El repentino asalto jihadista a Alepo es un recordatorio de esas guerras que nunca terminan
WASHINGTON.- La guerra civil que se cocina a fuego lento en Siria desde hace tiempo ha vuelto a sacudir repentinamente la escena global.
La semana pasada, el grupo de milicias islamistas Hayat Tahrir al-Sham (HTS) lanzó un ataque relámpago desde su reducto en noroeste del país con la intención de capturar Alepo, la ciudad más grande de Siria, y avanzaron al sur hacia la ciudad de Hama, en el centro del país. En los videos posteados por HTS, sus combatientes parecen estar izando una bandera cerca de la histórica ciudadela de Alepo y estableciendo retenes dentro y en los alrededores de la ciudad.
Hace una década, Alepo fue el matadero de la guerra civil siria: entre la brutal represión del régimen de Al-Assad, el bombardeo de los rusos y la depredación de los jihadistas, la capital económica del país quedó despedazada. En 2016, con la ayuda de las fuerzas delegadas de Rusia e Irán, las fuerzas leales a Al-Assad lograron recuperar la ciudad. Esa victoria se logró a costa de una masacre para el pueblo sirio y pareció ser el punto culminante del éxito general de Al-Assad para sofocar los levantamientos prodemocracia de 2011, que su propio régimen había extendido en una serie de insurgencias y contrainsurgencias que duraron años, un conflicto fogoneado por una maraña de facciones internas y de intereses extranjeros que dejaron un saldo de medio millón de sirios muertos y que obligaron a otros 5 millones a huir del país.
Al-Assad perdió el control de la provincia noroccidental de Idlib, donde gobiernan HTS y otras milicias rebeldes apoyadas por Turquía, y también algunas zonas del noreste del país, dominadas básicamente por la facción kurda, que por entonces era una estrecha aliada de Estados Unidos. Y en el desierto sirio siguen operando las milicias extremistas de Estado Islámico.
El Estado sirio quedó en ruinas, haciendo posible el surgimiento de un pujante comercio regional de fenetilina, una droga sintética más conocida por el nombre de captagon. Sin embargo, en la relativa calma que reina desde entonces, Al-Assad logró acomodarse, y muchos de los países árabes que le habían dado la espalda, incluidas las ricas monarquías del Golfo Pérsico, empezaron a trabajar para recomponer relaciones con su régimen.
Pero los dramáticos hechos de los últimos días revelan hasta qué punto la supremacía de al-Assad era una cáscara vacía. Cuando sus batallones se prepararon para la contraofensiva ante el embate de HTS, las fuerzas del régimen parecieron esfumarse y reaparecieron los viejos y sangrientos contornos de la guerra civil: ataques aéreos sirios y rusos sobre las ciudades de la provincia de Idlib, huida de los civiles, milicias rebeldes apoyadas por Turquía que chocaron con las unidades kurdas, y potencias extranjeras, incluido Estados Unidos, que empezaron a emitir comunicados reclamando una urgente desescalada del conflicto.
Lo que ocurre en Siria también está conectado con conflictos que azotan otros lugares. Hoy las posibilidades que tiene el Kremlin de ayudar a Al-Assad probablemente sean limitadas debido a su costosa invasión a Ucrania, y las milicias libanesas de Hezbollah, cuyas fuerzas terrestres en su momento volcaron la balanza de la guerra civil a favor de Al-Assad, han sido muy diezmadas por Israel.
Hace un año que Israel viene atacando objetivos vinculados a Hezbollah y a Irán en territorio sirio. De hecho, la escala de esos bombardeos hizo que en octubre un funcionario de las Naciones Unidas advirtiera que “la tormenta militar, humanitaria y económica que se cierne sobre la ya devastada Siria podría tener peligrosas e impredecibles consecuencias”.
La semana pasada llegó el alto el fuego entre Israel y Hezbollah, una distensión que parece haberles dado impulso a grupos como HTS y una coalición de milicias apoyadas por Turquía para aprovechar su ventaja contra un régimen debilitado. “Es un cambio absoluto”, le dijo al diario The Wall Street Journal Andrew Tabler, director de asuntos sirios de la Casa Blanca durante el primer mandato de Donald Trump. “Hace más de una década, las potencias regionales e internacionales intervinieron en Siria, y ahora los conflictos de Ucrania, Gaza y Líbano convergen y se superponen en Alepo”.
Para algunos observadores, la aparente fragilidad de Al-Assad implica una amarga lección. “Con su ejército diezmado en Ucrania, lo más probable es que el presidente Vladimir Putin no pueda prescindir de fuerzas suficientes como para salvar a Al-Assad”, publicó en las redes sociales Dmytro Kuleba, exministro de Relaciones Exteriores de Ucrania, y destacó que la caída de Alepo ante el régimen, en 2016, “fue un preludio sombrío” de la invasión rusa y las posteriores masacres de civiles ucranianos en 2022.
“Fue en Siria donde los pilotos rusos aprendieron a arrasar las ciudades ucranianas”, posteó Kuleba. “El fracaso del mundo para derrotar a Putin y a Al-Assad en ese momento se convirtió en una invitación para que Putin invadiera Ucrania.”
Ahora el foco del avance rebelde está puesto en HTS. El grupo afirma haber renunciado a su afiliación con Al-Qaeda, y en los territorios que capturó, el grupo instó a la población a la calma y prometió darles un trato justo a las minorías étnicas y religiosas. El Departamento de Estado norteamericano clasificó a HTS como una “entidad de preocupación” por las violaciones del grupo a las libertades religiosas de las comunidades que controla.
Por el momento no está claro si el avance d HTS es un reflejo de su fortaleza, de la debilidad del régimen de Al-Assad, o de ambas cosas. “Gracias a Turquía, han tenido tiempo y espacio para organizarse y prepararse para esto en Idlib”, dice Sam Heller, miembro de la Fundación Century y estudioso de los asuntos del Levante. “Y el proyecto de gobierno de HTS en Idlib no sólo ha sido un ejercicio de construcción de un Estado y de legitimación política: también es una empresa generadora de ingresos, y HTS parece haber invertido parte de los fondos que ha acumulado en el desarrollo de nuevas capacidades militares.”
Aunque se sabía que en los últimos años el gobierno sirio “estaba agotado económicamente”, Heller dice haberse sorprendido de que “el ejército de Al-Assad y sus fuerzas de apoyo no estuvieran preparados para montar una defensa” alrededor de Alepo y que, por el contrario, colapsaran en “una caótica derrota.”
Los analistas saben desde hace mucho tiempo que el régimen de Al-Assad es inherentemente frágil, dice Emile Hokayem, experto en Oriente Medio del Instituto Internacional de Estudios Estratégicos. Pero nunca previeron este aparente cambio de marea, “ni la renovada fuerza de los rebeldes, como tampoco su capacidad para organizar, planificar y llevar adelante una campaña militar tan asombrosa.”
Traducción de Jaime Arrambide