NO PUBLICAR - MUJERES MEDIEVALES 4 - La intrépida Flora y el documento que nos cuenta su historia
Hacia los primeros años del siglo XI, en el antiguo reino de León, vivió una mujer poderosa y valiente llamada Flora. Nos han llegado tan pocas noticias de ella que hacen difícil reconstruir su vida e imaginar la arrolladora personalidad de esta fémina.
En la capital del reino sabemos que existía un monasterio de monjas dedicado a Santa Cristina. Un documento redactado en el año 1023, conservado en el Archivo de la Catedral de León, cuenta, rememorando su trayectoria, la historia de Flora y cómo la “furia divina” cayó sobre la que era su casa.
Historia de una familia
La fuente nos dice que don Arias y Baldredo, padre e hijo, habían fundado y mandado construir el monasterio, protegido por las viejas murallas romanas de la ciudad de León. Como era habitual en la Edad Media, muchas mujeres se consagraban a Dios y vivían protegidas entre los muros monacales. Ese fue el caso de las hijas y nietas de esta familia, citadas en el documento (que no diferencia los parentescos): Justa, María, doña Infante, Granda, Honorífica y Flora.
Sin embargo, lamentablemente don Arias no tardó en morir, y un poco más tarde lo hizo Baldredo. Ambos fueron enterrados en Santa Cristina, donde ingresó la viuda de éste último, doña Matre.
Las desgracias y calamidades no habían hecho nada más que empezar. El documento relata cómo los pecados del pueblo y las insidias del Diablo provocaron que los sarracenos asediasen León. Arrasaron la ciudad, decapitando a los hombres y destruyendo todo lo que encontraron a su paso. Esto incluyó la magnífica empresa familiar: su monasterio privado. Los muros de la ciudad fueron derribados, las aldeas quemadas, los castillos devastados y los centros religiosos incendiados.
Todas las mujeres de la familia fueron capturadas y convertidas en esclavas, trasladadas a Córdoba. Tan sólo doña Matre y su hijo Arias pudieron escapar del enemigo. El documento continúa la narración indicando que, pasado mucho tiempo y gracias a la misericordia divina, algunas de las mujeres fueron liberadas de la cautividad. Tristemente, como suele ocurrir con frecuencia en la documentación medieval, la fuente no aporta más detalles.
Las que pudieron regresaron a su tierra, León, intentaron recuperar su vida y su patrimonio, pero hallaron una ciudad arruinada y no lograron subsistir allí. Ante tanta calamidad y penuria, las hermanas se retiraron a unas tierras que tenían en Villar de Mazarife (León) por herencia, entre los ríos Órbigo y Bernesga. Allí levantaron un pequeño monasterio y vivieron bajo la regla de San Benito.
Regreso a León
Cuando todos los miembros de la familia habían perecido, Flora decidió regresar a la capital del reino e ingresar en la vida religiosa del monasterio de Santiago. Pero siempre mantuvo el recuerdo de sus seres queridos y familiares, que tantas desgracias habían pasado. Ella fue la encargada de recorrer el arruinado monasterio de Santa Cristina y recuperar los restos mortales de Arias, Baldredo y Justa (enterrada allí posteriormente), trasladándolos a un nuevo espacio funerario en el monasterio jacobeo, velando por la memoria familiar. Sabemos por el diploma que Flora llegaría a ser la abadesa de la institución.
No es en absoluto habitual, dentro de los documentos hispanos, encontrar una joya manuscrita que relate con todo lujo de detalles la historia llena de contratiempos de Flora, pero también su tesón y capacidad de lucha, que le permitieron escapar de la esclavitud y perseverar en la protección de su familia y patrimonio.
Pero la Historia sí que nos muestra que fueron frecuentes ese tipo de figuras femeninas, activas política y religiosamente, buenas gestoras de sus bienes, en tiempo de calamidades.
De hecho, sabemos que al final de su vida Flora poseía viñas, prados, valles y tierras con afluentes ricas en agua. Además era dueña de bueyes, ovejas y objetos suntuarios de mucho valor, como “un vaso, una copa de plata”, un aguamanil y un servicio de seda y plata para la mesa “maravilloso” –mirificum se dice en el citado documento del año 1023–.
Mecenazgo artístico
Al ser abadesa y regentar un monasterio privado propio, propiedad de su familia, por Flora pasó la financiación de muchas obras de arte medievales, pero ante la ausencia de fuentes no podemos llegar a imaginar cuáles fueron las obras que patrocinó. De hecho, resulta incluso muy difícil localizar hoy en la cartografía urbana de la ciudad de León el lugar en el que se ubicaron los monasterios de Santa Cristina y el de Santiago. Nada queda de esos edificios, ni tampoco conocemos los materiales con los que se erigieron.
En todo caso, gracias a la arqueología y los edificios que sí se han conservado sabemos que se trataría de construcciones de pequeño tamaño, con materiales reutilizados de cronología anterior, como es el caso de una pieza marmórea conservada en el Museo de León, que posee un epitafio labrado sobre un cimacio (el elemento que se colocaba sobre los capiteles para sustentar un arco). En ella se cita a otra fémina notable, Mumadomina, quien murió en el año 950, diciendo que fue mujer de santa memoria, de corta edad, obediente y religiosa.
Desconocemos si en los altares de los monasterios de Santa Cristina y Santiago había objetos tan ricos como los descritos en el testamento de Flora. No sabemos si estuvieron pintados, sus suelos cubiertos de alfombras o los muros decorados con paños de seda. Menos sabemos de la escultura, capiteles o portadas de esos pequeños cenobios, ni la forma que tendría el panteón familiar. Pero en él, a buen seguro, las velas y candelas encendidas y sufragadas por Flora arderían diariamente iluminando el sueño eterno de los antepasados.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation, un sitio de noticias sin fines de lucro dedicado a compartir ideas de expertos académicos.
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José Alberto Moráis Morán no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.