Parasite en la vida real: cómo es la dramática lucha de clases en Seúl

SEÚL.- El apartamento de Kim Ssang-seok recibe apenas media hora de luz solar al día. Cuando abre la ventana y mira hacia arriba, ve las ruedas de los autos que pasan. Por miedo a los ladrones, Kim pone la ropa a secar en el interior de su oscuro apartamento. El hombre libra una guerra sin cartel contra las cucarachas y contra el olor a cloaca que emana de ese espacio encerrado y mohoso que sirve de baño y lavadero.

Esa vivienda semienterrada de 29 metros cuadrados es el hogar de Kim desde hace 20 años. Su difunta madre sonría desde un retrato en la pared.

"Cuando no tenés adónde ir, terminás en lugares como este", dice Kim, un taxista de 63 años.

Kim es viudo, y a pesar de todo, agradece "tener un techo y un piso calentito para descansar", y teme que en los próximos años la ciudad decida demoler su barrio para dar espacio a más torres de apartamentos como las que ya dominan el horizonte de Seúl.

Si eso ocurre, Kim no sabe dónde irá a parar, al igual que la desesperada familia de Parasite: Parásitos, que hace unas semanas se convirtió en la primera película de habla no inglesa que gana el Oscar a la mejor película.

Desde afuera, muchos tal vez asocien a Corea del Sur con sus celulares Samsung, sus autos Hyundai, y estrellas del K-pop como BTS.

Pero Parasite dejó fascinados a los espectadores del mundo entero por su crudo retrato del costado más oscuro del boom económico surcoreano: la pobreza urbana, con sus consecuentes humillaciones y luchas de clase.

La película cuenta la historia de una familia de Seúl que vive en un "banjiha", una vivienda semi-sótano como la de Kim, cuyo desopilante subterfugio inicial para acoplarse a una familia rica termina en tragedia.

Esa historia de ficción refleja la vida de los pobres de la urbe de Seúl, muchos de los cuales viven en los semi-sótanos de esta ciudad superpoblada, donde vivir arriba y sin mojarse -en las torres de apartamentos, lejos de los bocinazos, el griterío y la mugre maloliente de abajo- es símbolo de riqueza y de estatus de cuna.

El precio de la vivienda viene subiendo rápidamente en Seúl, así que muchos estudiantes y parejas jóvenes empiezan alquilando un banjiha, con la esperanza de que con esfuerzo y sacrificios finalmente lograrán comprarse un apartamento en una torre.

"Es claramente un sótano, pero los que viven ahí quieren aceptar que pertenecen al mundo subterráneo", dijo el director de parasite, Bong Joon-ho, en una conferencia de prensa con los medios surcoreanos, cuando su película fue invitada al Festival de Cannes. "Viven aterrados sabiendo que si las cosas empeoran apenas, serán tragados completamente bajo tierra".

Los jóvenes que viven en banjiha pueden soñar con escapar, pero muchos otros son ancianos o desempleados que hace tiempo han abandonado cualquier esperanza de movilidad social ascendente: viven al día, a un paso de dormir en la calle.

Según estadísticas del gobierno, en Seúl hay cientos de miles de personas viviendo semi-enterradas en toda la ciudad. Son así invisibles, salvo para quién explore los callejones traseros de noche y vea luz en esos ventanucos a la altura de la vereda. Y muchos viven literalmente a la sombra de los shoppings y las torres de apartamentos.

Incluso antes de que Parasite ganara el Oscar, muchos cinéfilos locales y turistas extranjeros habían empezado a visitar las locaciones donde fue filmada parte de la película, para tener una muestra de las imágenes y olores de la Seúl real que inspiraron esa historia.

Suelen visitar Ahyeon-dong, una villa miseria sobre la ladera de un morro, cubierta con edificios de alquiler de dos y tres pisos. Los apartamentos más baratos son los semi-sótanos, que se alquilan por entre 250 y 420 dólares mensuales.

En el "Piggy Super", un almacén que aparece en la película con otro nombre, no venden carne fresca, pero sí pescado seco, bebidas alcohólicas y comestibles baratos.

Junto al negocio, un laberinto de callejones trepa por la colina, y muchos de ellos conducen a empinadas escaleras.

Este es el barrio de Kim, el taxista. Frente a su puerta, a la luz del farol público, una vecina desarma cajas de cartón usadas y otros desechos que junta para vivir.

Cuando Kim asoma la cabeza de su madriguera, allá lejos, como un espejismo, ve una alta, elegante y brillantemente iluminada torre de apartamentos.

"Los hacen cada vez más altos, para no sentir el olor de acá abajo", dice Kim de los habitantes de esas torres. "Los que viven ahí nos deben mirar desde arriba como si fuésemos cerdos."

Muchos de los ricos más ricos del barrio de Seongbuk, como la familia de Parasite, viven en lujosísimas y multimillonarias casas unifamiliares con enormes jardines y a la sombra de los pinos. Esas islas de riqueza están aisladas por imponentes muros perimetrales coronados por alambre de púa y cámaras de seguridad.

Muchos de esos hogares también tienen espacios subterráneos, originalmente construidos como refugios antiaéreos, donde los propietarios almacenaban alimentos para una emergencia, en caso de la invasión de Corea del Norte. Actualmente, esos escondites, uno de los cuales juega un papel crucial en la película, son usados mayormente como gimnasio o sala de entretenimientos.

El miedo a la guerra es una de las razones por las que hay tantos viviendas-sótano en los barrios pobres de Seúl.

Durante la Guerra Fría, el gobierno alentó la construcción de refugios subterráneos. Pero los 1,5 millones de habitantes que tenía la ciudad en 1955 pasaron a ser 10 millones en 1990, una explosión demográfica que obligó a las autoridades a permitir que los propietarios alquilaran esos espacios bajo tierra a surcoreanos llegados del campo, como Kim, quien fue parte de una migración masiva que desembarcó en Seúl hace cinco décadas, cuando la economía empezó a acelerarse.

Pero en las últimas décadas, cuando el crecimiento se desaceleró y las desigualdades se profundizaron, los pobres de la ciudad quedaron varados en los sótanos. Kim ocupa el sótano de un edificio de alquiler de cuatro pisos, donde viven seis familias. El propietario del edificio es rico y nunca se lo ve.

Por reducido que sea su hogar, Kim está orgulloso y dice estar mejor que las otras tres familias que se agolpan en los apartamentos más baratos. Además, los otros son inquilinos, pero Kim es propietario de su espacio en el edificio, que compró por 30.000 dólares hace 20 años tras vender su casa, en un barrio mejor, para pagar el tratamiento contra el cáncer de su fallecida esposa.

Sin embargo, cuando va al encuentro anual de egresados de su escuela, nunca dice donde vive, para no dar lástima.

Su peor pesadilla es que lo obliguen a mudarse y pasar a engrosar las filas de los que bien en "gosiwon" o "jjokbang", unidades mínimas donde se paga por día o por semana por un cuarto sin ventanas donde apenas cabe una cucheta. Y ahí suelen languidecer solos hasta morir.

Kim dice haber visto a algunos vecinos abandonar llorando sus hogares subterráneos.

Por el momento, Kim prefiere no pensar demasiado en el futuro, porque dice que eso no resuelve nada.

The New York Times

(Traducción de Jaime Arrambide)