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Con Parasite, el cine de Corea del Sur tiene su Norte

"Al principio me sorprendió la reacción de la gente, porque realmente creía que mi película estaba llena de detalles coreanos y me preocupaba que el público internacional no pudiera identificarse con la historia. Pero después de Cannes, estuve en los festivales de cine de Sidney, de Múnich, Telluride, Toronto y la reacción fue la misma en todos lados. Creo que en este sentido ya no hay una frontera entre los países porque hoy todos vivimos en el mismo país: un país que se llama capitalismo". Así, con estas palabras dispuestas para la discusión, el más internacional de los cineastas coreanos, Bong Joon-ho, intentó explicar y explicarse a sí mismo el descomunal éxito de su película más reciente, Parasite, que llega a los cines argentinos a fin de mes tras ganar la Palma de Oro en Cannes 2019 (primera vez para un film de su procedencia y, además, con la rara distinción de haber sido elegida de manera unánime por el jurado), y el Globo de Oro a Mejor película en lengua no inglesa, y de convertirse, con más de 130 millones de dólares de recaudación global, en un fenómeno comercial que pocas veces se da fuera del cine de Hollywood.

No es la primera vez que Bong Joon-ho consigue un suceso multimillonario en las salas del mundo: tras la circulación de su áspero thriller basado en hechos reales Memorias de un asesino, con The Host (2006), un film de monstruos que tomaba las convenciones de ese tipo de relatos -para, como es usual en su cine, jugar con ellas, darlas vuelta y reventar expectativas-, le cayeron todo tipo de ofertas para instalarse en California y hacer blockbusters con súperhéroes y cosas que vuelan por los aires y, aunque dijo que no -porque hubiera tenido que resignar su derecho a estrenar la versión del director-, sí filmó dos producciones bastante caras destinadas al mercado internacional: la postapocalíptica Snowpiercer, hablada en inglés y con un reparto que encabezaba Chris El Capitán América Evans, y la bestial, eco-futurista Okja, que tras presentarse en Cannes se vio por todos lados en la pantalla de uno de sus productores principales: Netflix.

Con Parasite, a pesar de que ofertas no le faltaron, volvió a trabajar en una escala de producción mediana, más cercana a la de sus primeros films, no sin recursos pero con escenografías y un reparto enteramente coreano, y la apuesta le salió bien por todos lados. La Palma de Oro en la Costa Azul, críticas que la ubican de manera casi militante en el top ten de mejores películas del año que se acaba de ir, nominaciones a los premios más importantes de Hollywood. Y un récord comercial, sin haber resignado una de sus marcas autorales esenciales: se trate de un film detectivesco, futurista, de criaturas letales o una comedia negra, el contexto social en el que se despliega el relato va imponiéndose de a poco, hasta apoderarse de todo.

Las diferencias entre las clases sociales están presentes siempre en sus historias, pero en Parasite se vuelven más explícitas probablemente que nunca; no hay casi sutileza, pero hay un oscuro sentido del humor, y no hay público en el mundo, parece, que no sea capaz de entenderlo porque, como dice Bong, la guerra de ricos y pobres y de todos contra todos está instalada en todas partes.

Los protagonistas de Parasite son dos familias: los Kim y los Park. Ambas son presentadas un poco en espejo: los Kim son pobres, los Park muy adinerados. Los Kim viven en un semisótano, un tipo de espacio habitacional que es común en los rincones más urbanos de Corea del Sur, y que mantiene a sus habitantes, significativamente, asomando las cabezas a la calle, sin terminar de levantarse nunca de su ubicación inferior.

Todos los elementos materiales, aunque de enorme carga simbólica que habilita este tipo de construcción, son descriptos en los primeros minutos, cuando Ki-woo, el joven hijo de la familia, debe hacer piruetas para cazar una señal de wifi vecina que le permita usar el celular; nos encontramos con que el inodoro se ubica, un poco amenazante, por encima del resto de los espacios de la casa; y que, cuando algún borracho va a aliviar su vejiga en el callejón de al lado, prácticamente les orina en las caras. Sin embargo, los Kim nunca parecen darse por vencido; "tengo un plan", suele decir el padre, y el plan esta vez les cae de pronto de la mano de un universitario de buena posición económica que, de cara a un viaje prolongado, recomienda a su amigo Ki-woo para que lo reemplace en las clases de apoyo que da a su adorada alumna, Da-hye, la hija adolescente de los Park.

Ocultando arteramente su procedencia, Ki-woo llega a la enorme casa de varias plantas de los Park, y en breve les estará abriendo las puertas -conviene no adelantar cómo- al resto de los Kim: su ingeniosa hermana y sus padres. Pero esto es solo la primera parte de la película, y cuando los trazos de comedia oscura con comentario social ya empiezan a hacérsenos conocidos, la trama da una serie de vueltas inesperadas y a toma algunas desviaciones más bien salvajes.

La pregunta acerca de quién parasita a quién, que al principio parece más bien resuelta, rápidamente se complejiza: todos, de alguna manera, están chupando la sangre de otros. El talento de Bong Joon-ho es que no utiliza este plan argumental para sermonear a su público ni para teorizar en términos académicos (bueno, esto último tal vez un poco sí: por momentos la idea de alegoría social se vuelve demasiado evidente), sino para divertirnos y amargarnos, y sacudir nuestros sentidos. El cine de Bong es político porque nunca se permite, a diferencia de películas más convencionales, a dejar tranquilo a nadie.

La idea para Parasite, cuenta Bong, se le ocurrió buscando un proyecto más pequeño que el de sus últimas producciones internacionales, algo que pudiera resolver en apenas un par de escenarios, que pudiera llevarse, como le había sugerido un amigo actor, al teatro. El concepto central lo tomó de una experiencia propia de sus años de estudiantes: su breve empleo como tutor del joven hijo de una familia millonaria. "Duré muy poco en el trabajo porque creo que le hablaba demasiado al chico, pero a la vez estaba asombrado, porque ir a la casa era como espiar las vidas privadas de completos extraños. Mi alumno me paseaba por la residencia y me mostraba con orgullo que tenían su propio sauna. Hasta entonces yo creía que eso ni siquiera era posible".

Criado en una familia de clase media y habituado a las calles de Seúl, eventualmente Bong se propuso contar una historia sobre gente que vive en barrios por los que pasa a diario tal vez sin pensar demasiado en ellos, e investigar "la realidad que me rodea como a través de un microscopio: yendo a lo más pequeño pero también más profundo".

La película abunda en elementos que, aunque no son incomprensibles para el espectador del resto del mundo, tienen que ver con cuestiones y obsesiones muy específicas de la sociedad coreana. En este esquema que divide simbólica y objetivamente a los que viven arriba de los que viven (casi abajo), se revela en un punto que la casa de los Park, por ejemplo, tiene un sótano que se convertirá en uno de los escenarios fundamentales del relato.

Ese tipo de sótanos en los que en una época los surcoreanos invirtieron mucho dinero pensándolos como refugios ante posibles, eventuales ataques de Corea del Norte; una paranoia histórica que en el film se referencia cuando un personaje clave -que no pertenece estrictamente a los Kim ni a los Park- hace una oscura imitación de un presentador de la televisión norcoreana anunciando la declaración de un ataque nuclear. La referencia a la tensión permanente entre las dos Coreas tiene como objetivo menos hacer una declaración sobre ese conflicto en sí que representar el estado de ansiedad en que vive hoy el mundo. "Imagino a estos personajes escondidos en un sótano, diciéndose que gracias a Corea del Norte tienen una casa donde vivir, y eso llevando a otros chistes sobre el norte del paralelo 38", ha dicho Bong en entrevistas.

Retrato de una época

"Creo que todos los artistas pensamos en las diferencias de clase, las tenemos presentes casi todo el tiempo", dice Bong. "En Parasite, los débiles y los malcomidos se matan unos a otros. Es una comedia, pero con este subtexto muy triste y realista. A la vez, creo que es difícil separar en buenos y malos: los ricos no son villanos convencionalmente codiciosos, el Sr. Park es un jefe corporativo exitoso y trabajador que en principio no hace nada particularmente malo, salvo por el hecho de que es incapaz de ver la realidad de quienes se encuentran debajo de él; no ve que para que los ricos vivan como ricos, es necesario que haya pobres. Él simplemente sigue hacia adelante. Mientras hacía la película sentí empatía por todos los personajes, a la vez que mantuve cierta distancia respecto de cada uno de ellos".

Nacido en 1969, cuando Corea del Norte era una dictadura, y habiéndose formado como estudiante universitario a principios de los 90, una época que recuerda como un tembladeral político, de protestas y militancia permanentes, Bong fundó un cineclub y se inició en el análisis del cine por aquellos años, con lo cual era inevitable que su cine fuera permeable a parte de esa educación con perfecta conciencia de clase. Sin embargo, dice, "lo que busco es hacer películas que provean una sensación de excitación cinematográfica; con personajes fascinantes antes que grandes temas políticos. Pero como Corea del Sur es un país pequeño aunque también muy dinámico, no importa qué tan adentro de estos personajes me meta, me resulta imposible separarlos de su contexto histórico y social, y todo lleva naturalmente hacia un comentario político. Es algo que descubrí escribiendo mis guiones y que a esta altura se ha convertido en uno de los patrones de mis films".

Si el conflicto social atraviesa todas la filmografía de Bong, los críticos americanos han señalado estos últimos meses que Parasite llegó acompañada por una serie de películas que ponen la conciencia del enfrentamiento de clases en su nudo argumental: hay algo de eso en el enorme éxito de Guasón, pero también en la más pequeña Nosotros, de Jordan Peele; en Shoplifters de Hirokazu Koreeda, y en Burning de Lee Chang-dong; y es una de las claves de lectura de Estafadoras de Wall Street, protagonizada por Jennifer Lopez, y la original comedia de terror Boda sangrienta (Ready or Not).

"Es cierto que todas estas películas parecieron explotar durante estos últimos dos años", dice Bong, "pero no es que nos juntamos con otros cineastas alrededor de una mesa para discutir cómo debiamos hablar sobre las diferencias de clase en nuestro cine, sino que ocurrió naturalmente. No lo llamaría solidaridad; simplemente creo que estamos en sintonía con el estado actual de las cosas".

Y agrega, sin pretensiones, que no aspira a que sus películas hagan del mundo un lugar mejor, sino que en el mejor de los casos consigan captar el estado de las cosas, de la época en que fueron concebidas: "Soy un cineasta que busca la belleza del cine en sí misma. Sí creo que es significativo que por los próximos treinta o cuarenta años, o incluso por un siglo entero, seguiremos hablando de esta etapa del capitalismo. Espero que en el futuro la gente recuerde Parasite como un retrato honesto de los tiempos en que vivimos".