Los prisioneros texanos fusilados por México tras sacar un frijol negro

En marzo de 1843 tuvo lugar en México un episodio que ha pasado a la historia como ‘la lotería de los frijoles negros’, por el cual el militar y presidente (caudillista) del país, Antonio López de Santa Anna, tomó una controvertida decisión: ordenar fusilar al diez por ciento de los prisioneros que habían tomado tras una incursión de milicianos texanos, en la conocida como ‘batalla de Mier’.

17 prisioneros texanos fueron fusilados por México tras sacar un frijol negro de un tarro (imagen vía Wikimedia commons)
17 prisioneros texanos fueron fusilados por México tras sacar un frijol negro de un tarro (imagen vía Wikimedia commons)

En 1836 Texas había conseguido su independencia de México, convirtiéndose en la República de Texas a lo largo de los siguientes nueve años (hasta que se produjo en 1845 la anexión a los Estados Unidos de América). Durante aquel periodo de tiempo, continuos fueron los enfrentamientos bélicos entre texanos y mexicanos, sobre todo en los territorios fronterizos.

En diciembre de 1842 tuvo lugar la mencionada batalla de Mier, por la cual milicianos texanos intentaban recuperar para la República de Texas la población fronteriza de Mier, la cual estaban convencidos que les pertenecía y que así figuraba (según estos) en el ‘Tratado de Velasco’ firmado con México el 14 de mayo de 1836 y por el cual, el general Santa Anna reconocía de facto la independencia de Texas (aunque no la pertenencia de Mier a los texanos).

En dicha batalla los mexicanos contaban con unas fuerzas militares de alrededor de 3000 efectivos, mientras que la de los milicianos texanos era del diez por ciento (exactamente 308 hombres). A pesar de la diferencia numérica, México tuvo un mayor número de bajas (650 muertos y 200 heridos), mientras que por parte de Texas fue en total de 30 (entre muertos y heridos).

El triunfo final de aquel enfrentamiento fue para los mexicanos, obligando a la rendición de los texanos, el 26 de diciembre de 1842, y apresando a 243 prisioneros. De estos lograron escapar 181, el 11 de febrero de 1843, siendo capturados de nuevo 176 de ellos.

Antonio López de Santa Anna en aquellos momentos no gobernaba el país, siendo el presidente Nicolás Bravo (aunque muchos son los historiadores que apuntan que el expresidente mandaba desde la sombra). De ahí que sea frecuente encontrar que la orden y decisión de fusilar a parte de aquellos prisioneros texanos que habían sido capturados de nuevo, partiese de Santa Anna.

En un principio había la intención de fusilar a los 176 prisioneros, algo que según las resoluciones internacionales no era lícito hacer, ya que se trataba de presos de guerra y finalmente se decidió que se ejecutaría como represalia al diez por ciento (diecisiete) a quienes se les acusaría de delincuencia y no por cuestiones militares.

Para determinar quiénes serían los ejecutados, al coronel mexicano Domingo Huerta se le ocurrió meter en un tarro 159 frijoles blancos y 17 frijoles negros. Los prisioneros texanos, en orden de graduación irían pasando frente al recipiente e irían sacando una alubia, aquellos que sacasen la negra estarían condenados a morir y quienes extrajeran una blanca salvarían su vida.

Aquella lotería de los frijoles negros estuvo llena de irregularidades, ya que las alubias de color negro fueron introducidas en el último momento, quedando arriba del todo y obligando a los oficiales texanos a ser los primeros en extraer, por lo que de ese modo se aseguraban que un alto número de los condenados a morir tenían graduación militar.

Como un acto de gracia, a quienes extrajeron el frijol negro se les permitió escribir una carta de despedida dirigida a sus familias, que serían entregadas por los supervivientes una vez quedasen en libertad (no se sabía cuándo, aunque consta que fueron liberados un año y medio después).

El 25 de marzo de 1843, en la improvisada prisión conocida como ‘Rancho Salado’ (en la ciudad de Saltillo, en el estado de Coahuila de Zaragoza) se procedió al fusilamiento de los 17 prisioneros y se hizo en dos tandas (nueve y ocho). Tan solo uno de los ejecutados no murió, James L. Shepherd, aunque se hizo pasar por muerto durante unas cuantas horas y al llegar la noche logró escaparse, siendo apresado días después y fusilado de nuevo.

Fuente de la imagen: Wikimedia commons

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