Rivalidad: Colombia y Venezuela, un duelo recalentado que agita a la región

Once segundos. Es lo que tardaría un avión Sukhoi de la Fuerza Aérea venezolana en llegar a Bogotá y bombardear la sede de gobierno. Lo dijo a mediados de semana un eufórico dirigente chavista, en la enésima escalada fronteriza entre Venezuela y Colombia, una línea de 2212 kilómetros marcada a fuego por años de desencuentros.

Ese día la ciudad de La Fría, en el estado de Táchira, amaneció con un despliegue de soldados, tanques y misiles que el presidente Nicolás Maduro bautizó Operación Soberanía y Paz, una muestra de fuerza con suficientes efectivos y vehículos blindados capaz de impresionar al más pintado.

"¿O es que los colombianos creen que nosotros somos pendejos y nos vamos a dejar invadir?", insistió Pedro Carreño, el diputado que se jactó de la velocidad del Sukhoi. Pero Colombia no se impresionó. Todo lo contrario. Subió el tono al desafío chavista, en una semana que recalentó el conflicto y abrió fisuras en la región sobre la estrategia de cómo afrontar la presión sobre el régimen de Maduro.

En un juego a dos puntas, por un lado Bogotá llamó a la calma y por otro fue una entusiasta promotora, durante una reunión en la Organización de los Estados Americanos (OEA), de la activación del TIAR, el tratado de defensa interamericano que avala entre sus herramientas la acción armada.

Como una cosa lleva a la otra, eso creó a su vez un foco de tensión en el Grupo de Lima, los países que trabajan por la transición en Venezuela. Tres miembros del grupo se abstuvieron de votar por el TIAR -Costa Rica, Perú y Panamá- y Chile votó a favor, aunque expresó sus reservas.

Se abría una división impensada entre quienes buscan el camino de vuelta a la democracia en Venezuela. "Todos están de acuerdo en que Maduro se tiene que ir, pero todavía nadie encontró la fórmula. Lo único que funcionó es la acción del Grupo de Lima. Colombia pone mucha presión y puede hacer que se pierda el consenso", señaló a LA NACION la analista colombiana Laura Gil.

El enérgico alegato colombiano por la activación del TIAR era el punto culminante de una crisis que comenzó a gestarse hace dos semanas, pero que se remonta en la historia y suele estallar regularmente en esa frontera caliente que une y desune a colombianos y venezolanos.

¿Por qué ahora? ¿Por qué otra vez? No son los pobladores de los dos lados quienes tienen la respuesta. Ellos son, más bien, las víctimas de los arbitrarios cierres de cruces y de puentes, y de la constante interrupción del comercio binacional, a lo que ahora se agrega la incertidumbre de ver despegar el Sukhoi desde la pista aérea de La Fría.

El catalizador fue la acusación del presidente colombiano, Iván Duque, de que Venezuela era el santuario de Iván Márquez, el exguerrillero que sorprendió con un video desde alguna selva anónima, al parecer venezolana, donde se coronó a sí mismo como líder de todos los insurgentes dispersos por el país. No se necesitaba más para que Maduro sacara la retórica belicista que solía emplear su mentor, Hugo Chávez.

El histriónico Chávez parecía despertarse cada tanto con unas ganas incontrolables de enloquecer a su par colombiano, Álvaro Uribe, a quien denostaba desde su programa de televisión, Aló Presidente, aunque cualquier foro le sentaba bien. También pasó a la acción con movimientos militares fronterizos y cortando las relaciones diplomáticas.

"Usted es valiente para hablar a la distancia y cobarde para hablar de frente", lo desafió alguna vez Uribe durante una cumbre regional. "¡Vete al carajo!", le respondió Chávez, mucho más breve que de costumbre. Ahora la pelea se reanuda con otros protagonistas, en una escalada que puede disolverse en la nada, pero que también se les puede ir de las manos.

Maduro declaró la "alerta naranja" y ordenó la operación en La Fría debido a "la amenaza de agresión de Colombia contra Venezuela". Lo cierto es que todos se sienten amenazados en este juego de guerra, por distintos actores armados y diferentes motivos, aunque el líder chavista se ocupó de mostrar los dientes como nadie.

"Creo que Maduro dispone la maniobra porque percibe que se está construyendo un expediente internacional de Estado forajido, narcotraficante, peligroso, que puede terminar en una intervención militar", dijo a LA NACION el politólogo venezolano Ricardo Sucre. No descartó que los ejercicios militares sean otra bravuconada del arsenal conspirativo del que Maduro suele echar mano, una cortina de humo que desvíe la atención de la crisis social desatada bajo su régimen. Pero insistió en que la clave pasa por una genuina sensación de peligro.

"Hay algo de distracción interna, de fanfarronería y grandilocuencia, pero no es lo esencial. No se puede distraer de la crisis económica, de las penurias, del informe de derechos humanos de la ONU", señaló.

Maduro imagina una maniobra al estilo de la invasión norteamericana de Panamá de fines de 1989, cuando las tropas de Estados Unidos entraron a tiros y capturaron al dictador Manuel Noriega, acusado de narcotráfico, al que condenaron en Miami. Pero la vida te da sorpresas, diría el también panameño Rubén Blades, y el escenario sería distinto.

Laura Gil coincide con Sucre en que el chavismo está convencido de la amenaza exterior. Solo que esa amenaza no estaría en una invasión a gran escala, de tipo hollywoodense, a la cual Maduro teme a la vez que fantasea combatir. "Colombia busca la argumentación jurídica que le permita ciertas operaciones de fuerza en Venezuela, operaciones específicas contra terroristas" como Iván Márquez, señaló.

Y ese marco jurídico es precisamente el TIAR y el aval de la acción armada. Pero, como quedó demostrado, hubo gobiernos que rechazaron el recurso militar. Además, con tantas armas en danza, a cualquiera se le puede escapar un tiro. Para Ricardo Sucre, a lo mejor nadie busca un enfrentamiento fronterizo, "pero estas cosas tienen su propia dinámica".