Ser atleta en Japón todavía no es cosa de chicas

Koko Tsujii, a la derecha, conversa con otras integrantes del equipo femenino del club de fútbol de Suginami
Shiho Fukada/NYT

TOKIO (The New York Times).- Kurumi Mochizuki es el tipo de futbolista hábil capaz de hacer rodar una pelota desde los omóplatos hasta la cabeza y luego al pie derecho, y mantenerlo en el aire durante más de una docena de toques. Y hace que parezca fácil.

Sin embargo, cuando practica con su club local en el sureste de Tokio, sus entrenadores a veces le aconsejan que se tome descansos más largos que sus compañeros de equipo, y le piden no levantar bolsas pesadas de balones al retirar el equipamiento de la cancha.

Faltan espacios

Kurumi, de 13 años, es la única chica de su equipo. Juega con varones porque no hay equipos femeninos cerca de su vecindario ni en su escuela secundaria. Encontrar un equipo en el bachillerato también le será difícil. Solo una de las 14 escuelas en la zona de Kurumi tiene un equipo femenino. Su hermano mayor, que juega fútbol en su escuela de bachillerato, no ha tenido ese problema: casi todos los bachilleratos del distrito tienen equipos de fútbol masculinos.

“Los varones tienen todo más fácil”, dice Kurumi. “Eso me da envidia”.

Así es la realidad de los deportes para las niñas y mujeres en Japón, donde las atletas a menudo tienen que sacrificar muchas cosas para perseguir sus sueños. Las oportunidades están limitadas por las rígidas normas de género de la sociedad japonesa, que moldean las vidas de las mujeres no solo en el campo de juego sino también en el hogar y el lugar de trabajo.

Esa disparidad se ha mantenido a pesar de que las mujeres japonesas han tenido mejor desempeño que los hombres desde hace varios Juegos Olímpicos, y de que una tenista nacida en Japón, Naomi Osaka, se ha convertido en una de las mayores estrellas deportivas del mundo.

Los Juegos Olímpicos de Tokio, que comienzan el 23 de este mes, ofrecerán una oportunidad para consagrar a otra generación de campeonas que inspiren a niñas con aspiraciones deportivas. Pero cuando acabe el furor olímpico, chicas como Kurumi seguirán enfrentando grandes obstáculos.

Japón no tiene una ley como el Titulo IX, el estatuto estadounidense que les exige a las escuelas que reciben fondos públicos que ofrezcan igualdad de oportunidades para hombres y mujeres, y no hay datos públicos sobre cuánto gastan las escuelas en deportes extracurriculares o cómo se distribuye ese gasto por género.

Las atletas que perseveran a menudo tienen que combatir los estereotipos de que se dedican a una actividad poco femenina y por ende ponen en peligro sus posibilidades de atraer chicos para luego convertirse en esposas y madres. Incluso sus entrenadores ven su participación a través de esta lente, y en algunos casos hasta les dan lecciones de etiqueta para garantizar que estén listas para la vida doméstica.

La japonesa Naomi Osaka, estrella del tenis mundial
La japonesa Naomi Osaka, estrella del tenis mundial


La japonesa Naomi Osaka, estrella del tenis mundial

Esta es otra de las maneras en las que Japón no ayuda a las mujeres a alcanzar su máximo potencial como líderes en una variedad de campos, incluso en un momento en que los políticos afirman que el país debe elevar a las mujeres para sacar a la economía adelante tras años de estancamiento. Aunque muchas mujeres trabajan en la actualidad fuera del hogar, todavía se espera que estén en segundo plano en relación con los hombres. Y en su vida cotidiana, las niñas y las mujeres son obligadas a ajustarse a patrones de comportamiento bastante rígidos que las obligan a ser recatadas o delicadas.

“Los chicos a quienes les va bien en los deportes pueden convertirse en modelos a seguir”, dijo Tetsuhiro Kidokoro, profesor adjunto en la Universidad de Ciencias del Deporte Nipón. “Pero la definición de feminidad no incluye a las chicas a quienes les va bien en los deportes”.

Independientemente de las expectativas de la sociedad, Kurumi espera poder jugar fútbol de alto nivel como su heroína, Homare Sawa, capitana de la selección japonesa que ganó la Copa Mundial Femenina de 2011 y obtuvo la medalla de plata en los Juegos Olímpicos de Londres en 2012.

Kurumi sigue los pasos de su hermano en el fútbol desde que tenía 6 años. “De pequeña nunca pensé en eso”, dijo Kurumi sobre el hecho de ser la única chica de su equipo. “Pero una vez que crecí un poco más, empecé a ser mucho más consciente de ello”.

El equipo de fútbol extracurricular de su escuela secundaria pública es técnicamente mixto, aunque ninguno de los 40 jugadores del equipo es chica. Kurumi decidió quedarse con el club en el que había jugado desde la escuela primaria en lugar de intentar entrar a un nuevo grupo en su escuela.

“Hay una diferencia en la fuerza y la agresividad entre niños y niñas”, dice Shigeki Komatsu, subdirector de la escuela secundaria, mientras ve a los niños jugar en un campo de grava y levantar nubes de polvo con sus tacos.

Koko Tsujii, de 17 años, quien vive en el barrio de Suginami, en el oeste de Tokio, ha estado decidida a jugar fútbol desde el primer grado, a pesar de la opinión de su madre de que los deportes son para varones.

Ahora juega en el equipo femenino de un club donde los varones superan en número a las mujeres en una relación de casi 5 a 1.

Además de las prácticas sobre técnicas de disparos al arco y pases, las chicas del equipo reciben lecciones de feminidad. Durante un entrenamiento nocturno, cuando Koko estaba en secundaria, uno de los entrenadores les enseñó a las niñas cómo sostener los palillos y los tazones de arroz de una manera que él consideraba apropiadamente delicada.

“Él mencionó que, si se enteraba de que una chica con la que iba a tener una cita jugaba fútbol, tendría prejuicios”, recuerda Koko tras terminar una serie de carreras intensas por la cancha durante una práctica nocturna.

“Al principio no me gustaba”, dice. “Pero ahora que estoy en el bachillerato, lo agradezco. Me di cuenta de que a algunos chicos sí les importan cosas como esas”.

Después de que la selección de mujeres ganó la Copa del Mundo hace una década, hubo una gran expectativa de que el triunfo impulsara una mejora en las condiciones para las atletas.

Antes de esa victoria, en Estados Unidos las niñas habían acudido en masa a los clubes de fútbol suburbanos debido al triunfo de la selección femenina de fútbol en la Copa del Mundo en 1999.

Pero ese auge no se ha vivido en Japón, donde las disparidades no han llegado a ocupar un lugar en la conciencia popular.

Según una encuesta de 2019 de la Sasakawa Sports Foundation, 1,89 millones de chicos entre 10 y 19 años -cerca de un tercio de todos los varones en ese grupo de edad- juegan fútbol de manera casual o en un equipo al menos dos veces al mes, en comparación con 230.000 niñas, es decir, un poco más del 4 por ciento.

Sesgo negativo

Solo 48 de 10.324 escuelas secundarias tienen equipos de fútbol femenino, según la Asociación Nipona de Cultura Física en la Escuela Secundaria. La disparidad continúa hasta la adultez; solo el cinco por ciento de los jugadores registrados en la Asociación de Fútbol de Japón son mujeres.

Al igual que en Estados Unidos, las diferencias salariales son enormes. Según informes de los medios, los hombres que juegan fútbol profesional ganan 10 veces más que sus contrapartes femeninas.

Más allá del fútbol, los eventos deportivos más populares son de hombres y niños. A finales del verano, Japón enloquece por un torneo de béisbol de bachillerato conocido como Koshien, que tiene más de 100 años de historia. Justo después del Año Nuevo, una enorme audiencia prende sus televisores para ver el Hakone Ekiden, un maratón universitario exclusivo para corredores masculinos.

Hay muy pocos impulsores públicos de las atletas femeninas, y la mayoría de sus entrenadores son hombres que por lo general no brindan apoyo a los cambios físicos que experimentan las niñas en la adolescencia.

Hanae Ito, una nadadora que representó a Japón en los Juegos de Verano de Pekín en 2008, asegura que los entrenadores le decían a lo largo de sus años de adolescencia que era “débil mentalmente”, cuando aumentaba de peso o sufría de cambios de humor relacionados a la menstruación.

“Creí que yo tenía un problema o que era mi culpa”, explica. “Pero creo que todo esto se debe a que Japón es una sociedad patriarcal. Incluso los deportes femeninos se ven desde la óptica masculina”.

La idea de que las atletas deben preocuparse por sus oportunidades futuras con los hombres está profundamente arraigada.

Luego de que Hideko Maehata, nadadora olímpica, se convirtió en la primera mujer en ganar una medalla de oro para Japón, The Asahi Shimbun, uno de los periódicos más importantes de Japón, anunció su victoria en los Juegos Olímpicos de Berlín 1936 con el titular: “Siguiente paso: Casarse”.

Este tipo de actitudes persisten hoy en día. Yuki Suzuki, quien jugó en la liga de fútbol profesional femenina de Japón (conocida como Nadeshiko) y enseñó el deporte hasta que dio a luz a su hijo, se siente frustrada por las rígidas definiciones de género.

“A las niñas a menudo se les dice: ‘Sean femeninas, sean femeninas’”, dijo Suzuki, quien en la actualidad tiene 34 años. “Creo que tenemos que cambiar la cultura fundamental de Japón en lo que respecta a las mujeres”.

Incluso cuando las chicas tienen oportunidad de jugar, surge el sesgo a favor de los niños de pequeñas maneras. En la primaria a la que asiste Kurumi, los equipos varoniles de voleibol y baloncesto disponen del gimnasio tres días a la semana para entrenar mientras que las niñas lo tienen los dos días restantes.

Kurumi dice que intenta no preocuparse por el trato desigual. No culpa a sus entrenadores, afirma, cuando le prohíben cargar el equipo pesado en los entrenamientos.

“Estoy segura de que los entrenadores solo se preocupan por mí”, comenta. “Pero yo sé que podría cargarlo”.