Muchas personas poseen una 'imagen mental' muy real, mientras que otras carecen de ella

Los científicos están descubriendo nuevas maneras de estudiar dos padecimientos que no son tan poco frecuentes con el fin de entender mejor los vínculos entre la imagen mental, la percepción y la memoria. (Richard A. Chance/The New York Times)
Los científicos están descubriendo nuevas maneras de estudiar dos padecimientos que no son tan poco frecuentes con el fin de entender mejor los vínculos entre la imagen mental, la percepción y la memoria. (Richard A. Chance/The New York Times)

Adam Zeman no le prestó mucha atención a la imagen mental hasta que conoció a alguien que no la tenía. En 2005, este neurólogo británico vio a un paciente que mencionó que un pequeño procedimiento quirúrgico le había quitado la capacidad de evocar imágenes.

Durante los 16 años transcurridos desde ese primer paciente, Zeman y sus colegas han sabido de más de 12.000 personas que afirman no tener esa cámara mental. Los científicos calculan que decenas de millones de personas presentan este trastorno, el cual han denominado afantasía, y que millones más tienen imágenes extraordinariamente intensas, lo que llaman hiperfantasía.

En sus investigaciones más recientes, Zeman y sus colegas están reuniendo pistas sobre la manera en que surgen estos trastornos mediante cambios en las conexiones del cerebro que vinculan los centros visuales con otras regiones. También están comenzando a explorar cómo parte de ese cableado puede evocar otros sentidos, como el sonido, en la mente. Con el tiempo, gracias a esas investigaciones incluso podría ser posible que se fortaleciera la imagen (o el oído) mental con pulsaciones magnéticas.

“A mi juicio, esta no es una enfermedad”, señaló Zeman, científico cognitivo de la Universidad de Exeter, en el Reino Unido. “Es una misteriosa alteración de la experiencia humana”.

El primer paciente que hizo que Zeman se percatara de la afantasía fue un perito en construcciones jubilado que perdió la imagen mental después de una pequeña intervención cardiaca. Para proteger la confidencialidad del paciente, Zeman lo llama M. X.

Cuando M. X. pensaba en personas u objetos, no era capaz de verlos. Sin embargo, sus recuerdos visuales estaban intactos. M. X. podía contestar preguntas relacionadas con hechos, como, por ejemplo, si el ex primer ministro Tony Blair tenía los ojos claros (cosa que es así). M. X. podía incluso resolver problemas que implicaban la rotación mental de formas, aunque no era capaz de verlas.

A fin de entender mejor la afantasía, Zeman y sus colegas invitaron a sus interlocutores a llenar cuestionarios. Uno de ellos describió esta condición como si sintiera la forma de una manzana en la oscuridad. Otro señaló que era como “pensar solo en la radio”.

Adam Zeman, un científico cognitivo de la Universidad de Exeter, el 3 de junio de 2021, en Edimburgo, Reino Unido. (Emily Macinnes/The New York Times)
Adam Zeman, un científico cognitivo de la Universidad de Exeter, el 3 de junio de 2021, en Edimburgo, Reino Unido. (Emily Macinnes/The New York Times)

La gran mayoría de las personas que informaron sobre la carencia de imágenes mentales no recordaban haber tenido ninguna imagen, lo que indica que habían nacido sin ellas. No obstante, al igual que M. X., casi no tenían problema para recordar cosas que habían visto. Cuando les preguntaron, por ejemplo, si el pasto o las hojas de los pinos tenían un tono de verde más oscuro, contestaron de manera correcta que las hojas.

Por otra parte, la personas con afantasía no recuerdan tan bien como otras los detalles de su propia vida. Es posible que recordar nuestras propias experiencias —lo que se llama memoria episódica— dependa más de la imagen mental que de recordar hechos acerca del mundo.

A Zeman y sus colegas les sorprendió que los consultaran otras personas que, al parecer, padecían de lo contrario que M. X.: tenían visiones muy intensas, una afección que los científicos denominan hiperfantasía.

Joel Pearson, un neurocientífico cognitivo de la Universidad de Nueva Gales del Sur que ha estudiado imaginería mental desde 2005, señaló que la hiperfantasía podía implicar más que solo tener una imaginación muy activa. “Es como tener un sueño muy vívido y no estar seguro si fue real o no”, comentó. “Las personas ven una película, luego pueden verla de nuevo en su mente y no hay diferencia”.

Con base en sus encuestas, Zeman y sus colegas calculan que el 2,6 por ciento de las personas padecen hiperfantasía y que el 0,7 por ciento sufren afantasía.

Ahora, Zeman y Pearson están estudiando a un grupo de personas todavía más grande que experimenta imaginería mental excesiva. Una de las 21 personas originales con afantasía estudiadas por Zeman, Thomas Ebeyer, de Kitchener, Ontario, creó un sitio web llamado Aphantasia Network que se ha convertido en una plataforma para las personas con ese trastorno y para los investigadores que las estudian. Los visitantes del sitio pueden hacer una encuesta psicológica en línea, leer sobre la afección y unirse a los foros de debate sobre temas que van desde los sueños hasta las relaciones. Hasta ahora, más de 150.000 personas han respondido las encuestas, y más de 20.000 tuvieron puntuaciones que indican afantasía.

“En realidad, este es un fenómeno que se presenta a nivel global”, mencionó Ebeyer. “He sabido de personas con este padecimiento desde Madagascar hasta California, pasando por Corea del Sur”.

Pearson ha desarrollado modos de estudiar la afantasía y la hiperfantasía sin depender nada más de las encuestas. En un experimento, aprovechó el hecho de que nuestras pupilas se contraen de manera automática cuando vemos objetos brillantes. Cuando Pearson y sus colegas les pidieron a la mayoría de las personas que se imaginaran un triángulo blanco, sus pupilas también se redujeron.

Pero la mayor parte de la gente con afantasía a la que estudiaron no tuvo esa respuesta. Sus pupilas permanecieron abiertas, sin importar qué tanto se esforzaron por imaginarse el triángulo blanco.

En otro experimento, Pearson se basó en el hecho de que la piel de la gente se vuelve más conductiva cuando ve escenas aterradoras. Pearson y sus colegas monitorearon la piel de los voluntarios mientras leían historias inquietantes que se proyectaban en una pantalla que estaba frente a ellos. Cuando la mayoría de la gente leyó sobre experiencias atemorizantes, como acerca de ataques de tiburones, experimentaron un repunte en la conductividad de la piel. Pero no fue así en las personas con afantasía.

En un estudio publicado en mayo, Zeman y sus colegas escanearon el cerebro de 24 personas con afantasía, 25 con hiperfantasía y 20 sin ninguno de estos trastornos.

Los científicos hicieron que los voluntarios se recostaran en el escáner y que dejaran que vagara su mente. Las personas con hiperfantasía tuvieron una mayor actividad en las regiones que unen la parte frontal con la parte posterior del cerebro. Tal vez puedan enviar señales más potentes desde las regiones encargadas de la toma de decisiones de la parte frontal hasta los centros visuales ubicados en la parte posterior del cerebro.

Para quienes están acostumbrados a ver cosas por medio de una imagen mental, es posible que la afantasía parezca una enfermedad debilitante. Pero las investigaciones de Zeman no proponen que ese sea el caso. De hecho, es posible que la afantasía tenga algunas ventajas sobre la hiperfantasía.

La hiperfantasía genera imágenes que parecen tan reales que pueden dar paso a recuerdos falsos. De igual manera, tal vez las personas que carecen de una imagen mental se libren de algunos de los lastres provocados por revivir experiencias traumáticas debido a que no tienen que reproducirlos de modo visual.

“Como dato anecdótico, no les cuesta mucho trabajo seguir adelante”, señaló Zeman. “Cabe preguntarse si es porque no les inquietan tanto los tipos de imágenes que, para muchos de nosotros, llegan a la mente y dan lugar a remordimientos y añoranzas”.

Pearson mencionó que quizás algún día sea posible darles a las personas con afantasía una imagen mental con la que nunca contaron. Ha descubierto que enviar pulsaciones magnéticas no invasivas a los centros visuales de un cerebro promedio hace que sus imágenes mentales sean más vívidas. Pearson sospecha que las pulsaciones calman la actividad de los centros visuales, cosa que los hace más receptivos a las demandas de la parte frontal del cerebro.

En teoría, las pulsaciones magnéticas, junto con un entrenamiento cognitivo, podrían habilitar a las personas que no poseen imágenes mentales para que fortalezcan los circuitos que se requieren para formar imágenes mentales. Pero Pearson no está seguro de que sea correcto llevar a cabo ese procedimiento. Si la persona se arrepintiera de tener ese incremento de imágenes intrusivas, tal vez el científico no pueda volver a cerrar la imagen mental. “Esto tiene su lado oscuro”, comentó.

This article originally appeared in The New York Times.

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