En muchas partes de Estados Unidos hubo que persuadir a las personas para que se vacunaran; en el sur de Texas, no

Gabby García, de 52 años, a la izquierda, de pie para un retrato con su hermano Eddie García, de 56 años, en Brownsville, Texas, el 8 de junio de 2021, ambos recibieron la vacuna contra el COVID-19 después de que su hermana falleció a causa del virus el año pasado. (Verónica G. Cárdenas/The New York Times)
Gabby García, de 52 años, a la izquierda, de pie para un retrato con su hermano Eddie García, de 56 años, en Brownsville, Texas, el 8 de junio de 2021, ambos recibieron la vacuna contra el COVID-19 después de que su hermana falleció a causa del virus el año pasado. (Verónica G. Cárdenas/The New York Times)

BROWNSVILLE, Texas — Gabby García no pensó que le darían ganas de llorar cuando se sentó para recibir su primera dosis de la vacuna contra el COVID-19, pero mientras la larga aguja atravesaba su piel, pensó en el agonizante brote en su familia que mató a su hermana, hospitalizó a su hermano y también la enfermó durante días.

“Fue una sensación de alivio, ‘Me la están aplicando’”, dijo García acerca de la vacuna. “Pensé en lo que habría pasado. ¿Y si hubiera estado disponible antes? La muerte de mi hermana y el hecho de que enfermáramos me motivaron a vacunarme en definitiva”.

Aunque las autoridades de todo Estados Unidos han ofrecido cerveza gratis, entradas para conciertos y millones de dólares en premios de lotería para fomentar la vacunación, los habitantes del valle del Río Grande, en el sur de Texas, no han necesitado que se les anime. Les ha bastado con estar expuestos a la muerte y la enfermedad.

La región de cuatro condados da cuenta de casi el 10 por ciento de las casi 52.000 muertes del estado a causa del coronavirus, pero en la actualidad los fallecimientos han disminuido de manera considerable, al igual que el número de casos, y los índices de vacunación son más altos que las medias estatales y nacionales. En un condado, cerca del 70 por ciento de los residentes mayores de 12 años tienen el esquema de vacunación completo, según las cifras del estado y un rastreo de vacunas realizado por The New York Times.

“Creo que casi todo el mundo en la región conocía a alguien que murió de COVID-19”, señaló Michael R. Dobbs, vicedecano de asuntos clínicos de la Universidad de Texas del valle del Río Grande, que dirige la única escuela de medicina de la región. “Así que la gente quería la vacuna”.

En su punto álgido, el verano pasado, el coronavirus arrasó con la región. Los hospitales estaban saturados de pacientes, muchos de los cuales esperaron horas para ser atendidos. Las funerarias estaban tan ocupadas que muchas necesitaron enormes refrigeradores para almacenar los cuerpos durante varias semanas. En su peor día, el condado de Hidalgo, el más poblado del valle, informó de la muerte de más de 60 personas, con lo que alcanzó una tasa de letalidad por coronavirus del cinco por ciento, más del doble de la media nacional del dos por ciento.

De modo que, cuando las vacunas estuvieron disponibles, la gente se apresuró a hacer fila. Acudieron a las escuelas de la zona, a las estaciones de bomberos e incluso a los mercados de pulgas, donde los habitantes del lugar se reúnen en gran número. Pernoctaron en los estacionamientos, saturaron las líneas telefónicas y se presentaron sin cita previa suplicando una dosis sobrante, según informaron las autoridades sanitarias.

Unas personas esperan para recibir la vacuna contra el COVID-19 de Pfizer-BioNTech en la Universidad de Texas del valle del Rio Grande en Brownsville, Texas, el 8 de junio de 2021. (Verónica G. Cárdenas/The New York Times)
Unas personas esperan para recibir la vacuna contra el COVID-19 de Pfizer-BioNTech en la Universidad de Texas del valle del Rio Grande en Brownsville, Texas, el 8 de junio de 2021. (Verónica G. Cárdenas/The New York Times)

“Las personas mayores le tenía mucho miedo a la muerte”, comentó Emilie Prot, directora médica regional del departamento de salud del estado. “Muchas veces tuvimos que rechazar a las personas”.

La cantidad elevada de fallecimientos en otras partes del país no se ha traducido necesariamente en altos índices de vacunación.

En el condado de Greenville, Carolina del Sur, donde ha muerto al menos uno de cada 508 habitantes, alrededor del 40 por ciento de quienes cumplían los requisitos han completado sus esquemas de vacunación contra el COVID-19. En East Feliciana Parish, Luisiana, donde ha muerto una de cada 168 personas, alrededor del 29 por ciento de la población que satisface las condiciones tiene su esquema completo, y en el condado de San Bernardino, en California, donde ha fallecido una de cada 455, solo el 43 por ciento de los habitantes aptos han recibido sus dosis completas.

Aunque el país en su conjunto no está en condiciones de cumplir el objetivo del presidente Joe Biden de vacunar al menos de manera parcial al 70 por ciento de los adultos para el 4 de julio, el valle del Río Grande se está acercando a esa meta.

En el condado de Hidalgo, donde uno de cada 308 habitantes ha muerto a causa del coronavirus, y en el cercano condado de Cameron, donde uno de cada 252 ha fallecido, cerca del 60 por ciento de las personas que cumplen los requisitos han sido vacunadas en su totalidad, según datos del departamento de salud del estado y un monitor del Times. En el condado de Starr, una zona mayoritariamente rural con un único hospital de una sola planta en el que ha fallecido una de cada 213 personas, esa cifra es de casi el 70 por ciento.

En comparación, solo el 45 por ciento de los estadounidenses tiene su esquema de vacunación contra COVID-19 completo, según un monitor del Times. En todo Texas, solo el 39 por ciento de los habitantes tiene sus dosis completas.

García, quien perdió a una hermana en un momento en el que decenas de personas morían a diario en la región, señaló que los vínculos familiares estrechos que en su momento fomentaron la propagación del virus ahora están motivando a la gente a vacunarse.

Después de que su hermana, Margarita González, de 68 años, una educadora jubilada que había estado luchando contra la diabetes, murió hace casi un año, la familia esperó con paciencia su turno para recibir la vacuna. En octubre, una segunda ola contagió a varios familiares, entre ellos a García, su esposo, sus dos hijos adolescentes y su hermano, Eddie García, un policía jubilado de 56 años que fue trasladado a un hospital con dificultad para respirar.

“Tenía miedo de que él también muriera”, dijo Gabby García.

Eddie García, quien es diabético y se ha sometido a un triple baipás cardiaco, y el resto de la familia se recuperaron con el tiempo. Después, esperaron pacientemente a que las vacunas estuvieran disponibles. Para Gabby García, ese día llegó en febrero, cuando una clínica local la llamó a la sala del tribunal donde es jueza y le dijo que tenían una vacuna adicional, pero que tenía que ir “en ese momento”.

“Dejé todo y fui para allá”, comentó García. Uno por uno, todos los miembros de su familia se vacunaron, incluida su hija adolescente, todo en memoria de su hermana.

Aun después de su muerte, la presencia de su hermana persiste. Sin decírselo a su familia, González, conocida por su fiesta anual de tamales de Navidad, cocinó una gran tanda y la guardó en el congelador mientras estuvo en cuarentena.

Tras su fallecimiento, la familia encontró los tamales, dijo García.

“Fue como si ella supiera que no iba a estar aquí con nosotros”, narró García. “Lo hicimos por ella. Vacunarse es una decisión personal, pero esperamos que la gente siga vacunándose por el bien de la comunidad”.

© 2021 The New York Times Company