Como no pueden salir de casa, hacen de sus hogares un santuario

Michelle Lorio en su patio trasero renovado en Belmar, Nuevo Jersey, el 31 de agosto de 2020. (Brittainy Newman/The New York Times)
Michelle Lorio en su patio trasero renovado en Belmar, Nuevo Jersey, el 31 de agosto de 2020. (Brittainy Newman/The New York Times)
Reenat Sinay en su recámara en Nueva York, el 1 de septiembre de 2020. (Brittainy Newman/The New York Times)
Reenat Sinay en su recámara en Nueva York, el 1 de septiembre de 2020. (Brittainy Newman/The New York Times)

En marzo, el sofá raído de la sala de estar era una molestia, pero Megan Barney, publicista de libros en Cambridge Massachusetts, no quería invertir miles de dólares en reemplazarlo.

Para agosto, tras seis meses de trabajar desde casa, Barney no podía soportar ver lo que se había convertido en una horrenda monstruosidad beige. Era hora de deshacerse de él.

Barney, de 26 años, y su esposo, un científico investigador, compraron en línea un sofá seccional azul, que llegó el mes pasado para una unirse a una colección de otras amenidades del hogar en las que la pareja ha invertido desde que comenzó la pandemia.

Ollas marca Cuisinart y sartenes de la tienda Crate & Barrel. Una coctelera y copas de martini. Una vajilla nueva.

“Si voy a estar aquí”, dijo Barney, “quiero sentirme lo más cómoda y lo más calmada posible”.

Puesto que las opciones para salir a restaurantes son limitadas, las alternativas para viajar son aún más reducidas y hay pocas razones para invertir dinero en ropa bonita de oficina, los que tienen la suerte de haber conservado sus empleos durante la pandemia están usando sus ingresos disponibles para renovar su cuartel general de cuarentena.

Están comprando sábanas de bambú, pantallas grandes de televisión, licuadoras de lujo y muebles nuevos.

Algunos de ellos también se sienten culpables de poder gastar libremente mientras muchos otros están sin trabajo. ¿No deberían estar dando dinero para la caridad, o expurgando sus vidas de tantas cosas materiales?

“Sin duda me siento rara”, dijo Barney, quien ha donado y también ha ayudado a amigos que fueron despedidos. “También me siento rara en general de tener un trabajo porque no me siento especial, necesariamente, ni mejor que cualquiera de mis amigos que han perdido sus empleos”. “

Pero los expertos aconsejan que no seamos demasiado duros con nosotros mismos en tiempos de mucha ansiedad.

Quizá ahora parezca una actitud muy complaciente gastar dinero en tu casa, pero es perfectamente normal, incluso saludable, dijo Asia Wong, trabajadora social y directora de servicios de salud y terapia en la Universidad Loyola de Nueva Orleans.

“Considéralo una respuesta ‘nidificante’”, añadió. “Sí, estamos buscando maneras de hacer que el hogar se sienta más entretenido y vibrante. Pero también estamos buscando maneras de sentirnos más seguros en un ambiente más hogareño”.

Compitiendo con tu prójimo en Zoom.

Pero tampoco hay que engañarnos. También queremos impresionar a los demás, afirman los expertos.

La presión de tener un hogar lo suficientemente bonito como para lucirlo en Instagram ya de por sí era intensa antes de la pandemia. Puesto que las videoconferencias y el aprendizaje en línea han abierto los espacios del hogar a mayor escrutinio, esa presión no ha hecho más que aumentar, dijo Annetta Grant, profesora adjunta de mercadotecnia de la Universidad Bucknell de Pensilvania.

“Los colegas que quizá nunca hayan ido a tu casa, ahora ven cómo es tu hogar por dentro”, dijo Grant. “Los niños llevan a sus compañeros de clase y maestra por toda la casa para mostrarles un libro o juguete”.

Además, estamos viendo el interior de otras viviendas, que podrían ser más grandes o estar mejor decoradas y equipadas que las nuestras, lo cual aumenta el deseo de que nuestro hogar se sienta igual de lujoso, agregó.

“Eso tal vez los motive a adelantar la renovación que han estado planeando”, opinó Grant.

Reenat Sinay, una periodista en Manhattan, dijo que sintió punzadas de envidia durante llamadas por Zoom con amigos que viven en zonas más económicas del país y pueden costear casas grandes y ventiladas, o con colegas que viven en apartamentos decorados con esmero.

“Hay una mujer en mi equipo que está comprometida en matrimonio y tiene un apartamento hermoso con un balcón increíble”, dijo Sinay, de 32 años. “En Zoom siempre se le ve ahí y siempre pienso ‘Maldición’”.

Sinay, quien se describe a sí misma como ahorradora, dijo que la pandemia la ha llevado a consentirse. Se compró una olla de hierro fundido y bandejas para hornear con el fin de preparar mejores recetas, así como velas aromáticas en frascos de vidrio.

Después de que sus dos compañeras de casa se mudaron en marzo, el apartamento se sentía vacío. Sinay compró una planta, una zamioculca que bautizó Margot-Anaïs. Dijo que estuvo buscando en internet “el cojín perfecto” que no cueste 100 dólares.

“Siento que me he dado permiso de tener cosas que generalmente no me compraría”, comentó Sinay. “Siento algo así como: ‘Ok, ¿esto me va a hacer sentir mejor? ¿Esto va a alegrarme el día cuando esté ahí sentada sola sintiéndome mal? Probablemente’. Así que debería comprármelo”.

Gastar para sentirse normal de nuevo.

Meg Casey, una abogada de 38 años que vive en Nashville, Tennessee, dijo que a ella y a su esposo, un médico, les encantaba ir al cine antes de la pandemia.

Para recrear la experiencia perdida, compraron un proyector de cine con una pantalla blanca grande, luego acondicionaron un lugar para hacer fogatas en su patio trasero, y ahí su familia ha visto “Guerra de las Galaxias”, “Bob Esponja al rescate” y “muchas de Scooby-Doo”, dijo.

“Casi se siente como la vida normal”, expresó Casey.

Es el tipo de inversión que muchos consumidores han hecho en los últimos meses, comprando kayaks, piscinas, calentadores para exteriores y trampolines para animar sus patios y aliviar el dolor de las vacaciones perdidas.

No todo el mundo se siente cómodo derrochando dinero. Louise Dunlap, de 82 años, profesora jubilada de escritura que reside en Oakland, California, dijo que había usado los ahorros de la pandemia para donarlos a organizaciones que buscaban devolver tierras a los indígenas.

“Simplemente no creo que comprar cosas vaya a estabilizar nuestro mundo”, sostuvo Dunlap.

Sin embargo, dijo que se había dado un pequeño capricho, comprando arenques en la tienda de comestibles y que estaba considerando comprar una impresora y una nueva silla para su escritorio.

Ali Besharat, profesor de mercadotecnia y codirector del Centro de Innovación de Negocios y Conocimiento del Consumidor de la Universidad de Denver, dijo que muchas personas también estaban ahorrando dinero o pagando sus deudas. En abril, los consumidores reportaron haber ahorrado el 33 por ciento de sus ingresos, frente a un promedio del 7 por ciento, dijo.

Wong, la trabajadora social, dijo que la gente debería estar atenta de que los espacios confortables que están creando no se conviertan en un cobijo permanente del mundo.

“¿Te estás construyendo un bonito nido?”, Wong dijo. “¿O intentas hacer este lugar lo más agradable posible porque nunca saldrás de allí?”

Wong añadió: “Hay una diferencia entre ‘Me gusta estar aquí’ y “Odio estar afuera’”.

This article originally appeared in The New York Times.

© 2020 The New York Times Company