ANÁLISIS | La lección que nos dejan el rey Juan Carlos I y Álvaro Uribe
En casa, uno, y auto exiliado, otro: dos de los personajes que más han acumulado poder en el mundo hispano en las últimas décadas, se encuentran hoy asediados por la justicia. En ambos casos, lo que nos muestran los hechos es que grandes obras no son licencias para pasar por encima de las instituciones.
Uribe fue un outsider de la política que, cuando llegó al poder en 2002, le dinamizó como hacía décadas los colombianos no lo sentían: agilizó la economía y el comercio, reavivó el campo, reinsertó activamente a Colombia en el mercado internacional, y todo posible gracias a una política de Seguridad Nacional que, sin ceder a prejuicios y contando con todos los recursos militares que no tuvo empacho en aceptar de Estados Unidos, doblegó a la guerrilla y al narcotráfico, que tenían la nación neogranadina rezagada, estancada y paralizada por años.
Fue una política que tuvo detractores y graves acusaciones. Lo que terminó popularizándose como "falsos positivos" hizo pensar a muchos que, además del real debilitamiento que Uribe infringió a las fuerzas guerrilleras de izquierda, hubo muchos asesinatos de inocentes que se camuflajeaban con noticias de bajas en las filas irregulares que no eran tales. Asimismo, otros acusaron a Uribe de favorecer a las organizaciones paramilitares que se organizaban por su cuenta y al margen de la ley para combatir con armas a la guerrilla, lo que producía negocios alternos como el secuestro y el narcotráfico, tal como se le acusaba a las FARC y el ELN.
Lo cierto es que Uribe dejó una Colombia transitable como no sucedía desde décadas atrás, con un control de la seguridad mucho mayor al que encontró, con colombianos volviendo del exilio y una economía exponencialmente potente. Había sido un líder fuerte, carismático, algunos lo califican de autoritario. Pero se fue del poder, confrontó la prensa sin maniatarla y dejó un país con expectativas desconocidas en medio siglo.
Pero su legado no le fue suficiente. A pesar de que logró reelegirse -lo que no estaba regulado cuando llegó al poder, pero que logró con su popularidad como respaldo-, al salir de la Presidencia, Uribe no supo guardar la distancia y el rol que a los expresidentes les toca. Como si aún fuese el jefe reconocible del gobierno, confrontó a Santos por considerarlo un traidor, en virtud de las negociaciones de paz con las FARC. Uribe participaba de la política ya no como un hombre de la reserva colombiana, sino como un individuo que no aceptaba que el poder siguiera sin él, que su turno había pasado ya.
Víctima de su propio juego
Usualmente, los procesos de polarización -que suscitaba Uribe, voluntaria o involuntariamente-, favorecen a los poderosos, pues, en la división, los contrarios terminan salpicados de las reyertas que ellos empezaron señalando.
En este caso, la lógica jugó al revés. Ya sin más poder que el de su liderazgo, y con infinidad de flancos abiertos (el de la izquierda, el del centro -que en Colombia es muy numeroso-, y el de parte de la derecha -la socialdemócrata- que se había ido con Santos), Uribe terminó acorralado en múltiples reyertas que desembocaron en tribunales, hasta que cayó.
Desde principios de este mes de agosto, la Corte Suprema colombiana ordenó su arresto domiciliario por considerarlo un "riesgo de obstrucción a la justicia", luego que se evidenciara que había manipulado testigos en un juicio que data de 2014, y que versa sobre la participación de Uribe en movimientos "antisubversivos" en los años 90.
La base legal de la medida parece incuestionable, de acuerdo a lo que reportan los medios colombianos. Pero cabría pensar que el ex presidente recoge la cosecha de una gran marea en contra que no dejó de azuzar desde años atrás.
Juan Carlos I: De vuelta al exilio
Por otro lado, el Rey Juan Carlos, emérito, como es considerado desde que su hijo heredó el trono, fue un hombre al que siempre le rebotaron las balas. Su rol en la transición de la era franquista a la democracia fue valorado, apreciado y determinante para que en España pudieran establecerse las instituciones democráticas que a Madrid han traído unidad, libertades, prosperidad, modernidad y europeísmo.
Se considera que el Rey Juan Carlos, como símbolo de la unidad territorial, política y cultural de España, fue fundamental para cultivar la tolerancia, la naturalidad del pluralismo y la alternatividad en el poder, sin que el concepto de la nación española se jugara su pertinencia cada vez que unos u otros tomaran las riendas.
La promoción del Rey de una nueva constitución en 1975 fue fundamental para que España llegara con bríos a la modernidad política del siglo XX. Fue uno de los artífices de esa monarquía democrática que en tantos países europeos combinan la tradición y la historia de sus tiempos imperiales, con los valores renovados y actuales del estado de derecho, la democracia y la libertad.
Del Rey Juan Carlos se ha dicho innumerables veces que es un Don Juan y no pocos individuos y mujeres han salido a reclamar su paternidad. Aún así, su figura permanecía intocable, junto a una Reina Sofía que no se cansaba de desarrollar obras por España, desde las artes hasta la atención de discapacitados, o ayudando refugiados de conflictos externos, como los de Bosnia, u otorgando microcréditos a mujeres en zonas necesitadas de América Latina.
Pero los días de inmunidad parecen haber caducado. Con una España segura de sí misma y complejizada en sus factores políticos, la justicia parece no tener otra opción que investigar los 100 millones de dólares que el Rey habría recibido, sin declarar, del Rey Abdulá de Arabia Saudita, luego que una cumbre en suelo español entre ambas naciones "lavara la cara" del integrismo religioso saudí, en el año 2008.
El Tribunal Supremo español ha negado que emitirá una medida cautelar contra el Rey Juan Carlos, y ha dejado claro que el mismo no tiene condición de investigado. Pero las autoridades suizas, que son las competentes en las transacciones financieras mencionadas, continúan sus diligencias.
A sus más de 80 años, parece terminar su vida como la inició, en el exilio, luego de la victoria franquista en la guerra civil.
Una lección para todos
En ambos casos, lo que nos muestran los hechos es que grandes obras no son licencias para pasar por encima de las instituciones. Los adeptos a ambas figuras, muy distintas entre sí, pero con incuestionables logros en su trayectoria, podrían considerar que es un desenlace injusto para tamañas vidas.
Pero, por otra parte, es aire fresco para las instituciones y la democracia. Que la justicia pase por encima de los más altos cargos y títulos nobiliarios, nos deja viva la expectativa de que lo incorrecto es tachable, provenga de donde provenga.
TAMBIÉN TE PUEDE INTERESAR:
La detención de Uribe no frenará su poder, pero llevará a una reforma judicial
ANÁLISIS | El milagro que busca Donald Trump para salvar su presidencia