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El divertido juego que podría costarle el poder a AMLO

MEXICO CITY, MEXICO - JUNE 7, 2021: Mexican President Andres Manuel Lopez Obrador during daily briefing  speaks about advance of the Mexican legislative elections at national palace on June 7, 2021 in Mexico City, Mexico. (Photo credit should read Luis Barron / Eyepix Group/Barcroft Media via Getty Images)
Foto: Luis Barron / Eyepix Group/Barcroft Media via Getty Images

En el sistema político mexicano el tema de la sucesión presidencial posiblemente es el que mas llama la atención y moviliza a los diversos grupos de presión, que siempre buscan poner a salvo sus intereses. Es seguro que el presidente López Obrador sabe que así opera este fenómeno y también sabe que él tiene, en su tercer año de gobierno, el control del poder que la Constitución le otorga y que difícilmente algún aspirante o grupo de interés actuará para que inicie su declive.

En días recientes el presidente López Obrador se ha referido en dos ocasiones a la sucesión presidencial al mencionar que, en su partido Morena, se llevará a cabo un proceso que se caracterizará por dos aspectos. El primero, es que se efectuará un cambio generacional, es decir, que el próximo candidato será más joven que él. El segundo es que tiene diversas opciones para ocupar la candidatura presidencial.

Desde su conferencia de prensa mañanera el presidente López Obrador mencionó como posibles aspirantes a candidatos de Morena en 2024 a Claudia Sheinbaum, jefa de Gobierno en la CDMX; Marcelo Ebrard, secretario de Relaciones Exteriores; Tatiana Cloutier, secretaria de Economía; Rocío Nahle, secretaria de Energía; Esteban Moctezuma, embajador en Estados Unidos y Juan Ramón de la Fuente, representante ante la ONU.

Militante y fundador de Morena, el nombre del senador Ricardo Monreal fue omitido por el presidente López Obrador en su lista de aspirantes, lo que llamó la atención y fue comentado en medios. El legislador manifestó su intención de buscar la candidatura, cuando se presente la convocatoria de Morena, lo que podría tardar más de dos años, en los que podrían suceder muchas cosas que modifiquen el actual escenario, conveniente solo para el presidente López Obrador.

El presidente López Obrador comentó que la lista de posibles aspirantes a la candidatura en 2024, significaba el fin de la práctica del “Tapado”, que utilizaba en el pasado el presidente en turno. En aquel entonces, quedaba “oculto” el nombre del posible sucesor, lo que motivaba la especulación de los medios y grupos de interés, que buscaban alguna “señal” para manifestar su apoyo al designado.

Antes, como en esta ocasión, se mencionaban nombres y argumentaban “virtudes” de los aspirantes, entre las que destacaba, entre lo dicho, la cercanía del aspirante con el presidente y la lealtad que garantizaba al mandatario la continuidad de su proyecto y el respeto que recibiría al dejar el poder. Hoy la fórmula se repite.

Faltan algunas semanas para que lleguemos a la mitad exacta del sexenio de Andrés Manuel López Obrador y por eso llama la atención esta sucesión presidencial adelantada, que suele iniciar meses después del cuarto año de gobierno y marca el arranque del declive paulatino del presidente en turno.

Adelantar la sucesión presidencial podría significar una estrategia del presidente López Obrador para hacer que los funcionarios-aspirantes mencionados eleven su productividad administrativa, pero también inicien el trabajo político entre la militancia del partido y los grupos de presión, que los llevaría al poder lo que, irremediablemente, generará un ambiente de confrontación entre ellos y el resto del gabinete que buscará asegurar su futuro, acercándose al mejor “posicionado”.

Es obvio que los funcionarios mencionados harán su “luchita” para obtener el apoyo del presidente y la consecuente candidatura. Esto es lo que es igual a la sucesión presidencial del pasado que ahora López Obrador dice que ya no existe. Permanece al final del camino el juego del Tapado, la designación por parte del presidente de quien será su sucesor, aunque se simule la consulta a las bases, se levante una encuesta y se diga que los militantes deciden quién será el candidato.

Las especulaciones de estos días indican que la “preferida” del presidente es Claudia Sheinbaum, porque ha crecido políticamente bajo la tutela de López Obrador, lo que “garantizaría” la continuidad del proyecto de la 4T y la tranquilidad para el “padrino” que se retiraría de la vida pública, según ha dicho.

El apoyo que López Obrador dio a Claudia Sheinbaum después de la tragedia en la Línea 12 del Metro y la perdida de posiciones políticas en la CDMX en las elecciones del 6 de junio, son evidencia de la preferencia del presidente, también es evidencia que, en el Auditorio Nacional, con motivo del tercer aniversario de la conquista del poder de Morena, la hubieran aclamado con el grito de Presidenta! Presidenta! Lo que no hubiera sucedido sin la autorización del mismo AMLO.

La aclamación para Claudia Sheinbaum fue interpretada como un “destape” a su favor. Pero también significa un aviso para los otros aspirantes, para que no se equivoquen. Puede ser un arma de doble filo porque con tanta anticipación la disputa por el poder podría llevar a la jefa de Gobierno a un desgaste innecesario al ubicarla como el centro de atención que calificará todas sus palabras y acciones.

Es posible que los “aspirantes” mencionados por López Obrador recibieran su nominación con sorpresa. Se dice que, con el inicio de cada sexenio, comienza la sucesión presidencial, que crece conforme avanza el tiempo. En esta carrera claramente están ubicados, tres personajes de Morena, Claudia Sheinbaum, Marcelo Ebrard y Ricardo Monreal, los otros, en el mejor de los casos, levantaran con timidez la mano.

Faltan tres años para el No Destape y como ha sucedido en el pasado, la determinación será solo del presidente. La decisión podría polarizar a su gabinete y significar un “balazo” en el pie. Su preocupación será encontrar, en un ambiente de simulación, la lealtad de su designado. Lo único cierto es que nada ni nadie la garantiza. El poder se ejerce y no se comparte. Lo saben bien los expresidentes.

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