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¿Por qué tantas personas se niegan aún a la donación de órganos?

Cuando el cerebro muere, la vida no siempre termina. En algunos casos la muerte de uno sirve para dar vida a otros, como si la reencarnación fuese al fin posible gracias a un gesto de humanidad y a los milagros de la ciencia médica. Cuando la fatalidad parece aún distante pocos rechazan esa donación, sin embargo, el fallecimiento de un familiar suele trastocar las decisiones.

A pesar del avance de la ciencia médica, aún muchas personas se niegan a aceptar la donación de órganos (AFP/Jaafar Ashtiy)
A pesar del avance de la ciencia médica, aún muchas personas se niegan a aceptar la donación de órganos (AFP/Jaafar Ashtiy)

Según la National Foundation for Transplants de los Estados Unidos, un donante de órganos puede salvar hasta ocho vidas y sus tejidos mejorar la salud de decenas de personas. Esas cifras deberían bastar para convencernos de la utilidad de la donación. Pero ningún país ha conseguido cubrir las necesidades de quienes esperan un trasplante de corazón, pulmones, hígado, riñones…

Los expertos en la materia discuten sobre la efectividad de los sistemas, que se mueven entre el consentimiento presunto y el consentimiento explícito. Más allá de este debate técnico, el tema nos cuestiona sobre la relación entre el cuerpo y la muerte. ¿De qué sirve conservar órganos y tejidos en un cadáver? ¿Acaso el alma, para quienes creen en ese ente espiritual, reside en un páncreas o en los intestinos?

Donantes por defecto

Francia ha sido uno de los países que ha decidido recientemente cambiar la ley que rige la donación de órganos. Los habitantes de ese país europeo integran automáticamente el banco de donantes potenciales, salvo que se hayan inscrito en un registro nacional de personas opuestas a entregar sus restos a la medicina.

La medida, que entró en vigor en enero pasado, insiste en la necesidad de hacer explícita la negativa de donar. Si la persona fallecida no añadió su nombre a la mencionada lista de rechazo, entonces los familiares deben presentar una prueba oral o escrita que confirme la voluntad del difunto. Porque en cualquier caso los médicos siempre solicitan la aprobación de los dolientes antes de proceder a la transferencia de los órganos.

El gobierno francés ha optado por el sistema de consentimiento presunto con la esperanza de reducir el déficit de donaciones. En 2015 apenas se efectuaron 5.700 trasplantes, mientras el número de pacientes en la lista de espera superaba los 21.000. De quienes aguardaban un órgano salvador, 553 murieron.

En París confían en los buenos resultados de esa reforma. La misma esperanza alienta en Cardiff, la capital de Gales, en el Reino Unido. Las autoridades galesas establecieron un sistema similar al francés en diciembre de 2015. En los meses siguientes el aumento de la cifra de órganos disponibles, gracias al consentimiento por defecto, ayudó a salvar decenas de vidas.

Sin embargo, las autoridades de salud han alertado sobre el exceso de optimismo. De hecho, según datos del Sistema Nacional de Salud del Reino Unido (NHS), en Gales el número de donantes luego de una muerte cerebral o circulatoria pasó de 52 en el año fiscal 2012-2013 a 61 en 2016-2017. Un salto discreto.

El programa de donación de órganos en España ha sido exitoso también por el acercamiento sensible a los familiares de los donantes potenciales (Europa Press)
El programa de donación de órganos en España ha sido exitoso también por el acercamiento sensible a los familiares de los donantes potenciales (Europa Press)

La clave del éxito del consentimiento presunto trasciende el mero hecho de convertirse en donante automáticamente.

España, uno de los países con mejores tasas de donaciones –43,4 por cada millón de habitantes— estableció el sistema por defecto en 1979. Una década después creó la Organización Nacional de Trasplantes, una estructura estatal que gestiona las donaciones y los trasplantes de manera centralizada. A esa medida siguió un esfuerzo constante de formación de los profesionales de la salud y de educación a la población en general. Desde entonces la proporción de donantes se triplicó.

América Latina aún dista de los resultados de España. En países donde funciona el consentimiento presunto, como Uruguay y Argentina, la tasa supera los 13 donantes por millón de habitantes, mientras en otros ese dato cae dramáticamente, como en México, Perú, Venezuela y Guatemala, todos por debajo de cinco.

Agobiadas por el dolor de la pérdida de un ser querido, muchas familias rechazan la donación de órganos (International Business Times)
Agobiadas por el dolor de la pérdida de un ser querido, muchas familias rechazan la donación de órganos (International Business Times)

Cuando el dolor vence a la ciencia

En la Unión Europea cada día mueren alrededor de 20 personas que esperaban un trasplante. En Estados Unidos fallece diariamente un número similar de pacientes por la misma causa.

La gran paradoja de la carencia de órganos es que la abrumadora mayoría de la gente aprueba el gesto de los donantes. Pero a la hora de decidir sobre el destino de los restos de un ser querido, entonces las respuestas cambian.

El 79 por ciento de los franceses se dice favorable a la donación de órganos. Sin embargo, en uno de cada tres fallecimientos con potencial para trasplantar partes del cuerpo difunto, los familiares se niegan a proceder.

En Canadá el 90 por ciento de la población está de acuerdo con entregar sus órganos para extender la vida del prójimo, pero apenas uno de cada cinco canadienses se inscribe en las bases de datos de donantes o firma los documentos necesarios para confirmar este deseo.

Un estudio publicado en 2011 por la revista Transplantation Proceedings reveló que la causa más común de los casos de rechazo era negarse a creer en la muerte cerebral del familiar. Un por ciento mucho menor confiaba en la salvación por un milagro, temía el tráfico de órganos o se justificaba en creencias religiosas, a pesar de que las principales religiones aprueban ese acto.

La consulta a los familiares, que ningún médico se atreve a obviar, abre preguntas sobre la voluntad de los vivos sobre la muerte y sobre el hecho mismo de morir. ¿De qué sirve conservar en un cuerpo inerte los órganos inútiles? ¿Esa negativa a entregar a otro la materia del ser amado es una muestra de egoísmo o una expresión del terrible dolor de la pérdida? ¿Acaso las autoridades deberían intervenir e invalidar la voluntad de las familias por el interés de la salud pública?

A pesar de la claridad de las estadísticas, como en tantos episodios del decurso humano, no hay respuestas fáciles a preguntas tan complejas.