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Roger Federer, condenado a vivir en el 8-7, 40-15 de Wimbledon

LONDON, ENGLAND - JULY 14: Roger Federer (SUI) looks dejected during his Gentlemen's Singles Final against Novak Djokovic (SRB) on Day 13 of The Championships - Wimbledon 2019 at the All England Lawn Tennis and Croquet Club on July 14, 2019 in London, England. (Photo by Simon Stacpoole/Offside/Getty Images)
Photo by Simon Stacpoole/Offside/Getty Images

Pongamos un poco de contexto: después de remontar un break de desventaja en el quinto set, Roger Federer, a un mes de cumplir los 38 años, sirve para ganar Wimbledon por novena vez frente a uno de los mejores jugadores de la historia, Novak Djokovic. Es uno de esos momentos llamados a pasar a la historia del deporte. No ya de este deporte sino de cualquiera: el vigésimo primer torneo del Grand Slam para la leyenda suiza justo después de haber derrotado a Rafa Nadal en semifinales. El broche (o no, ¿quién sabe?) a una carrera esplendorosa.

Federer saca con el peso de la historia en sus hombros y solventa los puntos gracias a su excelente saque: en poco más de un minuto y medio se coloca 40-15 y tiene, por tanto, dos pelotas de partido a su favor. Jugando sobre hierba, no hay mucho que planear: un buen primer servicio, una derecha más o menos ajustada y a celebrar con Mirka y los cuatro hijos. A volver a levantar el dedo señalándose como número uno, a sonreír emocionado en la entrevista sobre la pista, agradeciendo al público de Londres todo su cariño y esperando volver al año siguiente.

Está hecho. El mundo aguanta la respiración pero Federer yerra el primer saque, que toca la red justo en la parte superior de la cinta y, como en la película de Woody Allen, cae del lado equivocado. Luego falla una derecha al cuerpo y, así, retrasa el festejo. 40-30. En la cabeza de muchos está el recuerdo de la semifinal del US Open de 2011, cuando Federer sacó con 5-3, 40-15 y acabó perdiendo el set 5-7 y con el set, el partido. Puede que el propio Federer lo esté pensando y desde luego a Djokovic no se le ha podido olvidar. Con todo, insisto, esto es hierba. Un buen primer servicio y todo se habrá acabado.

La pista central se divide entre suspiros de ansiedad y de miedo. Federer inicia su rutina y esta vez consigue vencer la red. Es un primer saque lo suficientemente poderoso como para dificultar el resto del serbio. No es definitivo, ni mucho menos, pero tampoco lo pretendía: queda el golpe que le va a dar el torneo al suizo. Una derecha a media pista, cómoda, que si consigue el ángulo necesario acabará en campeonato. Federer recuerda el último punto de la final contra Andy Murray en 2012 y en vez de jugarla cruzada prefiere jugar sobre la derecha del rival. Solo que el rival no es Murray. Solo que la derecha apenas coge ángulo y queda centrada, asequible. Djokovic huele sangre y no falla: un passing shot perfecto pone el deuce en el marcador.

El resto es historia: Djokovic ganaría ese juego y se impondría en el super tie-break para ganar su quinto trofeo en Londres, el tercero ante Federer. Los fans del suizo lloramos desconsolados. Roger se va de vacaciones en una minicaravana con su familia y promete venganza. Promete un 2020 dedicado simplemente a recuperar la corona que le pertenece sobre hierba. De hecho, cuando la temporada empieza y ve que su físico no responde como debe, decide saltarse cuatro meses de competición. Todo, cualquier cosa, con tal de llegar fino al triplete Sttutgart-Halle-Wimbledon. Todo para que su cabeza deje de vivir en ese 8-7, 40-15 cuanto antes.

Y, sin embargo, de nuevo, el sueño se ha truncado. Ayer supimos que este año no habrá revancha. Que el marcador del último partido que se habrá jugado en Wimbledon durante dos años enteros será precisamente el que tantos queremos olvidar. Wimbledon suspende su edición de 2020 y no contempla un cambio de fechas como Roland Garros. Wimbledon tiene un seguro contratado a prueba de ataques terroristas, muertes de reinas y pandemias y en ese sentido se puede permitir un descanso.

¿Quién no se lo puede permitir? Federer, por supuesto, que en 2021 cumplirá 40 años. Aunque Roland Garros y el US Open siguen convencidos de poder jugar en esa estrecha ventana de cinco semanas entre finales de agosto y principios de octubre, tiene sentido pensar que Roger no ganará ninguno de esos torneos (la última vez que lo hizo fue en 2009). Ahí entran en juego también las prisas de Djokovic. Numerosos expertos coinciden en que el serbio está llamado a superar en número de grandes a sus dos rivales porque “es más joven”. En realidad, supongo que vienen a decir que “explotó más tarde” porque apenas se lleva un año con Nadal.

Esa ventaja de edad y energía, podría llevarle a 21, 22 o 23 Grand Slams y desde luego a batir el récord de semanas como número uno de Roger Federer. Eso ya no está tan claro. La lucha de Djokovic ya era una lucha contra el tiempo (este año cumplirá 33) y este parón no ayuda en absoluto. Con el ranking congelado, su número uno es poco más que nominal. Sin Wimbledon en el horizonte y sin suficientes garantías en Roland Garros, un torneo que ha ganado solo una vez en su carrera, todo se juega al US Open... pero Nueva York no está ahora mismo para previsiones halagüeñas.

Después de todo, y ya sería triste, puede que al final al Big 3 no lo vaya a derrotar Thiem ni Medvedev ni Zverev ni Tsitsipas sino el tiempo. El tiempo confinado esperando a que vuelva la normalidad. Precisamente a ellos, que llevan quince años haciendo de lo extraordinario, rutina.

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