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Pete Buttigieg y por qué ser gay no lo acercará a la Casa Blanca

Pete Buttigieg junto a su marido, Chasten Glezman. Getty Images.
Pete Buttigieg junto a su marido, Chasten Glezman. Getty Images.

Las legislaturas presidenciales en democracia suelen oscilar de un extremo a otro de manera orgánica y natural. Va por temporadas y éstas están marcadas por el cansancio de un electorado que siempre busca refugio en la figura desconocida y, por ello, más novedosa. Aferrarse a la esperanza de un futuro mejor nunca pasará de moda, una tendencia que en Estados Unidos conocen muy bien. Desde que Ronald Reagan y George H. Bush representaron al Partido Republicano en el periodo comprendido entre 1981 y 1993 (ocho años el primero y cuatro el segundo), la alternancia entre republicanos y demócratas ha sido la dinámica predominante.

El demócrata, Bill Clinton (1993-2001), el republicano, George W. Bush (2001-2009), el demócrata, Barack Obama (2009-2017) y el inclasificable – aunque represente a los republicanos – Donald Trump (2017…). El algoritmo parece obvio y, a bote pronto, sugiere que el próximo presidente de EEUU será demócrata, gay y se llamará Pete Buttigieg. ¿Por qué no?

Carteles de la candidatura de Barack Obama durante las elecciones de 2009. Getty Images.
Carteles de la candidatura de Barack Obama durante las elecciones de 2009. Getty Images.

A este sueño se aferran algunos de los que asistieron incrédulos a la elección de Obama aquella noche de enero de 2009, cuando la recesión ya arañaba a un panorama mundial afligido, a un capitalismo desmayado. El eslogan callejero caló: ‘Hope’, o la esperanza del porvenir, del cambio social que encumbró a un candidato demócrata elocuente para erigirse como el primer presidente afroamericano de la historia del país. El sueño de alrededor de un 15 por ciento de la población estadounidense se hizo realidad, “por fin”, pensaron los descendientes de esclavos africanos, “alguien nos representa”. Al barco también se subió el ‘hombre blanco’: liberales, progresistas, habitantes ‘cultivados’ de grandes urbes, los contrarios a la política bélica de Bush, los cansados de la imagen global que daba EEUU… Los mismos que ahora miran de diferentes maneras, y junto a las nuevas generaciones, a un tipo llamado Pete Buttigieg.

Con recelo y esperanza. Con ilusión y mesura. Pero sobre todo con atención porque ni ser negro hizo presidente a Obama, ni ser gay hará lo propio con Buttigied. El alcalde de South Bend, Indiana desde 2012, formalizó su candidatura a la presidencia de EEUU este domingo con un mensaje claro: hace falta un cambio generacional. De primeras, su figura encarna esa idea a la perfección. Tiene 37 años de edad y aspira a ser el presidente más joven, su orientación sexual va acorde con la tendencia global de contar con más diversidad en las posiciones de liderazgo, su padre es original de Malta, situación perfecta para divulgar la empatía con la migración que le falta a la Administración Trump, habla idiomas, es veterano de Afganistán, toca el piano y, por encima de todas las cosas, es carne de cañón para la prensa ávida de historias diferentes e inspiradoras. ¿Presidente anticipado? De ninguna manera.

Pete Buttigieg busca diferenciarse lo máximo posible con Donald Trump. Getty Images.
Pete Buttigieg busca diferenciarse lo máximo posible con Donald Trump. Getty Images.

Aunque haya cautivado a una gran parte de los inversores que ya le apoyan y gracias a los que ha recaudado seis millones de dólares para su campaña de cara a las elecciones primarias de los demócratas, en las que se medirá a otros 17 aspirantes. A pesar de que abogue por la fe católica mirada desde la izquierda porque “un partido político no puede tener el monopolio de la fe”. Aunque clame a los cuatro vientos que la guerra de Afganistán le hizo salir del armario y su matrimonio con Chasten Glezman le haya convertido en un “hombre mejor”. Lo tiene difícil simplemente porque es nuevo en esto y no se apellida Trump.

Es el candidato demócrata que, junto a Bernie Sanders, más atención está recibiendo. Lidia con las entrevistas con soltura, talante y una compostura que para muchos es necesaria. Sin embargo, hay algunos puntos que crean desconfianza en el electorado estadounidense menos pasional. Los tendones de Aquiles de Buttigied son su juventud y la falta de experiencia en política de primer orden – a pesar de haber sido alcalde desde los 29 años de edad y de haber demostrado una nutrida intelectualidad tras escribir su tesis en la Universidad de Harvard sobre la influencia del puritanismo en la política exterior de EEUU. No hay duda de que es un liberal declarado y sin complejos, algo que puede ir en su contra en una sociedad tan conservadora como la estadounidense.

Pete Buttigieg saluda a sus simpatizantes tras anunciar su candidatura. Getty Images.
Pete Buttigieg saluda a sus simpatizantes tras anunciar su candidatura. Getty Images.

Sobre todo si clama a los cuatro vientos que su deseo es el de una seguridad social universal, con matices que probablemente calen solamente en aquellos que los quieran escuchar. En este sentido, su compromiso es el de “seguridad social para el que la quiera”, un concepto similar al de Sanders. Su discurso incluye: voto popular (no basado en colegios electorales), algún tipo de reconocimiento a los descendientes de esclavos afroamericanos, énfasis en un consenso para adoptar medidas contra el cambio climático y, entre otras visiones, la de fortalecer a la comunidad LGTB. Música para los oídos de una parte del electorado y ruido ensordecedor para otra gran parte de la representación. Los que no saben, no contestan, son los que tendrán la llave en caso de que salga elegido como representante demócrata a la carrera electoral.

Suceda lo que suceda y sus opciones se miren con más o menos optimismo, lo cierto es que la savia nueva siempre es bienvenida en política y si Buttigied no lo consigue ahora, quizás lo consiga en el futuro o abra las puertas a otros jóvenes que se animen a formarse para configurar la próxima generación de líderes.