Se confirma el mayor temor de las tribus indígenas y los ambientalistas sobre el oleoducto Keystone Pipeline en Dakota

En lo que es la cristalización de los miedos de ambientalistas, tribus indígenas y ciudadanos conscientes, y una trágica confirmación de lo ominoso que en ocasiones resulta la dependencia, y la codicia, de los combustibles fósiles, el oleoducto Keystone Pipeline derramó 210.000 galones de crudo en el noreste de Dakota del Sur.

El derrame sucedió en el mismo estado en el que se ha dado una fuerte batalla comunitaria para frenar la construcción de un nuevo acueducto, el Keystone XL, proyecto que pese a haber enfrentado la vigorosa oposición de las tribus indígenas de la zona apoyadas por activistas medioambientales y muchos ciudadanos al final fue destrabado por el gobierno de Donald Trump.

Un centro de bombeo del oleducto Keystone Pipeline en Nebraska. Ese sistema derramó, en el vecino estado de Dakota del Sur, 210,000 barriles de crudo. (Reuters)
Un centro de bombeo del oleducto Keystone Pipeline en Nebraska. Ese sistema derramó, en el vecino estado de Dakota del Sur, 210,000 barriles de crudo. (Reuters)

Y aunque el derrame presente se dio en el oleoducto ya existente, sus implicaciones lo superan y son factores de peso no solo para la continuidad del Keystone XL, sino en general sobre el empecinamiento de ciertos grupos económicos y políticos por mantener activas algunas de las peores formas de producción energética, como son el uso de carbón en plantas eléctricas o, como es el caso de los oleoductos Keystone, para llevar las pesadas arenas bituminosas de Alberta, Canadá, hasta las refinerías del Golfo de México para ser procesadas.

En principio, el derrame en Dakota del Sur muestra que los opositores al Keystone XL tenían razones para su lucha: los peligros de ese oleoducto –cuyo trazado cruza áreas que los indígenas de la región consideran sagradas y son de enorme valor medioambiental– han quedado patentes y si bien no se trató de un desastre de la magnitud, por ejemplo, de la catástrofe del buque Exxon Valdez en Alaska (que en 1989 derramó casi 11 millones de galones de crudo), sí es un vistazo a los enormes riesgos implícitos en la operación del oleoducto actual y del proyecto en marcha.

Y aún está por verse la magnitud del daño causado por esos 200.000 barriles, que podría ser considerable. Y no es el primer caso, como señala CNN un derrame menor ya se registró en ese oleoducto en 2016.

Máxime cuando existen, como se ha visto, alternativas energéticas mucho más seguras, limpias y promisorias que ameritan mayor apoyo e inversión y pueden generar considerables opciones de empleo para la población y ganancias para los inversores. Máxime cuando el Keystone XL logró seguir adelante solo porque el cambio de administración federal, con la llegada de Trump a la Casa Blanca, le dio nuevo aliento a un proyecto que estaba bloqueado anteriormente por consideraciones diversas.

La oposición al proyecto de oleoducto Keystone XL, esquema 'hermano' del que ya sufrió un derrame ha sido intensa en Dakota del Sur y ahora también en Nebraska. (AP)
La oposición al proyecto de oleoducto Keystone XL, esquema ‘hermano’ del que ya sufrió un derrame ha sido intensa en Dakota del Sur y ahora también en Nebraska. (AP)

En ese sentido, cabe cuestionar si el lucro de unos cuantos implícito en el esquema del Keystone XL resulta demasiado costoso a escala general, tanto por las amenazas concretas (como la que acaba de sufrir su oleoducto ‘hermano’) como por ser parte de un modelo energético y económico cortoplacista y contaminante que hipoteca a las generaciones futuras.

Como se lee en testimonios recogidos por The New York Times, activistas medioambientales indicaron que su crítica no era si el futuro Keystone XL podría tener un derrame, si no cuándo y cuánto. Y el derrame presente, en el oleoducto actual, no ha hecho sino probar ese miedo y esa posición crítica.

Por su parte, TransCanada, al empresa operadora del sistema Keystone, indicó que ha activado su esquema de respuesta de emergencia y enviado personal a la zona del derrame.

Por ello, muchos han dicho que el estado de Nebraska no debe conceder el permiso a TransCanada y que el Keystone XL debería no proseguir. En ese sentido, la destrucción del presente derrame podría catalizar la importante oposición, sobre todo entre agricultores y ganadores de Nebraska, al paso del XL por ese estado.

Todo apalancado con la realidad de que los oleoductos sufren fugas y derrames. Es en cierto modo parte de su naturaleza y aunque pueden ser prevenidos y mitigados son una posibilidad real y ominosa. Y una realidad frecuente. Otros ejemplos recientes de ello, como se menciona en el Times, son la fuga de más de un millón de galones de un oleoducto en el río Kalamazoo en Michigan, en 2010, o el de unos 50.000 galones en el río Yellowstone en 2015.

El gobierno de Trump ha apoyado con fuerza el esquema del Keystone XL, la generación eléctrica vía el quemado de carbón y en general a la industria de los combustibles fósiles. Pero aunque se ha dicho que esos proyectos y esquemas industriales crean empleos y actividad económica –lo que es cierto en estricto sentido– se trata de esquemas con limitado futuro y considerables efectos nocivos en el presente. Esos empleos y la riqueza que se requiere general para el país pueden lograrse por otras vías y otros modelos con el suficiente apoyo y no perpetuando un consumo energético altamente contaminante.

Así, el derrame en el actual Keystone Pipeline, aunque de suyo negativo, podría ser el acicate que prevenga peligros mayores si, al final, como los grupos ambientalistas han afirmado, es entendido como la prueba de que ampliar una infraestructura que puede provocar daños catastróficos no sería la vía más juiciosa y auspiciosa.

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