Soy un hombre y me llevó muchos años reconocer que había sido agredido sexualmente

Los hombres tienen sus propias complejidades a la hora de lidiar con las consecuencias de una agresión sexual (kaipong a través de Getty Images).
Los hombres tienen sus propias complejidades a la hora de lidiar con las consecuencias de una agresión sexual (kaipong a través de Getty Images).

Si pudiera encontrar una forma de hablar de las complejidades de los hombres a la hora de admitir que han sido víctimas de agresión sexual sin contar mi experiencia personal, lo haría. Pero no puedo.

Todavía tengo problemas para referirme a lo que me pasó como una agresión. De hecho, hago todo tipo de malabares mentales para evitar usar esa terminología. Generalmente, digo que estaba siendo víctima de un “comportamiento inapropiado” o que “se aprovecharon de mí físicamente”. Me llevó un año y medio reconocer que algo no estaba bien con lo que había ocurrido, y otro año para explicárselo a otra persona.

Tenía 23 años, todavía estaba en la universidad (un dato nada divertido: los estudiantes varones de entre 18 y 24 años son cinco veces más propensos a ser agredidos sexualmente que los miembros del mismo rango de edad que no están en la universidad) y asistí a un evento para el sector en el que empezaba a introducirme. En una gran fiesta celebrada la primera noche del evento, me presentaron a alguien a quien conocía a través de las redes sociales. Era evidente que no estaba sobria.

Después de una pequeña charla que estimo no duraría ni siquiera 90 segundos, se inclinó hacia adelante y me metió la lengua en la garganta. Me eché para atrás. Ella volvió a hacerlo dos veces más. Logré salir torpemente de esa interacción, pero de forma recurrente a lo largo de la noche ella me encontraba de nuevo, se acercaba borracha y me acosaba física y verbalmente. Para más contexto, ella era varios años mayor que yo y era un activo en alza en nuestro sector. Yo estaba en la parte inferior más baja del escalafón de importancia.

Cuando volví a mi hotel esa noche, algo me rondaba la cabeza. Había una pequeña voz en la parte de atrás de mi cabeza diciéndome que algo de lo que había pasado no era normal, que no era adecuado. Acallé esa voz. De hecho, a la mañana siguiente, para ocultar mi vergüenza y mi incomodidad indefinida (y adelantarme a cualquier posible cosa embarazosa que alguien hubiera visto) hice la única cosa que sabía hacer: me hice el fanfarrón. Hice todo lo que pude para convertirlo en una historia de una fiesta loca. Incluso llegué a propiciar más contacto con ella, llegando a intentar verla unas noches más tarde. ¿Verla? Estaba bien. Era un participante activo en la historia, no una víctima. Todo estaba bien.

Pero en los meses posteriores, comencé a tener ataques de pánico cuando la veía en eventos del sector. Todo empeoró cuando, en medio de una interacción con una amiga en común, ella bromeó sobre lo que había ocurrido. Me di cuenta de que no quería volver a estar nunca más en una habitación a solas con ella. El problema es que trabajamos en el mismo sector, por lo que a menudo estábamos en la misma sala. En lugar de hablar e intentar pasar página (sea lo que sea que eso signifique en una situación como esta), empecé a tener una sensación cada vez más fuerte, hasta que poco a poco noté que ya no me sentía como en casa en el ambiente de trabajo en el que me había esforzado tanto.

Sin embargo, no reconocí lo que ocurrió como una agresión sexual. No me lo podía permitir, porque hay una gran diferencia entre reconocer que los hombres pueden ser víctimas de agresión sexual y reconocer que uno mismo, un hombre, ha sido víctima de agresión sexual.

Creo que uno de los grandes miedos que los hombres tienen de forma condicional, incluso si no se dan cuenta, es la pérdida de autonomía. Eres dueño de tus decisiones y de tu cuerpo. Lo tienes todo, siempre, bajo control. Admitir que eres una víctima es renunciar a ese control. Admitir que ya lo has perdido, puede quebrarte.

Además de eso, hay un estereotipo en nuestra sociedad según el cual los hombres siempre están listos para tener sexo. Un chico no puede ser la víctima de una insinuación sexual no deseada porque no existen los hombres que no son receptivos a cualquier insinuación sexual, en cualquier momento. Diablos, a los hombres que presentan denuncias de agresión sexual a menudo se les dice que (generalmente con un huevo en Twitter) que tienen suerte, que deberían estar agradecidos por la experiencia, que no tienen nada de qué quejarse.

Entonces, durante casi dos años, simulé que todo estaba bien en relación a lo que había pasado. Nunca me permito decir las palabras “hostigamiento”, “asalto” o “víctima en voz alta”, y cada vez que se me vinieron a la cabeza, me decía a mí mismo que no podría haber sido agredido: si me había agredido, “¿por qué seguía hablando con ella?”. Al fin y al cabo, no quería besarla, sencillamente no quería hacerlo en ese momento ni en ese lugar, cuando ella estaba en esas condiciones. Además, no era como si estuviera siendo, Dios no lo quiera, forzado a tener relaciones sexuales o algo así. ¿De qué tenía que quejarme?

Pensé esto ignorando totalmente los hechos que ya sabía que eran ciertos: que las víctimas a menudo vuelven con quienes las agredieron e intentan hacer las paces, y esa atracción mutua no niega la falta de consentimiento. Aunque, por supuesto, reconocer estas cosas significaría admitir que fui una víctima.

Ha pasado algún tiempo desde la sesión con mi terapeuta en la que finalmente me di cuenta de que lo que sucedió no fue consentido, y admití que había sido agredido sexualmente. Si bien aún no comparto detalles abiertamente, los pocos amigos y compañeros con los que he hablado al respecto me han apoyado mucho y han sido muy receptivos, entendiendo completamente la situación y nunca cuestionaron mi opinión sobre la experiencia. Tengo la suerte de que me cedieran el espacio para darme cuenta de esto, para admitir que había pasado algo que ponía en contradicción mi identidad construida en tanto “hombre”.

En última instancia, admitir que ha sido una agresión no significa una pérdida de autonomía o de control, sino todo lo contrario. Tomar el control de las experiencias y admitir que pasó algo malo es recuperar el control. Es contrarrestar el estigma negativo que rodea a los hombres al hablar abiertamente de una agresión sexual. Sin embargo, la toxicidad de la masculinidad es una droga terrible, y puede ser desalentador llegar a un punto nuevo en el que vuelvas a recuperar el control.

Agradezco el diálogo iniciado por el movimiento Me Too y especialmente a Terry Crews por compartir su experiencia como víctima de una agresión el año pasado. Se ha creado un espacio en el que todo el mundo se siente seguro, incluidos los hombres, para hablar sobre el trauma que conlleva ser una víctima de una agresión, gran parte del cual a menudo es autoinflingido.

No obstante, mi situación no es única. Conozco hombres que han logrado convencerse a sí mismos de que no habían sido agredidos, que han utilizado los mismos malabares mentales para eliminar el estigma de la victimización de su identidad. No es una forma sana de pensar.

En nuestro diálogo en curso y expansión sobre la naturaleza de las agresiones sexuales, solo espero que continuemos animando a los hombres para que se sientan seguros y admitan sus experiencias. La vulnerabilidad no es debilidad y la condición de víctima no tiene por qué ser motivo de vergüenza.

Tres Dean

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