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La pregunta que angustia a los padres en EEUU: ¿se debe enviar a los niños a la escuela el próximo curso?

El debate actual en Estados Unidos sobre la reapertura de las escuelas el próximo año escolar, que comienza entre mediados de agosto y principios de septiembre dependiendo de cada localidad, es candente y en él se han mezclado argumentos que van más allá de las consideraciones de salud pública y recuperación económica en plena pandemia de covid-19.

Por ello, esa discusión ha resultado fuertemente conflictiva y controversial, y cargada de sesgos y tergiversaciones político-electorales e ideológicas que la han convertido en un factor de tensión, miedo y desencuentro cuando, en realidad, requiere una reflexión rigurosa y basada en el dato científico.

Una maestra en Texas toma la temperatura a un estudiante durante un curso de verano. El debate sobre cuándo, cómo y cuánto reabrir las escuelas el próximo curso escolar es tenso en Estados Unidos. (AP Photo/LM Otero)
Una maestra en Texas toma la temperatura a un estudiante durante un curso de verano. El debate sobre cuándo, cómo y cuánto reabrir las escuelas el próximo curso escolar es tenso en Estados Unidos. (AP Photo/LM Otero)

El propio presidente Donald Trump ha criticado los lineamientos del Centro de Control y Prevención de Enfermedades para la reapertura de escuelas y ha convertido el asunto en un tema de campaña al afirmar equívocamente que quien plantea que no se reabran las escuelas lo hace para dañar sus aspiraciones de reelección que, de acuerdo a las encuestas sobre su desempeño y aprobación, estarían actualmente a la baja más bien por la forma en que se ha manejado durante la pandemia.

Con todo, y aunque Trump ha amenazado con recortar fondos federales a las escuelas que no reabren plenamente el próximo curso, en realidad la decisión sobre abrir o no reabrir y en qué modalidad no es del gobierno federal sino que se ha de darse a nivel estatal y, sobre todo, en los propios distritos escolares locales.

La presente aceleración del covid-19 que se experimenta en muchos estados es un factor clave en la decisión sobre qué pasará en las escuelas el próximo año escolar.

En ello hay una variedad de razones y aproximaciones. Por ejemplo, mientras que en California las escuelas de Los Ángeles y San Diego sólo impartirán educación en línea cuando reabran en agosto próximo, en el cercano Condado de Orange la junta educativa plantea una reapertura presencial completa y sin requerir el uso de mascarillas a los alumnos, si bien la decisión final corresponderá a cada distrito escolar.

En ese debate, las razones sobre abrir o no reabrir la educación presencial en las escuelas estadounidenses son múltiples, y un breve repaso de las principales permite apreciar un poco mejor la situación.

1. La magnitud de la pandemia

Para reabrir las escuelas con el menor riesgo posible es necesario que la pandemia misma haya mermado de modo importante, pues reiniciar clases presenciales en medio de un brote severo resulta severamente peligroso y puede conducir a mayor enfermedad y muerte.

Un indicador clave sobre cuándo es menos riesgoso reabrir las escuelas es que el promedio diario de casos positivos en las pruebas de diagnóstico en la localidad no sea mayor del 5%. Pero entre los distritos escolares más grandes de Estados Unidos solo unos pocos registran esas cifras y en amplias regiones en California, Florida, Texas y otros estados esa tasa es tres, cuatro o más veces mayor.

Reabrir en esas condiciones, con una amplia difusión del coronavirus, supone muy altos riesgos para todos, adultos, adolescentes y niños, estudiantes, maestros, trabajadores y familias. Por ello, esperar a que las condiciones sean propicias, en lo que cabe, es un cuestión mayor. Y esa valoración ha de hacerse a escala local para medir el nivel de la pandemia en cada comunidad y decidir al respecto.

2. La enfermedad y el contagio entre los menores

Se ha afirmado que los menores se contagian y sufren de covid-19 en proporciones reducidas y que no serían un factor mayor de difusión del coronavirus, por lo que reabrir las escuelas no implicaría riesgos mayores.

Ciertamente los menores que han enfermado o fallecido de covid-19 son proporcionalmente pocos, aunque en realidad no se cuenta con suficientes datos para dimensionar realmente el grado de contagio que los niños y adolescentes pueden sufrir o propagar a otros. La información presente, que muchos usan para justificar un riesgo menor (o menor que los riesgos de no abrir) es en realidad incompleta y muchos la consideran por ello insuficiente para tomar decisiones.

En todo caso, la posibilidad de que niños enfermen o contagien a sus profesores y familias existe y a ello hay que añadir el factor de contagio entre los adultos –profesores y demás personal– que trabajan en las escuelas y que enfrentan riesgos de infección y, en su caso, de sufrir la enfermedad de modo grave mucho más altos. Ellos, presumiblemente más que los niños, estarían en mayor riesgo.

Así, dado que no es posible eliminar por completo el riesgo de contagio, lo más que se puede hacer es mitigar ese riesgo, en mayor o menor medida. Pero es claro que el contagio, en niños y adultos, dentro de los entornos escolares puede suceder, por lo que las escuelas que reabran han de estar preparadas para enfrentar esos casos y practicar las medidas de rastreo y cuarentena respectivas. Y cabe preguntarse si los padres de familia querrán que sus hijos vayan a la escuela si se registran casos allí. Dada la punzante tensión al respecto, quizá un solo caso positivo podría desestabilizar todo el entorno escolar.

3. Los problemas de la educación online

Desde que se declaró el confinamiento en meses pasados, las escuelas han operado en modalidad en línea, ofreciendo instrucción vía internet. Eso fue la solución en los primeros meses de la pandemia, que coincidieron con los últimos meses del curso escolar, y mitigó parcialmente el cierre al ofrecer una modalidad educativa a millones de estudiantes.

Es cierto que la educación en línea implica grandes retos en materia didáctica, que muchos profesores no están capacitados para participar en ella, que los estudiantes, sobre todo los más pequeños en escuela primaria, con frecuencia no tienen la disposición y concentración requeridas para sacar provecho y que los padres también con frecuencia no saben o pueden asistirlos para impulsar su instrucción remota.

Además, la desigualdad económica es un factor severo pues los estudiantes más pobres tienen acceso insuficiente o nulo a tecnologías digitales o conexiones de Internet apropiadas para la educación sistemática en línea.

Y se ha detectado, por ejemplo, que el desempeño en matemáticas y otras disciplinas fue menor durante la reciente etapa de educación en línea entre los estudiantes de menores recursos. Por ello, en esta lógica la reapertura de las escuelas es necesaria, si bien el beneficio que ello supone podría quedar eclipsado por los riesgos de contagio que la presencia física implica.

Pero si se considera que la educación presencial implicaría fuertes riesgos, incluso en un entorno de uso obligatorio de mascarillas y con distanciamiento social, la educación en línea con todos sus defectos sería la mejor opción, al menos en lo que las cifras de la pandemia se reducen de modo importante. Por ello canalizar recursos adicionales a las escuelas para compensar las carencias de acceso de sus estudiantes y capacitar a los maestros es clave.

Modelos híbridos en los que una parte de la instrucción se dé en las escuelas y otra en línea es una alternativa defendida por muchos.

4. Las escuelas son más que instrucción

Se ha afirmado con razón que las escuelas son mucho más que sesiones de instrucción y que juegan un papel clave en el desarrollo intelectual, emotivo, físico y social de los estudiantes. Por ello, importantes voces, entre ellas las de la Asociación Americana de Pediatría, han llamado a la vuelta segura a la educación presencial, pues mantener a los niños y adolescentes en casa limita severamente su desarrollo integral.

Además, para muchos menores los desayunos y almuerzos escolares son la principal fuente de nutrición, lo que en un contexto de desempleo e incertidumbre económica resulta de importancia sustantiva. Es por ello que muchos distritos escolares, aunque cerraron escuelas y pasaron al modo online, continuaron entregando periódicamente comida a las familias.

La asistencia a la escuela es también muy importante, se afirma, para cuidar la salud mental de los menores y para apartarlos de comportamientos de adicciones y comportamientos hostiles, sobre todo en el caso de los adolescentes. Los incidentes de violencia doméstica, en la que los menores sufren sustancialmente, se han incrementado durante la pandemia.

Todos esos argumentos son de enorme importancia, pero nuevamente han de colocarse en el contexto de la gravedad de la pandemia y del nivel de riesgo de contagio, un balance que resulta complejo y difícil.

5. Infraestructura e insumos insuficientes o inadecuados

Para una reapertura segura, en caso de ser posible, se requerirá modificar el uso de los espacios escolares y establecer prácticas y rutinas (como el uso de mascarillas y distanciamiento social, sobre todo entre los alumnos de menor edad), por lo que la vuelta a clases presenciales, donde se dé, no será como era antes de la pandemia.

Pero además de los retos que implica el rigor de usar mascarillas, mantener distanciamiento social y cuidar continuamente la higiene personal y la limpieza de las instalaciones, hay factores de infraestructura y recursos que limitan el accionar de las escuelas.

Muchas escuelas, sobre todo las públicas que reciben a la enorme mayoría de los estudiantes en Estados Unidos, tienen planteles en sí insuficientes o anticuados, lo que era ya un problema antes del covid-19 y se agiganta durante la pandemia.

Por ejemplo, se menciona que sistemas de ventilación obsoletos o inadecuados podrían ser vectores de contagio de coronavirus y que los propios espacios físicos en muchos planteles no son suficientes o adecuados para recibir a los estudiantes cuando hay que asegurar distancia física entre ellos.

Los espacios abiertos son una alternativa de menor riesgo que los salones cerrados, pero muchas escuelas no cuentan con patios o jardines suficientes y apropiados para utilizarlos como sitios de instrucción, y el clima en muchos lugares no es siempre conducente a ello.

Las cafeterías, por ejemplo, implican un reto adicional por implicar que, al comer, los menores deben retirarse las mascarillas. Y se afirma que para los niños que deben usar transporte escolar o público para acudir a la escuela, ese desplazamiento implica riesgos de contagio adicionales.

Dotar de recursos adicionales a las escuelas para compensar esas carencias o limitaciones parece también indispensable, incluso si la reapertura es híbrida o parcial.

6. Reapertura necesaria para la recuperación económica

No habrá reapertura económica a fondo si las escuelas no reabren con “normalidad”. Eso es obvio, pero no por ello resulta posible de modo automático.

Cuando los menores no van a la escuela, los padres deben quedarse con ellos en casa, o realizar arreglos para su supervisión cuando es posible, lo que reduce su capacidad laboral y, por ello, limita el ingreso familiar. Ello es especialmente severo para los trabajadores de bajos ingresos que, además, con frecuencia se encuentran en mayor riesgo de contagio de covid-19 por realizar trabajos esenciales.

Con todo, una vuelta a clases que conduzca a contagios en la familia desataría problemas económicos aún mayores, con el añadido del sufrimiento y riesgo de muerte de la enfermedad.

Por ello, en el difícil balance entre mitigación de la pandemia y recuperación económica, la apertura de escuelas es un factor clave, y es la población de menores recursos la más afectada. Por ello, incluso si los niveles de la pandemia descienden a un grado que permita una reapertura escolar de bajo riesgo, se necesitaría en paralelo protecciones adicionales para las familias trabajadoras.

7. La contaminación política y la percepción social

Trump ha planteado que las jurisdicciones que no reabran las escuelas están motivadas en un afán de dañar sus opciones de reelección, lo que es en realidad falso y un factor de tensión y distorsión. Ciertamente las acciones y omisiones del presidente ante la pandemia han contribuido a una caída severa en sus niveles de aprobación y en la preferencia del electorado y Trump se ha empeñado en mostrar la recuperación económica y la vuelta a la “normalidad” como su mejor carta de cara a los comicios del 3 de noviembre.

Pero dado que en realidad la pandemia se acelera en muchas partes del país, con cifras récord de casos y altas tasas de positivos, y que la reapertura que Trump desea se complica e incluso se comienza a revertir en varios estados, él ha optado por estigmatizar todo lo que no se pliegue a su visión como una amenaza o un ataque político, incluso aquello que en realidad no tiene que ver con lo electoral sino con la cruda dinámica de la pandemia y las decisiones que han de tomarse al respecto con base en el dato científico.

Así, Trump ha contaminado el debate sobre cómo, cuándo y cuánto han de reabrirse las escuelas y, como en el caso del uso de mascarillas, ha convertido el tema en campo de guerras culturales y diferendos electoralistas.

Nada de ello, en realidad, contribuye a establecer medidas que mitiguen la pandemia y que propicien las condiciones para una reapertura segura de escuelas (y en general de la economía) en el momento y la magnitud que resulte más auspicioso y seguro en términos del bien común.

Es deseable y de esperar que las escuelas reabran en algún momento, con un periodo en línea o híbrido y, en las zonas donde la pandemia ha menguado, incluso de manera plenamente presencial. Pero las formas y los tiempos de ello han de basarse en la ciencia y la protección de la salud pública, lo que no parece compatible con la exigencia de Trump de que las escuelas reabran de inmediato y de modo completo el próximo curso.

Sea como sea, el debate continúa con todas sus aristas y continuará generando preocupación e incluso confrontación, al haberse convertido en tema de pugna electoralista. Pero lo cierto es que, de acuerdo a una encuesta específica realizada por Axios-Ipsos, sean las que sean las razones en pro o en contra, el 71% de los estadounidenses ven que volver a las clases presenciales implica un riesgo grande o moderado, cifra que es 82% entre los de filiación demócrata y 53% entre los de filiación republicana.

La inquietud social al respecto es clara y cada jurisdicción escolar deberá tomar su decisión, con base en la mejor información disponible.

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