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Los niños no se quedan quietos y eso es normal: cómo dejar de “problematizar” sus conductas

¿Un niño de tres años debe quedarse sentado en la mesa del restaurante todo el tiempo?; Mi hijo de cuatro años no permanece a mi lado en clases de estimulación musical donde acudimos papás e hijos ¿debo preocuparme?; Niño de cuatro años y siete meses, aún usa pañales en la noche, ¿es normal?… Esta fue una seguidilla de preguntas en reciente ronda de mis historias de Instagram… Una biopsia de cómo es que en nuestras sociedades se pone el acento en problematizar cualquier conducta infantil.

A la pregunta sobre quedarse sentado en la mesa del restaurante todo el tiempo, respondí que un niño es movimiento por definición, que la necesidad de movimiento para un niño es tan instintiva y básica como comer, como dormir, respirar… y a esas edades, son psicocorporales, lo que quiere decir que se expresan a través del cuerpo y el movimiento más que mediante el lenguaje verbal o racional, no han madurado para quedarse mucho rato tranquilos, sentados en una mesa acatando los modales de un adulto.

(Getty Creative)
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Sobre seguir con los pañales de noche a los cuatro años, respondí que en general los niños pueden llegar a alcanzar el control de esfínteres diurno, nocturno, de heces y orina hasta los cinco o los siete años sin que esto signifique que haya un trastorno o patología.

Aléjate de los llamados "expertos"

A la mamá del peque preocupada porque su hijo de casi cinco años no permanece a su lado en la escuela de música, le advertí que tuviera cuidado con las opiniones de los llamados expertos que tienden a patologizar cualquier conducta infantil normal y así terminan creando problemas donde no los hay. Y eso es justamente a lo que quiero referirme en esta ocasión.

Lo que hace que las madres se preocupen porque un niño no se ha despañalizado a los cuatro años, porque no se queda sentado a los tres años como si fuera un adulto en la mesa de un restaurante o porque no permanece a su lado en las clases de estimulación musical, tiene mucho que ver con las ideas falsas o muy discutibles que circulan respecto a lo que es un niño, lo que podemos esperar de su naturaleza infantil, de sus rasgos madurativos en cada etapa de su desarrollo. Ignorancia, que lamentablemente no se manifiesta solamente en las consejas populares sino que también –y es lo más preocupante– transmiten algunos llamados expertos o especialistas en infancia como pediatras, docentes, psicólogos... Ignorancia que va creando problemas donde no existen.

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Lo que tengo para decir ante este panorama es que, si de algo tenemos que cuidarnos es de que se valore inadecuadamente una conducta normal en nuestros hijos hasta acabar con diagnósticos falsos de trastornos o patologías, generando así más preocupación, estrés, nervios en la familia. Porque es allí donde comienzan las reales complicaciones y no con la conducta del niño.

Atención por favor, que quede claro que no estoy afirmando que no existan posibilidades de patologías en ningún caso, habrá excepciones, pero lo que he podido ver por la casuística en mis espacios de formación, sesiones de coaching online de crianza, y lo que he podido escuchar y conversar con profesionales serios como psicólogos y pediatras que sí que están orientados por una mirada respetuosa hacia la infancia, es que la gran mayoría de las veces, la preocupación de los progenitores se basa en el miedo transmitido por el desconocimiento de lo que se puede o no esperar de los niños. Es allí donde me parece que está el mayor riesgo.

No creo que en términos de prevalencia el riesgo mayor sea dejar pasar un trastorno real por negación frente a las evidencias que los niños arrojan a sus madres y padres. Las madres en general están lo suficientemente conectadas con sus hijos para saber si algo va bien o no. Más bien me parece que son las interferencias de las opiniones externas con tendencia a problematizar cualquier conducta infantil las que impiden que las madres puedan captar con claridad cuando realmente hay algo atípico en su hijo o hija. Entonces el riesgo mayor del que debemos cuidarnos es la constante problematización, patologización y diagnóstico de conductas normales en la infancia. Un síntoma que habla más bien de sociedades carentes de cultura de infancia.

Cómo ayudar a construir su infancia

Sin duda tenemos que trabajar mucho en la construcción de cultura de infancia. Precisamos saber qué es realmente un niño, qué necesita en cada etapa madurativa y cómo en nuestras sociedades industrializadas, tecnológicas, tan alejadas de la conexión con nuestro diseño original biológico y sus necesidades, se está interpretando y satisfaciendo oportuna y adecuadamente o no a la infancia. Porque es la incomprensión y la insatisfacción de esas necesidades propias de la infancia lo que problematiza el desarrollo infantil.

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Por ejemplo, si creemos que un niño a los dos, tres, cuatro años debería estar despañalizado y lo entrenamos para que lo consiga sin esperar a que madure para hacerlo por sí mismo, sí que podemos provocarle un problema de falta de control de retención de orina o de heces. Si tenemos la creencia de que un niño de tres años, que es movimiento puro por definición, debe quedarse tranquilito, sentadito en su lugar de la mesa en un restaurante todo el tiempo que esté allí, si reprimimos su necesidad de movimiento, si le impedimos crónicamente que despliegue sus necesidades básicas, en algún momento el cuerpo y la psique van a pasar factura con un problema, trastorno o dificultad. Entonces lo que hay que mirar es si realmente es el niño el que tiene un problema o es la cultura de crianza de nuestras sociedades la que está creando trastornos infantiles.

Es la profecía autocumplida. Falsas creencias que generan expectativas imposibles, provocando sobre exigencias que interfieren en el desarrollo de los niños y que al final devienen en trastornos reales.

La única salida a todo este entuerto es EDUCACIÓN. Progenitores, familiares, profesionales vinculados con atención a la infancia, necesitamos formarnos en espacios privilegiados con una mirada clara y realista sobre lo que es un niño y cuales son sus necesidades.

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En paralelo adaptar los entornos, las normas, las expectativas adultas a esas necesidades para favorecer el correcto desarrollo infantil. Restaurantes, escuelas y sitios públicos amigables para los niños, adultos capaces de acompañarlos siendo guardianes de los espacios y oportunidades para satisfacer sus demandas de juego y movimiento libre. Escuelas que no prohíban niños que lleven pañales después de los tres años. Transeúntes que al ver a un pequeño en medio de una rabieta en lugar de juzgar a los padres porque no lo reprenden, los apoye con una mirada comprensiva y paciente. Sociedades que pongan a los niños, sus necesidades reales y su bienestar en el centro de las decisiones y acciones.

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