La rabia y el júbilo que siguieron al asesinato de un director ejecutivo deberían ser algo alarmante

Policía afuera del hotel Hilton en Midtown Manhattan, donde el CEO de United Healthcare, Brian Thompson, fue asesinado el 4 de diciembre de 2024  | Foto: Spencer Platt/Getty Images
Policía afuera del hotel Hilton en Midtown Manhattan, donde el CEO de United Healthcare, Brian Thompson, fue asesinado el 4 de diciembre de 2024 | Foto: Spencer Platt/Getty Images

Empezó apenas unos minutos después de que se conociera la horrible noticia de que el director ejecutivo de UnitedHealthcare, Brian Thompson, había sido tiroteado mortalmente en el centro de Manhattan. Incluso antes de que se conocieran los detalles, internet se inundó de especulaciones sobre si la empresa se había negado a cubrir las facturas médicas del presunto asesino, y de debates sobre si el asesinato sería una respuesta razonable.

Pronto apareció un video de un hombre con capucha, con la cara cubierta, que se acercaba a Thompson por la espalda y le disparaba varias veces, ignorando a una mujer que estaba cerca antes de alejarse. ¿Podría ser un asesino a sueldo?

Luego llegaron los informes de que en el lugar de los hechos se habían encontrado casquillos de bala con las palabras “retrasar”, “negar” y “deponer”. “Retrasar” y “negar” hacen eco claramente de las tácticas que utilizan las aseguradoras para evitar el pago de las reclamaciones. ¿“Deponer”? Bueno, es la destitución repentina y forzosa de un alto cargo. Ah.

Llevo mucho tiempo estudiando las redes sociales, y no se me ocurre ningún otro incidente en el que se haya celebrado tan abiertamente un asesinato en este país

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Después de eso, fue una avalancha.

El tirador fue comparado con John Q, el desesperado padre ficticio que toma como rehén a toda una sala de urgencias después de que una compañía de seguros médicos se niega a cubrir el trasplante que salvará la vida de su hijo en la película de 2002 Situación extrema. Algunos publicaron “se necesita autorización previa antes de enviar pensamientos y oraciones”. Otros señalaron irónicamente que la recompensa por información relacionada con el asesinato, 10.000 dólares, era inferior a sus deducibles anuales. Un observador recomendó que se hiciera una cita para que Thompson viera a un especialista dentro de unos meses, tal vez.

Muchos otros fueron más lejos. Instaron a las personas que tuvieran información sobre el asesinato a que no la compartieran con las autoridades. Flotaron nombres y fotos de otros ejecutivos de seguros médicos. Algunas de las publicaciones que se hicieron más virales, acumulando millones de visitas al celebrar el asesinato, no puedo reproducirlas aquí.

Es cierto que cualquier noticia que conmocione obtendría parte de esta respuesta en internet; al fin y al cabo, el troleo, las publicaciones anzuelo y la provocación performativa son parte de la vida cotidiana en las plataformas digitales.

Pero esto era algo diferente. La rabia que la gente sentía contra la industria de los seguros médicos, y la euforia que expresaron al verlo herido, fue generalizada y orgánica. Resultó impactante para muchos, pero atravesó comunidades de todo el espectro político y se arraigó en innumerables grupos culturales divergentes.

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Incluso en Facebook, una plataforma en la que la gente no suele esconderse tras seudónimos, el sombrío anuncio de UnitedHealth Group de que estaba “profundamente entristecida y conmocionada por el fallecimiento de nuestro querido amigo y colega” recibió, al momento de escribir este artículo, 80.000 reacciones; 75.000 de ellas eran el emoji “Me divierte”.

Los políticos que ofrecieron sus condolencias de plantilla fueron destrozados. Algunas respuestas llegaron en forma de testimonio personal. No apruebo el asesinato, empezaron muchos, antes de describir las terribles experiencias por las que los habían hecho pasar las compañías de seguros médicos.

En un destacado foro de Reddit para profesionales de la medicina, uno de los comentarios más votados fue una parodia de carta de rechazo: tras “una cuidadosa revisión de la solicitud presentada para servicios de urgencias el 4 de diciembre de 2024”, se denegaba una solicitud porque “no obtuvo autorización previa antes de solicitar atención para su herida de bala en el pecho”. Solo unos días antes, el foro había sido un lugar donde se debatía sobre los efectos secundarios del Flomax y las mejores conferencias médicas.

Llevo mucho tiempo estudiando las redes sociales, y no se me ocurre ningún otro incidente en el que se haya celebrado tan abiertamente un asesinato en este país.

Las condiciones que dieron lugar a esta oleada de ira son, en cierto modo, específicas de este momento. La cultura empresarial actual consagra la maximización de la riqueza de los ejecutivos y de las fortunas de los accionistas, y ha conseguido convertir la riqueza personal en una influencia política incalculable. Las nuevas plataformas de comunicación permiten a millones de desconocidos de todo el mundo conversar en tiempo real.

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Pero las corrientes que estamos viendo son expresiones de algo más fundamental. Ya hemos estado aquí antes. Y no fue bonito.

La Edad Dorada, el tumultuoso periodo comprendido aproximadamente entre 1870 y 1900, fue también una época de rápidos cambios tecnológicos, de inmigración masiva, de riqueza espectacular y enorme desigualdad. La época tomó su nombre de una novela de Mark Twain: dorada, en lugar de “de oro”, para significar una capa superficial fina y brillante. Bajo ella yacían la corrupción y la codicia que envolvieron al país tras la Guerra Civil.

La época sobrevive en la imaginación pública a través de nombres que aún resuenan, como JP Morgan, John Rockefeller, Andrew Carnegie y Cornelius Vanderbilt; a través de sus mansiones, que ahora reciben a turistas asombrados; y a través de programas de televisión con interiores extravagantes y vestidos fastuosos. Menos recordada es la brutalidad que subyacía a esa riqueza: las decenas de miles de trabajadores, según algunos cálculos, que perdieron la vida en accidentes industriales, o las sangrientas repercusiones que sufrieron cuando intentaron organizarse para conseguir mejores condiciones de trabajo.

Al sector de los seguros de salud le gusta citar encuestas que muestran una satisfacción general, pero esas cifras bajan cuando la gente enferma y se entera de lo que su aseguradora está o no dispuesta a hacer por ellos.

También se recuerda menos la intensidad de la violencia política que estalló. Las enormes desigualdades de la época alimentaron movimientos políticos que apuntaban la violencia contra titanes empresariales, políticos, jueces y otros. En 1892, un anarquista intentó asesinar al industrial Henry Clay Frick tras un prolongado conflicto entre guardias de seguridad Pinkerton y trabajadores. En 1901, un simpatizante anarquista asesinó al presidente William McKinley. Y así sucesivamente.

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Como escribió el historiador Jon Grinspan sobre los años comprendidos entre 1865 y 1915, “la nación experimentó una destitución, dos elecciones presidenciales ‘ganadas’ por el perdedor del voto popular y tres asesinatos presidenciales”. Y ninguno de los partidos políticos, añadió, parecía “capaz de abordar los problemas sistémicos que alteraban la vida de los estadounidenses”. No, no es una situación idéntica, pero la descripción resuena con lo que mucha gente siente sobre la dirección del país en la actualidad.

No es difícil ver cómo, durante la Edad Dorada, la resistencia política armada podía encontrar muchos reclutas ansiosos y observadores simpatizantes aún más numerosos. Y no es difícil imaginar cómo Estados Unidos podría entrar en otro ciclo semejante.

Una reciente investigación de Reuters identificó al menos 300 casos de violencia política desde el asalto al Capitolio de 2021, que describió como “el mayor y más sostenido aumento de la violencia política en Estados Unidos desde la década de 1970″. Una encuesta de 2023 mostró que el número de estadounidenses que están de acuerdo con la afirmación “los patriotas estadounidenses pueden tener que recurrir a la violencia para salvar el país” estaba aumentando de forma alarmante.

Y el desgaste del contrato social está empeorando. Los estadounidenses expresan cada vez menos confianza en muchas instituciones. Mayorías sustanciales de personas afirman que el gobierno, los líderes empresariales y los medios de comunicación los engañan a propósito. En sorprendente contraste con las generaciones anteriores, la mayoría de los jóvenes dicen que ya no creen que “el sueño americano” sea alcanzable. Al sector de los seguros de salud le gusta citar encuestas que muestran una satisfacción general, pero esas cifras bajan cuando la gente enferma y se entera de lo que su aseguradora está o no dispuesta a hacer por ellos.

Las cosas están mucho mejor ahora que en el siglo XIX. Pero hay una similitud en la trayectoria y el estado de ánimo, en la expresión de una profunda impotencia y alienación.

¿Cuánto tiempo pasará antes de que drones de fácil construcción, dotados de inteligencia artificial y equipados con cámaras de reconocimiento facial, en lugar de hombres encapuchados con mochilas, busquen objetivos en ciudades y pueblos?

Ahora, sin embargo, el país está inundado de armas poderosas. Y algunas de las nuevas tecnologías que se desplegarán para ayudar a preservar el orden pueden cortar en ambos sentidos. Al parecer, el asesino de Thompson sabía exactamente dónde encontrar a su objetivo y a qué hora exactamente. No han aparecido pruebas de que tuviera acceso a datos digitales de seguimiento, pero esa información está ahí en el mercado. ¿Cuánto tiempo pasará antes de que drones de fácil construcción, dotados de inteligencia artificial y equipados con cámaras de reconocimiento facial, en lugar de hombres encapuchados con mochilas, busquen objetivos en ciudades y pueblos?

Las turbulencias y la violencia de la Edad Dorada acabaron dando paso a una amplia reforma social. La nación construyó una red de seguridad social, amplió la educación pública y erigió normativas e infraestructuras que mejoraron enormemente la salud y el bienestar de todos los estadounidenses.

Esas reformas no fueron perfectas, y no fueron la única razón por la que la violencia acabó remitiendo (aunque nunca desapareció del todo), pero nos hicieron avanzar.

La concentración de la riqueza extrema en Estados Unidos ha superado recientemente la de la Edad Dorada. Y la voluntad de los políticos de impulsar amplias soluciones públicas parece haberse desvanecido. Me temo que, en lugar de una era de reformas, la respuesta a este acto de violencia y a la rabia generalizada que ha suscitado se limitará a otra ronda de refugiarse para los más ricos. Según los informes, los ejecutivos de las empresas ya están reforzando su seguridad. Supongo que más de ellos se trasladarán a comunidades cerradas, atrincherados más allá de muros aún más altos, protegidos por personas con armas aún más grandes. Es muy posible que se exija un mayor grado de vigilancia pública o la integración de algoritmos de reconocimiento facial en la actuación policial. Casi con toda seguridad, los séquitos de seguridad armados y los jets privados se convertirán en un elemento aún más común de los paquetes de compensación de los ejecutivos, eliminando aún más el contacto rutinario entre los extremadamente ricos y el resto de nosotros, excepto cuando nos empleen para servirles.

Aún no sabemos quién mató a Brian Thompson ni cuál fue su móvil. Sean cuales sean los hechos que finalmente salgan a la luz, la ira que ha puesto al descubierto seguirá siendo real, y lo que hemos vislumbrado debería hacer sonar todas las alarmas.

El Times se compromete a publicar diversas cartas al director. Nos gustaría conocer tu opinión sobre éste o cualquiera de nuestros artículos. Aquí tienes algunas sugerencias. Y aquí tienes nuestro correo electrónico: letters@nytimes.com.


Zeynep Tufekci (@zeynep) es profesora de Sociología y Asuntos Públicos en la Universidad de Princeton, autora de “Twitter and Tear Gas: the Power and Fragility of Networked Protest” y columnista de opinión del New York Times. @zeynep Facebook

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