¿Qué pasó con los actores populares? ¿Quiénes son los nuevos Sandrini y Tita Merello?

Luis Brandoni y Guillermo Francella en Mi obra Maestra: dos artistas que encarnan hoy la figura del actor popular

Luis Sandrini, Tita Merello, Juan Carlos Altavista y Alberto Olmedo: nombres grabados en la memoria de generaciones pero que para muchos jóvenes pertenecen a un bronce impersonal y difuso. Un poco más acá, ya son altamente reconocibles Luis Brandoni, Hugo Arana y, en especial, Guillermo Francella. Y ni hablar de Diego Capusotto, aun cuando sus orígenes ochentosos queden cada vez más lejos.

Entre muchas otras, estas variadas y discutibles menciones, distintas en tiempos y contextos, tienen algo en común. Todas podrían englobarse en el genérico actor/actriz popular, un conjunto que hasta no hace tanto parecía bastante claro pero que fue perdiendo nitidez. ¿Quiénes son hoy actores populares? ¿Están en extinción tal como los entendíamos?

Primero respondamos la pregunta principal: qué es un actor o actriz popular. Y estas son las opciones: ¿Es lo mismo que "famoso" o "mediático"? ¿Es el que actúa en espectáculos a precios "populares"? ¿Es el opuesto al "actor culto", formado entre maestros y textos célebres? ¿Acaso son los humoristas y capocómicos; o los que encarnan personajes cercanos a "nuestra idiosincrasia"?

"Por supuesto que sus máximos cultores eran muy conocidos por el público, pero ese no es el rasgo definitorio de esta poética. Se trata de una tradición actoral gestada en las primeras tres décadas del siglo XX del teatro porteño, caracterizada por un conjunto de procedimientos y rasgos estéticos específicos: las influencias del cómico italiano, el payaso del circo criollo y el naturalismo, y la sucesión de la mueca y la maquieta, expresiones faciales seria y cómica respectivamente, que en el grotesco llegan a yuxtaponerse, lo cual es muy complejo y difícil de lograr. Además de recursos como el balbuceo, el camelo, el aparte, los latiguillos y el equilibrio precario del cuerpo, cuyo centro se halla en la cadera, a la manera del payaso, y no en el pecho, como sucede con la actuación culta", dice la docente e investigadora Karina Mauro (UBA y UNA) y continuadora de los estudios sobre actor popular (o nacional) desarrollados por el recordado investigador de nuestro teatro Osvaldo Pellettieri.

De entre todos estos rasgos, lo más relevante es su carácter paródico. El actor popular compartía con el público la misma condición social: ambos eran discriminados por la cultura dominante. Ambos también debían conocer los códigos de la cultura y el teatro cultos para poder así disfrutar de la parodia y reírse de ellos. Pero además de cantar, bailar y provocar risas, los actores populares eran infalibles a la hora de hacer llorar.

"El principal campo de desempeño del actor popular nunca fue la revista porteña. En su origen fue el sainete, luego el grotesco y posteriormente, la radio, el cine y la TV. Pero el género por antonomasia de ese tipo de actuación no es la revista. No es simplemente un actor cómico. Es un actor grotesco, su esencia es hacer reír y llorar, a veces al mismo tiempo. Hay una gran confusión al pensar que el actor popular es el actor de revista. El problema es que no los llaman para hacer papeles dramáticos. Olmedo era un gran actor dramático. Y también Porcel", afirma Mauro. En palabras de Miguel Ángel Rodríguez, actor que durante mucho tiempo reinterpretó a Minguito (en homenaje a Altavista, su creador), "solo algunos saben tocar las dos teclas".

Luis Sandrini, emblema del artista nacional

Egresado del Conservatorio de Arte dramático, después de los primeros años como actor de textos de literatura universal, Luis Brandoni decidió dedicarse solo a la interpretación de autores nacionales por considerar que son los que pueden generar identificación con el público. "Los actores somos instrumentos para representar nuestro entorno social, los personajes que son parte de nuestra identidad, los que vemos todos los días, es la síntesis de lo que somos. Hoy es más difícil hacer esos personajes porque no hay dónde, no hay programas cómicos, no hay ficciones nacionales, no se escribe sobre esos personajes; la inmigración de los últimos años no está representada en la televisión, no hay espacios de identificación", dice el actor que protagonizó clásicos porteños como Stéfano, Jettattore, La nona, Gris de ausencia y los últimos años, Parque Lezama (Yo no soy Rappaport, en versión de Juan José Campanella, un director afín a su mirada artística).

Gran admirador del neorrealismo italiano, Francella -que en cine trabajó con Brandoni en Mi obra maestra (2018), de Gastón Duprat-, también opina que la identificación y la conexión afectiva con el público son esenciales. "Tiene que ver mucho la espontaneidad, la intuición, la observación, la repentización ante la reacción del público; hay algo gestual, de complicidad con el espectador, que genera esa identificación de la que hablamos. Pero -aclara- al no existir más programas de humor, no se observan actores que transiten el género."

Tita Merello, amada por todos los públicos

Para Guillermo Cacace, docente y director que ha abordado en varias oportunidades el grotesco discepoliano, a veces se cae en cierta idealización de un tipo de actuación cuyo histrionismo fálico es cómplice del mercado y la complacencia. "Hoy hay una actuación modelizada como efectiva, un estándar que marca tendencia. Esa actuación que tiene alto rendimiento en la industria del entretenimiento se instala como una mercancía, se consume mayoritariamente y es garantista, no arriesga nada. Si de esta tendencia surge una actuación popular yo me cuestionaría la categoría. Francella se inscribe, en mi criterio, en lo que el mercado asimila como producto. Una actuación cosificada. Esto no niega su singularidad, pasa que al convertirse en una marca algo allí queda coagulado. Creo que la ausencia de debate, la ausencia de campo reflexivo sobre los vínculos entre arte, mercado y estado en relación con la actuación nos deja sin herramientas para pensar estos temas".

El año pasado, después de la entrega de los premios ACE, Fernando "Coco" Sily -desde hace una década al frente de La cátedra del macho- dijo que se trataba de un premio elitista que ignoraba espectáculos populares. "Para mí, actor popular es aquel que trabaja para todo tipo de público, no para una élite que entiende el código. Hay que incluir a los que nunca fueron al teatro. No es la mejor manera empezar con Esperando a Godot en el San Martín, seguramente no van a volver. Tiene que ser algo que entretenga, que den ganas de repetir. Hemos tenido a muchos actores populares, casi siempre denostados por la crítica hasta que mueren, como pasó con Olmedo, un actor identificado con la gente más allá de lenguajes elitistas. Si trabajás para un grupo muy pequeño de personas no sos un actor popular", dice el actor que durante enero presenta su show de cabecera en el club de jazz de Punta Ballena.

Juan Carlos Altavista como Minguito, su emblemático personaje que lo sobrevivió

Una actriz que combina la educación actoral formal con la experiencia en escenarios y en programas cómicos de televisión es María Rosa Fugazot, en este momento parte del elenco de Después de nosotros, con Julio Chávez y Alejandra Flechner. Para la actriz, son muchos los ejemplos de popularidad y talento unidos. "Sin embargo -agrega-, se mezcló un poco la hacienda y muchos que son populares creen que son actores y no es así. Espero que los actores y actrices populares no desaparezcan para que no se cristalicen esas diferencias".

Protagonista en el clásico Cabaret, ícono pop en Casados con hijos, la sitcom y la próxima obra teatral, mediática televisiva y, en cualquier caso, actriz de comedia, humor, musical, aliada del grotesco, Florencia Peña es hoy una de las pocas representantes del "artista popular", generadora de broncas y afectos, siempre en el blanco de la identificación. De otra generación, Carmen Barbieri y Moria Casán, vedettes, capocómicas, show women totales, sin duda son consideradas populares por el público aunque no encuadren exactamente en la definición académica.

Todas estas opiniones recrean la amplitud de significados que puede adoptar la categoría "actor popular", pero en especial subrayan la identificación y el vínculo entre artista y espectadores como el rasgo característico, sin demasiada conciencia por parte de los propios intérpretes acerca de la continuidad de este tipo de actuación. Conciencia alerta que sí asume Karina Mauro, para quien constituye "un patrimonio cultural intangible en riesgo" porque no se enseña, no se transmite ni se escriben enunciados para el actor popular. Sin embargo, un actor como Capusotto, con capacidad para la parodia y la sátira tanto en la tevé, en el cine (Soy tu aventura, Kryptonita) como en el teatro (el año pasado fue parte de la obra Tadeys, en el Cervantes) podría disipar un poco este pesimismo.

Carmen Barbieri

El cine y su constelación de estrellas

Hasta la llegada de Avengers: Endgame el año pasado, las dos películas que más dinero recaudaron en toda la historia fueron Titanic y Avatar. La primera construyó una gran estrella: Leonardo DiCaprio. La segunda no pudo hacer lo mismo con su protagonista, Sam Worthington. Allí la verdadera atracción tuvo que ver con los mundos posibles imaginados por la prodigiosa imaginación visual de su director, James Cameron. Allí se llegó a la cumbre de esa idea que sostiene que el contenido es rey. En Avatar asistimos al reinado de una estrella máxima que por una rara vez no era de carne y hueso. La estrella era la historia misma, puesta en escena.

Pero Avatar resultó la excepción de la regla. Casi todas las películas taquilleras sostienen en buena medida su éxito gracias a la presencia protagónica de alguna figura. Y en el caso de las animadas (que ocupan muchos lugares trascendentes en esa lista) son los personajes quienes ejercen esa función. Cada vez más apoyados, cuando Hollywood respalda esas producciones, por las voces de grandes estrellas. Hasta que Avengers: Endgame no llega con una sola estrella. Ni dos, ni tres. Llega con una constelación.

La propia dinámica del espectáculo reconoce al estrellato como un equivalente de la popularidad. Con más propiedad podríamos decir que un actor o una actriz popular adquiere a través de esa popularidad su condición de estrella, un término aplicado al mundo artístico como equivalente de lo que sucede cuando contemplamos el cielo: el atributo fundamental de una estrella es el brillo que exhibe en medio de la inalterable oscuridad.

En un sentido amplio, todo actor popular tiene un rostro que el público común y corriente puede reconocer con facilidad. Cuando se conciben como relatos corales (algo muy frecuente en las series y ficciones argentinas) los elencos se construyen con esa premisa. Pero hay un puñado de figuras sobre las cuales es posible establecer una definición todavía más acotada de actor o actriz popular. Esa cualidad sólo les pertenece a quienes logran alcanzar el estatus de estrellas.

Con fina ironía y mucho humor, el periodista del diario inglés The Guardian dice que hay grandes actores y actrices que no llegan a ser estrellas a pesar de que el público les profesa una admiración entusiasta, pero que al fin y al cabo nos cuesta reconocer o definir cuando aparecen en nuestra memoria. "Si ponemos a un actor muy reconocido, digamos Tom Hardy, en la tapa de una revista muy vendida, la gente va a decir: ¡Un momento! ¿Dónde está Johnny Depp?"

Para que un actor popular adquiera esa condición en sentido estricto no tenemos que pensar demasiado. Lo identificamos de inmediato detrás de cualquier personaje. Son actores populares y a la vez son estrellas, que traccionan por sí solas la convocatoria del público a las obras que representan. Nuestro star system es todavía pequeño y en número tal vez ni siquiera supere al elenco de estrellas de Avengers: Endgame, pero podemos reconocerlo a simple vista desde sus nombres. En el cine, Ricardo Darín, Guillermo Francella, Adrián Suar, Diego Peretti, Natalia Oreiro, Mercedes Morán, Luis Brandoni. No es casual que dos de ellas (Francella y Peretti) encabecen el reparto de El robo del siglo, la primera película argentina grande de 2020, que se acerca en poco tiempo al millón de entradas vendidas. Más popularidad, imposible. (Marcelo Stiletano)