Así se convirtió el beso de Rafa Nadal en un debate machista

Momento en que Rafa Nadal besa en la mejilla a la recogepelotas. (Quinn Rooney/Getty Images)
Momento en que Rafa Nadal besa en la mejilla a la recogepelotas. (Quinn Rooney/Getty Images)

Si las pequeñas acciones sirven para retratar a las personas, Rafael Nadal es la fotografía más fiel de la empatía, de la educación y del saber estar. En cada torneo que juega deja constancia de la calidad humana que atesora y en el Open de Australia lo ha vuelto a hacer, aunque le pese a más de uno.

La escena de lo que sucedió en Melbourne se ha repetido hasta la saciedad en redes sociales. Se produjo durante el encuentro que el español disputó con victoria frente al argentino, Federico Delbonis, donde Nadal propinó de manera fortuita un pelotazo de varios kilómetros por hora al rostro de una recogepelotas. El tenista se sintió culpable, se acercó a interesarse por ella y antes de marcharse le dio un beso.

Durante la entrevista a pie de cancha que se suele hacer al ganador de los partidos, el reportero estuvo poco afortunado con unas declaraciones que pretendieron tener un tono jocoso y que acabaron incomodando al propio jugador.

“(La recogepelotas) se llevó un beso de Rafael Nadal”, comentó el entrevistador. “Estoy seguro de que a mucha gente que está aquí les hubiera gustado recibir uno. No te preocupes por tu mujer”, prosiguió.

“Probablemente, después de 15 años no creo que (a mi mujer) le importe mucho”, replicó un Nadal incómodo mientras el público murmuraba.

A raíz de la desafortunada entrevista, se han creado varios hilos en Twitter donde algunos usuarios no han dudado en criticar el gesto del deportista. Afirman que el jugador no debería haber besado a la niña sin su consentimiento; que se trató de un gesto poco adecuado al tratarse de una menor de edad; que fue una clara invasión de la privacidad; que si hubiera sido un niño el que recibe el pelotazo, Nadal nunca le hubiera besado en la mejilla… Todo tipo de comentarios que apuntan con el dedo al actual número 1 del mundo.

Si hay algo que tienen las redes sociales es la amplificación de ciertos asuntos. El gesto de Nadal fue de lo más humano y no es necesario leer más allá. Preocuparse por la recogepelotas y darle un beso en el cachete no está fuera de lugar en una sociedad en la que existe compasión y conexión con las personas. Ni es machismo, ni es sexismo, ni es intrusión a la intimidad, ni es abuso, se trata simplemente de un gesto sincero de interés hacia una niña pequeña que acaba de recibir un pelotazo en la cara. Lo que sí es criticable es lo que hizo el tenista francés, Elliot Benchetrit, quien sí tuvo un gesto de desprecio ante otra chica a la que le requirió que pelara una pieza de fruta antes de dársela. Meter en el saco de las críticas ambas acciones es un error monumental.

La línea entre defender los derechos de las mujeres y generar histeria es cada vez más fina. Relacionar el movimiento #MeToo, que surgió en 2017 como protesta por la cantidad de ocasiones en las que los hombres se han propasado con el género femenino, supone una grave irresponsabilidad. Por eso, ver con esos ojos un gesto cariñoso, nacido de la empatía, dice mucho de las personas que tienen una lectura exagerada de esta anécdota. La crítica no debería ir dirigida a Nadal, sino al entrevistador por poner sobre la mesa un tema que nada tuvo que ver con la intención del tenista.

Parece que esta es la tendencia actual, la de exagerarlo todo, la de ser tremendistas con asuntos que no deberían serlo. Sucede en la política, donde durante días se ha estado hablando del pin parental y de cómo se adoctrina maliciosamente a nuestros hijos en las escuelas como si España fuera presa de in régimen dictatorial comunista, o con la obsesión de cambiar las normas de la lengua española para hacer una Constitución y una convivencia más inclusivas; como si el lenguaje hablara por las personas. Sucede en la sociedad, donde algunos tachan de insensibles a otros por comer determinados productos, donde en algunos rincones del territorio nacional se sienten oprimidos bajo el yugo del Estado como si vivieran en Ucrania o donde hay que tener un cuidado excesivo para no herir sensibilidades de piel extremadamente fina.

Crear realidades paralelas inconcebibles es un síntoma de enajenación y convertir la sencillez en algo más descabellado es la prueba de que más de uno ha perdido el norte.

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