Silvana Estrada llega con un álbum devastador sobre el desamor

Silvana Estrada en Ciudad de México, el 15 de enero de 2022. (Jackie Russo/The New York Times)
Silvana Estrada en Ciudad de México, el 15 de enero de 2022. (Jackie Russo/The New York Times)

Silvana Estrada es el tipo de artista que habla como si estuviera escribiendo poesía en tiempo real.

“Cuando eres honesta con lo que cantas, incluso al pasar de los años, el ADN de la canción sigue llegándote al corazón”, dijo la cantautora mexicana en una entrevista un gélido día de enero en Nueva York, charlando en español con su instrumento característico, el cuatro venezolano, colgado de los hombros.

Estrada, de 24 años, ha pasado su corta carrera tratando de embotellar esta especie de sabiduría emocional. Su primer lanzamiento, “Lo Sagrado”, un álbum grabado en 2016 en colaboración con el famoso guitarrista Charlie Hunter, entretejía ritmos jazzísticos con hebras de son jarocho, un género folclórico de su estado natal, Veracruz. “Primeras Canciones”, el EP en solitario que le siguió, mostraba su don para el lirismo cautivante, respaldado por un collage de tonos de sintetizador, cuernos suaves y un toque de percusión. En 2019, se embarcó en una gira mexicana con llenos totales y más tarde actuó junto a colegas de renombre, como Natalia Lafourcade, Mon Laferte y Julieta Venegas.

Pero “Marchita”, su álbum debut en solitario que salió a la venta el viernes, eclipsa con facilidad sus lanzamientos anteriores. Es un disco íntimo y austero, una tierna instantánea de una joven que lucha contra el dolor del amor perdido. Sus melismas ondulantes, la cálida melancolía del cuatro y sus letras imaginativas y sombrías se convierten en torrentes de angustia desenfrenada. En todas sus canciones, Estrada se sumerge en la miseria, a menudo dejando al oyente desolado.

“Aprendí muy pronto a aceptar la pena o la angustia”, dice Estrada. Creció en un hogar cálido y rico en arte, pero la violencia y la tragedia del mundo exterior lograban colarse, tanto en la música melancólica que escuchaba al crecer, como en su realidad cotidiana.

Estrada procede de un pueblo rural conocido por su cultivo de café, llamado Coatepec, que ella describe como “un pueblo de montañas y clima frío” lleno de gente “muy trabajadora y muy seria”. Sus padres, también músicos, se ganaban la vida como lutieres, y los artistas solían pasar por su taller para encargar instrumentos de cuerda. Su familia asistía a fandangos, sesiones de improvisación centradas en el son jarocho, o se reunían en torno a la mesa y cantaban canciones populares tradicionales mexicanas o venezolanas. Aprendió a tocar el piano, luego el violín y después la viola.

Su mundo musical se expandió cuando tenía unos 13 años, después de toparse con una compilación de Billie Holiday. “Comencé a buscar voces que hicieran cosas que me impresionaran mucho, lo cual despertó en mí el deseo de hacer lo mismo con mi voz”, dice. Descubrió a Sarah Vaughan, Ella Fitzgerald y Betty Carter.

Silvana Estrada en Ciudad de México, el 15 de enero de 2022. (Jackie Russo/The New York Times)
Silvana Estrada en Ciudad de México, el 15 de enero de 2022. (Jackie Russo/The New York Times)

La fascinación de Estrada por el jazz acabó por llevarla a la ciudad vecina de Xalapa, donde estudió en el conservatorio universitario de jazz mientras cursaba la preparatoria. A los 18, se hizo estudiante de tiempo completo. “Estando ahí aprendí a usar mi voz como un instrumento”, dijo. “También aprendí a ser libre, porque eso es lo que más me gusta del jazz”, agregó, “te da la oportunidad de hacer algo diferente cada vez”.

Estrada terminó por mudarse a Xalapa; el viaje desde Coatepec era demasiado peligroso, ya que la violencia del narcotráfico emergió en la región. “Mi adolescencia fue muy difícil porque no podía salir ni pasear sola por la calle”, dijo. “Secuestraron a muchas niñas y a muchas mujeres. Y en general, creo que los últimos años de mi vida en México se han tratado un poco de encontrar seguridad”.

En 2017, una nueva visión comenzó a gestarse para Estrada. Viajó a Nueva York y conoció a una nueva comunidad de músicos, como el baterista Antonio Sánchez y el líder de la banda Snarky Puppy, Michael League. Estrada seguía sintiendo afecto por el jazz, pero extrañaba sobremanera cantar en español e interpretar los sonidos folclóricos que la nutrieron en su juventud. “Aquí es donde pude mirar lo que hay en mi interior y darme cuenta”, dijo, “de que mi búsqueda era más bien una búsqueda de mis raíces, de mis ancestros”. A su regreso a México, dejó la escuela y se trasladó a Ciudad de México para emprender una carrera en solitario.

Casi cinco años después, Estrada lanza por fin “Marchita”, cuyo eje es la voz de la intérprete, que abstrae sus influencias en un dramatismo asombroso y pleno. La cantante hace eco del aplomo de iconos como Chavela Vargas o Mercedes Sosa, a quienes escuchaba en su infancia. “Cuando creces escuchando a Chavela Vargas, te das cuenta de que la pena es un vehículo para entender el mundo”, comentó Estrada. “Te das cuenta de que cada sentimiento forma parte de una vida plena”.

“Marchita” es sobre el primer amor de Estrada y la profunda pena que acompañó su fin. Grabó el álbum hace dos años, y al escucharlo ahora, percibe una cierta ingenuidad. “Solo alguien con ese tipo de inocencia podría escribir cosas tan solemnes”, dice. “Es como un duelo por esa primera idea que uno tiene del amor”.

Al igual que en su discurso cotidiano, las letras de Estrada se despliegan con un magnetismo poético que florece en español. A menudo tiene las texturas románticas del poeta nicaragüense Rubén Darío, o quizás de la poeta y crítica uruguaya Idea Vilariño, cuyas obras Estrada devoró mientras escribía el álbum. En “Te Guardo”, canta: “Tengo dos besos pendientes/ Uno por cada mejilla/ Y un abismo de cristal/ Por cada herida”.

Gustavo Guerrero, productor de “Marchita”, dijo que “fue un reto no restarle fuerza ni expresión al arte de Silvana”. Las canciones, las melodías y las letras estaban tan bien escritas que corría el riesgo de “producir o pulir de más algo que ya estaba terminado”, explicó en una llamada telefónica. Juntos, trataron de mantener la energía minimalista de sus interpretaciones en vivo, en las que ella manda en el escenario, acompañada solo por su voz, sus letras y su cuatro.

“Llevo mucho tiempo trabajando en eso”, dijo Estrada. “¿Cómo puedo ser fuerte, cómo puedo ser convincente con lo mínimo? ¿No crees que eso es algo que a veces puede ser muy femenino?”, se preguntó. “Veo a mi madre resolviendo todo con poco dinero, con unos cuantos ingredientes, un poco de todo. Eso es muy fuerte. A veces pienso que con la música es igual”.

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