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Rafa Nadal y la lucha contra lo desconocido para hacer historia

PARIS, FRANCE June 09.  Rafael Nadal of Spain in action against Dominic Thiem of Austria during the Men's Singles Final on Court Philippe-Chatrier at the 2019 French Open Tennis Tournament at Roland Garros on June 9th 2019 in Paris, France. (Photo by Tim Clayton/Corbis via Getty Images)
Photo by Tim Clayton/Corbis via Getty Images

El 3 de junio de 2005, Rafael Nadal y Roger Federer se enfrentaban en la pista central de Roland Garros para dirimir quién sería el segundo finalista del torneo masculino. Teniendo en cuenta que el primero era Mariano Puerta, bien se podía decir que aquello era una final anticipada: el joven que venía de ganar en Montecarlo y Roma contra el imbatible número uno del mundo, el hombre que llevaba un año y medio dominando el circuito con mano de hierro y altas dosis de elegancia y talento. Elegir un favorito era imposible: Nadal ya parecía por entonces el mejor jugador sobre tierra batida, pero Federer había ganado en Hamburgo y, ya decimos, su superioridad era insultante en las demás superficies.

Por entonces, Roger Federer había ganado ya cuatro torneos del Grand Slam, incluyendo dos Wimbledons. Rafa Nadal había dado mucha guerra a Lleyton Hewitt en el Open de Australia de aquel año pero nunca había conseguido siquiera competir en París por diversos problemas de lesiones. En el día que cumplía 19 años, Rafa conseguía finalmente imponerse en cuatro apretadísimos sets y colarse en la final. Federer se lo tomó con calma: aquel era el chico que ya le había ganado en Miami en 2004 y que le había puesto contra las cuerdas en el mismo torneo en 2005. Tiempo habría para ajustar cuentas. Nadal, por supuesto, acabó ganando la final con relativa facilidad y logró su primer torneo del Grand Slam, dejando la rivalidad en un 4-1 que nadie esperaba que se fuese igualando con el tiempo.

Y de hecho no lo hizo durante mucho tiempo: hubo que esperar nueve años para que Rafa volviera a estar a tres grand slams de distancia de Roger. Tras conseguir su decimocuarto grande en Roland Garros, cómo no, amenazaba de cerca los 17 de un Federer que llevaba en 2014 ya cuatro años con un solo grande (Wimbledon 2012) en su palmarés. Más hubo que esperar a que la diferencia se acortara: catorce años. Hasta Roland Garros 2019, no quedó la diferencia en un ajustado 20-18, que sería 20-19 cuando Rafa se impuso meses después también en Nueva York. A un paso del soñado empate con el más grande de la historia.

El resto ya lo saben: partidazo con derrota ante Thiem en Australia y pandemia. Nada de Wimbledon, nada de US Open. Rafa se planta de nuevo en Roland Garros, 15 años más tarde, consciente de que es su momento de hacer historia y acabar con la cacería. El año que viene tendrá 35 años y nada hace pensar que Thiem, Zverev, Tsitsipas y compañía vayan a estar en peor nivel, más bien al contrario. El momento es ahora. Veinte grandes justo después de perder el registro de más Masters 1000 ganados a mano de Novak Djokovic. El niño convertido en hombre que supera al hombre que podría ser ya abuelo, rozando los 40.

Las peores condiciones para Rafa

Que Rafa consiguiera su decimotercer triunfo en París suena a ciencia ficción, pero lo cierto es que así llevamos desde que logró el octavo. Nadie había conseguido algo así en un Grand Slam hasta que lo igualaron Federer en Wimbledon y Djokovic en Australia años más tarde. No será fácil. La misma urgencia que le empuja a acabar por fin esta persecución de quince años es la que empuja a Djokovic a estrechar el cerco en torno al español. Para hacerse una idea, cuando Nole ganó su primer grande (2008), Nadal llevaba ya cuatro Roland Garros y Federer, un total de doce grandes. Doce a uno. Y en dos semanas puede ser 20-18. El reto para el serbio también es colosal, más después de la decepción de Nueva York, donde su único rival fue él mismo.

Los dos escenarios son atractivos para el espectador: el empate Nadal-Federer y la sucesión 20-19-18 con un futuro lleno de incógnitas. Ahora bien, no son ni de lejos los únicos. De entrada, este torneo es una incógnita para todos: en vez de bajo el calor de mayo, se celebra en pleno otoño, con gradas semivacías, sin saber bien cómo va a reaccionar la pelota en su bote -no es casualidad que Schwartzman derrotara por primera vez a Rafa en Roma aprovechando una táctica que no habría sido posible en primavera- ni cómo va a afectar el frío y la lluvia del norte de Francia a la tierra batida. En otoño, apenas hay torneos sobre esta superficie y es por algo.

No solo eso: incluso las pelotas son nuevas. Desde 2011, se juega con las de la compañía Babolat, curiosamente la misma marca que provee de raquetas a Nadal. Este año serán de Wilson y la mayoría de los jugadores que han practicado con ellas coinciden en que ahora la bola vuela más y que no toma tan fácilmente los efectos endiablados de los que Rafa Nadal ha hecho gala durante toda su carrera. Las condiciones han cambiado tanto que no podemos descartar un factor sorpresa que se cuele en los pronósticos: no solo un Dominic Thiem envalentonado tras su triunfo en Nueva York, sino alguien que aproveche la velocidad de pelota y de pista y que cumpla la quincena perfecta a base de golpes planos y agresivos.

A Rafa le ha tocado hacer historia en el peor momento. En el momento en el que la historia se está abriendo paso por todo el planeta con paso marcial. Durante dos partidos de Roma pareció el Atila que lleva quince años arrasando en arcilla. Durante el tercero, pareció un hombre descolocado, que no sabía bien cómo adaptar su juego. De todo ello, dependerá, pues, que la cacería termine o que se prolongue. Federer lo verá en casa con su mujer y sus cuatro hijos y si el momento llega, correrá el Twitter para felicitar a Rafa: tres lustros de rivalidad bien lo merecen.

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