La resiliencia, una esperanza de futuro

  <span class="attribution"><a class="link " href="https://www.shutterstock.com/es/image-photo/close-outdoor-view-above-small-wild-1654644151" rel="nofollow noopener" target="_blank" data-ylk="slk:Shutterstock / BOULENGER Xavier;elm:context_link;itc:0;sec:content-canvas">Shutterstock / BOULENGER Xavier</a></span>

En el imaginario colectivo, una de las ideas estrella nacidas durante esta pandemia es la de ‘nueva normalidad’. Esconde realmente el deseo de vuelta a la antigua normalidad, a la cotidianeidad vivida antes de la irrupción de la pandemia.

Una especie de ‘regreso al futuro’, parafraseando el título de la película dirigida y escrita por Robert Zemeckis en la que el protagonista viaja al pasado.

El idioma como ser vivo

Son muchas las palabras que nos ha traído la pandemia. Algunas de ellas, nuevas, construidas para reflejar nuevas realidades, han irrumpido con tal potencia que el Diccionario de la Lengua Española (DLE) las ha incorporado o redefinido con inusitada rapidez. Palabras como coronavirus, COVID, desconfinamiento, desescalada o seroprevalencia.

Otras, con más solera, han encontrado bien un renovado protagonismo, bien enmiendas o nuevas acepciones, para incorporarse al lenguaje de uso cotidiano: barbijo, mascarilla, confinamiento, cuarentena, pandemia o vacuna. Ocurre así con el concepto de resiliencia.

La resiliencia como ejemplo evolutivo

Resiliencia es un maravilloso ejemplo para dar cuenta de la fuerza evolutiva del idioma castellano.

La palabra tiene sus orígenes en el lenguaje científico-técnico y surge para dar cuenta de las propiedades de los materiales. El primer repositorio de vocabularios que la recoge es la importante obra de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, el Vocabulario Científico y Técnico.

La primera edición de esta obra data de 1976, tras más de cien años de una tarea que fue acordada en la sesión de la Academia de 1848, año y medio después de su fundación por un Real Decreto de Isabel II. Esta es una prueba de los avatares que han presidido el desarrollo científico y técnico en España.

En su segunda edición, de 1990, define el término resiliencia como: “capacidad de un sólido para recuperar su forma y tamaño originales, cuando cesa el sistema de fuerzas causante de la deformación”. El término no estaba recogido en el Diccionario del Español Actual de 1999, ni en el DLE en su vigésimo segunda edición de 2001.

Fue incluida en la vigésimo tercera edición, en 2014, con una acepción en el ámbito de la psicología: “capacidad humana de asumir con flexibilidad situaciones límite y sobreponerse a ellas”.

Resiliencia ha sido una de las candidatas a palabra del año de la Fundación del Español Urgente (FundéuRAE), que la define como la “capacidad de adaptación y recuperación frente a una situación adversa”. El DLE, en su actualización de 2020, recoge dos acepciones.

Una indica el retorno al estado inicial tras el cese de una perturbación. La otra, que evoca la obtención de una ventaja evolutiva (en el sentido darwiniano del concepto), implica una adaptación a las nuevas circunstancias y por tanto una evolución hacia una situación más apropiada y acorde con éstas.

El concepto de resiliencia está en su primera acepción asociado a la idea de normalidad, mientras que la segunda lo liga a esa idea de ‘nueva normalidad’ que mencionábamos al principio. Una normalidad sobre la que existen pocas certezas, más allá de que será futura, y por tanto sólo cabe desear y especular sobre sus características.

Recuperar o transformar

Una visión estática de la resiliencia nos conduciría a desear la vuelta al mismo estado en que nos encontrábamos (en el ámbito de lo individual y como sociedad) en el momento inmediatamente anterior a la pandemia. Aunque cuesta imaginar que, pasada la COVID-19, las circunstancias individuales de cada cual, las de cada sociedad, y las del conjunto de la humanidad y del planeta vuelvan a ser las mismas que las previas a esta perturbación pandémica.

Aceptada la imposibilidad de vuelta a un pretendido ‘estado inicial’, solo cabe abrazarse a una resiliencia evolutiva, a una inevitable adaptación a la nueva (futura) y diferente normalidad.

Para este tránsito, resulta particularmente de ayuda revisitar la teoría de la evolución de Darwin y, particularmente, comprender la idea de la supervivencia de los mejor adaptados (que no de los más fuertes) y su papel central en la evolución de las especies, incluida la humana.

Resilientes evolutivos

La ecología proporciona muchos conceptos útiles para esta transición evolutiva. A este respecto, nos permitimos recomendar la conversación entre el ecólogo Pedro Jordano y la bióloga María José Sanz, en el segundo capítulo de la serie documental ‘Porvenir’, conducida por Iñaki Gabilondo.

Algunos, como el ya citado de adaptación, se refieren a un acomodo y conciliación con las nuevas circunstancias. Igualmente, los conceptos de recuperación, restauración y regeneración no evocan, en contra de lo que pudiera parecer, una vuelta a un estado anterior, sino una transición, una evolución, hacia un nuevo estado de equilibrio. Estado que no tiene por qué ser igual que el anterior (y de hecho es altamente probable que no lo sea) sino diferente, adaptado a las nuevas circunstancias.

Recuperar significa “Volver a tomar o adquirir lo que antes se tenía” (DLE). Este concepto nos retrotrae a la visión estática de la resiliencia, a la que nos hemos referido anteriormente. Pero también tiene las acepciones de “volver a un estado de normalidad después de haber pasado por una situación difícil” y “volver a poner en servicio lo que ya estaba inservible”.

Es decir, evoca la vuelta a un estado de normalidad o de funcionamiento óptimo; estado que, en propiedad, no tiene por qué necesariamente ser el estado anterior, si bien puede ser un estado o situación de igualdad o similitud con respecto a ese estado original.

Es el mismo sentido que restaurar, o sea, “reparar, renovar o volver a poner algo en el estado o estimación que antes tenía”, o “reparar (algo) del deterioro que ha sufrido”.

Regenerar, según el DLE, significa “dar nuevo ser a algo que degeneró, restablecerlo o mejorarlo”. Según los componentes de la plataforma El Día Después, “la regeneración invita a ir más allá de la mera recuperación entendida como la reparación de algo para que vuelva a su estado anterior. Regenerar es crear algo original, y hacerlo mejorando lo que había antes”

Podría decirse que la regeneración se hermana con los conceptos de recuperación y restauración, entendidos como la puesta en servicio de aquello que había quedado inservible, de recuperarse del deterioro sufrido, en definitiva, de avance hacia la mejora.

Alessandro Baricco plantea dos escenarios posibles en la resolución del eventual duelo entre viejo y nuevo mundo. Uno de ellos pasa por la restauración de un orden social en proceso de derrumbe. El otro, por “la victoria del mundo nuevo”, el advenimiento de un nuevo sistema cultural, político, moral. Baricco, al hacer mención a la búsqueda de un colapso controlado para el “viejo mundo cultural”, maneja un concepto que se utiliza también en ecología.

En el ámbito de lo cotidiano, para gran parte de la población, la regeneración en ese tránsito hacia la incierta ‘nueva normalidad’ pasa necesariamente por una recuperación previa, donde la aspiración inmediata es recuperar el empleo, la vivienda, la educación presencial de sus hijos, etc.

La perspectiva estática de la resiliencia es hermana de la resignación. Proponemos una adaptación evolutiva a las nuevas circunstancias, a las fuerzas evolutivas que configuran nuevos ecosistemas naturales, sociales, emocionales, económicos y políticos. Adaptación que, en términos de evolución humana, implica también modelar esas circunstancias, porque la especie humana, utilizando y modificando los elementos de su entorno, tiene la capacidad de esculpir su propia evolución.

Ese modelado remite nuevamente a la biología y la ecología. Volvamos a la conversación a la que nos referíamos anteriormente: los conceptos de mitigación y prevención, íntimamente ligados, invitan a intervenir sobre las causas de las crisis (sanitarias, climáticas, económicas…), actuando sobre aquellos factores sobre los que podemos tener algún tipo de control, adoptando medidas preventivas antes de que ocurran los daños.

“Quiero ver cómo, en un mundo en crisis, puedo aportar para que las cosas no solo se recuperen, sino que se transformen”, es el deseo expresado por Manuel Castells en una reciente entrevista.

Resiliencia evolutiva ante un nuevo ecosistema global

Podemos presentir y prever que el ser humano, como habitante o parte integrante de la naturaleza, en lugar de un miembro de la sociedad (así lo describe Henry David Thoreau en su obra Caminar) está condenado a mantener una interacción ecológica con los virus. Una adaptación evolutiva con esas entidades que mutan y evolucionan.

Estableceremos una adaptación del tipo que la biología evolutiva denomina “la Reina Roja”, por el personaje de la obra A través del espejo y lo que Alicia encontró allí, que le decía a la niña: “Aquí, como ves, se ha de correr a toda marcha simplemente para seguir en el mismo sitio”.

Adaptación evolutiva frente al virus. Resiliencia evolutiva para permanecer, para seguir habitando este planeta, trabajando por nuestro futuro, sin sentarnos a ‘esperar el año pasado’.

Y como motor de explosión, el lenguaje, el diálogo, la reflexión y el pensamiento crítico. Porque, como dijo Unamuno, “toda filosofía es, pues, en el fondo filología”. En suma, como se decía en el antedicho Vocabulario Científico, para considerar que la Ciencia es ante todo un problema lingüístico: “No hay Ciencia ni método científico sin ideas precisas”.

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

Jesús Rey Rocha es socio fundacional de la Asociación Española para el Avance de la Ciencia (AEAC) y miembro de su Junta Directiva. Es miembro del equipo investigador del proyecto 'Análisis científico, filosófico y social del COVID-19: repercusión social, implicaciones éticas y cultura de la prevención frente a las pandemias (BIFISO)' financiado por el CSIC en el marco del programa CSIC-COVID-19.

Emilio Muñoz Ruiz es socio promotor de la AEAC y miembro de su Consejo Consultivo. Forma parte del equipo investigador del proyecto "Análisis científico, filosófico y social del COVID-19: repercusión social, implicaciones éticas y cultura de la prevención frente a las pandemias (BIFISO) ", financiado por el CSIC en el marco del programa CSIC-COVID-19.