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Un sueño americano quemado en Oregon

Francisco Javier Torres, quien trabaja para construir un refugio temporal después de que un incendio destruyó su casa en la localidad cercana de Phoenix, en su lugar de trabajo en Medford, Oregon, el 26 de septiembre de 2020. (Amanda Lucier/The New York Times)
Francisco Javier Torres, quien trabaja para construir un refugio temporal después de que un incendio destruyó su casa en la localidad cercana de Phoenix, en su lugar de trabajo en Medford, Oregon, el 26 de septiembre de 2020. (Amanda Lucier/The New York Times)
Erica Alexia, a la izquierda, y Niria Alicia, las organizadoras de una campaña de GoFundMe para apoyar a inmigrantes en las comunidades destruidas por el incendio, en Phoenix, Oregon, el 25 de septiembre de 2020. (Amanda Lucier/The New York Times)
Erica Alexia, a la izquierda, y Niria Alicia, las organizadoras de una campaña de GoFundMe para apoyar a inmigrantes en las comunidades destruidas por el incendio, en Phoenix, Oregon, el 25 de septiembre de 2020. (Amanda Lucier/The New York Times)

ASHLAND, Oregon — Francisco Javier Torres llegó al valle Rogue de Oregon con la intención de sembrar árboles y combatir incendios. Cuando sus hijos eran pequeños, comenzó a restaurar casas rodantes viejas para rentárselas a los trabajadores de temporada que iban a recolectar peras, uvas y cáñamo. En la comunidad de casas rodantes Coleman Creek Estates, al norte de Ashland en la demarcación de Phoenix, había catorce remolques porque Torres los había rescatado del tiradero y los había transformado en un tipo peculiar de vivienda barata para los inmigrantes.

El incendio de Almeda arrasó con ellos a su paso por el valle este mes. También convirtió en cenizas la casa de Torres, un remolque de dos recámaras y dos baños a los que les había puesto piso nuevo hace poco. Perdió las encimeras que había comprado para instalar en la cocina, una colección de herramientas, escaleras y sierras de cadena, su camioneta nueva, fotografías de sus hijos y recuerdos que trajo de México hace treinta años. Sin embargo, su mayor preocupación es qué harán sus vecinos.

“El trabajo de toda mi vida se esfumó, está hecho cenizas”, se lamentó Torres, de 54 años. “Mi negocio iba bien. Siempre me llaman para rentar un remolque más personas de las que puedo atender. Ahora me preocupa qué les pasará a los catorce inquilinos que vivían en Coleman Creek. No puedo ofrecerles nada en este momento”.

El incendio ocurrido a principios de septiembre acabó con dos comunidades dormitorio del valle, Phoenix y Talent, que se encuentran a unos cuantos minutos en automóvil al norte de la frontera de California por la Interestatal 5. Y no fue el único; toda una serie de incendios han tenido en llamas a California y la región noroeste en la costa del Pacífico desde mediados de agosto. Dos enormes incendios nuevos ardían en el norte de California esta semana, con un saldo de por lo menos tres personas muertas y miles de personas evacuadas.

El incendio del sur de Oregon, uno de los peores de esta devastadora temporada de incendios, destruyó más de 2000 hogares, algunos de ellos en grandes tramos de los parques de casas rodantes y edificios de apartamentos que alojaban a una gran comunidad de inmigrantes jornaleros, trabajadores de limpieza, carpinteros y cocineros que habían ido forjando poco a poco una vida estable para ellos y sus hijos.

En su caso y el de muchos otros, el incendio destruyó gran parte de la vivienda barata disponible en una región en que de por sí había pocas viviendas disponibles y la renta ya representaba una carga pesada para los ingresos de los trabajadores. En el distrito escolar que corresponde a Phoenix y Talent, casi la mitad de los estudiantes perdieron su hogar.

Muchos trabajadores inmigrantes ya habían sufrido los estragos de la pandemia de coronavirus y la consecuente recesión este año. En primavera, algunas empresas grandes tuvieron que cerrar al menos temporalmente, en muchos casos sin ninguna advertencia previa para sus trabajadores. Algunos de los que dejaron de recibir cheques de pago no cumplían los requisitos para beneficiarse de las medidas de estímulo de emergencia ofrecidas por el gobierno federal porque ellos mismos o sus cónyuges no son residentes legales en Estados Unidos. Cuando estallaron los incendios, algunas familias no solo perdieron su casa, sino también los ahorros de toda su vida, pues muchos guardaban efectivo en su casa porque desconfían de los bancos.

El número de contagios por el virus entre la población migrante de Oregon también ha sido desproporcionado y la sombra de esa amenaza se cierne sobre las actividades de recuperación.

“En el valle hubo muchísimos casos de COVID-19”, afirmó Erica Alexia, de 28 años de edad, cuyos padres son inmigrantes mexicanos en Phoenix. Tiene varios tíos y una tía que perdieron su casa por los incendios, pero la familia no ha podido brindar el apoyo que les daría normalmente debido a la pandemia. “Es difícil porque todos quieren reunirse, consolarse, vivir juntos el duelo y sanar”.

Sin embargo, en un sentido más amplio, el fuego reveló cuán estrechos son los lazos de esa comunidad, en una medida que muchos de ellos afirman no haber visto antes. Tanto los inmigrantes como los residentes nacidos en el país que no perdieron sus casas por los incendios les han ofrecido a las familias desplazadas la posibilidad de dormir en sus sofás o en el piso. En los centros de ayuda se han recibido muchísimos donativos de ropa, alimentos y otros artículos esenciales. Un grupo de propietarios de restaurantes, en su mayoría blancos, organizaron una iniciativa ambiciosa que tiene como objetivo preparar todos los días comida para las víctimas de los incendios en los próximos meses.

“Es maravilloso ver que tu comunidad se moviliza para ayudarte”, comentó Estefania Ortiz, de 17 años, quien cursa el último año de preparatoria y es prima de Alexia. “No dejo de repetirles a todos mis maestros que es una pequeña comunidad con un corazón enorme”.

Desde hace décadas, muchos trabajadores migrantes han viajado al valle Rogue para impulsar las industrias agrícola y forestal del área, en un principio mediante el programa Bracero de los años cuarenta, gracias al cual los sembradíos estadounidenses tuvieron trabajadores mexicanos. Algunos comenzaron a establecerse en la región de manera permanente en la década de 1970 y otros han seguido su ejemplo. En la actualidad, alrededor del 14 por ciento de la población del condado de Jackson, al que pertenecen Ashland, Phoenix y Talent, es de origen hispano, según las cifras del censo. Casi uno de cada diez residentes de Phoenix nació fuera de Estados Unidos.

Ahora, los inmigrantes de esta región trabajan en huertas de peras, viñedos, restaurantes, servicios de limpieza y empresas regionales importantes como Harry & David, minorista famosa por sus canastas de fruta. Trabajan duro: muchos regresaron a sus labores casi de inmediato después de que se controlaron los incendios, algunos incluso al día siguiente o tras perder su casa y sus posesiones.

Aquí, los hijos de los inmigrantes dicen que sus padres insisten en que la educación, en especial la universitaria, es la forma de lograr una vida mejor. La preparatoria de Phoenix y Talent se concentró desde hace algunos años, con éxito, en aumentar la tasa de egresados con estudios completos, explicó Cesar Flores, quien trabajó como orientador en la escuela.

Los residentes expresaron preocupación debido a la posibilidad de que el valle, que ha sufrido una escasez de vivienda desde hace años, no le dé mucha importancia a la vivienda asequible en sus planes de reconstrucción y termine remplazando los remolques con subdivisiones lujosas.

Pero una preocupación más inmediata es la comida. Flores, que ahora trabaja como orientador a nivel preparatoria en la localidad cercana de Medford, inicia todas sus conversaciones, ya sea con víctimas de los incendios o con voluntarios de la comunidad, con la misma pregunta: ¿cuándo fue la última vez que comiste? Un grupo de propietarios de restaurantes y otros profesionales de servicios de alimentación de la zona adinerada de Ashland están intentando organizar un sistema, con 8 millones de dólares, para poder ofrecerles a unos 2000 refugiados a causa del fuego tres comidas al día durante varios meses.

“Vamos a tener que cubrir las necesidades de alimentación inmediatas y a largo plazo de estas personas con el tipo de comida que sana y revitaliza a una comunidad”, aseveró Adam Danforth, carnicero y autor que se mudó de Brooklyn a Ashland hace varios años y que está ayudando a coordinar esta actividad.

Cientos de residentes desplazados ya tienen campañas en GoFundMe para poder pagar sus cuentas. Alexia y su amiga Niria Alicia, hija de Torres, organizaron un extenso movimiento de recaudación de fondos para ayudar a las familias a sobrevivir en tanto regresan a trabajar y buscan dónde vivir. Hasta el 29 de septiembre, habían reunido más de 70.000 dólares, una cantidad muy superior a su meta inicial.

“Muchas cosas se quemaron”, dijo Alicia. “¿Pero quién podrá recuperarse y quién no? Eso es lo que hay que preguntar”.

Torres necesitará tiempo para reconstruir su negocio de renovación de casas rodantes, que por fin iba viento en popa antes de los incendios porque había liquidado sus deudas. En una entrevista por correo electrónico traducida por su hija, dijo que ya había regresado a trabajar en unas cuantas viviendas de su propiedad que no se quemaron, después de comprar algunas herramientas nuevas.

“Estoy construyendo una pequeña habitación al lado de una de ellas”, dijo, “para que por lo menos pueda dormir ahí”.

This article originally appeared in The New York Times.

© 2020 The New York Times Company