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Por qué Notre Dame, su incendio y su reconstrucción importan a toda la humanidad

El incendio que ha destruido parcialmente la magnífica catedral de Notre-Dame (Nuestra Señora) de París causó también una herida en todo el espíritu humano. Aunque al parecer la estructura de la hermosa iglesia gótica, su fachada y sus torres se han salvado, y también algunos de los tesoros sacros y artísticos que ella albergaba, la destrucción causada por el fuego ha sido considerable y lacerante.

El daño ha lastimado profundamente a Francia pero no únicamente a esa nación y a sus habitantes. Notre-Dame, levantada entre los siglos XII y XIII, es patrimonio de la humanidad entera y su pérdida, que afortunadamente, al parecer, solo será parcial, es una merma para la cultura universal y, por ello, genera un dolor compartido a escala global.

El inmenso incendio de la catedral de Notre-Dame de París abatió la alta espiga y el techo del edificio gótico. (AFP)
El inmenso incendio de la catedral de Notre-Dame de París abatió la alta espiga y el techo del edificio gótico. (AFP)

Con todo, algunos han minimizado la importancia del edificio, afirmando que pese a su refinación es solamente eso, un edificio como tantos otros que se han alzado y caído a lo largo de los siglos.

Esa actitud resulta no solo equívoca sino peligrosa por la reducción que hace de la historia y la cultura a su mero aspecto material.

Pero en realidad no es una situación nueva. Notre-Dame misma ha tenido momentos de severa decadencia e incluso de riesgo de desaparición por acción humana directa o indirecta. En varias ocasiones a lo largo de sus más de ocho siglos de existencia sufrió daños y destrucciones e incluso, en retrospectiva, la actual catedral se alzó sobre los restos de una aún más antigua de estilo románico (con parte de su material reciclado en la construcción siguiente) que fue ampliada a lo largo de los siglos desde tiempos del imperio romano tardío y a su vez se asentó sobre lo que, se cree, fue un antiguo templo pagano en honor a Júpiter.

Pero Notre Dame ha seguido allí y durante su historia ha tenido múltiples transformaciones, varias de ellas destructivas y violentas. A principios del siglo XIX se hallaba en estado de severa decadencia y fue Víctor Hugo, uno de los titanes de las letras francesas y universales, quien en su singular novela titulada justamente ‘Nuestra Señora de París’ (también conocida como ‘El jorobado de Notre Dame’) despertó el interés por la catedral (que en la novela sufre, por cierto, un gran incendio) y propició que años después la corona francesa decidiera restaurarla.

La espigada aguja del techo que se derrumbó por las llamas este 15 de abril de 2019 fue, por ejemplo, obra de esa restauración del siglo XIX (la original fue retirada del techo, hoy destruido, en el siglo XVIII) .

La novela de Víctor Hugo fue en parte una reacción del escritor hacia una actitud de rechazo en el París de entonces hacia la arquitectura medieval, que llevó a la demolición o alteración de edificios góticos en la ciudad. El escritor salió en defensa de ese patrimonio, al que colocó en una perspectiva de continua transformación y enriquecimiento, destrucción y renovación, que incorpora y rebasa estilos y modas y añade capas sucesivas de valor artístico e histórico. Su diagnóstico fue válido entonces y lo sería ahora en el contexto de la importancia de Notre-Dame (y por extensión de todo patrimonio arquitectónico y artístico), de la desolación por su incendio, de las equívocas afirmaciones que pretenden minimizarla y del imperativo de recuperarla en un ciclo más de preservación y enriquecimiento.

Escribió Víctor Hugo en esa novela para explicar el carácter histórico y duradero de Notre-Dame, que la hace mucho más que su masa material, la coloca en un andar de siglos y con ello expresa y defiende su valor mayúsculo y el de otros grandes monumentos de la civilización humana: “Los grandes edificios como las grandes montañas son obra de los siglos. Con frecuencia el arte se transforma cuando ellos están en plena construcción, Pendent opera interrupta, y continúan tranquilamente siguiendo las normas de la nueva moda. El nuevo arte toma el monumento como lo encuentra, se incrusta en él, lo asimila, lo desarrolla según su capricho y lo termina si puede hacerlo; pero todo ello sin molestias, sin esfuerzos, sin reacciones, siguiendo una ley natural y tranquila; es como un injerto que se hace, una savia nueva que circula, una vegetación que renace. Es verdad que, en las sucesivas soldaduras de dos artes, en las diferentes plantas de un mismo edificio, existe materia suficiente para buen número de gruesos volúmenes a incluso para una historia natural de la humanidad. El hombre, el artista, el individuo desaparecen en esas grandes masas sin firma del autor; la inteligencia humana se resume y se totaliza en ellas. El tiempo es el arquitecto, el pueblo el albañil…”.

En la línea de Víctor Hugo, Notre-Dame importa porque es la obra duradera y progresiva de un pueblo y, por extensión, de la humanidad entera. Es obra de Francia ciertamente, como cada monumento lo es de su lugar y su tiempo, pero sus raíces y su trascendencia son parte de la civilización común, con todo sus esplendores, sus diversidades y sus claroscuros. Y, llevando más allá el argumento, se logra una apreciación y un respeto por el arte, el patrimonio histórico y sus diversos estadíos pasados, algo clave pero que no necesariamente había sido comprendido o considerado relevante en el pasado y, en algunos casos, incluso ahora.

Las primeras imágenes del interior de la Catedral de Notre-Dame tras su incendio muestran que el daño habría sido relativamente menor a lo que se temía. (Philippe Wojazer/AP/Pool)
Las primeras imágenes del interior de la Catedral de Notre-Dame tras su incendio muestran que el daño habría sido relativamente menor a lo que se temía. (Philippe Wojazer/AP/Pool)
Aunque el incendio fue enorme en la Catedral de Notre-Dame, su estructura e interior no habrían sido devastados completamente como se temía (Philippe Wojazer/Getty Images/Pool)
Aunque el incendio fue enorme en la Catedral de Notre-Dame, su estructura e interior no habrían sido devastados completamente como se temía (Philippe Wojazer/Getty Images/Pool)

Así, en una nueva oleada, esta tristemente forzada por el desolador desastre del fuego, Notre-Dame será reconstruida y su valor y significado duraderos (y su duración en términos filosóficos) serán preservados y continuados. Todo el dinamismo de Francia, presumiblemente, se dedicará a lograrlo. Y aunque lo devastado por las llamas es irremplazable, la catedral subsistirá y se transformará nuevamente, enraizándose de ese modo nuevamente en el presente y hacia el futuro. Un proceso que continuará en buena medida lo descrito por Víctor Hugo y que, en realidad, al mitigar el dolor por lo perdido, dará nuevo brío y añadirá una capa más de vida e historia al edificio resultante.

No es claro aún cuál ha sido el alcance del daño sufrido por Notre-Dame, ni cómo ni cuándo, en lo que cabe, será la catedral reconstruida o restaurada. Mucho no podrá recuperarse en absoluto. Y ciertamente se desearía que el incendio nunca hubiese sucedido (el fuego, se afirma, podría haberse desatado irónica y accidentalmente en trabajos de restauración) y que la preservación de la catedral no hubiese sido golpeada y reconfigurada violentamente por las llamas.

Pero el dolor por lo perdido y la defensa del valor trascendental de Notre-Dame, es de desear, podrían producir no solo un afán de reconstrucción específico sino un nuevo impulso de apreciación y defensa de ese y otros monumentos, a todo lo ancho del mundo, que deben ser preservados y apreciados como patrimonio duradero e invaluable de toda la humanidad.