Anuncios
Elecciones México 2024:

Cobertura Especial | LO ÚLTIMO

Lo que sabemos sobre la COVID-19, la influenza y el aire que respiramos

MEJORAR LA CALIDAD DEL AIRE COMO UNA MANERA DE DISMINUIR LAS ENFERMEDADES DEBERÍA SER UNA PRIORIDAD DE SALUD PÚBLICA EN ESTE SIGLO.

La COVID-19 no es la única infección respiratoria que se combate en el mundo, sobre todo durante los meses más fríos. El invierno pasado, la influenza casi desapareció a nivel mundial porque las precauciones que se tomaron para contener la COVID-19 —como el uso de cubrebocas y el distanciamiento social— también funcionaron para prevenirla. Es posible que estas precauciones hayan sido más efectivas contra la influenza debido a que se sumaron a la inmunidad protectora que algunas personas habían desarrollado tras años de exposición a distintos virus de la gripe. No existía tal protección contra la COVID-19, pues no tenía precedentes.

Eso podría cambiar este año, conforme las personas regresen a sus actividades habituales y se relajen las precauciones. Sin embargo, si se pone en práctica lo aprendido sobre el SARS-CoV-2, el coronavirus que provoca la COVID-19 —incluidos los nuevos conocimientos sobre cómo se propagan los virus respiratorios en general—, el mundo puede cambiar la trayectoria de las temporadas de influenza, y así podría salvar decenas de miles de vidas.

Cuando la COVID-19 surgió por primera vez, lo que más les preocupaba a las autoridades de salud pública era la propagación del nuevo coronavirus por medio de gotículas grandes, como las que se expulsan con la tos o los estornudos. Por lo tanto, se establecieron lineamientos de comportamiento individual: lavarse las manos, mantener dos metros de distancia y quizá también desinfectar las compras del supermercado.

Sin embargo, el entendimiento detallado de la transmisión de la influenza —desarrollado a lo largo de décadas y reconocido por unos cuantos científicos de renombre hasta hace poco— permitió que la comunidad científica tomar conciencia de la transmisión aérea del SARS-CoV-2.

Según las investigaciones, tal como sucede con el SARS-CoV-2, las personas que portan el virus de la influenza lo exhalan en partículas pequeñas cuando respiran, hablan y tosen, y el virus de la influenza se ha encontrado en aerosoles en espacios cerrados, como hospitales, guarderías y aviones. Al igual que sucede con el nuevo coronavirus, la gente puede propagar la gripe aunque no tenga síntomas, lo cual refuerza la teoría de que la transmisión puede ocurrir sin que alguien tosa o estornude y que no requiere de gotículas grandes.

Si las recomendaciones para combatir la influenza siguen centrándose demasiado en el lavado de manos y superficies, sin reconocer la importancia de los aerosoles en la transmisión, es poco probable que logremos cambiar la tendencia de 12.000 a 52.000 muertes que la influenza provoca al año en Estados Unidos. Pero si aprendemos del manual de estrategias contra la COVID-19, el país podría reducir los casos de influenza y evitar días de ausencia en las escuelas y los trabajos, así como muchas muertes.

La gente que quiera prevenir un contagio de gripe debe vacunarse contra la influenza estacional. También debería acostumbrarse a usar mascarillas. Todo parece indicar que el uso de cubrebocas, junto con el lavado de manos, reduce la transmisión de la influenza entre personas que viven en la misma casa. A quienes les preocupe contagiarse de gripe tal vez también les convenga limitar el tiempo que pasan en espacios cerrados y concurridos —donde la transmisión se da con facilidad— durante la temporada de influenza.

Admito que es difícil hacer esto durante las fiestas decembrinas, cuando queremos reunirnos con otras personas, pero es una manera eficaz de reducir el riesgo. El mensaje más importante es que, si sientes que te enfermaste, aunque sea solo un poco, quédate en casa para que no contagies a nadie más.

Desde una perspectiva realista, la gente pasará tiempo con otras personas en espacios cerrados esta temporada, con y sin cubrebocas. Pero no todos los espacios interiores plantean el mismo nivel de riesgo. Los espacios con mala ventilación pueden ser más preocupantes.

La purificación del aire tardó mucho en reconocerse como una herramienta poderosa para reducir el riesgo de transmisión de la COVID-19, y debería adoptarse de manera generalizada durante esta pandemia y también para reducir los casos de influenza. La ventilación y la filtración del aire son dos técnicas comprobadas para eliminar físicamente los virus del aire, de modo que las personas estén expuestas a una menor cantidad de estos. La ventilación deficiente fue un factor determinante en muchos eventos de superpropagación del coronavirus, como el brote que hubo en un ensayo de coro en Skagit Valley, Washington.

Hay algunas maneras sencillas de mejorar la ventilación, como abrir ventanas y puertas. Un estudio pequeño realizado hace poco, que aún no ha sido arbitrado, demostró que la cantidad de coronavirus en el aire disminuía de manera considerable cuando la ventilación se incrementaba con un ventilador de extracción que eliminaba el aire viciado de una habitación, lo que facilitaba la entrada de aire del exterior a través de una ventana abierta. Otras opciones eficaces pueden requerir un mayor esfuerzo. El tratamiento de rayos ultravioleta es otro método que se utiliza en hospitales para matar virus que están en el aire. Esta técnica podría aplicarse a mayor escala en áreas públicas donde se aglomera mucha gente, aunque debe instalarse de manera adecuada para que funcione bien y se evite cualquier daño potencial. El costo inicial es más elevado que el de otros métodos, pero vale la pena considerarlo como parte de un análisis de costo-beneficio de distintas tecnologías.

Aumentar la humedad también podría ayudar a reducir la transmisión. La evidencia no es tan contundente como la de las otras herramientas, pero hay datos que muestran que podría ser útil humedecer el aire en un rango del 40 al 60 por ciento, pero no más, ya que se fomentaría el crecimiento de moho. En este rango, ciertos virus de la gripe, el nuevo coronavirus y otros tipos de virus no sobreviven con tanta facilidad, y nuestra respuesta inmunitaria es más fuerte que cuando el aire está más seco. Este efecto todavía no se comprende del todo y debe estudiarse más a fondo.

Creo desde hace mucho tiempo, con base en años de investigación, que la comunidad médica subestima el papel de los aerosoles en la propagación de muchos virus respiratorios. Espero que la COVID-19 haya catalizado un cambio en nuestra forma de pensar sobre el aire que respiramos. No beberías un vaso de agua llena de gérmenes, químicos y suciedad. ¿Por qué deberíamos tolerar el hecho de respirar aire contaminado?

Aún se desconocen varios aspectos: todavía no está claro qué proporción de la transmisión de un virus respiratorio se atribuye a la inhalación de aerosoles, qué proporción al rocío de gotículas grandes o qué proporción al contacto con superficies contaminadas. ¿Cómo desarrollamos esos conocimientos y diseñamos edificios para minimizar la transmisión de enfermedades? Esa es una pregunta que los gobiernos y los científicos deberían abordar.

Será un desafío replantear el diseño y el funcionamiento de los edificios a fin de asegurar la calidad del aire, pero no es imposible. A principios del siglo XX, la proliferación y modernización de los sistemas de alcantarillado y tratamiento de aguas residuales contribuyó a que las enfermedades transmitidas por agua, como la tifoidea y el cólera, se volvieran muy poco comunes en Estados Unidos y Europa. Los resultados de las inversiones en infraestructura hidráulica se consideran uno de los mayores logros del siglo XX para la salud pública. Mejorar la calidad del aire como una manera de disminuir las enfermedades debería ser una prioridad de salud pública en este siglo.

© 2021 The New York Times Company