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Ahora la piel es la prenda preferida

Una persona enseñando piel en el Washington Square Park de Nueva York, el 9 de julio de 2021. (Justin J Wee/The New York Times)
Una persona enseñando piel en el Washington Square Park de Nueva York, el 9 de julio de 2021. (Justin J Wee/The New York Times)

NUEVA YORK — ¿Quién no ha tenido esa pesadilla? Aquella en la que estás en público vestido en ropa interior. Los terapeutas y las biblias de los sueños suelen interpretar estos sueños como expresiones simbólicas de vergüenza y represión.

Pero, ¿y si los presuntos expertos están equivocados, y esos sueños son un intento subconsciente de liberación? Deja de lado la vergüenza y las prendas constrictivas. Sal a la calle con orgullo luciendo tus calzoncillos con estampado de tortuga y tu brasier de la marca Cosabella.

Sin duda, eso es lo que muchos hacen ahora que se aventuran a salir al mundo tras 16 meses de hibernar evidenciando un sorprendente grado de licencia sobre la ropa que se puede usar en la calle.

Hace tan solo una década, era raro ver a gente en la Quinta Avenida, en el parque de Washington Square, en el metro o en los aeropuertos en diversos estados de desnudez avanzada. Cualquiera que haya dado un paseo por Nueva York en últimas fechas podrá afirmar que eso ya no es cierto.

En otras palabras, la gente anda por ahí semidesnuda.

La semana pasada, Claudia Summers, una escritora, hacía diligencias en el centro de Manhattan cuando se cruzó con una joven que paseaba indiferente por la calle 33, cerca del Moynihan Train Hall, vestida con unos pantalones de mezclilla a la cadera y un sostén. “¿Era un sujetador deportivo?”, preguntó una seguidora después de que Summers publicó una imagen de la susodicha en su cuenta de Instagram.

“¡Por supuesto que no lo era!”, le contestó Summers, quien pronto añadió que admiraba la intrepidez de la mujer y, que, además hacía mucho calor.

Una persona enseñando piel en el Washington Square Park de Nueva York, el 9 de julio de 2021. (Justin J Wee/The New York Times)
Una persona enseñando piel en el Washington Square Park de Nueva York, el 9 de julio de 2021. (Justin J Wee/The New York Times)

Claro que no era una blusa tipo brasier. Los corpiños, las diminutas playeritas tipo “bandeau” y los bikinis de ganchillo se encuentran por doquier. También los “shorts” de mezclilla tan cortos que se alcanza a ver la curvatura de los glúteos. Y estas prendas en absoluto son exclusivas de las mujeres o quienes se identifican como tales.

“Yo soy un exhibicionista y me causa placer mostrar mi cuerpo, comentó Kae Cook, 32, un mensajero, sobre su vestimenta una tarde reciente mientras cruzaba la calle 8 en el East Village.

Para estar fresco durante un día caluroso, Cook había salido a la calle vestido con “shorts” para ciclismo que le llegaban a medio muslo y un corpiño de tirantes. “Sobre todo después de una pandemia, a la gente le causa placer lucir su cuerpo, sin importar su condición física, y yo me siento muy cómodo con eso”, expresó.

Pero no todos comparten esa opinión. Considérese el caso de Deniz Saypinar, una fisicoculturista e influente turca a la que le impidieron abordar un vuelo de American Airlines que iba de Texas a Miami, supuestamente porque su camisa de tirantes entallada y de color café así como sus pantalones supercortos podrían “molestar a las familias” en el avión.

Saypinar, de 26 años, no tardó en dirigirse a las redes sociales para relatar el incidente en beneficio de su millón de seguidores, para explicar con lágrimas en los ojos que el personal de la puerta de embarque la había insultado al afirmar que casi estaba “desnuda”, lo cual, para ser justos, sí era cierto.

En un comunicado, American Airlines confirmó que a Saypinar se le había denegado el embarque y se le había vuelto a reservar un vuelo posterior, pero si vestía un atuendo más modesto: “Como se indica en las condiciones de viaje, todos los clientes deben vestirse de manera apropiada y la ropa ofensiva no está permitida a bordo de nuestros vuelos”.

Las “condiciones de viaje” cambian de manera constante en la cultura en general, en la que la vestimenta de las mujeres siempre ha sido objeto de controversia, y la sociedad ha regulado en gran medida la elección del atuendo en función del clima político, las costumbres y los gustos.

“Los esfuerzos por legislar la modestia siempre se imponen y aceptan de manera desigual”, dijo hace poco por teléfono Reina Lewis, profesora de estudios culturales en el London College of Fashion, y añadió que mientras el actual desfile de piel sin duda es una señal de liberación, lo más probable es que esta tenga sus raíces en el pragmatismo por la pandemia que en un deseo de infringir la moral convencional.

“Estamos terminando con el confinamiento por el COVID y muchísimas personas necesitan salir”, dijo. En general los jóvenes no pudieron tener citas. Muchos ahora están desesperados por irse de vacaciones, lo cual tal vez no puedan hacer. Viajar es más caro y más difícil.

“Así que, básicamente, son personas que se ven obligadas a tener sus vacaciones en casa”, dijo Lewis. Esos atuendos casuales que antes eran exclusivos de las reuniones en albercas o las carnes asadas en jardines, ahora se usan en los únicos destinos vacacionales a los que muchos de nosotros podemos ir: parques urbanos y avenidas citadinas.

Sin embargo, ¿no habían empezado a erosionarse los límites de todo tipo desde antes del confinamiento, cuando los pantalones de pijama hicieron su debut en las aceras de la ciudad, junto con las zapatillas de peluche, las mallas de Lululemon y las chanclas para la ducha? (Ni qué decir de los “shorts” de spándex para ciclismo). Desde hace tiempo la decencia se convirtió en el vestido anticuado de la moralidad, que luce remilgado en medio del caótico panorama digital en el que nadie sabe quién está semidesnudo en Zoom y los selfis íntimos son el equivalente a los letreros con “hello” en Tumblr.

Visto de esa manera, la ropa interior en la Quinta Avenida quizá haya sido la conclusión lógica en un desdibujamiento progresivo de la distinción entre lo público y lo privado. O al menos eso pensaba hasta una tarde de la semana pasada cuando, al levantar mi vista de mi ensalada en el restaurante Sweetgreen, por la ventana alcancé a ver a una joven cruzando despreocupada Astor Place: ella vestía con unos pantalones de brincacharcos, unas sandalias y (es perfectamente legal hacer esto) pero estaba desnuda de la cintura para arriba.

© 2021 The New York Times Company