Es el fin de la programación como la conocemos, y no tengo problema con ello

Tenía 5 o 6 años cuando sentí por primera vez las alegrías de la programación de computadoras. Fue a inicios de la década de 1980, cuando poca gente tenía una computadora. Un día, mi papá trajo a casa una Sinclair ZX Spectrum, una de las primeras computadoras personales asequibles para el mercado de consumo masivo. Tenía 48 kilobytes de memoria (mi teléfono tiene 125.000 veces más memoria RAM) y utilizaba el televisor como pantalla. El software (sobre todo juegos) venía en cintas de casete que se cargaban en la computadora mediante una conexión a un reproductor de casetes: la unidad de disquete de esa época.

Sin embargo, los juegos tardaban una eternidad en cargarse y, mientras esperaba, solía leer detenidamente el increíble manual de programación que venía con la Spectrum. El libro estaba lleno de programas sencillos escritos en el accesible lenguaje de programación BASIC; la mayoría me era incomprensible, pero, a medida que experimentaba con los ejemplos, empecé a sentir la emoción de la que suelen hablar quienes se enamoran de la programación: la revelación de que, con el conjunto adecuado de conjuros, puedes dar vida a estas máquinas, que de otro modo serían inertes, y hacer que cumplan tu orden.

Mi obsesión por la programación se profundizó cuando llegué al bachillerato (¡porque yo era muy popular!) y hubo unas semanas al principio de la universidad en las que pensé que podría ganarme la vida programando. Por supuesto, no seguí ese camino; para mí, escribir palabras le ganó a escribir código.

Aunque sí encontraba fascinante aprender a pensar como lo hacen las computadoras, había algo poco sofisticado en la esencia de programar una computadora que yo no podía superar: ¿no era extraño que las máquinas necesitaran que los humanos aprendiéramos su lenguaje secreto y enloquecedoramente preciso para aprovecharlas al máximo? Si son tan inteligentes, ¿no deberían intentar entender lo que decimos, en vez de que nosotros aprendamos a hablar con ellas?

Esto al fin podría estar pasando ahora. En una especie de ironía poética, la ingeniería de software parece ser uno de los campos que podrían verse más alterados debido al auge de la inteligencia artificial. En los próximos años, la inteligencia artificial podría transformar la programación, de una profesión enrarecida y muy bien remunerada a una habilidad ampliamente accesible que la gente puede aprender con facilidad y utilizar como parte de su trabajo en una amplia variedad de campos. Esto no será tan terrible para los programadores —el mundo seguirá necesitando personas con conocimientos avanzados de codificación—, pero será genial para el resto de nosotros. Unas computadoras que todos podamos “programar”, unas computadoras que no requieran una capacitación especializada para ajustar y mejorar su funcionalidad y que no hablen en código: ese futuro se está convirtiendo en el presente a toda velocidad.

Las herramientas de inteligencia artificial basadas en grandes modelos lingüísticos —como OpenAI Codex, de la empresa que creó ChatGPT, o AlphaCode, de la división DeepMind de Google— ya empezaron a cambiar el modo de trabajar de muchos programadores profesionales. Por el momento, estas herramientas funcionan sobre todo como asistentes: pueden encontrar errores, escribir explicaciones para fragmentos de código mal documentados y ofrecer sugerencias de código para realizar tareas rutinarias (no tan distinto de cómo Gmail ofrece ideas para las respuestas de correo electrónico: “Suena bien”; “Entendido”).

Sin embargo, los programadores de inteligencia artificial se están volviendo inteligentes con tal rapidez como para rivalizar con los humanos. El año pasado, DeepMind informó en la revista Science que, cuando se evaluaron los programas de AlphaCode en contraste con respuestas que enviaron participantes humanos en competencias de codificación, su rendimiento “casi corresponde al de un programador novato con una capacitación de entre unos meses y un año”.

“Programar será obsoleto”, predijo hace poco Matt Welsh, otrora ingeniero de Google y Apple. Welsh dirige una empresa emergente de inteligencia artificial, pero su predicción, aunque podría ser interesada, no suena inverosímil:

“Creo que la idea convencional de ‘escribir un programa’ está en camino a la extinción y, de hecho, los sistemas de inteligencia artificial que son entrenados en vez de programados remplazarán la mayor parte del software, tal y como lo conocemos, de todas las aplicaciones salvo las muy especializadas. En situaciones en las que se necesite un programa ‘simple’... esos programas serán generados por una inteligencia artificial en vez de un código escrito a mano”.

El argumento de Welsh, publicado a principios de este año en el órgano interno de la Asociación para Maquinaria Computacional, llevaba el título “El fin de la programación”, pero también hay una manera en la que la inteligencia artificial podría marcar el comienzo de un nuevo tipo de programación, uno que no nos obligue a aprender código, sino que transforme las instrucciones del lenguaje humano a software. A una inteligencia artificial “no le importa cómo la programes, intentará entender lo que quieres decir”, comentó Jensen Huang, director ejecutivo de la empresa fabricante de chips Nvidia, en un discurso que dio esta semana en la conferencia Computex de Taiwán. Y añadió: “Hemos cerrado la brecha digital. Ahora todo el mundo es programador: solo hay que decirle algo a la computadora”.

Pero, espera un momento… ¿no se suponía que la codificación era una de las carreras imprescindibles de la era digital? En las décadas que pasaron desde que me divertía jugando con mi Spectrum, la programación pasó de ser un pasatiempo para “nerds” hasta una profesión casi imperativa, la única habilidad que había que adquirir para sobrevivir a la dislocación tecnológica, sin importar cuán absurdo o insensible suene el consejo. Joe Biden a los mineros de carbón: ¡Aprendan a programar! Troles de Twitter a periodistas despedidos: ¡Aprendan a programar! Tim Cook a niños franceses: Apprendre à programmer!

La programación puede seguir siendo una habilidad que vale la pena aprender, aunque tan solo como un ejercicio intelectual, pero habría sido absurdo pensar que se trata de una tarea aislada de la automatización misma que esta permitía. Durante gran parte de la historia de la computación, la codificación ha tomado un camino hacia una mayor simplicidad. Antes, tan solo el pequeño sacerdocio de los científicos que entendían los bits binarios de unos o ceros podía manipular las computadoras. Con el tiempo, desde el desarrollo del lenguaje ensamblador hasta los lenguajes más legibles para el ser humano como C, Python y Java, la programación ha ido escalando lo que los computólogos denominan como niveles crecientes de abstracción, a cada paso ascendente más alejados de las tripas electrónicas de la computación y más accesibles para las personas que los utilizan.

La inteligencia artificial podría estar permitiendo ahora el último nivel de abstracción: el nivel en el que se le puede decir a una computadora que haga algo del mismo modo que tú le dirías a un humano.

Hasta ahora, los programadores parecen estar de acuerdo con la manera en que la inteligencia artificial está cambiando sus trabajos. GitHub, el repositorio de programadores propiedad de Microsoft, encuestó el año pasado a 2000 programadores sobre su uso de Copilot, el asistente de programación de GitHub. La mayoría afirmó que Copilot le ayudaba a sentirse menos frustrados y más satisfechos en sus trabajos; el 88 por ciento señaló que mejoraba su productividad. Los investigadores de Google descubrieron que, entre los programadores de la empresa, la inteligencia artificial redujo el “tiempo de iteración de codificación” en un seis por ciento.

He intentado introducir a mis dos hijos al mundo de la programación como mi padre hizo conmigo, pero a ambos les pareció aburridísimo. Su desinterés por la programación ha sido una de mis decepciones como padre, por no mencionar una fuente de ansiedad ante la posibilidad de que no estén a la altura del futuro. (Vivo en Silicon Valley, donde parece que los niños aprenden a programar antes que a leer). Pero ahora estoy un poco menos preocupado. Para cuando busquen una carrera, la codificación podría ser tan anticuada como mi primera computadora personal.

c.2023 The New York Times Company