Terminó la era de los transbordadores espaciales

21 de julio del 2011. Son las 5:57 PM hora local. El Atlantis aterriza en el cosmódromo del Centro Espacial Kennedy en Cabo Cañaveral, Florida, tras una exitosa misión que cierra un capítulo en la historia de la conquista espacial con emociones encontradas y más preguntas que respuestas.

Casi 30 años de alegrías, tristezas y tragedias en un proyecto de desarrollo científico que expandió los límites del hombre y amplió el conocimiento sobre nuestro planeta.

"Habiendo encendido el fuego de la imaginación de una generación, una nave como ninguna otra, su lugar en la historia asegurado, el transbordador espacial llega a puerto por última vez (...)". Las sentidas palabras del comentarista de la NASA, Rob Navias, fueron una despedida nostálgica para los transbordadores espaciales. El lanzamiento número 135 cerró un ciclo de ambiciones y sueños.

(...) cambió la forma en la que vemos el mundo y cambió la forma en la que vemos nuestro universo. Hay muchas emociones, pero hay algo indisputable: EEUU no dejará de explorar". El capitán del STS-135 Chris Ferguson y su tripulación dejaron en órbita recuerdos entrañables de una época de esplendor: un modelo diminuto del Atlantis y el banderín que llevó el primer vuelo de un transbordador.

El proyecto en el que Estados Unidos invirtió $200,000 millones resultó ser una carga demasiado pesada. El 2011 marca el inicio de un período incierto para las 16 potencias gestoras de la Estación Espacial Internacional (EEI), que dependerán exclusivamente de Rusia para enviar sus tripulaciones al cosmos.

SUFICIENTE PARA LLEGAR A JUPITER
 
Todo comenzó con el STS-1, lanzado el 12 de abril de 1981, justo en el vigésimo aniversario de la llegada de Yuri Gagarin al espacio.

El Columbia, construido en 1979, fue la primera nave en funcionamiento y despegó con apenas dos tripulantes a bordo. En julio de 1982 llegó el Challenger; en noviembre de 1983 el Discovery, y el Atlantis en abril de 1985. Con el tiempo las tripulaciones fueron creciendo y el récord de ocho se estableció en 1985 con el STS 61-A.

El Endeavour se sumó a la flotilla como reemplazo del Challenger, que estalló pocos segundos después de su décimo despegue el 28 de enero de 1986. Era el primer transbordador en accidentarse durante una misión, pero antes había llevado al espacio a la primera mujer estadounidense, el primer afroamericano y el primer canadiense, e inaugurado los lanzamientos y aterrizajes nocturnos.

Diecisiete años más tarde, el 1 de febrero de 2003, el país sería testigo de uno de los hechos más trágicos en la historia de la exploración espacial. Ante la mirada expectante de miles de personas, el Columbia se desintegró sobre Texas a su reingreso en la atmósfera de la Tierra. Siete tripulantes perdieron la vida. Era su misión número 28.

El programa de transbordadores espaciales nació principalmente como sucesor de las misiones Apolo, para dotar a la NASA de naves tripuladas que pudieran volar en la década de los '80.

Su ambiciosa visión contemplaba el desarrollo de una enorme estación sustentada por un carguero reutilizable que pudiera dar servicio a una colonia lunar permanente y, eventualmente, pudiera transportar personas a Marte. La realidad fue otra debido a la vertiginosa disminución del presupuesto de la NASA.

La flota estadounidense facilitó investigaciones de vanguardia, permitió el envío al espacio de artefactos como el telescopio Hubble, y fue clave para construir la próxima parada para la exploración del universo. Pero aunque sus kilómetros recorridos habrían sido suficientes para llegar a Júpiter, los transbordadores apenas se alejaron del planeta y nunca cumplieron su objetivo inicial de traer satélites defectuosos a la Tierra para reparación.

Concebidos como un medio de transporte reutilizable y barato, resultaron extremadamente complejos y costosos de mantener. Por ello, y a riesgo de quedar a merced de las naves rusas, la NASA se vio obligada a buscar otras alternativas. En lo adelante, la flotilla descansará en los museos del aire y el espacio de EEUU, donde recibirá su merecido homenaje.

LA VIDA MAS ALLA DE LA TIERRA

Seis astronautas viven y trabajan sin descanso en la EEI, un gigantesco proyecto de $100,000 millones en el que intervienen EEUU, Rusia, Canadá, Japón y otros 12 países europeos. La estación orbita el planeta y no solo mira hacia lo más recóndito del universo, sino que atiende asuntos tan terrenales y urgentes como la búsqueda de una cura para las víctimas del cáncer.

El Spacelab construido por la Agencia Espacial Europea (ESA) provee un laboratorio presurizado y completamente equipado que cubre un amplio expectro investigativo: desde la astronomía, la creación de nuevos materiales, la observación de la Tierra, el estudio de fenómenos físicos y la biomedicina.   

UN PASAJE DE $40 MILLONES

El propósito es volver al espacio a partir del 2016 en un nuevo proyecto de financiación privada, aunque los entendidos aseguran que esa fecha podría retrasarse más de lo previsto pese a que algunas empresas estan interesadas en la aventura.

Hasta entonces, los astronautas viajarán a bordo del cohete ruso Soyuz, de tecnología algo más primitiva pero menos costoso. EEUU ya reservó 46 asientos a unos $40 millones por cada billete, una bagatela si se compara con los $450 millones que gastaba la NASA como promedio en cada misión -sin tener en cuenta el diseño y mantenimiento que ascenderían la suma a $1,500 millones.

Pero los percances sufridos recientemente por las naves rusas avivan temores de seguridad. En agosto, el carguero Progress se estrelló en Siberia debido a una falla del Soyuz, en uno de los peores reveses para el programa espacial ruso en décadas. En noviembre, una sonda Fobos-Grunt que debía tomar rumbo a Marte no logró seguir la trayectoria prevista y quedó en órbita terrestre. La agencia espacial rusa Roscosmos reconoció que la estación podría caer de vuelta en enero. Lo que se había descrito como el debut interplanetario de la era post-soviética resultó ser un fracaso.

El futuro es incierto. El fin de la época dorada de la NASA deja a EEUU en desventaja. Por el momento, ha perdido la puja que comenzó al calor de la Guerra Fría. Hoy Rusia goza la superioridad estratégica que supone el monopolio de los viajes al espacio. La industria privada y el turismo galactico son la gran esperanza. Quizás, más temprano que tarde, todos podamos volar a las estrellas.