Recomendados: diez películas detrás de La mujer en la ventana para ver en streaming

Joe Wright dirige a Amy Adams en La mujer en la ventana, la recientemente estrenada película por Netflix
Melinda Sue Gordon

No hay mejor ejemplo de la película-pastiche que La mujer en la ventana. Ya desde la novela en la que se inspira, escrita por el novelista y editor A. J. Finn, la historia parasita pasados y tradiciones. Una intriga enredada en sus vueltas de tuerca, disparada por el nombre de una estrella sensual del musical, vista a través de una ventana hitchcokiana.

La frontera difusa entre lo real y lo imaginario para Anna Fox, encadenada en los confines de su departamento neoyorkino por la agorafobia, se alimenta de la pantalla de su televisor en el que desfila el mismísimo Hollywood convertido en un sueño alucinado. Joe Wright recoge aquel guante, condensa las infinitas citas en estrategias premonitorias, y viste su puesta en escena del derrotero del thriller en el cine: los estridentes colores del giallo, las pesadillas hitcockianas imaginadas por Dalí, el artificio convertido en truco y esencia del relato. Recorrer ese camino de influencias es también hallar algunas de sus pistas escondidas.

La ventana indiscreta (Alfred Hitchcock, 1954)

La ventana indiscreta
La ventana indiscreta


La ventana indiscreta

Un hombre confinado a su habitación que espía a sus vecinos como perfecto pasatiempo de ese tiempo vacío. La premisa de la obra maestra de Alfred Hitchcock que La mujer en la ventana asume como eje ha sido revisitada infinidad de veces: como explícita reflexión sobre el dispositivo cinematográfico, como exploración del límite de la curiosidad del espectador, como simple artilugio de una intriga. Pero Hitchcock hizo mucho más que eso, demostró que se puede vivir una aventura extraordinaria desde el living de la casa, mirando ese variopinto esquema de ventanas que llevan a mundos distintos y tan cercanos. Además consagró a Grace Kelly como la última musa de su obra, desfilando vestidos y desentrañando misterios ante un atónito James Stewart que prefiere la incursión en el crimen antes que las ataduras del matrimonio. La ventana al mundo que sería la metáfora más recurrente de los estudios sobre el cine encontró la materia perfecta en una película de encendida imaginación.

Disponible en Movistar Play, DirecTV Go, Qubit TV, y para alquiler en Google Play e iTunes.

Laura (Otto Preminger, 1944)

Laura
Laura


Laura

Una escena asoma en el televisor de la somnolienta Amy Adams mientras aguarda una aventura detrás de su propia ventana. Es el gélido Waldo Lydecker del genial Clifton Webb ensayando su lengua afilada en la débil autoestima de la joven Laura Hunt. Pero como Laura no es otra que Gene Tierney, corazón ardiente de este noir teñido de melodrama, es capaz de enfrentar a ese admirado socialité de la Nueva York de los 40, embriagado del poder de sus letras y la fama de su nombre. Esa pequeña disputa verbal que asoma en la opera prima de Otto Preminger le sirve a Joe Wright como guiño estético de su propia historia, una mujer cuya imagen congelada anuncia su regreso, cuya canción nos embriaga desde el más allá de su desaparición. Laura fue uno de los pilares del cine negro entrelazado con los recovecos del psicoanálisis, los traumas convertidos en amores impensados, los detectives como amantes extraviados.

Disponible para alquiler en Google Play.

Las tres caras del miedo (Mario Bava, 1963)

Las tres caras del miedo
Las tres caras del miedo


Las tres caras del miedo

Mario Bava anunció los colores del giallo en una curiosa película presentada por Boris Karloff e inspirada en la literatura de Tolstói, Chéjov y Maupassant. Dividida en tres episodios, uno ambientado en la Italia de los 60, el otro en la Rusia decimonónica y el último en la Londres victoriana, Las tres caras del miedoI tre volti della paura en el original italiano y Black Sabath en su versión estadounidense- explora el tenso despertar del terror italiano, el que consagraría la forma como esencia del miedo, con sus travellings evolventes y sus colores asfixiantes. En la primera de las historias de la versión italiana, “El teléfono”, una joven acompañante (Michele Mercier) llega de noche a su coqueto departamento lleno de pieles y decoración barroca. Es ese hogar donde cree estar a salvo el que se convierte en el escenario del horror cuando el timbre del teléfono le anuncia el asedio del espía, un sádico proxeneta que todavía la persigue. Lo que Wright recoge en La mujer en la ventana de aquella obra pionera de Bava es la astuta conversión del espacio en una trampa visual, la expresión plástica de un miedo que asciende por las paredes al ritmo del sonar de la llamada.

Disponible en Qubit TV.

Cuéntame tu vida (Alfred Hitchcock, 1945)

Cuéntame tu vida
Cuéntame tu vida


Cuéntame tu vida

Aquí Hitchcock asoma como algo más que el diseñador de una estructura edilicia y narrativa –la ventana, el voyeur y el crimen- sino como guiño del trauma, pequeño indicio de un ocultamiento que La mujer en la ventana contiene como una de sus pretendidas vueltas de tuerca. En Cuéntame tu vida, Ingrid Bergman es una circunspecta terapeuta que llega a una clínica psiquiátrica al mismo tiempo que su nuevo director, un jovencísimo Gregory Peck con aires de galán atribulado. Poco a poco, casi al mismo tiempo que su razón la abandone al juego de sus emociones, Bergman descubre que hay algo oculto detrás de la apariencia de su enamorado, no solo un secreto tapado por símbolos y representaciones, sino una verdad más íntima, imperceptible para su conciencia. “La pintura de las obsesiones del enfermo no fue para Hitchcock un mero pretexto para componer imágenes espeluznantes”, escribía Claude Chabrol en su libro conjunto con Rohmer sobre el director. Era el camino inevitable de la confesión, el asomo en la conciencia de aquello que estaba hundido en el inconsciente por el peso de la culpa.

Disponible en Qubit TV.

Doble de cuerpo (Brian De Palma, 1984)

Doble de cuerpo
Doble de cuerpo


Doble de cuerpo

De Palma consiguió en pleno crepúsculo de las innovaciones del Nuevo Hollywood amalgamar las búsquedas visuales de Hitchcock con la explosión colorida del giallo, sin temerle al pastiche ni al grotesco. Todo cabe en su oda a la dualidad: un actor clase B, la claustrofobia, el telescopio, la ventana indiscreta. Pero también la explotación del desnudo y el crimen que le valió la indiferencia de la crítica estadounidense en el tiempo de su estreno, mientras los europeos lo celebraban con entusiasmo. La idea combina el artificio edilicio de La ventana indiscreta con el engaño de Vértigo, bajo las coordinadas del exploitation que impuso el giallo en las vertientes más maduras de los 70. “Doble de cuerpo es también una reflexión acerca del cuerpo y sus artificios en el cine”, recordaba De Palma en su libro de entrevistas. Pero la clave está en su minuciosa puesta en escena, aquella que Wright busca homenajear al convertir a su voyeur en el inesperado testigo de un crimen.

Disponible en iTunes y en TCM.

La senda tenebrosa (DelmerDaves, 1947)

La senda tenebrosa
La senda tenebrosa


La senda tenebrosa

“Una historia de amor en San Francisco, aterciopelada por la niebla y precedente de cualquier película en la que el protagonista pasa por el quirófano para ocultarse”. Así describe A. J. Finn a La senda tenebrosa de Delmer Daves cuando la incluye en la lista de Anna Fox que enumera las “mejores películas de Hitchcock no dirigidas por Hitchcock”. La Anna literaria está embriagada de cine al igual que de alcohol y pastillas, incapaz de distinguir lo que ocurre en la pantalla de lo que asoma por la hendija de la venta en la que espía. Joe Wright incluye una imagen de la película de Daves, un tétrico fotograma del cirujano que quita las vendas a Humphrey Bogart cuando le anuncia el éxito de la operación que le regala un nuevo rostro. Allí se aloja la señal que La mujer en la ventana recoge, dos rostros para un mismo hombre, uno perdido en el recuerdo, convertido en la materia de una alucinación, otro tangible en el terreno racional de la investigación. Daves evoca a Hitchcock, como Finn suponía, y en ese astuto derrotero hace de su noir de máscaras y operaciones la escena trágica de una identidad fracturada.

Disponible en alquiler en Google Play.

El pájaro de las plumas de cristal (Darío Argento, 1970)

El pájaro de las plumas de cristal
El pájaro de las plumas de cristal


El pájaro de las plumas de cristal

Para la historia oficial del giallo fue su inicio, el comienzo de un género autóctono que los italianos exportaron al mundo en los estertores del período dorado de su industria cinematográfica. Pero en ese ejercicio quirúrgico de Argento, maestro de la sangre hecha de rojo y pasión, el inesperado testigo de un crimen es también la víctima de un subterráneo engaño. ¿Son las cosas realmente como el escritor que interpreta Tony Musante cree verlas? ¿O hay algo en el límite de su mirada que invita a la fabulación? Algo de ese artilugio se repite en Profondo Rosso unos años después y es el perfecto diseño de los mundos del director italiano, esa Roma de galerías vidriadas y edificios tenebrosos, el destello de un horror que Wright intenta fagocitar. Condensar los rojos encendidos en los sueños de su Anna Fox, la laberíntica persecución en un piso carísimo de esa Nueva York espectral, el grotesco de la sangre y la violencia filmada con el pulso de un estallido inevitable.

Disponible en Qubit TV.

Vértigo (Alfred Hitchcock, 1958)

Vértigo
Vértigo


Vértigo

Otra vez Hitchcock. ¿Quién lo hubiera imaginado? A. J. Finn elige aquella historia de acrofobia y sustituciones como bálsamo de su propia revelación. Las influencias son varias: la enfermedad como impedimento para resolver el crimen (en el caso del Scottie de James Stewart, para salvar a la mujer amada); la figura del doble como indicio del engaño; el flashback como punto de inflexión del relato. Cuando Wright decide despejar las influencias claves de las citas superfluas que deambulan en la novela también escoge a Vértigo como matriz, sitúa esas mismas analogías en primer plano y parasita a la película de Hitchcock como la Madeleine de Kim Novak absorbía a las otras mujeres hitchcockianas. Historia de impostores e imposturas, Vértigo crece en las revisiones por ese hálito mortuorio que atrae a Scottie a la tragedia, por el verde que consagra la nostalgia y el amor imposible, por la neblina que inunda la bahía de San Francisco con los acordes inmortales de Bernard Herrmann.

Disponible en HBO Go y en Qubit TV.

La luz que agoniza (George Cukor, 1944)

La luz que agoniza
La luz que agoniza


La luz que agoniza

La luz que agoniza. Ingrid Bergman, más cautivadora que nunca, enloquece poco a poco”. La frase de Anna Fox en el libro de Finn ubica la cita a la célebre película de George Cukor en un punto clave de la historia. Su mirada a la familia Russell, que se aloja del otro lado de la calle, deconstruye esa apariencia prístina que esconde los signos de su combustión interna. Finn desliza en esas afirmaciones de Anna, mientras mezcla pastillas y merlot y cita a George Bernard Shaw –”el alcohol es la anestesia que nos permite soportar las intervenciones de la vida”-, las pistas que permiten referir la materia de su película al origen de sus influencias. Aquí toma un clásico de los relatos de encierro y locura. Ingrid Bergman, radiante recién casada, deambula por su caserón gótico con la convicción de que un fantasma habita en el ático y blande su extraña presencia durante las noches. ¿Es así realmente? ¿Qué hay detrás de ese marido prometedor que representa Charles Boyer con su aire de galán parisino? Anna descubrirá también en su encierro los hilos que animan a sus propios fantasmas.

Disponible para alquiler en iTunes.

Los caballeros las prefieren rubias (Howard Hawks, 1953)

Los caballeros las prefieren rubias
Los caballeros las prefieren rubias


Los caballeros las prefieren rubias

El nombre de Jane Russell, la nueva vecina de Anna Fox, no puede evocar sino la imagen de la estrella de Los caballeros las prefieren rubias. Russell ya había cimentado su fama con el afiche de El proscripto en 1943, aquel que Howard Hughes tuvo que defender ante los censores del Código Hays. Con su escote pronunciado y una fina rama entre los labios, la actriz emergía como un incontenible sex symbol, para una década después caminar junto a Marilyn Monroe en el restaurante marítimo del musical de Howard Hawks. Si bien el número de los diamantes ha quedado en la historia como centro del imaginario de Los caballeros las prefieren rubias, con el fucsia rabioso del vestido de Marilyn y el gritito de Tiffany’s como apogeo de su excitación, el baile de Jane Russell en la pileta del barco, rodeada de los marineros musculosos que se zambullen a su alrededor, será algo que ningún coreógrafo pueda jamás igualar.

Disponible en Qubit TV.