Qué sucedió cuando un barrio de Brooklyn se vigiló a sí mismo durante cinco días

Los residentes vigilan sus calles, en una iniciativa destinada a ayudar a la propia policía de la comunidad, en el barrio de Brownsville de Brooklyn, el 27 de abril de 2023. (Amir Hamja/The New York Times)
Los residentes vigilan sus calles, en una iniciativa destinada a ayudar a la propia policía de la comunidad, en el barrio de Brownsville de Brooklyn, el 27 de abril de 2023. (Amir Hamja/The New York Times)

NUEVA YORK — Había sido una tranquila tarde de abril hasta que una decena de adolescentes empezaron a correr por la avenida Pitkin de Brownsville, gritando y maldiciendo. Perseguían a una chica de unos 14 años y era claro que querían pelea.

Cinco policías vestidos de civil observaban con cautela. Del otro lado de la avenida había media docena de hombres, civiles vestidos con pantalones vaqueros y sudaderas moradas con gris.

“Ellos se encargan”, dijo un agente.

Los adolescentes comenzaron a caminar más despacio al ver a los hombres, trabajadores de una organización llamada Brownsville In Violence Out, que les hicieron señas con la mano en distintas direcciones. Estos se dispersaron mientras la chica huía por una calle lateral.

El breve encuentro condensó un concepto sencillo pero poco ortodoxo que constituye la esencia de un audaz experimento que, según los miembros de la organización, podría redefinir la aplicación de la ley en Nueva York: dejar que sean los vecinos, y no la policía, quienes respondan a la delincuencia callejera de bajo nivel.

Varias veces al año, trabajadores de Brownsville In Violence Out vigilan dos manzanas durante cinco días. La policía canaliza todas las llamadas al 911 provenientes de esa zona a los civiles. A menos que se produzca un incidente grave o que una víctima exija una detención, los policías, siempre encubiertos, siguen de cerca a los trabajadores.

Dushoun Almond, conocido como Bigga, en el barrio de Brownsville de Brooklyn, el 26 de abril de 2023.  (Amir Hamja/The New York Times)
Dushoun Almond, conocido como Bigga, en el barrio de Brownsville de Brooklyn, el 26 de abril de 2023. (Amir Hamja/The New York Times)

Los civiles no tienen facultades para hacer detenciones. Pero han convencido a las personas de entregar armas ilegales, evitado robos a tiendas, impedido que un hombre atracara una tienda de abarrotes, además de evitar que una mujer embarazada golpeara a su novio, quien no había comprado un asiento de bebé para el auto ni una carriola como había prometido.

Son parte de la Alianza para la Seguridad de Brownsville, un grupo de colectivos vecinales y municipales, policías y miembros de la fiscalía del condado de Kings que intenta que haya menos personas detenidas y enmarañadas en el sistema de justicia penal.

Mientras los hombres y mujeres de Brownsville In Violence Out vigilan que no haya problemas, las agencias que ofrecen servicios como guarderías gratuitas y recuperación de adicciones se sientan en mesas plegables, distribuyen folletos y atraen a los transeúntes con juegos, pelotas antiestrés y bolígrafos.

En los próximos tres años, la ciudad proporcionará 2,1 millones de dólares para ayudar a vincular a las organizaciones locales que participan con mayor frecuencia en la Alianza para la Seguridad, para que puedan trabajar cohesionadas durante todo el año.

Nyron Campbell, de 37 años, quien ayuda a gestionar el programa en Brownsville In Violence Out, comentó que los residentes ven con buenos ojos el concepto.

“Dicen: ‘Nos sentimos más seguros. Podemos caminar sin sentir ansiedad’”, comentó. “Aunque saben que necesitamos a la policía, es posible que podamos vigilarnos a nosotros mismos”.

La idea surgió de Terrell Anderson, quien en 2020 asumió el cargo de comandante de la comisaría 73 de la zona. Criado en Brownsville, prometió reconstruir la relación de la comisaría con una comunidad recelosa.

Los residentes se habían quejado de que los policías se habían vuelto agresivos y detenían a hombres en la calle por delitos menores. El barrio estaba conmocionado por el tiroteo de 2019 contra Kwesi Ashun, un vendedor de camisetas con esquizofrenia paranoide que murió al golpear a un agente con una silla en un salón de manicura.

Anderson les preguntó a los residentes qué podía hacer el departamento para generar confianza.

Entre ellos se encontraba Dushoun Almond, un hombre bromista y autocrítico, conocido con el apodo de ‘Bigga’.

Almond, director de Brownsville In Violence Out, dijo que Anderson se dio cuenta de que a veces todo lo que necesita para mantener la paz es a una persona con credibilidad —no necesariamente con una placa policial— que le diga a alguien: “‘Vete de aquí. Estás molestando’”.

No todo el mundo está convencido. Lise Perez, propietaria del salón de belleza Clara, en la avenida Pitkin, tiene 26 cámaras alrededor de su tienda y trabaja detrás de un mostrador protegido por un grueso biombo de plástico. Nadie puede entrar o salir sin que ella pulse un botón.

“En esta zona, nadie se siente muy seguro”, afirma. “Todos estamos aquí sobreviviendo”.

La idea de que la policía reenvíe las llamadas del 911 durante cinco días le incomoda.

“Es como si nos dejaran sin protección”, comentó. “No me hace sentir en paz”.

Pero Minerva Vitale, de 66 años, que vive en la avenida, afirmó que la iniciativa era “increíblemente importante”.

“Los llamamos y pum, llegan de inmediato”, dijo. “¿Crees que no están preparados para esto? Sí, lo están”, agregó.

Tiffany Burgess, de 42 años, una de las trabajadoras de divulgación de Brownsville In Violence Out, dijo que estaba desconcertada por los escépticos.

“Si podemos calmarlos y conseguir que se alejen, ¿cuál es el problema?”, dijo. “Por qué no querríamos eso”.

Más gente en todo el país sí lo quiere. La iniciativa de Brownsville forma parte de un movimiento denominado “modelo de respuesta comunitaria”, que pretende reducir el uso de agentes armados para atender muchas llamadas.

Hay programas similares en marcha en Eugene, Oregón; Denver; Rochester, Nueva York, y otros lugares, según el Center for American Progress, un laboratorio de ideas con tendencias de izquierda, que ha calculado que casi el 40 por ciento de las llamadas a la policía podrían ser atendidas por personal comunitario.

Un par de ojos vigilantes pertenece a Almond, de 47 años, un expandillero que estuvo más de 13 años en prisión por robar un banco. Regresó a Brownsville en 2014 y se hizo un tatuaje de una pistola humeante detrás de la oreja derecha para ocultar una pequeña cicatriz que le quedó de una herida de bala.

Su pasado, junto con su actitud tranquila y directa, le ayuda a sortear los conflictos. Durante una semana de la Alianza para la Seguridad, convenció a un hombre que entraba armado a una bodega para que le diera su arma y se fuera a casa. Al día siguiente, el mismo hombre volvió, pero esta vez para ofrecerse como voluntario.

Se pasó el día “acabando con broncas”, comentó Almond. “Paró como tres peleas”.

Justo cuando contaba la historia, llegó una llamada del 911 sobre una pelea en una tienda de carnes frías en la esquina de Watkins Street y Pitkin. Almond se acercó lentamente para evaluar la disputa entre dos hombres, uno de los cuales había solicitado una orden de alejamiento contra el otro, una persona llamada Lala.

Lala había desaparecido, pero el otro hombre seguía afuera del comercio.

“A partir de ahora, para que no vuelva a haber problemas como este en nuestra comunidad, llámame”, le dijo Almond al hombre, el cual asintió. “Regresa a la tienda. No entren en conflicto”.

Luego, Almond le dijo a uno de los trabajadores de la tienda que buscara a Lala y le ordenara que se mantuviera alejado.

Almond se dirigió hacia el sargento Jared Delaney y la agente Nickita Beckford.

“Todo está bien”, dijo. “Ya me encargué”.

c.2023 The New York Times Company