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El rugido centenario de los años locos

El siglo XX tuvo en sus años 20 el período que responde a aquellas singularidades. Roaring, folles, felices: los adjetivos varían de acuerdo con el idioma que define a la década, pero todos coinciden en calificar a este período como un momento exuberante, clamoroso, un bramido que supuso un cambio en las costumbres, la moral y la vida urbana de muchas ciudades de Occidente y que tuvo a los años de prosperidad económica de los Estados Unidos como centro sísmico.

Los años locos, que ya cumplen un siglo, han forjado o difundido símbolos de la cultura de masas que cualquiera puede reconocer sin ser un especialista: las jóvenes modernas con su estilo de vida flapper, su corte à la garçonne y sombrero cloche, sosteniendo cigarrillos clavados en largas boquillas mientras bailan el charleston; las historias de gángsters o nuevos ricos que esquivaban la ley seca norteamericana en fiestas fastuosas; los gags de Charles Chaplin al son de un stride piano o el repiqueteo de un washboard en plena era del jazz; o el clarinete de la Rhapsody in Blue, compuesta por Gershwin en 1925, que se estira en un glissando eterno como los entonces flamantes rascacielos art déco de Nueva York. ¿Por qué es una década que persiste en ser tan recordada?

Flappers y la revolución moral

"Muchas personas rememoran la década de 1920 a través de imágenes vibrantes de gente bailando salvajemente y multitudes sonriendo mientras bebían en bares clandestinos. La evidente riqueza de estas personas y la vida nocturna urbana instalaron la noción de losaños locos. Pero no creo que ese sea el verdadero legado de la década", explica a LA NACION revista Erica Ryan, profesora de Historia en la Rider University, de Nueva Jersey.

Ryan, autora del libro When the World Broke in Two: The Roaring Twenties and the Dawn of America's Culture Wars, considera que la década de 1920 fue en los Estados Unidos una época de grandes tensiones culturales. "El verdadero legado de la década se produce, en cambio, en divisiones profundas y fundamentales que los estadounidenses sintieron en sus reacciones a las flappers y al alcohol ilegal, entre otros acontecimientos -cuenta la historiadora-. Estas divisiones fueron en gran parte culturales e intelectuales: jugaron una guerra cultural que libraron los conservadores contra los cambios en la vida cotidiana estadounidense de aquel momento".

Según detalla el historiador Frederick Lewis Allen en su clásico libro Apenas ayer, la del 20 fue "una época especial de la historia norteamericana" en la que, sobre todo, la juventud de las ciudades cosmopolitas encaró una revolución de los modales y costumbres sin precedentes.

Luego de la trágica Gran Guerra, en la que millones de personas eran prácticamente condenadas desde su alistamiento, la paz y el armisticio trajeron en las nuevas generaciones un espíritu renovador, exultante, cargado de hedonismo y traccionado por una frenética búsqueda de liberación individual, expuesta sin tapujos ante el horror de padres y madres escandalizados.

De acuerdo con Lewis Allen, fueron las mujeres de sectores acomodados, que aspiraban a una vida moderna, apodadas flappers, las grandes protagonistas de esta liberación: empezaron a fumar y a beber en público con petacas, a usar maquillaje (antes asociado con la prostitución), faldas cada vez más cortas y a dejar a un lado el corsé para bailar fox-trot. El impacto fue tal que "los legisladores de varios Estados presentaron proyectos de ley para reformar de una vez por todas la vestimenta femenina", explica el historiador.

"Ninguna de las madres victorianas (y la mayoría de las madres eran victorianas) tenía idea alguna de cuán negligentemente estaban acostumbradas sus hijas a ser besadas", escribió Francis Scott Fitzgerald en This Side of Paradise, al tiempo que ponía luz en las petting parties (fiestas de caricias), en las que hombres y mujeres rompían el credo que sostenía esperar la llegada del amor romántico y el matrimonio para consumar los placeres sexuales. Fueron tiempos en los que la difusión de las ideas freudianas sobre la libido y la búsqueda del placer se imponían en las reuniones sociales, así como en muchas nuevas lecturas y revistas, como la flamante y sofisticada The New Yorker, que incluía las coberturas de la vida nocturna escritas por la pluma desinhibida de Lipstick (carmín), apodo de la periodista Lois Long. Toda una conmoción para las generaciones más conservadoras.

Pero lejos de ser solo una liberación de las ataduras morales, muchas mujeres vivieron estos años como una oportunidad para pelear por sus derechos políticos y económicos. "Muchas mujeres estadounidenses, por primera vez en números reales, articularon un deseo de tener poder político, que acababa de ser otorgado con la enmienda 19 de la Constitución en 1920 [que les brindaba derecho al voto], poder económico a través del empleo y una vida familiar que incluía a los niños. Esta era la vida plena a la que aspiraban", sostiene Ryan.

Tiempos de ley seca

"El cocktail party vespertino se convirtió en una nueva institución norteamericana", cuenta Lewis Allen, mientras describe la costumbre de hombres y mujeres norteamericanos que, antes de ir a una fiesta, alquilaban cuartos de hotel para librarse a la fuerte ingesta de cerveza de jengibre y ginebra, por entonces, la bebida de moda.

Lo curioso es que estas nuevas modas hacían la vista gorda a la ley seca, que había empezado a regir en los Estados Unidos luego de la ratificación de la 18a. enmienda a la Constitución norteamericana que, desde el 16 de enero de 1920, prohibió la producción y venta de bebidas alcohólicas en el territorio.

¿Cumplió su objetivo la ley seca? "La prohibición afectó significativamente los hábitos de bebida de muchos estadounidenses -opina Erica Ryan-. Los académicos estiman que el consumo de alcohol disminuyó en un 30 por ciento durante los 13 años en que se impuso la ley, lo que no es insustancial. Pero, por supuesto, muchos continuaron bebiendo". Pese a todo, esa demanda fue satisfecha a través del contrabando y del crimen organizado.

Fue así que en 1920, el delincuente Johnny Torrio reclutó en la pandilla de Five Points, Nueva York, a un joven napolitano llamado Alphonse Capone para dirigir sus bandas y controlar de una vez por todas, al precio de una epidemia de matanzas, el licor que se distribuía en las tabernas clandestinas de Chicago.

Con 32 años, Capone llegó a controlar ingresos por 60 millones de dólares anuales provenientes de la cerveza, que suministraba a 10.000 tabernas de Chicago. "Había amasado y ocultado una fortuna cuya amplitud nadie conocía; los agentes federales afirmaban que ascendía a 20 millones de dólares", cuenta Lewis Allen, mientras describe el agasajo a políticos y jueces que el mafioso brindaba en su finca en Miami.

Era del jazz y consumo de masas

En los 20, la cultura de masas se expandió en todo su esplendor: la prensa de gran tirada, el cine hollywoodense, la industria de discos de pasta y la flamante radiodifusión moldearon un cuadro de medios masivos que se mantuvo, luego con la televisión, hasta fin del milenio.

Al calor de estos cambios, muchos veían con desconfianza cómo durante la era de prosperidad de Calvin Coolidge millones de personas habían perdido interés en temas serios, para dedicar su atención y emociones a las piñas de Jack Dempsey, al lanzamiento de un nuevo Ford o al vuelo de Charles Lindbergh a través del Atlántico.

"Los estadounidenses fueron testigos de la llegada transformadora de la cultura de consumo masivo. En ciudades y pueblos de todo el país leían las mismas revistas, se encontraban con anuncios en el mercado masivo, escuchaban cada vez más programas de radio nacionales y veían las mismas películas -detalla Ryan-. Esta cultura de masas ahora influyó en personas de todo el país, en todos los ámbitos de la vida".

Pero por sobre todo, los Roaring Twenties fueron definidos como una verdadera era del jazz. Ciudades como Chicago y Nueva York se nutrieron de la inspiración de decenas de músicos provenientes de Nueva Orleans, como los trompetistas Louis Armstrong, Joe "King" Oliver o el clarinetista Johnny Dodds, quienes crearon la banda de sonido de una época y le dieron al género su mayor difusión.

"Si bien el primer gran golpe de difusión fue en 1917, con los discos de la Original Dixieland Jazz Band, durante la década de 1920 el jazz se expandió, difundió y evolucionó muy rápidamente gracias a las novedades tecnológicas como el método eléctrico de grabación y la radiofonía", explica a LA NACION revista Lucas Ferrari, pianista de la escena jazzística porteña y cultor de aquella época. "El jazz se mete en todo, principalmente en las grandes ciudades. Queda atrás la delicadeza rítmica y los tempos moderados del ragtime. Ahora son sincopados, más rápidos y frenéticos, como los nuevos automóviles", describe Ferrari.

No fue casual que esta era del jazz se produjera en medio del Renacimiento de Harlem, aquel movimiento artístico que apuntaló a la cultura afroamericana en los suburbios de Nueva York. Por entonces, la orquesta de Satchmo realizó sus primeras grabaciones con las que afianzó su popularidad para convertirse en el mascarón de proa de aquella música basada en la improvisación sobre ágiles blues y antiguas marchas militares. "Su genialidad musical y su carisma lo convirtieron en estrella popular, mucho más popular de lo que ningún afroamericano había logrado hasta el momento. El concepto de solista pop surgió con él y además logró música del más alto nivel artístico de la historia", detalla Ferrari.

La onda expansiva del jazz alcanzó a ciudades como París, Berlín e, incluso, Buenos Aires. Tanto la República de Weimar, que en 1923 salía del período hiperinflacionario, como la Ciudad de la Luz abrazaron el modernismo del rag y del fox trot que irradiaban referentes como la bailarina y cantante Josephine Baker. París era entonces el epicentro cultural en el que se encontraban escritores expatriados como Francis Scott Fitzgerald y Ernest Hemingway, etiquetados por Gertrude Stein como "la Generación Perdida", junto con artistas de vanguardia como Salvador Dalí o Jean Cocteau. Todos ellos fueron hipnotizados por el saxofón soprano del estadounidense Sidney Bechet.

En Buenos Aires, la moda del jazz no fue la excepción: directores de orquestas de tango como Roberto Firpo, Francisco Canaro y Osvaldo Fresedo, lejos de competir, difundieron el género copiosamente. "El gran renovador del tango, Julio de Caro, admiraba a Paul Whiteman, de quien toma la idea de utilizar un violín corneta de mayor volumen sonoro -explica Sergio Pujol, autor de Valentino en Buenos Aires, entre otras obras que tratan el período-. En síntesis, hubo más colaboración y complementación que rivalidad. Típica y jazz convivieron siempre muy bien".

Los años locos en la Argentina

Coinciden varios historiadores en que los años 20 de la Argentina se los recuerda como una época de prosperidad y crecimiento gracias al modelo liberal, de fuerte expansión del sector agropecuario, así como de movilidad social ascendente en las ciudades como Buenos Aires, potenciada por la acción integradora de la educación pública para millones de hijos de inmigrantes, cuya calidad de vida iba en aumento. Conocidos como los años de los gobiernos radicales, las gestiones de Hipólito Yrigoyen y de Marcelo T. de Alvear vivieron la existencia de precios favorables y buenas cosechas que inclinaron de manera provechosa la balanza en el mercado internacional.

"Si en materia económica y comercial la Argentina se apura a recomponer su relación con Inglaterra no bien concluye la Primera Guerra Mundial, en lo que respecta a la vida cultural no caben dudas de que nuestro país no fue inmune a esa primera ola de americanización que llega prácticamente a todas partes", reflexiona Sergio Pujol.

En los años 20, la Argentina fue un destino privilegiado de bienes y productos como automóviles, radios, fonógrafos o máquinas industriales provenientes de los Estados Unidos, un jugador que sumaba a la tradicional relación comercial del país con el Reino Unido. Este combo de "bonanza y hedonismo del espíritu norteamericano", según palabras de Pujol, moldeó en su Capital Federal una versión aggiornada del fenómeno. ¿Cómo vivió Buenos Aires sus años locos?

"Enrique Cadícamo me contó que los cabarets porteños eran más lujosos y divertidos que los de París. Esto puede sonar un tanto exagerado, pero es verdad que la ciudad de Buenos Aires fue un centro pujante, si bien atravesado por fuertes tensiones sociales y culturales -cuenta Pujol-. Debemos tener cuidado en la celebración de los años locos. Fueron tiempos de cabarets lujosos, pero también de hacinamiento en los conventillos, xenofobia y prejuicios de clase. De todas maneras, si pensamos el tema en términos comparativos, es verdad que Buenos Aires fue un fenómeno urbano interesante. Podríamos decir que la ciudad miraba a las demás con más orgullo que envidia".

El legado

"La cultura popular simplemente ama los años 20, y sus visiones nostálgicas han sido el elemento básico de libros, películas, anuncios y similares. Y, esto no es solo un fenómeno estadounidense", reflexiona para LA NACION revista Lynn Dumenil, historiadora y autora de The Modern Temper: American Culture and Society in the 1920s. "La importancia de las flappers y la revolución sexual también son cruciales para generar la fantasía sobre la década. El hecho de que los años 20 terminaran con el crash económico, ya que a menudo se interpreta como la resaca de la orgía, también se suma al atractivo de la época", concluye.

Según Pujol, "el imaginario de los 20 sigue despertando interés. Los rostros de los actores y actrices del cine mudo, la moda femenina, el art déco, las especulaciones futuristas como el film Metrópolis... Todo eso identifica al siglo XX en términos icónicos".

Tras la explosión económica de 1929 y el crack de la bolsa de Nueva York, la era de bonanza culminó, y con ella el fragor de los Roaring Twenties: aquellos años locos, plenos de juventud e incertidumbre, que todavía fascinan y tironean la mirada constantemente hacia el pasado.