Partieron de la ciudad como convictos. ¿Serán sepultados como héroes?
Cuando el cadáver de un combatiente mercenario del Grupo Wagner llegó a su pequeña ciudad rusa a finales de febrero después de haber perdido la vida en el combate en Ucrania, algunos residentes deseaban darle un funeral de héroe. Otros no podían olvidar que el exprisionero había matado a puñaladas a su padre.
El alboroto provocó una serie de comentarios mordaces en las redes sociales; aquellos que exigían honores militares para el combatiente, Ilshat Askarov, lanzaron palabras como “¡Vergüenza!” o “¡Traidores!” a quienes se oponen. Los detractores calificaron de ridículo el tratar a convictos que fueron a la guerra a cambio de dinero como si fueran militares regulares.
Disputas como esta brotan por toda Rusia a medida que los convictos muertos en la guerra son regresados a sus ciudades natales (lo que divide a las poblaciones y enfrenta a vecinos entre ellos). Los puntos de vista divergentes subrayan los difíciles cálculos morales involucrados en liberar a criminales para que peleen por su país.
Algunos poblados han vetado la presencia de guardias de honor militares en los sepelios, mientras que otros negaron a los familiares el uso de espacios públicos para recibir a los dolientes. Una ciudad siberiana remota rechazó brindar transporte para regresar a casa el ataúd de un hombre que estuvo preso por golpear a su novia.
En la región sureña de Rostov, Roman Lazaruk, de 32 años, fue enterrado en febrero en el “Pasillo de los Héroes” tras morir en batalla para retomar Bajmut. Sin embargo, su historial delictivo violento (lo condenaron por calcinar a su madre y a su hermana en 2014) indignó a los residentes locales.
Una excompañera de la hermana estaba horrorizada de que estaban sepultnado convictos en el área del cementerio en otros tiempos reservada para militares de la Segunda Guerra Mundial. La mujer comentó a un periódico local en línea: “¿Qué hicieron este Lazaruk u otros sujetos? Asesinaron, robaron, apuñalaron, violaron, fueron a prisión y salieron para continuar matando. ¿Qué tipo de héroes son?”.
Rusia se metió en este problema al permitir que el grupo militar privado Wagner reclutara a decenas de miles de convictos de colonias penales para que lucharan y murieran en Ucrania, muchos cerca de la ciudad oriental de Bajmut. La decisión permitió al Kremlin reabastecer sus filas y posponer una conscripción de civiles hasta septiembre pasado, pero también alienó a algunos rusos.
Dado que el presidente de Rusia, Vladimir Putin, profundiza la militarización de la sociedad rusa, los militares son puestos en un pedestal. Tanto la maquinaria de propaganda del Kremlin y Yevgeny Prigozhin, el fundador de las fuerzas Wagner, han buscado representar a todos los caídos como héroes que defienden la patria, sin importar lo cuestionable de sus antecedentes.
En las escuelas rusas, clases nuevas de educación patriótica han sido nombradas como “Héroes de la Rusia Moderna” y placas recién colocadas en algunos muros escolares honran a exconvictos que murieron.
En una conferencia reciente sobre héroes en Moscú, Elena Istyagina-Eliseeva, una miembro de la Cámara Cívica, una organización del Kremlin que marca el rumbo de la sociedad civil, mencionó: “Diseñar la imagen de un héroe siempre ha sido una cuestión de política de Estado”.
La tensión entre esa narrativa jingoísta de la guerra y las realidades sombrías de lidiar con la muerte de los militares es un fenómeno especialmente agudo en los pueblos pequeños. Los residentes tienden a recordar los detalles escalofriantes de los crímenes cometidos por hombres que de manera posterior fueron reclutados de la prisión para pelear.
Greg Yudin, un profesor ruso de Filosofía Política que en la actualidad realiza investigación en la Universidad de Princeton, opinó: “Saben quién es un criminal, quién es un peligro para la comunidad y quieren proteger su vida cotidiana. Es un tipo de protección moral de su comunidad”.
En el otro bando están los funcionarios regionales que interceden en las disputas por los entierros, al impulsar la narrativa del Kremlin, así como los familiares y amigos de los fallecidos que quieren eliminar el estigma del crimen. Yudin manifestó que los militares que fueron marginados en la comunidad se pueden convertir en héroes. Opinó: “Puedes obtener algo de dinero a través de ellos”, en referencia a los pagos del gobierno a los familiares de los militares muertos, “y su reputación queda impoluta. Ese es un buen trato, así que puedes entender a esa gente”.
En ocasiones, los familiares le piden al propio Prigozhin que intervenga en los trámites fúnebres.
En enero, la madre de Ivan Savkin, de 25 años, solicitó ayuda a Prigozhin, según informes de los medios informativos locales, después de que el gobierno de la ciudad donde vivía su hijo rechazó la solicitud de la mujer de usar el centro recreativo para su funeral; le negaron la petición porque su hijo había sido sentenciado por robo, aseguran los informes. Por ello, la mujer lo sepultó en la ciudad en la que ella vive.
Prigozhin respondió en línea días más tarde. Prometió que “lidiaría con la escoria” que falló en honrar a los muertos de Wagner y jalaría “de la nariz” a los niños de dichos funcionarios para obligarlos a luchar en Ucrania.
En la remota ciudad siberiana de Krasnoselkup, otra pareja se quejó con el líder de Wagner porque funcionarios municipales se rehusaron a ayudar a transportar el ataúd de su hijo o a brindar una guardia de honor militar. En cambio, los familiares arrastraron el ataúd a través de un camino largo en un tráiler.
Prigozhin se ha involucrado de modo personal en las disputas por los entierros en repetidas ocasiones. De manera reciente, amenazó con amontonar los cuerpos en la sala de estar del alcalde en el complejo vacacional del mar Negro de Goryachy Klyuch, cerca del propio cementerio de Wagner, que se llena con rapidez con cientos de combatientes muertos. Prigozhin señaló que el alcalde había solicitado que los funerales se detuvieran debido a la mala publicidad.
En Zhireken, una comunidad minera en decadencia con 4200 habitantes en el lejano oriente de Rusia, funcionarios regionales intervinieron en la disputa contra residentes por el sepelio de Nikita Kasatkin, de 23 años. El joven fue condenado por asesinato y sentenciado a 10 años de cárcel en diciembre de 2020 tras apuñalar a otro hombre en nueve ocasiones durante una pelea de borrachos, según documentos de la corte.
Un altercado estalló después de que Alena Kogodeeva, la administradora local, dijo que el centro de recreación de la ciudad, con flores de gran tamaño y otras obras de arte para niños pintadas en los muros, era un lugar inapropiado para el funeral de Kasatkin.
Un periódico en línea citó a Kogodeeva y afirma que expresó: “La mitad de la ciudad dice: ‘Ahora, ¿vamos a convertir en héroes a asesinos?’. La mitad asegura que él expió sus pecados con su sangre”.
c.2023 The New York Times Company