The New York Times)

Abigail Disney, sobrina nieta de Walt Disney, había sido la productora ejecutiva de “Jihad Rehab” y la había calificado de “estupenda y brillante” en un correo electrónico dirigido a Smaker. Ahora, la rechaza.

La película “tuvo el impacto de un camión lleno de odio”, escribió Disney en una carta abierta.

La película de Smaker se ha vuelto casi intocable, incapaz de llegar al público. Importantes festivales retiraron sus invitaciones y los críticos del gremio documental acudieron a las redes sociales para presionar a inversores, asesores e incluso a sus amigos a fin de que retiraran sus nombres de los créditos. Smaker está al borde de la quiebra.

“En mi ingenuidad, seguía pensando que la gente se desahogaría y se daría cuenta de que esta película no era lo que decían”, comentó Smaker. “Intento contar una historia auténtica que muchos estadounidenses quizá no han escuchado”.

Las batallas sobre autoría e identidad suelen agitar el mundo del documental, un ecosistema muy unido y mayoritariamente de izquierda.

Muchos cineastas árabes y musulmanes —que, como otros en la industria, luchan por dinero y reconocimiento— denunciaron que “Jihad Rehab” ofrecía una visión demasiado familiar. Afirman que Smaker es la documentalista blanca más reciente que cuenta la historia de los musulmanes a través de la óptica de la guerra contra el terrorismo. Estos documentalistas, sostienen, adoptan su mirada blanca y occidental y pretenden filmar a las víctimas con empatía.

La cineasta Assia Boundaoui criticó la cinta para la revista Documentary.

“Es nauseabundo ver cómo se utiliza mi lengua y la tierra natal de la gente de mi comunidad como telón de fondo para las tendencias del salvador blanco”, escribió. “El discurso es todo empatía, pero la energía es de Indiana Jones”.

Boundaoui pidió a los festivales que permitieran a los musulmanes crear “películas que no traten de la guerra, sino de la vida”.

La cuestión de si los artistas deben compartir una identidad racial o étnica y una compasión por los protagonistas de sus obras se ha debatido desde hace mucho en la literatura y el cine; muchos artistas y escritores, como los documentalistas Ken Burns y Nanfu Wang, argumentan que sería asfixiante solo contar la historia de su propia cultura y que el reto es habitar mundos diferentes al suyo.

En el caso de “Jihad Rehab”, la crítica identitaria se une a la opinión de que la película debe funcionar como arte político y examinar las opresiones históricas y culturales que llevaron al encarcelamiento de estos hombres en Guantánamo.

Algunos críticos y documentalistas afirman que ese mandato es reductivo y entumecedor.

“Lo que admiré de ‘Jihad Rehab’ es que permitía al espectador tomar sus propias decisiones”, señaló Chris Metzler, que ayuda a seleccionar películas para el Festival de Documentales de San Francisco. “Yo no vi propaganda”.

Smaker tiene otros defensores. Lorraine Ali, una crítica de televisión de Los Angeles Times que es musulmana, escribió que la película era “un viaje humanizador a través de un complejo proceso emocional de autocrítica y rendición de cuentas, así como una mirada a las consecuencias devastadoras de las políticas defectuosas de Estados Unidos y Arabia Saudita”.

De bombera a cineasta

Smaker era una bombera de 21 años en California cuando dos aviones se estrellaron contra el World Trade Center el 11 de septiembre de 2001. Escuchó a los bomberos exigir venganza y se preguntó cómo sucedió todo eso.

En busca de respuestas, recorrió Afganistán y se instaló en la antigua ciudad de Saná, Yemen, durante media década, donde aprendió árabe y enseñó a combatir incendios. Luego, obtuvo una maestría en Cine de la Universidad de Stanford y se dirigió a un lugar del que le habían hablado amigos yemeníes: el Centro de Asesoría y Rehabilitación Príncipe Mohammed Bin Nayef en Riad.

La monarquía saudita admite poca disidencia. Este centro trata de rehabilitar a los acusados de terrorismo y es un espacio intermedio e inverosímil entre una prisión y un hotel de lujo. Cuenta con un gimnasio y una piscina, así como profesores que ofrecen terapia artística y conferencias sobre el islam, Sigmund Freud y los verdaderos significados de la “yihad”, que incluyen la lucha personal.

De ahí el título original del documental, “Jihad Rehab”, que suscitó muchas críticas, incluso entre partidarios, que lo consideraron demasiado simplista. “La película es muy compleja y el título no lo es”, opinó Ali.

Para hacer frente a esas preocupaciones, la directora cambió hace poco el nombre de la película a “The UnRedacted”.

Smaker concibió la película como un despliegue, que inicia con términos acusatorios de Estados Unidos —fabricante de bombas, conductor de Osama bin Laden, combatiente talibán— y va quitando capas para encontrar lo humano.

La desconfianza dio paso a la confianza. Los hombres describieron que se sintieron atraídos por Al Qaeda debido al aburrimiento, la pobreza y la defensa del islam. Lo que surgió fue un retrato de hombres en la cúspide de la mediana edad que se enfrentan a su pasado.

Smaker le preguntó a uno de los hombres: “¿Eres terrorista?”.

El hombre se puso en guardia. “Si alguien se enfrenta a mí, yo me enfrento a ellos. ¿Por qué me dices terrorista?”.

Sus críticos argumentan que ese tipo de preguntas se perciben como acusaciones. “Esas preguntas buscan humanizar a los hombres, pero siguen enmarcándolos como terroristas”, escribió Pat Mullen, crítico de cine de Toronto, en la revista Point of View.

Éxito interrumpido

Sundance anunció en diciembre que había seleccionado “Jihad Rehab” para su festival de 2022, que se celebraría el mes siguiente. Los críticos estallaron.

“Un equipo enteramente blanco detrás de una película sobre hombres yemeníes y árabes del sur”, escribió la cineasta Violeta Ayala en un tuit.

La película de Smaker contó con un productor ejecutivo yemení-estadounidense y un coproductor saudí.

Más de 230 cineastas firmaron una carta con el fin de denunciar el documental. La mayoría no lo había visto.

Los directivos de Sundance dieron marcha atrás. Tabitha Jackson, entonces directora del festival, exigió ver los formularios de consentimiento de los detenidos y el plan de Smaker para protegerlos una vez que se estrenara la película, según un correo electrónico mostrado a The New York Times. Jackson también exigió una revisión ética de los planes y le dio a Smaker cuatro días para cumplir. Los esfuerzos para comunicarnos con Jackson no tuvieron éxito.

La revisión concluyó que Smaker cumplió con creces los estándares de seguridad.

Smaker dijo que una firma de relaciones públicas le recomendó disculparse. “¿De qué me disculparía?”, preguntó. “¿De confiar en mi audiencia para que tome sus propias decisiones?”.

Destacados ejecutivos de documentales señalaron que las demandas de Sundance no tenían precedentes.

Un ejecutivo que dirigió un festival importante llegó a escribir un correo electrónico a Sundance para advertir que sus demandas a Smaker podrían envalentonar a los manifestantes. Los festivales, escribió el ejecutivo, preguntan “dos, tres, cuatro veces cuáles son los vientos en contra” antes de extender una invitación.

Ese ejecutivo había invitado antes a Smaker a mostrar “Jihad Rehab”, pero ella se negó porque su película aún no estaba finalizada. El ejecutivo pidió permanecer en el anonimato por temor a ofender a los cineastas musulmanes.

“Jihad Rehab” se estrenó en enero; la mayoría de las críticas importantes fueron buenas. Pero los críticos de Smaker no quedaron convencidos.

“Cuando yo, una mujer musulmana practicante, digo que esta película es problemática”, escribió Jude Chehab, una documentalista libanesa-estadounidense, “mi voz debería ser más fuerte que la de una mujer blanca que dice que no lo es. Punto”.

Un esquivo final feliz

En junio, Smaker recibió otra proyección: en el festival Doc Edge de Nueva Zelanda.

Tomó un vuelo a Auckland con temor. ¿Acabaría por ser “cancelada”? Se había filtrado la noticia y Mullen, el crítico de cine de Toronto, tuiteó una advertencia.

“Caray, el controvertido documental de Sundance ‘Jihad Rehab’ sale de su escondite”, escribió, y añadió: “¿Por qué alguien programaría esta película después de Sundance? Archiven esto en la categoría de ‘¡se lo advertimos!’”.

Dan Shanan, que dirige el festival neozelandés, se encogió de hombros.

“Lo que ocurrió en Sundance no fue bueno”, comentó. “Los festivales de cine deben mantenerse firmes en su papel”.

Smaker ha agotado sus tarjetas de crédito y, a sus 42 años, ha pedido dinero prestado a sus padres. Este no es el debut en Sundance de sus sueños.

“No tengo ni el dinero ni la influencia para luchar contra esto”, dijo, pasándose las manos por el pelo. “No estoy segura de que haya una salida”.

c.2022 The New York Times Company