Prince: un superhéroe en un cuerpo humano

Neal Karlen, autor de una nueva biografía sobre Prince,

tuvo más acceso a la superestrella que cualquier otro periodista.

Karlen habla de su amistad, por qué el artista inventó historias

sobre sí mismo y de dónde provenía su amor por el color morado.

EN UNA ENTREVISTA para Rolling Stone publicada en 1985, Prince le habló al escritor Neal Karlen sobre un momento crucial en su vida: cuando su padre lo corrió de la casa. Desde un teléfono público, Prince le rogó a su padre que lo aceptara de vuelta: “Él siguió diciendo que no. Me senté a llorar en esa cabina telefónica por dos horas. Esa fue la última vez que lloré”. Era una historia tremenda sobre su origen: un muchacho sollozando —entonces conocido por su apodo de Skipper— sale de una cabina telefónica para convertirse en la estrella Prince. Salvo que no fue verdad. Como Karlen se enteró después, el padre de Prince nunca lo corrió.

Karlen dice: “Ken Kesey decía esto: ‘El problema con los superhéroes es qué hacer entre una cabina telefónica y otra’. Pienso que Prince tenía esa dificultad”.

Esa revelación solo es una entre las muchas sobre la estrella en el libro de Karlen, de reciente publicación, This Thing Called Life: Prince’s Odissey On + Off Record (St. Martin’s Press). Exeditor de Newsweek y avecindado en Minneapolis, Karlen es uno de los pocos periodistas que tuvieron acceso al músico notablemente reservado y excéntrico, y escribió tres artículos de portada sobre él para Rolling Stone entre 1985 y 1990. En su libro, Karlen usa sus recuerdos, notas y grabaciones para dar una imagen esclarecedora e íntima de un artista sumamente talentoso y complejo. “Él era una contradicción, más que cualquier otra persona que haya conocido”, comenta Karlen.

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En esta entrevista, editada por motivos de extensión y claridad, el autor habla de su amistad con Prince al paso de los años y las varias facetas en la vida del artista enigmático.

—¿Por qué quisiste escribir sobre Prince de nuevo?

—Ha habido muchos libros. Pero lo que faltaba era el hombre. Tenía una escena en el libro en la que alguien se me acercó en una cafetería donde escribía y me dijo: “Perdón, ¿por que necesitamos otro libro?”. Fui a casa, tomé una ducha y rompí en llanto. Me dije: “Prince, ¿qué quieres que diga?”. Gracias a Dios, no oí una voz respondiéndome. Recordé una carta que él me envió. Me dijo: “¡Gracias por contar la verdad!”. Entonces pensé: “Puedo hacer eso”.

—¿Por qué piensas que él confiaba tanto en ti?

—He pensado eso muchas veces. No sé si fue porque yo era de Minneapolis. A los dos nos encantaba la lucha libre profesional, el boxeo, la cultura pop y las comedias de situación. Él hacía una muy buena imitación de Fonzie. En nuestra última llamada telefónica hizo [una imitación] de Stanley Hudson de The Office. Ese y The Wire eran sus programas favoritos.

—¿Por qué él difundió tantas ideas equivocadas sobre sí mismo?

—Él dijo: “Solía burlarme de los periodistas porque quería que se enfocaran en la música que hacía y no en el hecho de que provenía de un hogar roto”. A él lo rompió su padre, pero esto también le posibilitó el convertirse en lo que llegó a ser. De alguna manera tenía el talento en sus genes, pero también ese impulso para llegar a la cima.

—Una buena parte del libro trata de la relación de Prince con su padre.

—En verdad era amor-odio. Su padre era un narcisista increíble; su hijo tuvo la carrera que él quería. Él pensaba que él era el genio. Pienso que su padre fue la cosa definitoria en la vida de Prince. Y después de que su padre murió, mandó derrumbar la famosa casa morada que le dio a su papá. Eso es lo que hacía: en cierta forma anulaba el pasado. No solo se divorció de Mayte Garcia, hizo que anularan el matrimonio. Cuando tenía 25 años, dijo: “Solía ser un experto en apartarme de la gente y nunca mirar atrás”. Y toda su vida fue de esa manera.

En 1971, Prince Rogers Nelson, entonces de 13 años, posó para la fotografía de una escuela pública de Minneapolis. Foto: Sistema Escolar de Minneapolis

—¿Es cierto que Prince aprendió por sí mismo a tocar el piano cuando su padrastro lo encerró en un cuarto con uno por seis meses?

—Sí sucedió, pero Prince cerró la puerta. Su padrastro no lo encerró. Prince se alejó del mundo. Retocó levemente un hecho: hizo que la historia fuera completamente al revés. Quería confundir la verdad. Solo quería que la música sobresaliera por encima de su historia de vida.

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—La palabra “prisión” salta a lo largo del libro.

—La primerísima pregunta que le hice oficialmente: “Entonces, ¿por qué hablas ahora?”, después de tres años [sin una entrevista]. Hay muchas razones que pudo haberme dado, y respondió: “No quiero que mis admiradores piensen que vivo en una prisión”. Recuerdo que en ese primer viaje me mostró el terreno donde se iba a construir Paisley Park; era solo un campo por entonces. Y le pregunté: “¿Que significa Paisley Park?” Respondió: “Es un lugar donde puedes ir para estar solo”. No creo en las premoniciones, pero me recorrió un escalofrío. Pensé: “Va a morir allí solo”.

—Otra revelación en tu libro es que, en la década de 1990, Prince te encargó que redactaras un manifiesto sobre cambiar su nombre por un símbolo impronunciable, y que el documento supuestamente acompañaría un testamento.

—Solo su representante y yo sabíamos que iba a cambiarse el nombre por eso. Él estaba muy hastiado del negocio de la música. Parecía que el rap y el hip-hop lo habían pasado de largo. Ya no estaba en la vanguardia. Realmente sintió que estaba acabado. Me pagó para que le escribiera un artículo para una revista. Lo entrevisté sobre el porqué se cambiaba el nombre por un glifo. Dijo que lo enterrarían en una cápsula del tiempo con su testamento y el álbum Love Symbol. Nunca vi el testamento. Dijo que la cápsula del tiempo estaba enterrada en el terreno de Paisley Park. La sucesión ya ha vendido pequeñas parcelas del terreno. Pienso que [abrirán] la tierra para condominios Paisley Park dentro de 30 años, y saldrá.

—Escribes que el amor de Prince por el color morado provenía del clásico infantil Harold y el lápiz color morado de Crockett Johnson.

—Harold era un niño que podía dibujarse fuera de cualquier realidad en la que estuviera con su lápiz morado. Él dormía en su cama, y si quería escapar de casa, dibujaba una ventana y escapaba por ella. Ese era su libro favorito.

—Describes dos temas grandes que rompieron a Prince. La primera fue la muerte de su hijo Amiir, de una semana de nacido, en 1996; seguido por el aborto espontáneo de su esposa Mayte. La segunda fue el dolor físico de Prince tras años de actuar en vivo.

—Perder a esos dos niños lo destruyó… y que no podría bailar y no sería capaz de tocar el piano o la guitarra mucho tiempo. Le dolían los brazos. En nuestra última llamada telefónica me dijo: “Estoy cansado”. En 31 años, esa fue la única vez que lo oí decir “estoy cansado”. Es desgarrador lo que sucedió. Pero el asunto es que no fue al final de su vida. Tenía dolor desde Purple Rain. Sí, la muerte fue por fentanilo, pero pienso que esas otras cosas fueron las que lo mataron. Simplemente no podía dejar [de actuar en vivo]. Tocó demasiado tiempo.

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—Escribes sobre una ocasión en 1998 cuando te recuperabas en casa de una lesión en una pierna y Prince te visitó. Lo viste tomar el Percocet que te habían recetado.

—Me rompió el corazón. Nunca lo discutimos de nuevo. No sé si esa fue la razón [de su visita]. No sentí algo como: “Oh, pasó a verme solo para tragar drogas”. Pienso que era una señal de cuánto dolor tenía. No quería darse un pasón. En realidad, era un humano; era un superhéroe en un cuerpo humano, desgraciadamente. Óscar Wilde tenía un dicho: “Todo hombre mata aquello que ama”. Pienso que fue al revés con Prince, y en realidad Muhammad Ali, su héroe de toda la vida, pues aquello que ellos amaron los mató.

—Cuando Prince te llamó pocas semanas antes de morir, en 2016, ¿tenías una idea de que algo no estaba bien?

—Sí. Traté de retarlo después de eso —en vano— mediante llamar a su archienemiga C. J., la columnista de chismes del Star Tribune de Minneapolis [para que lo entrevistara]. Yo nunca había hablado de Prince. Esto fue dos o tres semanas antes de que él muriera. Quería que él me llamara: “¿Por qué haces esto?”. Todos intentaban algún tipo de intervención. Alan Leeds, quien dirigía Paisley Park Records, trató de comunicarse y no pudo. André Cymone, su excompañero de grupo, le mandó mensajes de texto: “No tengo casa. ¿Puedo ir y quedarme en Paisley Park unos días?”, y André estaba felizmente casado y con hijos. Todos lo intentaban, pero no podían penetrar ese círculo. No había alguien que le dijera “no”.

—¿Con qué quieres que se queden al final tus lectores?

—Que había un ser humano real aquí. Fue una historia trágica, y aun así una victoria al final. Él fue capaz de expresarse a sí mismo. Pienso que fue un verdadero genio, pero era una tortura; no podía apagar su cerebro: “Tengo 16 cosas en mi cabeza al mismo tiempo”. Y fue una carga. Por ello es que empecé con un epígrafe de Albert Einstein: “Es extraño ser conocido tan universalmente y aun así estar tan solo”. N

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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek