Sustento de familias de migrantes en peligro por reducción de remesas

María Alejandre con familiares en su casa en Áporo, México, el 15 de abril de 2020. (Alejandro Cegarra/The New York Times)
María Alejandre con familiares en su casa en Áporo, México, el 15 de abril de 2020. (Alejandro Cegarra/The New York Times)

ÁPORO, México — El dinero llegaba con la precisión de un reloj: 300 dólares cada dos semanas, enviados por su esposo, un jornalero e inmigrante indocumentado que vive en Indianápolis.

Era la única fuente de ingresos para María Alejandre y seis de sus familiares en Áporo, un pueblo pequeño en el estado de Michoacán, al oeste de México.

Sin embargo, han pasado más de cuatro semanas desde la última vez que envió dinero el esposo de Alejandre, y sus oportunidades de trabajo se están agotando en medio de la pandemia de coronavirus, Alejandre está muy preocupada.

“Si la economía se pone más difícil”, dijo, “pues, no sabemos cómo vamos a comer”.

La pandemia —y las medidas gubernamentales para combatirla— están acabando con el sustento financiero de mucha gente en todo el mundo. Ahora que millones de trabajadores en Estados Unidos y otros países están recibiendo reducciones de salario o perdiendo sus empleos por completo, muchos ya no pueden enviar dinero a sus parientes y amigos en su país natal, quienes dependen de esas remesas para sobrevivir.

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En 2018, migrantes y otros enviaron unos 689.000 millones de dólares en remesas a nivel mundial, según el Banco Mundial, lo cual ayudó a reducir la pobreza en países en vías de desarrollo, estimuló el gasto familiar en educación y salud, y ayudó a mantener la inconformidad social y política bajo control.

Sin embargo, los analistas ahora predicen que los cierres de emergencias y otras medidas de respuesta a la pandemia por parte de los gobiernos van a reducir las remesas de manera drástica este año, una desaceleración que ya comenzó. El Banco Mundial dijo el miércoles que se predice que las remesas mundiales se desplomen un 20 por ciento en 2020, “el descenso más intenso de la historia reciente”.

Una disminución pronunciada de las remesas podría tener repercusiones importantes en algunas naciones pobres y en desarrollo, lo cual podría provocar no solo presión económica sino también tensión política y social, comentó Roy Germano, profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad de Nueva York.

“No creo que los gobiernos quieran que este dinero se contraiga porque funciona como una suerte de sistema de asistencia social en la práctica”, mencionó Germano, autor de “Outsourcing Welfare”, un libro sobre remesas. “De esa manera, alivian la presión que agobia a los gobiernos por tener que ofrecer asistencia social y garantizar una cierta calidad de vida”.

Germano afirmó que, en algunos lugares, un colapso de remesas podría exacerbar el riesgo de disturbios sociales e inestabilidad política.

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En 2018, de entre todos esos países, México fue el tercer receptor más grande de remesas —después de India y China, según el Banco Mundial— pero el mayor beneficiario de fondos enviados desde Estados Unidos.

Y en medio de la desaceleración económica estadounidense de las semanas recientes, millones de mexicanos no autorizados en Estados Unidos, así como otras poblaciones de inmigrantes, han sido especialmente vulnerados pues no tienen acceso a las disposiciones de seguridad laboral ni a las prestaciones por desempleo.

Sin embargo, a principios de este mes, el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, les rogó a los mexicanos en el extranjero que siguieran enviando remesas, incluso tras reconocer que también estaban pasando por un momento difícil.

Una persona camina por Ciudad Hidalgo en el estado mexicano de Michoacán, el estado más dependiente del dinero que se envía del extranjero, el 15 de abril de 2020. (Alejandro Cegarra/The New York Times)
Una persona camina por Ciudad Hidalgo en el estado mexicano de Michoacán, el estado más dependiente del dinero que se envía del extranjero, el 15 de abril de 2020. (Alejandro Cegarra/The New York Times)

“No dejen de ayudar a sus familiares en México”, declaró.

Alejandre, de 49 años, su esposo y sus dos hijos mayores se fueron de Áporo hace unos 20 años con dirección a Estados Unidos en busca de trabajo. La familia se estableció en Phoenix, donde Alejandre trabajó como encargada de limpieza en un Motel 6 mientras que su esposo trabajaba como obrero en la construcción.

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Tuvieron tres hijos más en Estados Unidos y enviaban dinero de vez en cuando a Áporo para mantener a sus familiares y pagar la construcción de una casa en la que esperaban vivir algún día.

Ese momento llegó antes de lo esperado. Alejandre perdió su trabajo después de la crisis financiera global de finales de los 2000, y su esposo estaba batallando para encontrar un trabajo fijo. Así que regresaron a Áporo con sus hijos y se mudaron a la casa de dos pisos que se construyó con sus remesas.

En 2018, atraído de nuevo por las promesas de una economía en auge en Estados Unidos, su esposo migró a Indianápolis.

Las remesas bisemanales que enviaba a casa se sentían como caídas del cielo después de los salarios de 20 dólares al día, máximo, que había estado ganando en las obras de construcción mexicanas en Michoacán. Pero ahora, estas se han detenido abruptamente.

“Dijo que, si la crisis se pone más difícil, se va a quedar sin trabajo”, dijo Alejandre una tarde hace poco, sentada en la mesa de su cocina con dos de sus hijas nacidas en Estados Unidos y su cuñado, Salvador Ponce, de 47 años.

Hace poco, la familia gastó todos sus escasos ahorros en el cuidado de la suegra enferma de Alejandre, y estaban tratando de hacer rendir la última transferencia de dinero lo más posible”.

“Si no hay remesas, no hay nada”, dijo Ponce.

La incertidumbre que ellos enfrentan hace eco en todo México.

Martha Sánchez, que vive con sus dos hijos pequeños en Ciudad Hidalgo, una ciudad en el noreste de Michoacán, relató que su esposo fue despedido el mes pasado de su empleo como encargado de limpieza de un hotel en Louisville, Kentucky. No ha encontrado otro trabajo y no ha enviado dinero a su familia desde hace seis semanas.

Sánchez comentó que tal vez se vea forzada a empezar a vender sus pertenencias para cubrir los gastos de la renta y los víveres. Dijo que su auto, un Volkswagen Jetta de 18 años, tal vez sea lo primero que venda.

Mientras tanto, ella y sus hijos están siguiendo las órdenes de quedarse en casa y resistir en su pequeño departamento, tratando de mantenerse a salvo.

“Si no es el virus, es la economía”, dijo con un suspiro.

This article originally appeared in The New York Times.

© 2020 The New York Times Company