Promesas rotas por una energía lejana en megapresa brasileña

ALTAMIRA, Brasil (AP) — Edizangela Alves Barros creía que el traslado forzoso para dejar espacio a una gigantesca presa en la Amazonía brasileña traería un futuro mejor para su familia.

Pero en el asentamiento recién construido donde viven ahora, las facturas de la luz son más caras y el alumbrado público funciona de forma intermitente, una cruel ironía para una comunidad situada a 40 kilómetros (25 millas) de la tercera presa hidroeléctrica más grande del mundo.

“Dejamos nuestras casas de madera para vivir en casas de concreto, pero nuestra situación económica empeoró”, dijo en una entrevista Alves Barros, que tiene cinco hijos.

Antes vivían junto al río Xingu, donde ahora se alza la presa Belo Monte, un coloso construido con suficiente concreto y acero como para construir 22 veces la torre Eiffel. A su lado, los botes que cruzan el río se ven como juguetes.

Belo Monte se ideó para reforzar la inestable red eléctrica brasileña. Y en las tres semanas que lleva operativa a pleno rendimiento ha resultado muy beneficiosa, al menos para gente en ciudades a más de 2.400 kilómetros (1.500 millas) de distancia.

La opinión es diferente en la región donde se levantó la estructura. El proyecto desplazó a unas 40.000 personas, según estimaciones de la sociedad civil, y ha secado algunos tramos del río Xingu. Además, los críticos señalan que las promesas de empleos y desarrollo económico que acompañarían a la presa no se cumplieron.

“Hubo muchas promesas: generación de empleos, la economía de la región iba a crecer”, dijo Sabrina Mesquita do Nascimento, investigadora del Centro de Estudios Amazónicos Avanzados en la Universidad Federal de Para, que lleva años estudiando Belo Monte.

Los resultados prometidos o bien nunca se materializaron o se desvanecieron al terminar la construcción, señaló.

“Fue una relación efímera. Todos los daños recayeron en estas personas”, dijo Do Nascimento.

Belo Monte, situada en el estado norteño de Para, tiene la capacidad de generar 11,2 gigavatios de electricidad, por detrás solo de la presa china de las Tres Gargantes y la de Itaipu, en la frontera de Brasil con Paraguay. Requirió excavar un canal más grande que el Canal de Panamá.

Los emprendedores vieron una oportunidad, y gente en busca de empleo acudió a Altamira buscando uno de los 60.000 puestos prometidos, lo que disparó la población de la ciudad.

Los vecinos que pescaban y se bañaban en el río Xingu vieron cómo sus vidas cambiaban de forma drástica.

Es el caso de Jair Teixeira da Costa, un pescador que vive en una pequeña casa de madera con un muelle improvisado, donde juega con sus seis perros. Ahora los peces escasean y él hace trabajos esporádicos para llegar a fin de mes. No es lo que esperaba cuando oyó los planes del constructor de la presa para preservar las costumbres de las comunidades locales.

La fiscalía federal ha realizado 27 investigaciones diferente sobre Belo Monte. Entre otras cosas, se ha acusado a empresas y agencias públicas de no hacer las consultar obligatorias con comunidad indígenas y de no cumplir su promesa de construir infraestructuras básicas de alcantarillado para los vecinos de la zona.

En un email enviado a The Associated Press, Norte Energía dijo que las familias locales comen más de tres veces la cantidad de pescado recomendada por la Organización Mundial de la Salud e insistió en que había creado una “cooperativa” de pescadores para mitigar el impacto sobre el río.

La firma también dijo que no había obligado a poblaciones indígenas a trasladarse.

“La compañía constructora no resultó bien, en absoluto. Eran solo promesas”, dijo Da Costa, que aún está esperando a tener electricidad en su casa.

A un mundo de distancia, en Río de Janeiro, los bañistas en la playa de Ipanema aplauden cada tarde al anochecer. Las luces se encienden en toda la ciudad, iluminando la estatua de Cristo el Redentor, el estadio de fútbol de Maracaná y las viviendas de 13 millones de urbanitas.

Pocos vecinos de Río se dan cuenta de que sus televisores y lavadoras reciben algo de energía de la distante presa. Belo Monte empezó hace poco a enviar energía a través de la línea de transmisión de 800 kilovoltios más larga del mundo, que recorre 2.534 kilómetros (1.574 millas) a través de 81 ciudades y tres ecosistemas hasta una subestación el estado de Río.

La línea al estado de Río no es recta. La filial local de una empresa estatal china la construyó con desvíos de 435 kilómetros (270 millas) para evitar cruzar territorio indígena y mantener a las comunidades locales a favor del plan, señaló Anselmo Leal, vicepresidente de State Grid Holding Brazil. La empresa también levantó torres por encima de los árboles para evitar talar una franja de 120 yardas de ancho por el camino.

“La gente se impresionaría por la cantidad de esfuerzo e inversión necesarios para darnos comodidad en nuestra vida cotidiana”, dijo Leal en el edificio de firma en el centro de la ciudad de Río de Janeiro.

La construcción de la línea de transmisión se vio interrumpida en 2017 por protestas en el estado de Pará. El gobierno de Brasil desplegó a la guardia nacional para garantizar que no hubiera retrasos en una obra considerada crucial para el crecimiento de la economía del país.

Brasil sufrió grandes apagones antes de 2010, algunos de ellos por fallos en centrales eléctricas. En 2009, un apagón dejó a oscuras las dos ciudades más grandes del país, afectando a millones de personas.

En general, los residentes en las grandes ciudades de Brasil desconocen el impacto de Belo Monte en la región donde se construyó.

Eso se debe a que el sureste, una zona más rica, vive bajo la ilusión de ser autosuficiente, señaló Luiz Novoa, profesor de la Universidad Federal de Rondonia, que lidera un grupo de investigación sobre los territorios amazónicos. Se sienten ajenos a la explotación de la Amazonía, ya sean las exportaciones de una enorme mina de hierro o la energía de Belo Monte, señaló.

“Esos excesos hacen que sus vidas funcionen bien en las metrópolis, pero no comprenden de dónde viene, su coste socioeconómico”, dijo Novoa.

Belo Monte causó un perjuicio a las comunidades locales que solo ha empeorado al terminar la construcción, señaló Marco Santana, abogado que ha representado a algunas de las personas reubicadas.

La población de Altamira ha subido un 48%, a 115.000 personas frente a las 77.000 del año 2000. La pérdida de empleos provocada por la presa alimentó un estallido de la violencia, según los expertos.

“La gente perdió su trabajo y la ciudad se convirtió en un caldo de cultivo para problemas sociales”, dijo Santana.

En 2008, antes de que comenzaran las obras, la tasa de homicidios de Altamira era de 36 por cada 100.000 residentes. Para 2018, la tasa se había multiplicado casi por cuatro, convirtiéndose en la segunda ciudad más violenta del país.

Los hoteles construidos para alojar a los antes numerosos trabajadores se han quedado vacíos, muchas empresas pequeñas han cerrado y las grandes compañías están envueltas en el escándalo de corrupción del caso “Lava Jato”, que reveló sobornos en el sector brasileño de la construcción.

El presidente, Jair Bolsonaro, desveló en noviembre la placa inaugural en la última turbina de Belo Monte, la número 18, y la presa entró en pleno rendimiento.

Sin embargo, su generación máxima de energía está por debajo del óptimo debido a las pocas lluvias y al hecho de que se construyera con un modelo que aprovecha el flujo del río en lugar de con un embalse como concesión a los ambientalistas, dijo Adriano Pires, director de la consultora de infraestructuras CBIE.

Dadas las circunstancias, la compañía que opera la presa, Norte Energía, estudia construir en el lugar una central eléctrica de gas natural, según publicó la semana pasada el diario Estado de S. Paulo. En una respuesta por correo electrónico, la firma dijo a The Associated Press que está desarrollando proyectos para ampliar el sector energético, sin dar detalles.

“Si no hubiera un Belo Monte, el riesgo de déficit energético (en Brasil) habría sido enorme” dijo Pires por teléfono. Incluso con todos sus problemas, afirmó, es un proyecto que ayudará mucho al sector eléctrico brasileño.

A los pies de la presa, el desarrollo por el bien nacional es una perspectiva que se escapa a las comunidades locales. El gobierno y las empresas hicieron falsas promesas de ayudar a los residentes, que vieron sus voces silenciadas cuando chocaron con una situación difícil, según las voces críticas.

“Mucho dinero pasó por aquí”, dijo Alves Barros, la mujer que se vio obligada a trasladarse. “No quedó nada que fuera permanente, que fuera concreto”.

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Los periodistas de Associated Press Diane Jeantet y Marcelo de Sousa reportaron desde Río de Janeiro y el fotógrafo de AP Andre Penner informó desde Altamira. El redactor de AP David Biller en Río de Janeiro y el video reportero de AP Mario Lobao en Altamira contribuyó a este despacho.

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