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Reseña de 'Mi país imaginario': Revuelta en Chile

Las imágenes más poderosas en “Mi país imaginario” son de las protestas en las calles de Santiago de Chile que comenzaron en octubre de 2019. Cientos de miles de chilenos salieron a las calles; primero, para protestar un aumento al precio del pasaje del metro y, después, para exigir grandes cambios al orden político y económico del país. Los recibieron con gas lacrimógeno, bastones policiacos y balas de plástico apuntadas a la altura de los ojos. Algunos se defendieron con piedras que encontraron en la calle y que arrojaron a los policías.

Ver escenas como esa en un documental (o, para el caso, en las redes sociales) es experimentar una sensación intensa de déjà vu. Lo que ocurrió en Santiago en 2019 y 2020 se siente como un eco de levantamientos similares alrededor del mundo: en Teherán, Irán, en 2009 (y de nuevo esta semana); en las capitales árabes como Túnez; Damasco, Siria, y El Cairo en 2011; en Kiev, Ucrania, en 2014; en París en el punto más álgido del movimiento de los chalecos amarillos en 2018. Esos sucesos no son idénticos, pero cada uno representa la erupción de un viejo descontento con un statu quo que parece eternamente indiferente a los agravios del pueblo.

La euforia que podrían brindar estas imágenes está acompañada por una sensación de presentimiento. En casi todos los casos, estas rebeliones concluyeron en derrota, decepción, indiferencia o peor. La boyante promesa democrática de la plaza Tahrir en El Cairo ha sido ahogada por una década de dictadura militar. Desde entonces, la democracia ucraniana, que parecía victoriosa después del Euromaidán, la “revolución de la dignidad”, ha enfrentado amenazas internas y externas, las más recientes por parte del Ejército ruso de Vladimir Putin.

“The Square” de Jehane Noujaim y “Winter on Fire” de Evgeny Afineevsky son excelentes documentales de los hechos sobre Tahrir y el Euromaidán, y “Mi país imaginario” merece estar en su compañía. Sin embargo, también tiene una resonancia específica a Chile y a la carrera de su director, Patricio Guzmán, quien aporta una perspectiva histórica única y poderosa a las circunstancias actuales de su país. Ya antes había visto eventos como estos y tiene motivos para esperar que esta vez sea diferente.

Guzmán, ahora octagenario, puede ser descrito con precisión como el biógrafo de Chile y también como su conciencia cinematográfica. Su primer documental, del cual aparecen imágenes en este, se trataba sobre los primeros meses de la presidencia de Salvador Allende, que comenzó en una atmósfera de optimismo y desafío en 1970 y terminó en un brutal golpe de Estado militar apoyado por Estados Unidos tres años después. El recuento de Guzmán de la caída de Allende y la represión posterior se narra en “La batalla de Chile”, una trilogía de documentales que Guzmán completó mientras estaba exiliado en Francia y que sigue siendo una de las grandes películas políticas del último medio siglo.

De manera más reciente, en otra trilogía (“Nostalgia de la luz”, “El botón de nácar” y “La cordillera de los sueños”), Guzmán ha explorado la identidad cultural y geográfica distintiva de Chile, reflexionando sobre las intersecciones de la ecología, la demografía y la política en un modo que es lírico y ensayístico. En “Mi país imaginario”, cita al cineasta francés Chris Marker como un mentor, además, comparten un espíritu de humanismo crítico y un hábito de buscar el significado de la historia en el grano fino de la experiencia.

Aunque está en primera persona y el director aporta una narración fuera de cuadro, este documental expresa una humildad conmovedora y una disposición a escuchar con paciencia. Guzmán entrelaza clips de las protestas con entrevistas de las participantes, la mayoría de ellas jóvenes y todas mujeres.

Esta revolución, que culminó con la elección de Gabriel Boric, un político de izquierda de treinta y tantos años, a la presidencia de Chile y a la convocación de un referendo para una nueva Constitución, surgió a raíz de las frustraciones económicas de los estudiantes y la gente trabajadora. Sin embargo, Guzmán y los activistas, académicos y periodistas con los que habla dejan en claro que el feminismo siempre fue central para el movimiento. Argumentan que la difícil situación de los chilenos pobres e indígenas no se puede entender ni abordar sin tomar en cuenta su género y que la igualdad de las mujeres es fundamental para cualquier política igualitaria.

“Mi país imaginario” termina con una nueva asamblea constituyente (que incluye a muchos veteranos de las protestas) reuniéndose para redactar una nueva Constitución que ellos esperan finalmente desvanecerá el legado de la dictadura prolongada de Augusto Pinochet. Después de que la película se completó, los votantes rechazaron el primer borrador, un revés para Boric y para la energía radical que la película de Guzmán capta y celebra. Cualquiera que sea el siguiente capítulo, esperemos que él esté ahí para capturarlo.

‘Mi país imaginario’: Sin clasificación. Español con subtítulos. Duración: 1 hora con 23 minutos. En cines.

© 2022 The New York Times Company